jueves, 31 de mayo de 2012

ECHANDO PAN A LOS PATOS, de Arturo Pérez Reverte - 28.3.11

Me pregunto a qué están esperando en España, con lo aficionados que somos a correr delante de la locomotora, y al que no quiera correr, obligarlo por decreto.
A más de un político aficionado a la psicopedagogía de laboratorio y a la lengua hablada y escrita controlada por ley, debería gotearle el colmillo: hay más humo con el que marear la perdiz. Más posibilidades de que la peña, propensa a desviarse de pitones cuando le agitan un capote desde la barrera, no piense en lo que debe pensar, la que está cayendo y va a caer. Buenos ratos echando pan a los patos.
Hace un par de meses, una editorial gringa publicó ediciones políticamente correctas del Huckleberry Finn y el Tom Sawyer de Mark Twain en las que, además de retocar crudezas propias del habla de la época, se elimina la palabra nigger, que significa negro.
Los alumnos se escandalizaban, arguyó el responsable: un profesor de Alabama que, en vez de explicar a sus escandalizables alumnos que los personajes de Twain usan un lenguaje propio de su época y carácter -Joseph Conrad tituló una novela The nigger of the Narcissus-, prefiere falsear el texto original, infiltrando anacronismos que encajen en las mojigatas maneras de hoy. Convirtiendo el ácido natural, propio de aquellos tiempos, en empalagosa mermelada para tontos del ciruelo y la ciruela.
Coincide la cosa con que el ministerio de Cultura francés, confundiendo la palabra conmemorar con la de celebrar, excluya a Louis-Ferdinand Céline de las conmemoraciones de este año, cuando se cumplen cincuenta del fallecimiento del escritor. Que fue pésima persona, antisemita y colaborador de la Gestapo -como, por otra parte, miles de compatriotas suyos-, y autor de un sucio panfleto antijudío titulado Bagatelle pour un massacre; pero que también es uno de los grandes novelistas del siglo XX, el más importante en Francia junto a Proust, y cuyo Viaje al fin de la noche transforma, con inmenso talento narrativo, una muy turbia sordidez en asombrosa belleza literaria.
Eso demuestra, entre otras cosas, que un retorcido miserable puede ser escritor extraordinario; y que un artista no está obligado a ser socialmente correcto, sino que puede, y debe, situarnos en los puntos de vista oscuros.
En el pozo negro de la condición humana y sus variadas infamias.
Así que, españoles todos, oído al parche.
Suponiendo -tal vez sea mucho suponer- que quienes vigilan a golpe de ley nuestra salud física y moral sepan quiénes son Twain o Céline, imaginen las posibilidades que esto les ofrece para tocarnos un poquito más los cojones...
¿Qué son bagatelas como prohibir el tabaco o convertir en delito el uso correcto de la lengua española, comparadas con reescribir, obligando por decreto, tres mil años de literatura, historia y filosofía éticamente dudosas?...
¿A qué esperan para que en los colegios españoles se revise o prohíba cuanto no encaje en el bosquecito de Bambi?...
¿Qué pasa con esas traducciones fascistas de Moby Dick donde se matan ballenas pese a los convenios internacionales de ahora?...
¿Y con Phileas Fogg, tratando a su criado Passepartout como si desde Julio Verne acá no hubiera habido lucha de clases?...
¿Vamos a dejar que se vaya de rositas el marqués de Sade con sus menores de edad desfloradas y sodomizadas antes de la existencia del telediario?...
¿Y qué pasa con la historia y la literatura españolas?...
¿Hasta cuándo seguirá en las librerías la vida repugnante de un asesino de hombres y animales llamado Pascual Duarte?...
¿Cómo es posible que al genocida de indios Bernal Díaz del Castillo lo estudien en las escuelas?...
Y ahora que todos somos iguales ante la ley y el orden, ¿por qué no puede Sancho Panza ser hidalgo como don Quijote; o, mejor todavía, éste plebeyo como Sancho?...
¿A qué esperamos para convertir lo de Fernán González y la batalla de Covarrubias en el tributo de las Cien doncellas y doncellos?...
¿Cómo un machista homófobo y antisemita como Quevedo, que se choteaba de los jorobados y escribió una grosería llamada Gracias y desgracias del ojo del culo, no ha sido apeado todavía de los libros escolares?...
En cuanto a la infame frase Viva España, que como todo el mundo sabe fue inventada por Franco en 1936, ¿por qué no se elimina en boca de numerosos personajes de los Episodios nacionales de Galdós, donde afrenta a las múltiples y diversas naciones que, ellas sí, nos conforman y enriquecen?...
¿Y cómo no se ha expurgado todavía El cantar del Cid de las 118 veces que utiliza la palabra moro, sustituyéndola por hispano-magrebí de religión islámica, y buscándole de paso, para no estropear el verso, la rima adecuada?
Por fortuna no leen, ni creo que en el futuro lo hagan.
Tranquilos.
El peligro es mínimo.
Menos mal que esos pretenciosos analfabetos, dueños del Boletín Oficial, no han abierto un libro en su puta vida.

CUANDO VUELVA DEL CIELO, de Luis Alberto Spinetta

Cuando vuelva del cielo,
te voy a estar llamando,
como llama la luna,
a todas las mareas

Cuando vuelva del cielo,
te voy a dar mi nombre,
traducido en el viento,
para que puedas viajar

Y cuando el sol se diluya,
será una mancha de tinta,
y cuando todo se quede,
te voy a estar esperando amor

Y cuando vuelva del cielo,
yo te daré mis manos,
y en las manos la marca,
la que dejé por allí

Yo solo respiro mirillas,
entre los rayos de tu alma
esa misma alma que pude ser,
yo solo quiero que vayas,
y vengas siempre así,
por este mundo nuestro,
conteniéndonos la vida

Cuando vuelva del cielo,
te voy a empezar a extrañar

Y SIN EMBARGO, de Joaquín Sabina

De sobra sabes que eres la primera,
que no miento si juro que daría por ti la vida entera,
por tí la vida entera.
Y sin embargo un rato cada día, ya ves,
te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera.
Ni tan arrepentido ni encantado de haberme conocido,
lo confieso, tú que tanto has besado,
tú que me has enseñado.
Sabes mejor que yo que hasta los huesos
sólo calan los besos que no has dado,
los labios del pecado.
Porque una casa sin ti es una emboscada,
un pasillo de un tren de madrugada,
un laberinto sin luz ni vino tinto,
un velo de alquitrán en la mirada.
Y me envenenan los besos que voy dando,
sin embargo cuando duermo sin ti, contigo sueño,
y con todas si duermes a mi lado.
Y si te vas me voy por los tejados como un gato sin dueño,
perdido en el pañuelo de amargura, que empaña sin mancharla
tu hermosura.
No debería contarlo y sin embargo,
cuando pido la llave de un hotel, y a medianoche encargo
un buen champán francés y cena con velitas para dos.
Siempre es con otra, amor, nunca contigo, bien sabes lo que digo.
Porque una casa sin ti es una oficina,
un teléfono ardiendo en la cabina,
una palmera en el museo de cera,
un éxodo de oscuras golondrinas.
Y me envenenan los besos que voy dando,
y sin embargo cuando duermo sin ti, contigo sueño,
y con todas, si, duermes a mi lado.
Y si te vas, me voy por los tejados como un gato sin dueño,
perdido en el pañuelo de amargura que empaña sin mancharla
tu hermosura…
Y cuando vuelves hay fiesta en la cocina, y baile sin orquesta,
y ramos de rosas, con espinas.
Pero dos no es igual que uno más uno,
y el lunes, al café del desayuno, vuelve la guerra fría,
y al cielo de tu boca el purgatorio,
y al dormitorio el pan de cada día.

Y me envenenan los besos que voy dando…

lunes, 28 de mayo de 2012

DEFENSA DE VIOLETA PARRA, de Nicanor Parra


Dulce vecina de la verde selva, huésped eterno del abril florido.
Grande enemiga de la zarzamora.
¡Violeta Parra.!

Jardinera, locera, costurera,
bailarina del agua transparente.
Árbol lleno de pájaros cantores.
¡Violeta Parra!

Has recorrido toda la comarca,
desenterrando cántaros de greda,
y liberando pájaros cautivos entre las ramas.
Preocupada siempre de los otros.
Cuando no del sobrino, de la tía.
Cuándo vas a acordarte de ti misma..?
¡Viola piadosa.!

Tu dolor es un círculo infinito
que no comienza ni termina nunca.
Pero tú te sobrepones a todo.
¡Viola admirable!

Cuando se trata de bailar la cueca,
de tu guitarra no se libra nadie.
Hasta los muertos salen a bailar.
Cueca valseada, Cueca de la Batalla de Maipú,
Cueca del Hundimiento del Angamos,
Cueca del Terremoto de Chillán.
Todas las cosas..!
Ni bandurria, ni tenca, ni zorzal,
ni codorniza libre ni cautiva.
Tú, solamente tú, tres veces tú
Ave del paraíso terrenal.
¡Charagüilla!

Gaviota de agua dulce,
todos los adjetivos se hacen pocos,
todos los sustantivos se hacen pocos.
Para nombrarte.
Poesía, pintura, agricultura.
Todo lo haces a las mil maravillas,
sin el menor esfuerzo.
Como quien se bebe una copa de vino.
Pero los secretarios no te quieren,
y te cierran la puerta de tu casa,
y te declaran la guerra a muerte.
¡Viola doliente!

Porque tú no te vistes de payaso,
porque tú no te compras ni te vendes,
porque hablas la lengua de la tierra.
¡Viola chilensis!

¡Porque tú los aclaras en el acto!
Cómo van a quererte, me pregunto,
cuando unos tristes funcionarios,
grises como las piedras del desierto.
¿No te parece?

En cambio tú, Violeta de los Andes,
flor de la cordillera de la costa,
eres un manantial inagotable de vida humana.
Tu corazón se abre cuando quiere.
Tu voluntad se cierra cuando quiere.
Y tu salud navega cuando quiere, aguas arriba.
Basta que tú los llames por sus nombres,
para que los colores y las formas
se levanten y anden como Lázaro, en cuerpo y alma.
¡Nadie puede quejarse cuando tú cantas a media voz.
O cuando gritas como si te estuvieran degollando.
¡Viola volcánica!

Lo que tiene que hacer el auditor
es guardar un silencio religioso,
porque tu canto sabe adónde va, perfectamente.
Rayos son los que salen de tu voz hacia los cuatro puntos cardinales,
vendimiadora ardiente de ojos negros.
¡Violeta Parra!

Se te acusa de esto y de lo otro.
Yo te conozco y digo quién eres
¡Oh corderillo disfrazado de lobo!
¡Violeta Parra!

Yo te conozco bien, hermana vieja.
Norte y sur del país atormentado,
Valparaíso hundido para arriba. ¡Isla de Pascua!
Sacristana cuyaca de Andacollo,
tejedora a palillo y a bolillo,
arregladora vieja de angelitos.
¡Violeta Parra!

Los veteranos del Setentainueve
lloran cuando te oyen sollozar.
En el abismo de la noche oscura.
¡Lámpara a sangre!

Cocinera, niñera, lavandera.
Niña de mano, todos los oficios,
todos los arreboles de los crepúsculos
¡Viola funebris!

Yo no sé qué decir en esta hora.
La cabeza me da vueltas y vueltas,
como si hubiera bebido cicuta, hermana mía.
Dónde voy a encontrar otra Violeta..?
Aunque recorra campos y ciudades,
o me quede sentado en el jardín como un inválido.
Para verte mejor cierro los ojos,
y retrocedo a los días felices.
¿Sabes lo que estoy viendo?
Tu delantal estampado de maqui..!
Tu delantal estampado de maqui..!
¡Río Cautín! ¡Lautaro! ¡Villa Alegre!
¡Año mil novecientos veintisiete
¡Violeta Parra!

Pero yo no confío en las palabras
¿Por qué no te levantas de la tumba
A cantar, a bailar, a navegar en tu guitarra?
Cántame una canción inolvidable,
una canción que no termine nunca,
una canción no más, una canción.
¡Es lo que pido..!

Qué te cuesta mujer árbol florido..?
Álzate en cuerpo y alma del sepulcro,
y haz estallar las piedras con tu voz.
¡Violeta Parra!

Esto es lo que quería decirte.
Continúa tejiendo tus alambres, tus ponchos araucanos,
tus cantaritos de Quinchamalí.
Continúa puliendo noche y día tus tolomiros de madera sagrada,
sin aflicción, sin lágrimas inútiles.
O si quieres con lágrimas ardientes.

Y recuerda que eres un corderillo disfrazado de lobo…!!!

GRACIAS A LA VIDA, de Violeta Parra


Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado,
y en las multitudes el hombre que yo amo.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído, que en todo su ancho,
graba noche y día grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna de mi bien amado.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él, las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos,
y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón, que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano;
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes, que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.

Gracias a la vida que me ha dado tanto..!

MAZÚRQUICA MODÉRNICA, de Violeta Parra


Me han preguntádico varias persónicas si peligrósicas para las másicas
son las canciónicas agitadóricas.
Ay, qué pregúntica más infantílica!
Sólo un piñúflico la formulárica
pa mis adéntricos yo comentárica.

Le he contestádico yo al preguntónico
cuando la guática pide comídica
pone al cristiánico firme y guerrérico
por sus poróticos y sus cebóllicas,
no hay regimiéntico que los deténguica
si tienen hámbrica los populáricos.

Preguntadónicos, partidirísticos,
disimuládicos y muy malúlicos
son peligrósicos más que los vérsicos
más que las huélguicas y los desfílicos,
bajito cuérdica firman papélicos,
lavan sus mánicos como Piláticos.

Caballeríticos almidonáticos
almidonádicos mini ni ni ni ni...
le echan carbónico al inocéntico
y arrellanádicos en los sillónicos
cuentan los muérticos de los encuéntricos
como frivólicos y bataclánicos.
Varias matáncicas tiene la histórica
en sus pagínicas bien imprentádicas,
para montárlicas no hicieron fáltica
las refalósicas revoluciónicas.
El juraméntico jamás cumplídico
es el causántico del desconténtico.
Ni los obréricos, ni los paquíticos
tienen la cúlpica señor fiscálico.

Lo que yo cántico es una respuéstica
a una pregúntica de unos graciósicos,
y más no cántico porque no quiérico
tengo flojérica en los zapáticos,
en los cabéllicos, en el vestídico,
en los riñónicos y en el corpíñico.

VOLVER A LOS DIECISITE, de Violeta Parra


Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo,
es como descifrar signos sin ser sabio competente,
volver a ser de repente tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo, como un niño frente a Dios,
eso es lo que siento yo en este instante fecundo.

Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra,
y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra.
Ay si si si...

Mi paso retrocedido cuando el de ustedes avanza,
el arco de las alianzas ha penetrado en mi nido,
con todo su colorido se ha paseado por mis venas
y hasta las duras cadenas con que nos ata el destino
es como un diamante fino que alumbra mi alma serena.

Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber,
ni el mas claro proceder, ni el más ancho pensamiento,
todo lo cambia el momento, cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente de rencores y violencias,
sólo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes.

El amor es torbellino de pureza original,
hasta el feroz animal susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros,
el amor con sus esmeros al viejo lo vuelve niño
y al malo solo el cariño lo vuelve puro y sincero.

De par en par la ventana se abrió, como por encanto,
entró el amor con su manto, como una tibia mañana,
al son de su bella diana hizo brotar el jazmln,
volando cual serafín al cielo le puso aretes,
y mis años, en diecisiete, los convirtió el querubín.

EU SEI QUE VOU TE AMAR, de Vinicius de Moraes


Eu sei que vou te amar,
por toda mina vida, eu vou te amar.
Em cada despedida, eu vou te amar,
desesperadamente eu sei que vou te amar.Em cada verso meu,
será, para te dizer
que eu sei que vou te amar,
por toda mina vida.

Eu sei que vou chorar,
a cada ausencia tua eu vou chorar,
mas cada volta tua há de aplacar
o que essa ausencia tua me causou

Eu sei que vou sofrer
a eterna desventura de viver
A esperade viver ao lado teu,
por toda mina vida..!

PACTO ENTRE CABALLEROS, de Joaquín Sabina


No pasaba de los veinte el mayor de los tres chicos que vinieron a atracarme el mes pasado.

"Subvenciónanos un pico, y no te hagas el valiente
que me pongo muy nervioso si me enfado."

Me pillaron diez quinientas y un peluco marca Omega,
con un pincho de cocina en la garganta.
Pero el bizco se dio cuenta y me dijo

-"Oye, colega, te pareces al Sabina ése que canta."

Era un noche cualquiera, puede ser que fuera trece,
¿Qué más da? Pudiera ser que fuera martes.
Sólo se que algunas veces, cuando menos te lo esperas,
el diablo va y se pone de tu parte.

-"Este encuentro hay que mojarlo con jarabe de litrona,
compañeros, antes de que cante el gallo"-

-"Tranquilo, tronco, perdona, y un trago pa´ celebrarlo"- ,
los tres iban hasta el culo de caballo.

A una barra americana me llevaron por la cara,
no dejaron que pagara ni una ronda, controlaban tres fulanas
pero a mi me reservaban los encantos de "Maruja la cachonda".
Nos pusimos como motos con la birra y los canutos.
Se cortaron de meterse algo más fuerte.
Nos hicimos unas fotos de cabina en tres minutos...,
parecemos la cuadrilla de la muerte.

Protegidos por la luna cogieron prestado un coche,
me dejaron en mi queli y se borraron por las venas de la noche

-"Enrollate y haznos una copla guapa de la tuyas"- me gritaron.

Me devolvieron intacto, con un guiño mi dinero,
la cadena, la cartera y el reloj.
Yo, que siempre cumplo un pacto cuando es entre caballeros,
les tenía que escribir esta canción.

Hoy venía en el diario el careto del más alto,
no lo había vuelto a ver desde aquel día.
Escapaba del asalto al chalé de un millonario,
y en la puerta le espera la policía.
Mucha, mucha policía...

Todo el mundo me pregunta si la historia es cierta.
A mí sólo me importa si la canción es buena.

Y NOS DIERON LAS DIEZ, de Joaquín Sabina


Fue en un pueblo con mar una noche después de un concierto; tú reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto
-"Cántame una canción al oído, y te pongo un cubata"-
-"Con una condición:que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata"-
Loco por conocer los secretos de su dormitorio
esa noche canté al piano del amanecer todo mi repertorio.

Los clientes del bar uno a uno se fueron marchando.
Tú saliste a cerrar, yo me dije:
"Cuidado, chaval, te estás enamorando",
Luego todo pasó de repente, su dedo en mi espalda
dibujó un corazón, y mi mano le correspondió debajo de su falda;
caminito al hostal nos besamos en cada farola,
era un pueblo con mar, yo quería dormir contigo
y tú no querías dormir sola...

Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres y desnudos al anochecer nos encontró la luna.

Nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos,
el verano acabó el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno,
y a tu pueblo el azar otra vez el verano siguiente me llevó,
y al final del concierto me puse a buscar tu cara entre la gente,
y no halle quien de ti me dijera ni media palabra,
parecía como si me quisiera gastar el destino una broma macabra.

No había nadie detrás de la barra del otro verano.
Y en lugar de tu bar, me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano.
Tu memoria vengué a pedradas contra los cristales,
-"Se que no lo soñé"- protestaba mientras me esposaban los municipales
En mi declaración alegué que llevaba tres copas
y empecé esta canción en el cuarto donde aquella vez te quitaba la ropa.

APRENDERÁS, de Jorge Luis Borges


Después de algún tiempo, aprenderás la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma, y aprenderás que amar no significa apoyarse, y que compañía no siempre significa seguridad. Comenzarás a aprender que los besos no son contratos, ni los regalos son promesas...
Aprenderás que con la misma severidad con que juzgas, también serás juzgado, y en algún momento condenado.
Aprenderás que no importa en cuantos pedazos tu corazón se partió, el mundo no se detiene para que lo arregles.
Aprenderás que es uno mismo quien debe cultivar su propio jardín y decorar su alma, en vez de esperar que alguien le traiga flores.
Comenzarás a aceptar tus derrotas con la cabeza alta y la mirada al frente; con la gracia de una mujer y no con la tristeza de un niño, y aprenderás a construir hoy todos tus caminos, porque el terreno de mañana es incierto para los proyectos, y el futuro tiene la costumbre de caer en el vacío.
Después de un tiempo aprenderás que el sol quema si te expones demasiado.
Aceptarás incluso que las personas buenas podrían herirte alguna vez y necesitarás perdonarlas.
Aprenderás que hablar puede aliviar los dolores del alma.
Descubrirás que lleva años construir confianza y apenas unos segundos destruirla y que tu también podrás hacer cosas de las que te arrepentirás el resto de la vida.
Aprenderás que las nuevas amistades continúan creciendo a pesar de las distancias y que no importa que es lo que tienes, sino a quien tienes en la vida y que los buenos amigos son la familia que nos permitimos elegir.
Aprenderás que no tenemos que cambiar de amigos, si estamos dispuestos a aceptar que los amigos cambian.
Descubrirás que muchas veces tomas a la ligera a las personas que más te importan y por eso siempre debemos decir a esas personas que las amamos porque nunca estaremos seguros de cuándo será la última vez que las veamos.
Aprenderás que las circunstancias y el ambiente que nos rodea tienen influencia sobre nosotros, pero nosotros somos los únicos responsables de lo que hacemos.
Comenzarás a aprender que no nos debemos comparar con los demás, salvo cuando queramos imitarlos para mejorar.
Descubrirás que lleva mucho tiempo llegar a ser la persona que quieres ser, y que el tiempo es corto.
Aprenderás que no importa a donde llegaste, sino a donde te diriges.
Aprenderás que si no controlas tus actos ellos te controlaran y que ser flexible no significa ser débil o no tener personalidad, porque no importa cuán delicada y frágil sea una situación: siempre existen dos lados.
Aprenderás que héroes son las personas que hicieron lo que era necesario enfrentando las consecuencias. ..
Aprenderás que la paciencia requiere mucha práctica.
Descubrirás que algunas veces, la persona que esperas que te patee cuando te caes, tal vez sea una de las pocas que te ayuden a levantarte.
Madurar tiene más que ver con lo que has aprendido de las experiencias, que con los años vividos.
Aprenderás que hay mucho más de tus padres en ti de lo que supones.
Aprenderás que nunca se debe decir a un niño que sus sueños son tonterías, porque pocas cosas son tan humillantes y sería una tragedia si lo creyese, porque le estarás quitando la esperanza.
Aprenderás que cuando sientes rabia, tienes derecho a tenerla, pero eso no te da el derecho de ser cruel.
Descubrirás que sólo porque alguien no te ama de la forma que quieres, no significa que no te ame con todo lo que puede, porque hay personas que nos aman, pero que no saben cómo demostrarlo.
No siempre es suficiente ser perdonado por alguien, algunas veces tendrás que aprender a perdonarte a ti mismo.
Si algo he aprendido en la vida, es que la mentira se pone en contra de quien la inventa.

PRONÚNCIESE "ELEGETEBÉ", de Arturo Pérez Reverte - 7.2.11


Hay varios cantamañanas convencidos de que la lengua no pertenece a quienes la hablan, sino a quienes deciden retorcerla a su antojo a golpe de guía y decreto.
Me refiero a esos individuos de ambos sexos -ellos dirían individuos e individuas de ambos géneros- que se atreven, con la osadía de su ignorancia, a lo que ni siquiera pretende la Real Academia Española; que hace ortografías y gramáticas para ordenar y clarificar la parla castellana, pero no establece prohibiciones o valores morales -más allá de las marcas informativas vulgar, despectivo, peyorativo, culto o coloquial- sobre lo que la peña debe decir por la calle, en el bar donde no fuma, o en su casa.
Pero hay gente, como digo, segura de que basta poner etiquetas de incorrección política o publicar guías normativas para que el habla de la sociedad se ajuste, sin más, al objetivo buscado.
Y como en este país de tontos del ciruelo eso da votos, raro es quien no acaba apuntándose por iniciativa propia -el récord de imbecilidad socialmente correcta, aunque muy disputado, lo tiene de momento la Junta de Andalucía- o bajo presión del qué dirán, financiando verdaderos disparates; que luego, presentados con mucha gravedad y esmero, reservan al político de turno, cargo paniaguado o talibán de pesebre -a menudo se hacen la foto juntos, encantados de haberse conocido-, un lugar en los informativos regionales, o en los telediarios.
La penúltima es valenciana, a cargo del Consejo de la Juventud de allí; que con la colaboración del ayuntamiento local presentó hace un par de semanas su Guía del lenguaje no heterosexista: curioso documento donde, junto a reflexiones oportunas sobre la diversidad sexual y la necesidad de su reconocimiento social, los autores también se meten sin rubor a resolver, en cuatro líneas, complejas honduras de la lengua y su uso.
Por ejemplo, manifestando que su objetivo es ser, modestia aparte, «herramienta útil y directa de lucha contra el patriarcado y el heterosexismo a través del lenguaje», a fin de que la creencia de que la gente suele ser heterosexual y adscrita a un sexo determinado -la guía, por supuesto, dice género- «vaya desapareciendo de la sociedad»; por ejemplo, evitándose «esquemas que presupongan la existencia de un padre y una madre».
Con especial atención, teniendo presente la diversidad de situaciones familiares actuales, a «rechazar la presunción de heterosexualidad» en las personas.
Lo que, dicho en corto, significa dirigirse siempre al prójimo en términos ambiguos y poco comprometidos sobre el sexo de su presunto padre y su señora madre, aunque los tenga.
Por si acaso.
Y aunque el interlocutor aparente ser varón o hembra -quizá porque lleve bigote o luzca unas tetas de la talla 98-, no dar nunca por sentado que es una cosa u otra, no vayamos a ofenderle la sensibilidad. Etcétera.
Estoy seguro de que esa pandilla de bobos socialmente correctos, que se extiende cual mancha de aceite de oliva virgen, no se da cuenta del lío en que está metiendo a la gente -recuerden a la pobre mujer que habló en la radio de subsaharianos afroamericanos-.
De la confusión a que nos expone cuando mezcla conceptos lógicos y respetables con desvaríos de género y génera, con radicalismos idiotas que camuflan la entraña del asunto: la necesidad indiscutible de orientar a la sociedad hacia un cambio de mentalidad y actitudes, haciendo justicia a colectivos sometidos al ninguneo y al desprecio.
Sin embargo, para eso hacen falta cultura e inteligencia, elementos poco habituales en la clase política y sus clientes subvencionados.
Es más fácil apuntarse dos capotazos en plan caricatura, tachando de reaccionario, machista y homófobo a quien discrepe de las maneras o, con toda la razón del mundo, se chotee del negocio.
Ya me dirán ustedes qué suerte puede correr una causa, por noble y razonable que sea, cuando se aliña con estupideces como que es necesario proscribir la expresión «relaciones entre chicos y chicas», por excluyente, cambiándola por «relaciones sexuales»; o cuando se afirma que la palabra homosexual se usa de forma limitadora e «invisibilidad» a las lesbianas, y debe sustituirse de inmediato, por escrito y en el habla cotidiana, por las siglas LGTB. Que engloban a lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, y además queda más corto y manejable «por economía lingüística».
De manera que, señoras y caballeros, ha nacido otra estrella.
Según la guía valenciana, usted y yo deberemos decir en adelante, so pena de ser llamados fascistas homófobos, «Día del orgullo LGTB» -pronunciado elegetebé, ojo-, «comunidad LGTB» y «LGTBfobia».
El puntazo, sin embargo, viene al final, cuando la guía se refiere a condenables «expresiones heterosexistes com ara donar per cul».
Lo que significa que, a partir de ahora, tampoco podremos utilizar la gráfica, rotunda y siempre útil -especialmente en España- expresión «vete a tomar por culo».

LOS SIETE LOCOS - "Discurso del Astrólogo" (Fragmento), de Roberto Arlt "- El Astrólogo, dijo:


Sí, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres, blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro rabioso...

¿Qué es lo que dice?

Será la poda del árbol humano... una vendimia que sólo ellos, los millonarios, con la ciencia a su servicio, podrán realizar.
Los dioses, asqueados de la realidad, perdida toda ilusión en la ciencia como factor de felicidad, rodeados de esclavos tigres, provocarán cataclismos espantosos, distribuirán las pestes fulminantes...
Durante algunos decenios el trabajo de los superhombres y de sus servidores, se concretará a destruir al hombre de mil formas, hasta agotar el mundo casi. Y sólo un resto, un pequeño resto, será aislado en algún islote, sobre el que se asentarán las bases de una nueva sociedad.

Barsut se había puesto en pie. Con el entrecejo fiero, y las manos metidas en los bolsillos del pantalón, se encogió de hombros, preguntando:

Pero, ¿es posible que usted crea en la realidad de esos disparates?

- No, no son disparates, porque yo los cometería aunque fuera para divertirme.

Y continuó:
Desdichados hay que creerán en ellos... y eso es suficiente...
Pero he aquí mi idea: esa sociedad se compondrá de dos castas, en las que habrá un intervalo, mejor dicho una diferencia intelectual de treinta siglos.
La mayoría vivirá mantenida escrupulosamente en la más absoluta ignorancia, circundada de milagros apócrifos, y por lo tanto mucho más interesantes que los milagros históricos, y la minoría será la depositaria absoluta de la ciencia y del poder.
De esa forma queda garantizada la felicidad de la mayoría, pues el hombre de esta casta tendrá relacion con un mundo divino, en el cual hoy no cree.
La minoría administrará los placeres y los milagros para el rebaño, y la edad de oro, edad en la que los ángeles merodeaban por los caminos del crepúsculo, y los dioses se dejaron ver en los claros de luna, será un hecho."

BOFETADA EDUCADÍSIMA DE BRASIL AL MUNDO, por Chico Buarque, Ministro de Cultura de Brasil


Durante un debate en una universidad de Estados Unidos, le preguntaron al ex gobernador del Distrito Federal y actual Ministro de Educación de Brasil, CRISTOVÃO "CHICO" BUARQUE, qué pensaba sobre la internacionalización de la Amazonia.
Un
estadounidense en las Naciones Unidas introdujo su pregunta, diciendo que "esperaba la respuesta de un humanista y no de un brasileño"

Ésta fue la respuesta del Sr. Cristóvão Buarque.

Realmente, como brasileño, sólo hablaría en contra de la internacionalización de la Amazonia. Por más que nuestros gobiernos no cuiden debidamente ese patrimonio, él es nuestro.
Como humanista, sintiendo el riesgo de la degradación ambiental que sufre la Amazonia, puedo imaginar su internacionalización, como también de todo lo demás, que es de suma importancia para la humanidad.
Si la Amazonia, desde una ética humanista, debe ser internacionalizada, internacionalicemos también las reservas de petróleo del mundo entero.
El petróleo es tan importante para el bienestar de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. A pesar de eso, los dueños de las reservas creen tener el derecho de
aumentar o disminuir la extracción de petróleo, y subir o no su precio.
De la misma forma, el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado. Si la Amazonia es una reserva para todos los seres humanos, no se debería quemar solamente por la voluntad de un dueño o de un país. Quemar la Amazonia es tan grave como el desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales.
No podemos permitir que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros en la voluptuosidad de la especulación.
También, antes que la Amazonia, me gustaría ver la internacionalización de los grandes museos del mundo. El Louvre no debe pertenecer solo a Francia. Cada museo del mundo es el guardián de las piezas más bellas producidas por el genio humano. No se puede dejar que ese patrimonio cultural, como es el patrimonio natural amazónico, sea manipulado y destruido por el sólo placer de un propietario o de un país.
No hace mucho tiempo, un millonario japonés decidió enterrar, junto con él, un cuadro de un gran maestro. Por el contrario, ese cuadro tendría que haber sido internacionalizado.

Durante este encuentro, las Naciones Unidas están realizando el Foro del Milenio, pero algunos presidentes de países tuvieron dificultades para participar, debido a situaciones desagradables surgidas en la frontera de los EE.UU. Por eso, creo que Nueva York, como sede de las Naciones Unidas, debe ser internacionalizada. Por lo menos Manhatan debería pertenecer a toda la humanidad. De la misma forma que París, Venecia, Roma, Londres, Río de Janeiro, Brasilia... cada ciudad, con su belleza específica, su historia del mundo, debería pertenecer al mundo entero.

Si EEUU quiere internacionalizar la Amazonia, para no correr el riesgo de dejarla en manos de los brasileños,internacionalicemos todos los arsenales nucleares. Basta pensar que ellos ya demostraron que son capaces de usar esas armas, provocando una destrucción miles de veces mayor que las lamentables quemas realizadas en los bosques de Brasil.

En sus discursos, los actuales candidatos a la presidencia de los Estados Unidos han defendido la idea de internacionalizar las reservas forestales del mundo a cambio de la deuda. Comencemos usando esa deuda para garantizar que cada niño del mundo tenga la posibilidad de comer y de ir a la escuela. Internacionalicemos a los niños, tratándolos a todos ellos sin importar el país donde nacieron, como patrimonio que merecen los cuidados del mundo entero. Mucho más de lo que se merece la Amazonia. Cuando los dirigentes traten a los niños pobres del mundo como Patrimonio de la Humanidad, no permitirán que trabajen cuando deberían estudiar; que mueran cuando deberían vivir.

Como humanista, acepto defender la internacionalización del mundo; pero, mientras el mundo me trate como brasileño, lucharé para que la Amazonia, sea nuestra. ¡Solamente nuestra!


Este artículo fue publicado en el NEW YORK TIMES, WASHINGTON POST, USA TODAY y en los diarios de mayor tirada de EUROPA y JAPÓN.
Pero en BRASIL y el resto de Latinoamérica, este artículo no fue publicado.
Ayúdenos a divulgarlo.

GENERAL, de Bertold Brecht - traducción de Adolfo Cedrán - 1969


Otra vez se oye hablar de grandeza (Ana, no llores)
El tendero nos fiará.
Otra vez se oye hablar del honor (Ana, no llores)
No podemos comer ya.
Otra vez se oye hablar de victorias (Ana, no llores)
A mi no me tendrán.
Ya desfila el ejercito que marcha (Ana, no llores)
Ya desertarán.
General, tu tanque es muy potente
aplasta a cien hombres y arrasa el pinar.
General, pero tiene un defecto:
necesita un hombre que lo pueda guiar.
General, tu avión es poderoso,
vuela como tormenta y destruye la ciudad.
General, pero tiene un defecto:
necesita un hombre que lo pueda pilotar.
General, el hombre es muy útil,
puede volar, puede matar.
General, pero tiene un defecto:
puede pensar.
Puede pensar...!!!

MUCHAS MANERAS DE MATAR, de Bertold Brecht


Hay muchas maneras de matar. Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.
Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra, etcétera.
Sólo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado.

PRIMERO SE LLEVARON..., de Bertold Brecht


Primero se llevaron a los comunistas, y yo no dije nada porque yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí,
no quedaba nadie para protestar.

SATISFACCIONES, de Bertold Brecht


La primera mirada por la ventana al despertarse, el viejo libro vuelto a encontrar,
los rostros entusiasmados,
nieve,
el cambio de las estaciones,
el periódico, un perro, la dialéctica,
bañarse, nadar,
música antigua,
zapatos cómodos,
comprender, música nueva,
escribir, plantar,
viajar,
cantar,
ser amable.

HISTORIA DEL SEÑOR KEUNER, de Bertold Brecht (fragmento)


El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado.
Decía:
"En cualquier parte puedo morirme de hambre...!"
Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera.
Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra.
"¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista?"
Porque me topé con un nacionalista.
Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella.

LOS HERMANOS, de Atahualpa Yupanqui


Yo tengo tantos hermanos,
que no los puedo contar,
en el valle, la montaña,
en la pampa y en el mar.

Cada cual con sus trabajos,
con sus sueños cada cual,
con la esperanza delante,
con los recuerdos, detrás.

Yo tengo tantos hermanos,
que no los puedo contar.

Gente de mano caliente
por eso de la amistad,
con un rezo pa’ rezarlo,
con un llanto pa’ llorar.

Con un horizonte abierto,
que siempre está más allá,
y esa fuerza pa’ buscarlo
con tesón y voluntad.

Cuando parece más cerca
es cuando se aleja más.
Yo tengo tantos hermanos,
que no los puedo contar.

Y así seguimos andando
curtidos de soledad,
nos perdemos por el mundo,
nos volvemos a encontrar.

Y así nos reconocemos
por el lejano mirar,
por las coplas que mordemos,
semillas de inmensidad.

Y así seguimos andando
curtidos de soledad,
y en nosotros nuestros muertos
pa’ que naide quede atrás.

Yo tengo tantos hermanos,
que no los puedo contar,
y una novia muy hermosa
que se llama LIBERTAD...!!

EL ARRIERO, de Atahualpa Yupanqui


En las arenas bailan los remolinos, el sol juega en el brillo del pedregal,
y prendido a la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento,
lo saludan las flautas del pajonal,
y animando la tropa par esos cerros,
el arriero va, el arriero va.

Las penas y las vaquitas
se van par la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.

Un degüello de soles muestra la tarde,
se han dormido las luces del pedregal,
y animando la tropa, dale que dale,
el arriero va, el arriero va.

Amalaya la noche traiga un recuerdo
que haga menos peso mi soledad.
Como sombra en la sombra por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.

CANCION PARA PABLO NERUDa, de Atahualpa Yupanqui


Pablo nuestro que estás en tu Chile,
viento en el viento.
Cósmica voz de caracol antiguo.
Nosotros te decimos,
gracias por la ternura que nos diste,
por las golondrinas que vuelan con tus versos.
De barca a barca, de rama a rama.
De silencio a silencio,
el amor de los hombres repite tus poemas.
En cada calabozo de América
un muchacho recuerda tus poemas.
Pablo nuestro que estás en tu Chile,
todo el paisaje custodia tu sueño de gigante.
La humedad de la planta y la roca
allá en el sur.
La arena desmenuzada, vicuña adentro
en el desierto.
Y allá arriba, el salitre, las gaviotas y el mar.

Pablo nuestro que estás en tu Chile.
Gracias, par la ternura que nos diste.

SÁBANA Y MANTEL, de María Elena Walsh


Sábana y mantel

Son trapos de ser humano
si humano lo dejan ser.
Sencilla gala de pobre
y no lujo de burgués
que se puede tener mucho
pero no tener con quién.

Sábana y mantel.

El hijo de la intemperie
los teje más de una vez
y puede con hoja verde
adornar su desnudez.
Salvaje quien duerme avaro
y mata el hambre de pie.
Sábana y mantel.
No te los dan en la cárcel
y por más que te los den
en el destierro no suelen
aliviar sueño ni sed
porque no saben la historia
escrita sobre tu piel.

Sábana y mantel.

Uno manchado de vino
que señal de gozo es
y la otra humedecida
con rocío de querer
que no le falten a nadie
en este mundo tan cruel.

Sábana y mantel.

CANCIÓN DE CAMINANTES, de María Elena Walsh


Porque el camino es árido y desalienta.
Porque tenemos miedo de andar a tientas
Porque esperando a solas poco se alcanza
Valen mas os temores que una esperanza

Dame la mano y vamos ya.
Si por delicadeza perdí mi vida
Quiero ganar la tuya por decidida.
Porque el silencio es cruel peligroso el viaje
Yo te doy mi canción tu me das coraje.
Dame la mano y vamos ya.

Animo nos daremos a cada paso
Animo compartiendo la sed y el vaso
Animo que aunque hallamos envejecido
Siempre el dolor parece recién nacido.

Dame la mano y vamos ya.

Porque la vida es poca la muerte mucha
Porque no hay guerra pero sigue la lucha
Siempre nos separaron los que dominan
Pero sabemos que hoy eso se termina.

Dame la mano y vamos ya.

CANCIÓN DE CUNA PARA GOBERNANTE, de María Elena Walsh


Duerme tranquilamente que viene un sable
a vigilar tu sueño de gobernante.
América te acuna como una madre,
con un brazo de rabia y otro de sangre.

Duerme con aspavientos, duerme y no mandes
que ya te están velando los estudiantes.
Duerme mientras arriba lloran las aves,
y el lucero trabaja para la cárcel.

Hombres, niños, mujeres, es decir: nadie,
parece que no quieren que tú descanses.
Rozan con penas chicas tu sueño grande,
cuando no piden casas, pretenden panes.

Gritan junto a tu cuna: No te levantes...!!!
aunque su grito diga: «Oíd, mortales».

Duermete oficialmente, sin preocuparte,
que sólo algunas piedras son responsables,
que ya te están velando los estudiantes
y los lirios del campo no tienen hambre.
Y el lucero trabaja para la cárcel.

COMO LA CIGARRA, de María Elena Walsh


Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aqui, resucitando.
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
porque me mató tan mal, y seguí cantando.

Cantando al sol como la cigarra  después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron, tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo, pero me olvidé después
que no era la única vez, y volví cantando.


Tantas veces te mataron, tantas resucitarás,
tantas noches pasarás desesperando.
A la hora del naufragio y la de la oscuridad,
alguien te rescatará para ir cantando.

JUICIO A LAS JUNTAS MILITARES, de Jorge Luis Borges - 1985


He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral.
Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura.
Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico.
Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor.
El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno.

Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz.
Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas "sesiones" cualquier hombre declara cualquier cosa.

Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día.
Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel.
Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca.
De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos.
El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno.
Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia.
Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira.
La cárcel es, de hecho, infinita.

De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella.
Ocurrió un 24 de diciembre.
Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca.
No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino.
Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped).
Era la cena de Nochebuena.
Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente.
Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad.
No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento.
Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal.

¿Qué pensar de todo esto?
Yo, personalmente, descreo del libre albedrío. Descreo de castigos y de premios. Descreo del infierno y del cielo.
Almafuerte escribió: "somos los anunciados, los previstos; hay un Dios, si hay un punto omnisapiente; ¡y antes de ser, ya son, en esa mente, los Judas, los Pilatos y los Cristos!
Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice.

Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores.
No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer.

SOBRE VIOLACIONES Y FASCISTAS, de Arturo Pérez Reverte - 21.2.11


Si algo desvirtúa y ahueca las palabras, vaciándolas de significado, es la estupidez de quienes abusan de ellas.
Me refiero a ésos que entran a saco en el diccionario -que encima no consultan jamás- y, con la ausencia de complejos del analfabeto o el capullo en flor, machacan un término al que convierten en perejil de todas las salsas, retorciendo su sentido original hasta que no puede reconocerlo ni la madre que lo parió.
Y al cabo, cuando la gente seria necesita esa palabra para usarla en su sentido exacto, se encuentra con que la infeliz comparece tan ajada y maltrecha que no sirve para nada.
Los que cada día trabajamos dándole a la tecla, eso lo notamos mucho. Como también lo aprecia cualquiera que tenga sentido común y se fije.
Puesto en verso, es lo que le ocurre al pobre Luis Mejías con doña Ana de Pantoja, en el Tenorio, cuando dice aquello de:

Don Juan, yo la amaba, sí.
Mas con lo que hais osado,
imposible la hais dejado,
para vos y para mí».

Un ejemplo, entre muchos, es la palabra fascista; que, de aludir al movimiento nacionalista surgido en Italia después de la Primera Guerra Mundial, con su encarnación hispana en el falangismo y otras tendencias hermanas, pasó a definir durante la Guerra Civil, en boca de la izquierda radical, al bando nacional e incluso a los republicanos moderados.
Heredada por el franquismo, la palabra fue patrimonio de la ultraderecha durante la Transición, antes de verse felizmente olvidada durante veinte años.
Pero en los últimos tiempos ha vuelto a ponerse de moda.
La necesidad, a falta de coherencia ideológica propia, de poner etiquetas al adversario, hace que ahora se aplique a cualquier persona o situación que se aparte, no ya de una posición de izquierda, sino de lo social y políticamente correcto, e incluso de la más fresca tontería de moda.
Así, alguien que se peine con fijador o vista con corrección puede ser calificado de fascista, igual que el aficionado a los toros, quien enciende un cigarrillo o el que ejerce violencia doméstica.
Todo se presenta en el mismo paquete, el de fascistas o fachas, como si fuera improbable que alguien de izquierdas se peine con raya, fume, le guste ir a los toros o le pegue a una mujer.
Por supuesto, quien más jugo saca al término es la clase política: ni los del Pepé de Murcia se cortaron llamando fascistas -en vez de animales miserables y cobardes, que es lo adecuado- a quienes apalearon hace unos días a su consejero de Cultura, ni un consejero de la junta andaluza llamado Pizarro se privó de llamar fascistas a los funcionarios, algunos afiliados a su mismo partido, o votantes de él, que boicotean los actos del Pesoe.
La cosa no se limita a España, claro. Con los tiempos que corren y los que van a correr, la tontería es internacional.
Pensaba en eso leyendo las manifestaciones de unas ecologistas inglesas que aseguraban «sentirse violadas» porque el compañero de lucha con el que se dieron muchos, repetidos y voluntarios homenajes carnales, resultó ser un policía infiltrado.
Y claro.
La diferencia entre irse a la cama con un ecologista o con un policía es que el txakurra te viola.
Tú puede que no te percates; pero él, en su fuero interno, sabe que te viola. El fascista.
Frente a eso, ya me dirán ustedes qué palabra reservamos al violador de verdad; al que fuerza sexualmente a una mujer -o a un hombre, que siempre olvidamos ese detalle- abusando de su vigor físico, de la amenaza, del estatus económico o social.
Al auténtico hijo de puta de toda la vida.
Pues, si de violar en serio hablamos, les aseguro que ni idea tienen ciertos gilipollas y ciertas gilipollos.
Pregúntenle a Márquez y a los colegas con los que andábamos por los Balcanes qué es violar de verdad, y a lo mejor los pillan relajados y se lo cuentan.
Mujeres entre los escombros de sus casas, degolladas después de pasarles por encima docenas de serbios o croatas. Hoteles llenos de jóvenes apresadas para disfrute de la tropa, a las que se pegaba un tiro cuando quedaban preñadas.
O aquella ciudad de Eritrea, abril de 1977, cuando un jovencísimo reportero que ustedes conocen tuvo el amargo privilegio de asistir, impotente, a la caza de cuanta mujer de nacionalidad etíope quedaba a mano.
Igual un día les cuento con detalle cómo gritan, primero, y luego, al quinto o sexto golpe, se callan y aguantan resignadas, gimiendo como animales.
Supongo que para individuas como Pilar Rahola, María Antonia Iglesias y otras joyas de la telemierda, que tras vivir de la política viven ahora de la demagogia pseudofeminista imbécil, el arriba firmante tendría que haber evitado aquello: persuadir a mil quinientos tíos con escopetas de que lo que hacían estaba feo.
Seguro que las antedichas y otros cantamañanas de ambos sexos lo habrían evitado, con dos cojones.
Interponiéndose.
Así que seguramente me llamarán violador pasivo, por defecto.
Y fascista...

QUE ME PALPEN DE ARMAS, de Oscar Martínez (con música de Lito Vitale)


Creo en el amor como en la experiencia más maravillosa de la existencia, como generador de toda clase de alegrías. Y en el amor correspondido como la felicidad misma.
Pero no fui educado para él, ni para la felicidad, ni para el placer, porque fui advertido malamente contra la entrega y el gozoso abandono que supone.
Cada día, entonces, todavía, es una ardua conquista, una transgresión, una desobediencia debida a mí mismo, una porfía. La laboriosa tarea de desaprender lo aprendido, el desacato a aquel mandato primario y fatal, aquel dictamen según el cual se gana o se pierde, se ama o se es amado, se mata o se es muerto.
La vida, por tanto, no me ha endurecido. Ese sea, tal vez, mi mayor logro.
Que me palpen de armas.
Dejo a un lado, si es que alguna vez tuve o me queda, toda arma que sirva para volverse temible, para someter, para acumular, para ser poderoso, para triunfar en un mundo de mano armada, en el que la felicidad se compra con tarjeta de crédito.
No quiero que la lucidez me cueste la alegría, ni que la alegría suponga la necedad o la ceguera...
Pero no me es fácil: me cuesta vivir a contratiempo con la sensación de ser testigo de un desatino histórico gigantesco, de un extravío descomunal, tan irracional, absurdo o desolador como la bomba de neutrones.
No entiendo al mundo.
Me parece, como dice Serrat, que ha caído en manos de unos locos con carnet.
Me siento ajeno a la debacle, pero en el medio de ella. Mi vida es apenas un instante en el océano del tiempo, y es como si quisiera que ese instante fuera sereno y hondo en el medio de una ensordecedora discoteca o de un holocausto definitivo, siempre a punto de estallar.
Me desazona la banalización de la vida, el pavoneo de la insensatez, el triunfo de la prepotencia y de la ostentación. La deshumanización salvaje de los poderosos, la aceptación y el elogio del "sálvese quien pueda".
La práctica y la prédica del desamor y de la histeria. Me descorazona la idiotez colectiva, la idealización de lo superfluo, el asesinato de la inocencia. El descuido suicida de lo poco que merecía nuestro mayor esmero. El desconocimiento o el olvido de nuestra propia condición.
Me conmovió, no hace tanto, que el cosmólogo Sagan, en un artículo extenso escrito como desde un punto perdido en el infinito del espacio, desde el cual el mundo se observa como una bolita cachuza, terminara diciéndonos: "Besen a sus hijos..!”
Escuchemos a esos hombres; sigámoslos.
Leamos a los poetas. No permitamos que el misterio de la existencia deje de estremecernos cada día, porque es el costo más alto que podemos pagar por nuestra necedad y nuestra omnipotencia.
La vida de un árbol merece nuestra devoción y nuestro más grande regocijo: al amparo gozoso de su sombra, acariciados por la tibieza de la luz del sol, y arrullados por el sonido mágico e irrepetible de su follaje mecido por la mano invisible del viento, estaremos a salvo de la alienación y de la orfandad.
Siempre y cuando seamos capaces de apreciar esa gloria, mientras nos sea posible de reconocer en ella nuestra mayor riqueza.
Que la muerte no nos hiera en vida.
Que la ferocidad no nos pueda el alma.
Que nada troque nuestra dicha de estar despiertos.
Que una caricia nos atraviese como una flecha jubilosa y radiante.
Besemos a los que amamos.
Amémonos..!! 

CON PERMISO, de Mario Benedetti


Está prohibido escribir sobre cierta violencia, así que voy a hablar de la violencia permitida.

El violento autorizado asiste comprensivo y curioso a tus cartas de amor,
acaricia contigo los muslos de tu novia,
escucha tus murmullos, tus desfallecimientos.
Duro e infeliz, se introduce doméstico en tu casa
pobre gendarme de repente promovido al horror manoseador
de secretos y mayólicas, a veces ladroncito sin vocación
ni melancolía, recién llegado al crimen rico del miedo,
el violento autorizado ve con preocupación el camello
que pasa por el ojo de la aguja, y ordena un silencio sin fisuras,
para poder vociferarte en el oído,
su higiénico entusiasmo por la libertad
Deja el corazón en el hogar junto a los menos,
o en el apartamento de su hembrita tercera,
a fin de no comprometerlo cuando ultima
a los heridos de ojos abiertos.

El violento autorizado, poro a poro te odia, pero sobre todo
se aborrece a sí mismo, y como todavía no puede reconocerlo
sabe que en el espejo ha de encontrar, puntual,
su arcada indivisible su minifundio de vergüenza.
Tortura así, con la boca seca, malbaratando de ese modo
sus insomnios, y sabiendo, muy en el fondo, que todo
es una gran postergación inútil, porque la historia no es impaciente, pero mantiene sus ficheros al día.
El violento autorizado tiene una descomunal tijera
para cortar las orejas de la verdad, pero después,
no sabe qué hacer con ellas.
No entiende de símbolos, y lo bien que hace,
porque todo, las calles, las ventanas, los ojos, las paredes,
el cielo, los puños, los dientes, son mercados de símbolos,
son ferias donde el futuro se ofrece como pichincha inesperada.

El violento autorizado se mete en sus metales,
en sus fortalezas semovientes, en su noche expugnable,
pero como deja un huequito para respirar,
por ahí se cuela no la bala perdida, sino el guijarro.
Tiene miedo, y lo bien que hace…!!
El violento autorizado posee una formidable
computadora electrónica, capaz de informarle
qué violencia es buena y qué violencia es mala
y por eso prohíbe nombrar la violencia execrable.
La computadora por ejemplo advirtió que este poema
trataba de la violencia buena. 

FUNES, EL MEMORIOSO, de Jorge Luis Borges


Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado: sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera.
Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada, y singularmente remota, detrás del cigarrillo.
Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado.
Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental.
Recuerd
o en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre.
Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887...
Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será, acaso, el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes.
Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo, género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo.
Literato, cajetilla, porteño, Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras.
Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo ", No lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco.
Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur; ya se enloquecían los árboles.
Yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe, oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto. Alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites.
Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco".
La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.
Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie, y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto. Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles.
Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores.
Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado...
Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina.
No sin alguna vanagloria, yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César, y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista.
Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84". Ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente.
La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g.
Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio.
El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone: el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor.
Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana.
Esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito, llegué al segundo patio. Había una parra: la oscuridad pudo parecerme total.
Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo: esa voz hablaba en latín. Esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra: mi temor las creía indescifrables, interminables.
Después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo XXIV del libro VII de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria: las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba: creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo.
La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil. Yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato, que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche. Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez.
Con evidente buena fe se maravilló que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios: no me hizo caso.)
Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra.
Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española, que sólo había mirado una vez, y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples: cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero. No había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.
Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente.
Lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio.
No sé cuántas estrellas veía en el cielo. Esas cosas me dijo: ni entonces ni después las he puesto en duda.
En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos. Es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.
Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas...
Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne.
Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo XVII postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo.
En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil.
Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez. Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero: Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso.
Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres: nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano.
Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban (Repito que el menos importante de sus recuerdos, era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea: en esa dirección volvía la cara para dormir.
También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente. Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.
La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra. Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado.
Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868: me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides.
Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria. Me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.
Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar. 

PLANTA UN ÁRBOL, de Antonio Alejandro Gil


Planta un árbol, convencido,
aunque el sitio en que lo plantes
no sea tuyo, y mueras
antes de verlo florecido.

Que hará un pájaro su nido
a su abrigo acogedor,
que a un hombre trabajador
será su sombra propicia,
y que siempre beneficia
lo que se hace por amor. 

LA PENA DE MUERTE, de María Elena Walsh


Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra autorizado por los doctores de la ley, y a la vista de mis hijos.
Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado.
Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.
Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial.
Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la Justicia.
Fui
quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico-protestante.
Fui enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre.
Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna de unitarios.
Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales.
Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.
Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.
Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos.
Me condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común.
A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital.
Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable.
Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar.
Cada vez que se alude a este escarmiento, la Humanidad retrocede en cuatro patas. 

CREO, VIEJA, QUE TU HIJO LA CAGÓ, de Jorge Valdano



Juan Antonio Felpa era de talante tranquilo, pero resolvió asegurarse el sueño de la noche previa a la del día del partido con medio somnífero, porque estaba inquieto, y no le faltaba razón.
El hábito lo des¬pertó a las siete de la mañana, e instantáneamente un cosquilleo nervioso en el estómago le anunció que era domingo, día de fútbol, y decidió quedarse un poco más en la cama a pensar en el partido. Consumió varios minutos parando penaltys en idénticas versio¬nes. Era su sueño favorito, su fantasía recurrente: O-O faltando un minuto y penalty en contra; silencio ex¬pectante, miradas de ojos grandes, intuición exacta y él en el aire abrazado a la pelota y otra vez él en el suelo sintiéndose dueño de los aplausos, responsable de la catástrofe diminuta que sufrían las emociones de cientos de aficionados; O-O final. A veces imaginaba lo mismo con ventaja de 1-O para su equipo, pero esa his¬toria le gustaba menos porque tenía que repartir la gloria con el compañero que había marcado el gol.
A Juan Antonio Felpa, obrero de Fábricas Unidas y portero del Sportivo Atlético Club, se le dibujaba una sonrisa estúpida cuando paraba penaltys mentalmente aunque él no se daba cuenta.
Se acordó del tiempo con la preocupación de un agricultor; saltó de la cama y se fue hasta la puerta rogando que no lloviera. Aquel 16 de septiembre de 1964, la primavera se había adelantado cinco días al calendario. Era una mañana irreprochable. Ese sol que invitaba a vivir, le recordó la enfermedad de su padre: “Día peronista” hubiera dicho él. Luego pasaría a visitarlo para hacerle olvidar por un rato la tristeza de perderse el clásico.
Entró a la humilde cocina a tomarse un té, como era su costumbre dominguera, sin poder sacarse el partido de la cabeza. Clavó la vista en un póster arrugado de Amadeo Carrizo que había pegado años atrás en la pared. Sin haberlo visto nunca jugar, había sido siempre hincha del River Plate.
Buenos Aires estaba a muchos kilómetros y a muchos pesos de distancia, pero él idealizaba la trayectoria del equipo capitalino y la de su portero legendario a través de la radio y de la revista El Gráfico. Como admirar es identificarse, Felpa se sentía el Carrizo del pueblo, le emulaba algunos gestos, y hasta había conseguido una gorra a cuadros parecida a la que el portero riverplatense usaba para defenderse del sol.
«Grande maestro», le murmuró Juan Antonio a la foto de Amadeo en el preciso instante que su mujer, con ojos todavía dormilones, entraba en la cocina:
-Hablás solo.
-No, pensaba.
Recibió el beso cariñoso y joven de Mercedes, y los dos hablaron durante largo rato de simples cosas suyas.
Juntos escucharon a Johnny Lombard anunciando el partido:
“A las cinco de la tarde, en el campo comunal Sportivo y Argentino de Las Parejas se juegan el título de Liga en el partido más esperado del año”.
Esa voz emotiva, que paseaba en un coche lento y que era ampliada por dos grandes altavoces ubicados sobre el techo, lograba que Felpa se sintiera importante. Piel de gallina se le ponía.
Todavía faltaban cinco partidos para que terminara el campeonato, y los dos equipos que dividían el pueblo: los celestes del Argentino y los verdirrojos del Sportivo compartían el primer puesto de la Liga Cañadense de Fútbol. Esa tarde ponían el honor y la vergüenza en juego, para definir de una vez por todas quién era quién en la Liga.
Desd
e hacía una semana no se hablaba de otra cosa. Circulaban las apuestas, se espesaban las bromas, y los más impacientes ya se habían cruzado algún puñetazo. Estaba clarito en el ambiente que lo que se jugaba era el clásico más importante de los últimos tiempos.
-¿Que tal en la fábrica? -preguntó Mercedes.
-Y... esta semana, ya sabés, los muchachos me volvieron loco.
Orgulloso, Juan Antonio le contó a su mujer; entre otras cosas, que el patrón, palmeándole la espalda le había dicho:
“Juan, el domingo te tenés que portar, ¿eh?”…
Felpa era un buen tipo, de veintiséis años, casado no hacía mucho tiempo y con un niño de meses. De gustos sencillos, querido y popular, era de esa clase de hombres que teniendo poco no necesitan más. Se vistió con ropa de domingo, revisó la bolsa de deportes, olió con ganas y sin ruidos la habitación del hijo dormido, y se despidió de su mujer sin mucha ceremonia.
En el sanatorio San Luis, sentado en la cama donde convalecía su padre de una operación estomacal, recibió con paciencia consejos futbolísticos.
Recordaron aquel día que habían ido a cazar y Juan Antonio, con diez años, salió corriendo y se tiró de panza sobre una liebre, a la que el padre había apuntado y pretendía disparar con su vieja escopeta. La liebre se escapó y el imprudente proyecto de guardameta, que vivía abalanzándose sobre cualquier cosa, recibió una paliza de la que no se olvidaría nunca más. En esa época le empezaron a llamar Gato. Su padre, hombre de carácter fuerte, que amaba al Sportivo con la misma intensidad con que odiaba al Argentino, nunca estuvo de acuerdo con que su hijo fuera portero, y no sólo porque le espantaba las liebres, sino porque siempre había pensado que los porteros eran medio imbéciles. Pero quería tanto a su único hijo, que mudó el prejuicio y terminó mirando los partidos desde detrás de la portería, aunque era más lo que molestaba con sus gritos que lo que respaldaba.
En la cama del sanatorio, don Jesús Eladio Felpa se sentía mejor; pero no poder ver ese clásico, lo tenía algo excitado. Iba a tener que conformarse con abrir las ventanas de su habitación para interpretar los gritos que llegaran desde la cancha. A doscientos metros de distancia, era capaz de identificar, aguzando el oído, las jugadas peligrosas, el equipo que dominaba y, sin dudar, a qué equipo pertenecía el gol que se marcaba.
Treinta y cinco años viendo al Sportivo le habían enseñado mucho. Su pobre mujer tenía que soportar en silencio el relato aproximado que don Jesús hacía de las jugadas.
Juan Antonio se fue a la sede del club llevándose una última recomendación paterna:
-Métanle cinco goles, así no hablan nunca más.
En el camino volvió a fabricar un penalty en la cabeza. Siempre se tiraba hacia la derecha y apresaba entre sus manos el balón que llegaba a media altura.
“La esperanza es el sueño de los despiertos..!”, escuchó un día.
En la sede encontró más gente que nunca y un clima prebélico. Las manos se le posaban en los hombros como mariposas brutas y contestó con una sonrisa los comentarios de siempre:
“No te preocupes, que hoy ni se acercan...”.
A las cinco cerrará las persianas, ¿eh?...”
“¿A quién le ganaron ésos...?”
Llegó a la tranquilidad del restaurante y saludó a sus compañeros, la mayoría de pueblos y ciudades cercanas a los que no veía desde el domingo pasado. Eran buena gente, pero él envidiaba la capacidad que tenía el Argentino para formar jugadores del pueblo. El Tano Perazzi lo explicaba bien:
“Los del pueblo juegan por la camiseta, y los de afuera juegan por la plata”.
Pero siempre había sido así, y, la verdad, mucha plata no había.
Comieron carne asada con ensalada, y después la Bruja Mirage, ex jugador y en aquel momento entrenador, dio la alineación y dijo las cuatro tonterías de siempre con tono de haber inventado el fútbol.
Los Felpa, padre e hijo, no lo tragaban porque nunca había defendido el fútbol local. Cuanto de más lejos le traían los jugadores, más contento estaba. Además, jugaba sin wínes, y tácticamente se equivocaba mucho. Los dos solían acordarse del día en que el Negro Moyano lo saludó a los gritos en mitad del bar Victoria:
-¿Cómo te va, embrague?
-¿Por qué embrague? -preguntó el entrenador con poca prudencia.
-Porque primero metés la pata y después hacés los cambios- le soltó el Negro para que se riera todo el mundo.
Cómo sufrió el odio Mirage, esa vez…!
Los jugadores decidieron irse para la cancha distribuidos en cuatro coches particulares de directivos de la comisión de fútbol. Salieron por la puerta trasera para no darle oportunidad a los pesados. En el vestuario empezaron a respirar el clima del partido. Ahí adentro olía a fútbol.
El partido estaba cerca, y afuera crecía el ruido. Apretados por los nervios, se vistieron, se masajearon e hicieron movimientos de calentamiento como si se tratara de un ritual.
El Gato Felpa, en un rincón, sólo movía los brazos y de vez en vez tiraba algún golpe al aire como los boxeadores. Se ponía rodilleras y unos pantalones cortos acolchados en las caderas para amortiguar los golpes de las caídas. No usaba guantes, ni entendía cómo se podía atajar con ellos.
Si alguien se lo preguntaba, había aprendido una frase que le gustaba repetir:
“Me quitan sensibilidad”.
Los hierros entre los que trabajaba durante la semana habían modelado manos fuertes, y a él le gustaba sentir la pelota entre sus dedos. El equipo, como era su costumbre, hizo un corro y todos encimaron las manos sobre las del capitán, para dar tres gritos de guerra que contribuían a darles confianza y a hacerlos sentir más juntos. De rebote, también valía para asustar a los del vestuario contiguo.
Se fueron para el túnel, con música de tacos de cuero sobre el suelo y cuidando de no resbalarse en el cemento. Cuando asomaron la cabeza estalló la mitad roja-verde del campo.
Los celestes ocupaban el lado opuesto y homenajearon a sus jugadores tres minutos después. Ahí estaba todo el pueblo.
Era día grande, de esos que dejan hablando al pueblo durante semanas; banderas, papeles picados, bombos, matracas gigantes, cantos; no faltaba nada.
El sermón arbitral fue breve: ”A jugar y a callar..!”, dijo a los capitanes en el centro del campo antes de sortear las porterías.
El griterío de la gente y la emotividad de lo que estaba en juego, dignificó en parte el fútbol pobre que se jugó en la primera mitad. Los dos equipos trataban de aprovechar el descuido del adversario, pero, eso sí, sin descuidarse. Se tenían miedo y estaban tensos, y eso, procesado futbolísticamente, da como resultado un partido trabado e impreciso.
Acertó don Jesús Eladio Felpa, en el sanatorio, cuando le resumió el primer tiempo a su mujer:
-Partido malo, vieja, ni ocasiones de gol crearon.
Se jugó mal, es cierto, pero se jugó en serio. Las piernas se metían fuertes, y entre los jugadores se escucharon palabras duras.
El segundo tiempo pareció un poco más abierto, pero pisaron poco las áreas. Los dos equipos malograron alguna oportunidad, pero no fueron fruto de balones claros, sino de rebotes afortunados o de errores cometidos por piernas cansadas.
Pero de un clásico de pueblo nadie se va antes de tiempo. Certero otra vez don Jesús, le advirtió a su paciente mujer; faltando unos quince minutos, que “todavía podía pasar cualquier cosa”.
En ese segundo tiempo, Juan Antonio se calzó la gorra, porque el sol estaba bajo y pegaba de frente.
Sus pocas intervenciones las había resuelto con sobriedad, salvo aquella pelota que llegó combada y despejó por encima del travesaño tirándose para atrás. Una parada más espectacular que difícil.
Desde atrás dio órdenes, animó a sus compañeros y en ningún momento perdió concentración. Hasta el momento de la jugada que nunca más olvidarían quienes estaban ahí, el partido no se había dado para que él se luciera.
Faltaban cuatro minutos para el final cuando el Gringo Santoni, siempre tan apresurado, despejó a córner sin necesidad. Había llegado ese momento en el cual, los menos interesados, miraban el reloj con ganas de que aquello terminara de una vez, los borrachos hablaban solos y los fanáticos estaban trepados a las vallas totalmente desencajados.
El córner venía fuerte y el Gato Felpa, todo hay que decirlo, dudó en la salida y se quedó a mitad de camino. El Oso Antuña, defensor central del Argentino, no necesitó saltar para cabecear seco al ángulo cruzado. El Enano Zárate, que con esa altura no podía marcar a nadie por arriba, y que en los córners era el encargado de cuidar el primer palo, supo instintivamente que con la cabeza jamás podía llegar a esa pelota, y la despejó de un manotazo.
¡Penalty..!
Aquello calentó a los indiferentes, congeló a los fanáticos y hasta calló a los borrachos. El lado celeste de la cancha se puso de fiesta, y la gente del Sportivo esperaba, inmóvil y muda, a que los dioses del fútbol les dieran una mano. Todo lo que estaba pasando se parecía mucho a la fantasía de Juan Antonio Felpa.
El sol, del otro lado de la cancha, se había caído detrás de los cipreses, y Felpa, parado en el centro de la línea de meta, se quitó la gorra muy resuelto y la tiró adentro de la portería. Sintió un frescor agradable en la cabeza sudada, y quizá por eso experimentó la fe de los héroes.
A once metros de distancia, el Befo Nieva ya estaba frente a la pelota. Se cruzaron una mirada huidiza, medio cómplice y medio asesina.
Juan Antonio Felpa flexionó levemente las rodillas, y con los ojos fijos en el lanzador escuchó la orden del árbitro. Ya tenía la decisión tomada.
Cuando el Beto golpeó la pelota, Felpa ya volaba en la dirección del sueño. Al lado del palo derecho, se abrazó a la pelota en el aire, y antes de caer al suelo sintió, como un relámpago, la alegría más grande de su vida.
Ahora era la mitad rojo-verde del campo la que se había puesto de fiesta al grito de «Felpa», «Felpa», «Felpa».
Yo no sé lo que le pasó en ese momento, porque en veinticinco años nadie logró hablar con él del tema sin que se enfadara, pero para mí que esos gritos lo confundieron, y eso lo llevó a tomar el camino más absurdo de su vida. Lo cierto es que se levantó del suelo endiosado, y queriendo prolongar ese momento mágico, cometió el error de ir a buscar la gorra dentro de la portería con la pelota debajo del brazo.
El árbitro dudó antes de dar el gol, y el campo entero tardó en echarse las manos a la cabeza, entre eufóricas risas celestes y sorprendidos lamentos verdirojos.
El extraño coro de murmullos que quedó flotando en el ambiente desconcertó a don Jesús Eladio Felpa, que había sufrido con el penalty (“hay que reconocer que fue justo, vieja”) y se había alegrado con el paradón.
Intuyó que algo malo había pasado, y con una mínima esperanza de haberse equivocado, miró a su santa mujer y le comentó entre triste y preocupado:
Creo, vieja, que tu hijo la cagó. 

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