lunes, 17 de junio de 2013

SOBRE ORCAS, TONTOS Y MALVADOS, de Arturo Pérez Reverte - 17/6/13

He dicho alguna vez que, en mi opinión, un tonto es mucho más peligroso que un malvado.
Las consecuencias suelen ser peores, a la larga. Incluso a la corta.
Y mientras al malvado, si es medianamente listo, se le puede convencer, incluso, de la utilidad de portarse bien, y hasta es posible obtener enseñanzas prácticas de sus maldades y consecuencias, el tonto ni se deja convencer, ni convence, ni hay nada en él de aprovechable, excepto la confirmación, una vez más, de la ilimitada capacidad de estupidez que caracteriza al género humano.
Otra cosa es que, con el tiempo, a fuerza de tesón y ejercicio, el tonto acabe convirtiéndose objetivamente en malvado. Lo que también, gracias al fanatismo, se da con prodigiosa frecuencia.
Pero eso ya es meternos en honduras psicológicas, e incluso filosóficas; y de lo que yo quiero hablar este domingo es de cetáceos.
De orcas, en concreto.
O, para ser más exactos, de una orca.
Se llama Kshamenk - que significa orca en lengua ona - y es la única que, hasta donde llegan mis noticias, vive en cautiverio en Sudamérica.

Tenía cinco años de edad en 1992, cuando quedó varada en la costa patagónica. Se la rescató, y desde entonces vive en el acuario Mundo Marino de San Clemente, Argentina, donde es la estrella principal del espectáculo.
Es una orca macho, creo.
Ahora tiene 26 tacos de almanaque, pesa tres toneladas y media y mide seis metros de largo.
He visto fotos y videos de la antedicha y parece feliz, dentro de lo que cabe. Una orca normal, de infantería.
Se la ve juguetona, se lleva bien con sus cuidadores, no se come a los niños que se asoman al acuario, y simpatiza mucho con un delfín hembra llamado Floppy al que tiene por compañero de piscina y colega de piruetas.
Resumiendo, no es el ambiente que yo querría para una orca de mi familia, pero no es una mala forma de vida.
Le faltan las inmensidades oceánicas y tal, ignora lo que es nadar entre hielos antárticos y tampoco tiene pareja a la que decir ábrete de aletas, corazón; pero a cambio vive como una reina.
Come cada día sin tener que buscarse las lentejas, tiene especialistas pendientes de su estado de salud, y en la piscina climatizada está a salvo de los balleneros japoneses, o noruegos, o de donde sean.
Suponiendo que esos hijos de puta cacen orcas, de lo que no estoy muy seguro.
Sin embargo, nuestra amiga la orca y su apacible vida doméstica han tropezado con gente de buenas intenciones.
Con salvadores de orcas cautivas.
A través de las redes sociales, un grupo de ecologistas exige su liberación. Devuélvanla al mar, dicen. Libérenla.
Por supuesto, ha faltado tiempo para que los políticos argentinos metan mano en el conmovedor asunto. Una orca cautiva, y yo con estos pelos.
Así que una diputada ha hecho suya la causa, exigiendo al Congreso que Kshamenk sea puesta en manos de las autoridades para su traslado al área marina protegida de Península Valdés -18 horas en camión y 6 si la llevan en avión- y su liberación mediante un «programa científico de rehabilitación y readaptación», que puesto en titulares de periódico suena chachi, pero cuyos detalles específicos nadie precisa.
De poco ha servido que voces científicas alerten de la alta probabilidad de que la orca muera. No hay antecedentes de cetáceos, señalan, que tras vivir largo tiempo en un acuario hayan sobrevivido a un traslado semejante.
Kshamenk, añaden, vive en un entorno amigable, al que lleva veinte años adaptada.
Su salud y carácter son perfectos, muestra afecto por sus cuidadores y es la orca más sana y mejor cuidada del mundo.
Llevarla a un lugar extraño, donde tendría que enfrentarse a situaciones desconocidas y hostiles, la alteraría gravemente.
Poco importa que viviera cinco años en su hábitat natural antes de pasar al acuario.
Tras dos décadas lejos del mar, no podrá alimentarse por sí misma, ni integrarse en una manada de orcas. Tampoco podrá acercarse a las hembras: ha perdido su adiestramiento en la lucha, y sería destrozada por los otros machos, acostumbrados a pelear entre ellos y mucho más agresivos. Etcétera.
Dudo que a estas alturas queden dudas respecto a las razones del párrafo inicial de este artículo.
Por si acaso, permítanme una cita de un tal Roberto Buvas, activista argentino que encabeza la campaña por la liberación de Kshamenk:
«Si muriera, para mí sería igual un éxito. La liberación sería un mensaje conceptual y filosófico para todo el mundo. Para decir que los animales no tienen que vivir en cautiverio».
Sobre orcas, como íbamos diciendo.
Sobre tontos y sobre malvados...

jueves, 13 de junio de 2013

UNA HISTORIA DE ESPAÑA III, de Arturo Pérez Reverte - 10/6/13

Estábamos con Roma.
En que Escipión, vencedor de Cartago, una vez hecha la faena, dice a sus colegas generales: «Ahí os dejo el pastel», y se vuelve a la madre patria.
Y mientras, Hispania, que aún no puede considerarse España pero promete, se convierte, en palabras de no recuerdo qué historiador, en sepulcro de romanos: doscientos años para pacificar el paisaje, porque pueblos tipo Astérix tuvimos a punta de pala.
El sistema romano era picar carne de forma sistemática: legiones, matanza, crucifixión, esclavos. Lo típico.
Lo gestionaban unos tíos llamados pretores, Galba y otros, que eran cínicos y crueles al estilo de los malos de las películas, en plan sheriff de Nottingham, especialistas en engañar a las tribus con pactos que luego no cumplían ni de lejos.
El método funcionó lento pero seguro, con altibajos llamados Indíbil, Mandonio y tal.
El más altibajo de todos fue Viriato, que dio una caña horrorosa hasta que Roma sobornó a sus capitanes y éstos le dieron matarile.
Su tropa, mosqueada, resistió numantina en una ciudad llamada Numancia, que aguantó diez años hasta que el nieto de Escipión acabó tomándola, con gran matanza, suicidio general (eso dicen Floro y Orosio, aunque suena a pegote) y demás.
Otro que se puso en plan Viriato fue un romano guapo y listo llamado Sertorio, quien tuvo malos rollos en su tierra, vino aquí, se hizo caudillo en el buen sentido de la palabra, y estuvo dando por saco a sus antiguos compatriotas hasta que éstos, recurriendo al método habitual - la lealtad no era la más acrisolada virtud local - consiguieron que un antiguo lugarteniente le diera las del pulpo.
Y así, entre sublevaciones, matanzas y nuevas sublevaciones, se fue romanizando el asunto.
De vez en cuando surgían otras numancias, que eran pasadas por la piedra de amolar sublevatas.
Una de las últimas fue Calahorra, que ofreció heroica resistencia popular - de ahí viene el antiguo refrán «Calahorra, la que no resiste a Roma es zorra» -., etcétera.
La parte buena de todo esto fue que acabó, a la larga, con las pequeñas guerras civiles celtíberas; porque los romanos tenían el buen hábito de engañar, crucificar y esclavizar imparcialmente a unos y a otros, sin casarse ni con su padre.
Aun así, cuando se presentaba ocasión, como en la guerra civil que trajeron Julio César y los partidarios de Pompeyo, los hispanos tomaban partido por uno u otro, porque todo pretexto valía para quemar la cosecha o violar a la legítima del vecino, envidiado por tener una cuadriga con mejores caballos, abono en el anfiteatro de Mérida u otros privilegios.
El caso es que paz, lo que se dice paz, no la hubo hasta que Octavio Augusto, el primer emperador, vino en persona y le partió el espinazo a los últimos irreductibles cántabros, vascones y astures que resistían en plan hecho diferencial, enrocados en la pelliza de pieles y el queso de cabra - a Octavio iban a irle con reivindicaciones autonómicas, mis primos -.
El caso es que a partir de entonces, los romanos llamaron Hispania a Hispania, dividiéndola en cinco provincias.
Explotaban el oro, la plata y la famosa triada mediterránea: trigo, vino y aceite.
Hubo obras públicas, prosperidad, y empresas comunes que llenaron el vacío que (véase Plutarco, chico listo) la palabra patria había tenido hasta entonces.
A la gente empezó a ponerla eso de ser romano: las palabras hispanus sum, soy hispano, cobraron sentido dentro del cives romanus sum general.
Las ciudades se convirtieron en focos económicos y culturales, unidos por carreteras tan bien hechas que algunas se conservan hoy.
Jóvenes con ganas de ver mundo empezaron a alistarse como soldados de Roma, y legionarios veteranos obtuvieron tierras, y se casaron con hispanas que parían hispanorromanitos con otra mentalidad: gente que sabía declinar rosa-rosae y estudiaba para arquitecto de acueductos y cosas así.
También por esas fechas llegaron los primeros cristianos; que, como monseñor Rouco aún no había sido ordenado obispo - aunque estaba a punto -, todavía se dedicaban a lo suyo, que era ir a misa, y no daban la brasa con el aborto y esa clase de cosas.
Prueba de que esto pintaba bien era la peña que nació aquí por esa época: Trajano, Adriano, Teodosio, Séneca, Quintiliano, Columela, Lucano, Marcial...
Tres emperadores, un filósofo, un retórico, un experto en agricultura internacional, un poeta épico y un poeta satírico. Entre otros.
En cuanto a la lengua, pues oigan.
Que veintitantos siglos después el latín sea una lengua muerta, es inexacto.
Quienes hablamos en castellano, gallego o catalán, aunque no nos demos cuenta, seguimos hablando latín.

lunes, 3 de junio de 2013

"UN CURA SE CONFIESA" - ENTREVISTA A CARLOS MUGICA - Junio de 1972

Fue muchas veces señalado como un sacerdote subversivo.
Sin embargo, Carlos Mugica (el polémico capellán porteño) cree respetar los mandatos de Cristo, y descerraja sus iras contra las jerarquías clericales comprometidas con el dinero, el privilegio y el desorden establecido en todo el país.
Es una ráfaga implacable, un martilleo de palabras, la lúcida coherencia que se transmite eléctricamente al gesto, en esa permanente y reconcentrada actitud del que amenaza con violentar todos los esquemas -un dogma, una religión, una filosofía- pero repentinamente cede y adopta posiciones expectantes.
Rubio, de ojos azules, pullover de cuello alto y pantalones negros, no parece un sacerdote; sólo los libros que trepan por las paredes de su departamento de un ambiente en el barrio de Palermo, en Buenos Aires, denuncian la presencia de un miembro de la Iglesia Católica.
Es que Carlos Mugica (39, profesor de teología en las facultades de Economía, Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad del Salvador y capellán de la parroquia San Francisco Solano, en Villa Luro), a diferencia de la nueva corriente de sacerdotes católicos, prefiere ignorar ese halo paternalista, el status privilegiado que la sociedad se empecina en otorgarle, para dar de sí - espontáneamente, sin premeditación - la imagen de lo que cree ser: simplemente un hombre común, con toda la riqueza y las limitaciones de los seres humanos. A lo sumo, siente quizá con más profundidad que sus hermanos - palabra habitual en su vocabulario - una problemática responsabilidad, ser también mensajero de sus conflictos.


Pero esa humildad - que se refleja inflexivamente en su manera de vivir - no le posibilitó soslayar una creciente popularidad alrededor de su figura.
Lo publicaron así sus declaraciones por radio y televisión (“El socialismo - espetó en una de las emisiones del programa Tiempo Nuevo, dirigido por Bernardo Neustadt, en Canal11 - es el régimen que menos contraría la moral cristiana") lo sacaron del anonimato pronunciamientos tales como el que barbotó cuando Arturo Illia fue elegido presidente de la Nación: - “Hoy es un día triste para el país”, dijo Mugica el 12 de octubre de 1963 -, una parte importante del pueblo argentino ha sido marginado de los comicios, y será dirigido por un hombre a quien sólo votó el 18 por ciento de los electores.
El fogoso sacerdote reconoce que fue arduo el camino recorrido para que pudiera recalar, finalmente, en esas posiciones, no extremas – defiende - sino coherentes con la actual actitud de un grupo relevante de obispos de la Iglesia Católica.
Sin embargo, cuando usted eligió ser sacerdote no enarbolaba las mismas banderas.
En efecto. Ingresé al seminario hace 18 años, en 1951, y vivía en esa época el catolicismo individualista, fiel al slogan salva tu alma.
¿Qué significaba para usted ser sacerdote?

Salvar mi alma, es decir: ir al Cielo, buscar la felicidad, esa que está en Dios. Evidentemente era bastante egoísta mi actitud, aunque también entonces cambió radicalmente mi vida, porque fue cuando descubrí la alegría de vivir en Dios.


¿Quién es, qué es Dios?

Definitivamente, Dios no es una idea, sino alguien. Dios es una persona que se entregó totalmente a mí y se dejó matar por mí. Para mí Cristo es mi Señor, mi amigo, mi maestro, mi modelo de vida. Su entrega tiene un valor especialísimo: Dios es un ser que en lugar de servirse del hombre se pone al servicio del hombre, y por eso todo hombre que da su vida por los otros sea un ateo, un marxista, o lo que fuere, ése, verdaderamente se une a Cristo.


¿Quién consolidó en usted el cambio de actitud que se atribuye?

Un sacerdote francés, el abate Pierre, de quien todavía recuerdo una frase decisiva:

- Antes de hablarle de Dios a una persona que no tiene techo es mejor conseguirle un techo. Es decir que conseguirle techo a una persona ya es hablarle de Dios.

No nos olvidemos que Cristo curaba a los enfermos, les daba de comer a los que tenían hambre y de beber a los que tenían sed. Y no lo hacía agarrando al hombre por entero.
Antes de ingresar en el seminario yo tenía una visión maniquea de la existencia.
El alma era buena y el cuerpo malo.
Eso viene de Platón, y se metió en la Iglesia con San Agustín; aún perdura esa concepción, sobre todo en lo relativo al sexo.
Pero estamos viviendo un amplio proceso de liberación para desterrar esa actitud individualista del seno de la Iglesia.
Antes, como muchos de mis compañeros que luego también evolucionaron, yo estaba preocupado por la salvación de mi alma.
Luego empecé a preguntarme ¿por qué salvar mi alma y no mi cuerpo cuando esa división no es, precisamente, una actitud cristiana?
En la Biblia no se habla nunca de alma y cuerpo; la Biblia es un libro muy carnal, muy concreto, en el cual se define al hombre como polvo que respira.

¿Qué sucede entonces cuando muere un hombre? Es decir, ¿no es su alma, según las concepciones cristianas, la que asciende al Reino de los Cielos?

Insisto en la falsedad de esa concepción dual. Ningún teólogo podrá decir nunca que, después de muerto el hombre, el alma queda flotando en algún lugar.
Es una visión tonta, materialista, de la resurrección. No sabemos mucho al respecto. Toda imagen que podamos tener después de la muerte de un hombre es muy pobre.
Sabemos, sí, que vivirá para que después escucharan el sermón sino porque esa es su manera de amar en Dios. Y suponemos que eso significa que va a estar presente como persona en todos los seres.
Muchos cristianos siguen aferrados a esa concepción maniquea (alma: buena; cuerpo: malo). Y aún más: persisten en adoptar la posición que usted calificó de individualista.

¿A qué se debe?

Una visión distorsionada de la realidad.
El cristianismo es esencialmente comunitario.
No decimos padre mío sino padre nuestro.
Para entender claramente esto basta con acercarse al pueblo. Estar en contacto directo con él.
Cuando yo estaba en el seminario iba a un conventillo de la calle Catamarca. Allí viví algo muy especial, trascendente en mi evolución; precisamente en el contacto con los hermanos míos del conventillo descubrí lo que ahora llamaría el subconsciente de Buenos Aires.
El día que cayó Perón fui, como siempre, al conventillo, y encontré escrita en la puerta esta frase:
Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas.
Mientras tanto, en el barrio Norte se habían lanzado a tocar todas las campanas y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Eso revela la alienación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que yo tenía entonces, y también la Iglesia en la que militaba, aunque ya por esa época muchos sacerdotes vivían en contacto directo con su pueblo.

¿Qué papel supone usted que jugó la Iglesia en ese momento?

Pienso que entonces algunos sectores de la Iglesia estaban identificados con la oligarquía.
No digo que la Iglesia volteó a Perón sino que contribuyó a voltearlo. Pero pienso que también había deterioro en las filas peronistas.
Creo que el peronismo perdió fuerza revolucionaria desde la muerte de Evita.

¿Cuál cree que debe ser su verdadero compromiso con los argentinos, con su pueblo?

Pienso, siguiendo las directivas del Epicospado, que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia.
Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones.
Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo.

¿Qué mensaje?

Los signos concretos del mensaje de Cristo se pueden detectar cuando Él dice:
- En esto se conocerá que ustedes son mis amigos, en el amor que se tengan unos a otros. Y el índice de mi adhesión al mensaje de Jesucristo es mi amor real, concreto, palpable, por mis hermanos.

¿Cómo se manifiesta, cómo se materializa ese amor?

Es muy significativo que en el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo (versículos del 30 al 46) Cristo hable del Juicio Final en estos términos:
"Cuando el hijo del hombre vuelva con sus ángeles a juzgar a los hombres, los reunirá a todos en su presencia y va a separar a unos de otros como el pastor separa a las ovejas de los cabritos. Entonces va a decir a los de su derecha: vengan conmigo benditos de mi padre".
Ahí se puede pensar, bueno, vengan conmigo benditos de mi padre porque fueron a pie a Luján, o porque tuvieron mucha devoción a San Cayetano, o porque hicieron y cumplieron muchas promesas, o porque dieron limosna a la Iglesia.
Pero Cristo no va a decir eso. Va a decir:
-Vengan conmigo, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber, porque estuve en la cárcel y me vinieron a ver, porque estuve enfermo y me curaron, porque anduve desnudo y me vistieron".
Es decir que en el Día del Juicio Final vamos a encontrar a la derecha de Dios a mucha gente que jamás pisó una iglesia, y que sin embargo estuvo toda su vida amando a Jesucristo, porque estuvo amando de una manera eficaz a su prójimo, a sus hermanos.
Y, lo contrario, Cristo va a decir a los de su izquierda estas palabras terribles:
-Apártense de mí, malditos, al fuego eterno".
¿Por qué? Bueno, ahí podríamos pensar que porque no hicieron la comunión pascual, que porque no dieron limosnas. Y sin embargo, no.

Cristo va a decirles:
-Yo tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve en la cárcel y no me vinieron a ver...
Y lo notable va a ser que algunos preguntarán:
“Pero Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y no te dimos de comer?”
Y Cristo responderá:
-Cada vez que no lo hicieron con uno de éstos.
Y es en ese terreno donde se manifiesta mi amor, mi compromiso y el de todo hombre.

¿Quiénes cree usted que no se comprometen a ese nivel?

Aquellos que ven a un tipo sufrir en la villa miseria y dicen: pobre. Aquellos que se compadecen pero pasan de largo y siguen viviendo como burgueses.
San Agustín fue muy claro al respecto:
-Hay muchos que parece que parece que están adentro de la Iglesia y sin embargo están afuera.
Es decir: son muchos los que fueron bautizados o tomaron la comunión pero no tienen amor concreto por su prójimo. Son cristianos muertos, no son cristianos.
Por eso hay mucha gente que va a comulgar a misa, cree que comulga pero solamente traga la hostia.
Cree que recibe la comunión y no se da cuenta de lo que eso quiere decir.
Exactamente: común unión.
Y si yo voy a recibir la comunión y soy racista, o sectario, o un explotador que oprime a su hermano, me dice San Pablo:
"Ingiero el cuerpo del Señor indignamente; me trago y me bebo mi propia condenación".
Porque vivir en el egoísmo, eso es el pecado.
Aquel que se la pasa contemplándose el ombligo es un pobre hombre que ya tiene el infierno en vida, que vive en el pecado.

¿Qué entiende por pecado?

Pecar es negarse a amar.
No hay pecado sexual: hay pecado contra el amor.
Uno peca sexualmente cuando utiliza a una persona como cosa, como objeto. Por eso aquellos que pretenden decir:
“Ah, bueno, pero yo tuve relaciones con una prostituta, para descargarme...”, esos pecan doblemente.
Están contribuyendo con su actitud a mantener un estado de esclavitud, aunque sea aceptado por la persona a la que esclavizan.
Entonces son muchos los cristianos que viven en el pecado, que no aman.
Son todos aquellos que tienen una imagen desfigurada de Dios.
Dios es para ellos el gran súper - yo - castrador y viven con Él una relación mítica, supersticiosa, mágica.
Para ellos es un Dios que justifica la inmovilidad, un Dios que permite preguntas tales como:
“¿Y? ¿Qué vamos a hacerle si existen pobres y ricos?
Ése es el Dios que ataca Marx, ése es el Dios que hace creer a algunos que la religión es el opio de los pueblos.
La verdadera fe cristiana, la auténtica fe en Cristo hace trizas esa creencia.
Tener fe es amar al prójimo, y eso me moviliza a fondo, tanto como para dar la vida por mis hermanos, tanto como para brindarme íntegramente por ellos.

¿Inclusive hasta el punto de engendrar la violencia masivamente?

Ese es un problema demasiado complejo.
Toda violencia es consecuencia del pecado del hombre, de su egoísmo.
Ahora lo que sucede es esto: en concreto encontramos en América Latina, incluso en nuestro país, una situación de violencia institucionalizada.
Es la violencia del hambre.
Como dice Helder Cámara:
“El general hambre mata cada día más hombres que cualquier guerra.”
Es decir que existe la violencia del sistema, el desorden establecido.
Frente a este desorden establecido yo, cristiano, tomo conciencia de que algo hay que hacer, y me encuentro entre dos alternativas igualmente válidas: la de la no violencia en la línea de Luther King, o la de la violencia en la línea del Che Guevara; hablando en cristiano la violencia en la línea de Camilo Torres.
Y pienso que las dos opciones son legítimas.
Es erróneo tratar de ideologizar el Evangelio.
Decir, por ejemplo, como he oído:
“Cristo es un guerrillero.”
Él, personalmente, no fue violento, sólo en algunos casos concretos cuando echó, por ejemplo, a los mercaderes del templo a latigazos. Es decir que Cristo fue solamente muy violento contra los ricos y los fariseos.
Creo que la versión en cine menos alejada de lo que Él fue, de Pier Paolo Pasolini en su Evangelio según San Mateo.

¿Pero cuál es, cuál debe ser la actitud del cristiano ante lo que usted llama el desorden establecido, la violencia organizada del sistema?

Del Evangelio no podemos sacar en conclusión que hoy, ante el desorden establecido, el cristiano deba usar la fuerza.
Pero tampoco podemos sacar en conclusión que no deba usarla.
Cualquiera de las dos posiciones significaría ideologizar el Evangelio, que más que una ideología es un mensaje de vida.
Pasará Marx, pasará el Che Guevara, pasará Mao, y Cristo quedará.
Por eso pienso que es tan compatible con el Evangelio la posición de un Luther King como la ideología de un Camilo Torres.

¿En cuál de esas tendencias se enrolaría usted?

Se me ocurre que actualmente en la de la no violencia. Como dijo Monseñor Devoto:
“Yo no soy violento, pero no sé qué va a ser de mí si las cosas siguen así.”
Pero ojo: pienso que hay muchos que exaltan la no violencia ignorando lo que es. porque Luther King, uno de sus principales teorizadores, fue asesinado.
Es decir: la no violencia no es quedarse en el molde sino denunciar, poner bien de manifiesto la existencia de la violencia institucionalizada.
Y para eso también hay que poner el cuero.
Pero que esté claro: si yo ante el desorden establecido enfrento lo que llamo la contraviolencia, y logro reducir la violencia total, es legítimo que la use.
Pero si sólo exacerbo aún más la violencia del sistema contra el pueblo, no puedo menos que pensar que es contraproducente que la utilice.

Un cristiano, ¿Tiene derecho a matar?

No lo sé. Lo que sí está claro es que tiene la obligación de morir por sus hermanos.
Pienso que tenemos mucho miedo a la violencia por una actitud individualista.
De repente nos escandalizamos porque alguien puso una bomba en la casa de un oligarca, pero no nos escandalizamos de que todos los días en las villas miserias o en el interior del país mueran niños famélicos porque sus padres ganan sueldos de
archimiseria.
La idea fundamental me parece que es ésta: el cristiano tiene que dar la vida por sus hermanos de una manera eficaz.
Cada uno verá, de acuerdo con su ideología, de acuerdo con la valoración particular que haga de la realidad, con la información que tenga, lo que tiene que hacer.

¿Cuál debe ser la función de un sacerdote en países desarrollados como Francia, Inglaterra o Italia?

Sin duda la misma que en la Argentina, en Bolivia o en Paraguay.
También hay explotadores y explotados en Francia (el subproletariado argelino, el subproletariado español), hay miseria, hay villas de emergencia.
Yo a esos países los llamo subdesarrollantes, porque son países que viven de los pobres.

¿Qué piensa que deben hacer los sacerdotes en sociedades socialistas?

Cumplir con su función habitual: enseñar y amar.
Yo no conozco China, pero tengo entendido que allí hay algo positivo: creo que ahora hay 700 millones de chinos que tienen pantalones y antes no sabían qué era usarlos… Lo que me preocupa de China es que puede haber algo así como una especie de imperialismo cultural.
Es decir, no me gusta que los chinos pretendan exportar su modelo de revolución a todo el mundo.
Contra eso tendrían que combatir los sacerdotes, contra el dogmatismo político.
Con respecto a los llamados países socialistas de Europa, pienso que son naciones que se encaminan cada día más rápidamente hacia el capitalismo, precisamente porque se metieron con corsé en el socialismo.
De todas maneras no me cabe la menor duda de que los pueblos son los verdaderos artífices de su destino y, aunque yo personalmente crea que el sistema menos alejado de la moral y del Evangelio es el socialismo, se me ocurre que en la Argentina tenemos que hacer nuestra revolución, nuestro socialismo, que no necesariamente debe adaptarse a modelos preestablecidos.
Además, estoy seguro de que ese proceso pasa, aquí, por el peronismo.

¿Cuál debe ser para usted la injerencia de la Iglesia en cuestiones económicas y políticas? ¿Cómo justificar el poder económico, las relaciones de la Iglesia con el dinero?

No se trata de justificar sino de analizar.
El gran escándalo del Concilio Vaticano II fue que se tuviera que hablar allí de la Iglesia de los Pobres, cuando lo natural es que si la Iglesia viviera de acuerdo con la orientación clarísima que le dio Jesucristo, de acuerdo a como fue la Iglesia los primeros siglos, cuando todos poseían sus bienes en común repartidos según las necesidades de los fieles, no debería haberse mencionado el asunto.
El cristianismo empieza a degradarse cuando se desarrolla el espíritu de propiedad, y al reconocerlo Constantino (año 313) como religión oficial del Imperio, otorgándole a la Iglesia poder político.
Lo natural, insisto, en el Concilio Vaticano, hubiera sido que se levantara un obispo y dijera:
“Un momento.! ¿Por qué la Iglesia de los Pobres?
La Iglesia también es de los ricos.
¿Por qué? Porque la Iglesia también tiene que evangelizar a los ricos, entendiendo por evangelizar a los ricos, ayudarlos a dejar de serlo.
Lo cual no significa que tire todo por la ventana sino que ponga todos sus bienes al
servicio de la comunidad.
Es evidente que es un problema, porque si viene un empresario católico y me dice:
“Yo que me convertí, padre, yo quiero realmente vivir el Evangelio”, no me queda otro remedio que contestarle que cambie radicalmente el enfoque de su empresa, dándole participación efectiva en las ganancias a todos sus trabajadores.
Claro, así la empresa se va a fundir en 15 días porque la competencia la mata.
Entonces la otra respuesta para un empresario que quiera vivir realmente el Evangelio está en que se plantee seriamente el problema de la revolución.
Eso es lo mismo que dejar de ser empresario.
No necesariamente.
Si Alberto José Armando (empresario y presidente del Club Boca Juniors) viene a mí y me dice: “yo quiero cambiar”, le contesto que bueno, que le saque todo el jugo a los capitalistas que lo rodean y que con su fabulosa inventiva le cree al pueblo situaciones en las que pueda ser realmente protagonista de su destino.

A usted se lo acusa de pregonar una filosofía de vida casi rayana en el ascetismo, que no coincide con su manera de vivir, más acorde, se dice, con hombres de su misma extracción social.
Usted ve donde vivo: es un cuarto en una terraza de una casa de departamentos bacana, pero un cuarto al fin. Además es cierto: yo soy de origen oligarca, y eso tiene sus limitaciones.
El hecho de que a mí nunca me haya faltado nada tal vez haya relativizado mi visión de las cosas.
Pero también es cierto que a la oligarquía la conozco de adentro y sé, efectiva, concretamente, cuáles son sus corrupciones.
De todas maneras a mí no me falta absolutamente nada, pero trato de que me sobren cosas.

¿Cuáles son sus carencias afectivas?¿No se siente frustrado como hombre?

No me siento frustrado en absoluto.
Pienso que desde el momento en que contraje el compromiso de ser célibe ante Cristo y ante la comunidad, me debo a él.
Por supuesto el celibato presume una lucha cotidiana.
No solamente la lucha en cuanto se refiere al impulso sexual sino en cuanto a la soledad.
El problema profundo no es el de la ausencia de contacto carnal, sino la soledad, así, simplemente.
Esa es una tensión que vivo permanentemente y por la cual tengo que estar muy sobre mí mismo porque fácilmente se puede desvirtuar mi afectividad.

¿Ese es uno de los principales conflictos que originó el éxodo de sacerdotes de la Iglesia?

Pienso que no, que las raíces de la crisis sacerdotal está en otro lado.
Pienso que el sacerdote se siente inútil en muchos lugares; es decir: ha perdido el sentido de su vida.
Para mí el sufrimiento más grande que puede tener un ser humano es sentirse de más, y eso es lo que le pasa a muchos curas...


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