lunes, 28 de julio de 2014

UNA HISTORIA DE ESPAÑA, de Arturo Pérez Reverte - 28/7/14

Pues ahí estábamos, ahora con Felipe III.
Y de momento, la inmensa máquina militar y diplomática española seguía teniendo al mundo agarrado por las pelotas, había pocas guerras - se firmó una tregua con las provincias rebeldes de Holanda -, y el dinero fácil de América seguía dándonos cuartelillo.
El problema era ese mismo oro: llegaba y se iba con idéntica rapidez, a la española, sin cuajar en riqueza real ni futura.
Inventar cosas, crear industrias avanzadas, investigar modernidades, traía problemas con la Inquisición (lo escribió Cervantes: «llevan a los hombres al brasero / y a las mujeres a la casa llana»).
Así que, como había viruta fresca, todo se compraba fuera. La monarquía, fiando en las flotas de América, se entrampaba con banqueros genoveses que nos sacaban el tuétano.
Ingleses, franceses y holandeses, enemigos como eran, nos vendían todo aquello que éramos incapaces de fabricar aquí, llevándose lo que los indios esclavizados en América sacaban de las minas y nuestros galeones traían esquivando temporales y piratas cabroncetes.
Pero ni siquiera eso beneficiaba a todos, pues el comercio americano era monopolizado por Castilla a través de Sevilla, y el resto de España no se comía una paraguaya.
Por otra parte, a Felipe III le iban la marcha y el derroche: era muy de fiestas, saraos y regalos espléndidos.
Además, la diplomacia española funcionaba a base de sobornar a todo cristo, desde ministros extranjeros hasta el papa de Roma.
Eso movía un tinglado enorme de dinero negro, inmenso fondo de reptiles donde los más listos - nada nuevo hay bajo el sol - no vacilaron en forrarse.
Uno de ellos fue el duque de Lerma, valido del rey, tan incompetente y trincón que luego, al jubilarse, se hizo cura - cardenal, claro, no cura de infantería - para evitar que lo juzgaran y ahorcaran por sinvergüenza.
Ese pavo, con la aprobación del monarca, instauró un sistema de corrupción general que marcó estilo para los siglos siguientes. Baste un ejemplo: la corte de Felipe III se trasladó dos veces, de Madrid a Valladolid y de vuelta a Madrid, según los sobornos que Lerma recibió de los comerciantes locales, que pretendían dar lustre a sus respectivas ciudades.
Para hacernos idea del paisaje vale un detallito económico: en un país lleno de nobles, hidalgos, monjas y frailes improductivos, donde al que de verdad trabajaba - lo mismo esto les suena - lo molían a impuestos, Hacienda ingresaba la ridícula cantidad de diez millones de ducados anuales; pero la mitad de esa suma era para mantener el ejército de Flandes, mientras la deuda del Estado con banqueros y proveedores guiris alcanzaba la cifra escalofriante de setenta millones de mortadelos.
Aquello era inviable, como al cabo lo fue.
Pero como en eso de darnos tiros en el propio pie los españoles nunca tenemos bastante, aún faltaba la guinda que rematara el pastel: la expulsión de los moriscos.
Después de la caída de Granada, los moros vencidos se habían ido a las Alpujarras, donde se les prometió respetar su religión y costumbres. Pero ya se lo pueden ustedes imaginar: al final se impuso bautizo y tocino por las bravas, bajo supervisión de los párrocos locales. Poco a poco les apretaron las tuercas, y como buena parte conservaba en secreto su antigua fe mahometana, la Inquisición acabó entrando a saco.
Desesperados, los moriscos se sublevaron en 1568, en una nueva y cruel guerra civil hispánica donde corrió sangre a chorros, y en la que (pese al apoyo de los turcos, e incluso de Francia) los rebeldes y los que pasaban por allí, como suele ocurrir, se llevaron las del pulpo.
Siguió una dispersión de la peña morisca; que, siempre zaherida desde los púlpitos, nunca llegó a integrarse del todo en la sociedad cristiana dominante.
Sin embargo, como eran magníficos agricultores, hábiles artesanos, gente laboriosa, imaginativa y frugal, crearon riqueza donde fueron. Eso, claro, los hizo envidiados y odiados por el pueblo bajo. De qué van estos currantes moromierdas, decían.
Y al fin, con el pretexto - justificado en zonas costeras - de su connivencia con los piratas berberiscos, Felipe III decretó la expulsión.
En 1609, con una orden inscrita por mérito propio en nuestros abultados anales de la infamia, se los embarcó rumbo a África, vejados y saqueados por el camino.
Con la pérdida de esa importante fuerza productiva, el desastre económico fue demoledor, sobre todo en Aragón y Levante.
El daño duró siglos, y en algunos casos no se reparó jamás.
Pero ojo.
Gracias a eso, en mi libro escolar de Historia de España (nihil obstat de Vicente Tena, canónigo) pude leer en 1961: «Fue incomparablemente mayor el bien que se proporcionó a la paz y a la religión».

domingo, 27 de julio de 2014

YA POCA PALESTINA QUEDA, de Eduardo Galeano - Revista Sin Permiso 27 / 7 / 14

Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas.
Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.
Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. 
No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados.
Gaza está siendo castigadaSe convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006.
Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador.
Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares.
La democracia es un lujo que no todos merecen.
Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelí usurpó.
Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.
Ya poca Palestina queda.
Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.
Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera.
Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.
No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva.
Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania.
Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo.
En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen.
La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.
Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.
¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza?
El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA.
¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad?
¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?
El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata.
No mata por error. Mata por horror.
Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales.
En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños.
Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.
Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.
Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas.
Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
La llamada comunidad internacional, ¿existe?
¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros?
¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?
Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más.
Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad. Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos.
Como siempre.
Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.
La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra.
Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas.
Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.
(Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.)

viernes, 25 de julio de 2014

LO QUE QUIERO AHORA, de Ángeles Caso - 19 / 1 / 2012

"Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas.
O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso.
O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio.
Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí.
El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece.
Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad.
Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno.
Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera.
Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche.
Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. 
Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante.
A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas.
A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada.
Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos.
Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama.
El recuerdo dulce de mis muertos.
Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche.
El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar.
Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno.
Un instante de belleza a diario.
Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado.
No estar jamás de vuelta de nada.
Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería.
No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase.
Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí.
Sólo quiero eso.
Casi nada. O todo.

lunes, 21 de julio de 2014

EL DOMINICO Y EL JESUITA, de Arturo Pérez Reverte - 21/7/14

Hay amigos de los que estás orgulloso.
Personas sobre las que, cuando tienes una edad que permite hacer inventario de cuanto llevas en la mochila, puedes decir: «Algo bueno debí de tener cuando éste o aquélla me tuvieron afecto o me llamaron amigo».
Echándole hoy un vistazo al Oráculo Manual y arte de prudencia de Gracián - incomprensible que no sea de lectura y debate obligatorios en los colegios -, al que suelo acudir como otros recurren a los analgésicos, he recordado a dos de esos amigos.
O a tres: Alberto Montaner, Pepe Perona y Sergio Zamorano.
Sergio era joven y guapo: ojos azules, pelo negro, alto y elegante. A las mujeres se les doblaban las rodillas cuando sonreía. Era profesor de derecho mercantil en la universidad de Sevilla, y siempre empezaba el curso con el primer capítulo de El conde de Montecristo.
Pepe Perona era catedrático de gramática histórica.
Alberto Montaner, catedrático de filología española y autor de la extraordinaria edición anotada del Cantar del Cid.
De ellos, Pepe y Sergio están muertos; pero hace quince años estábamos sentados los cuatro en torno a una mesa del café Gijón.
Lo recuerdo muy bien, pues desde entonces pienso en ellos, en aquel momento formidable que su amistad me deparó, cada vez que leo, en Gracián: «Sea el amigable trato escuela de erudición, y la conversación, enseñanza culta; un hacer de los amigos maestros... Singular grandeza es servirse de sabios».
Sergio era joven, leal y entusiasta. 
Perona - le gustaba ser llamado maestro de gramática - y Montaner eran veteranos correosos, de una cultura extrema y dotados con deslumbrante inteligencia; dos de las mentes más intelectualmente superiores que conocí jamás.
Y gracias a ellos, Sergio y yo asistimos, aquella tarde, a uno de los diálogos más fascinantes de nuestras vidas.
Todo había empezado con una charla banal sobre el concepto de amistad, de amigos y enemigos, de unos y otros; y al cabo, la conversación recayó en Perona y Montaner, convertida en una brillante sucesión de argumentos y réplicas, con Sergio y yo escuchándolos absortos.
Y poco a poco, atento a cuanto decían y disfrutándolo como testigo afortunado, fui comprendiendo lo que pasaba: sin acuerdo previo, por simple duelo de inteligencias, Perona estaba adoptando el papel casuístico de un jesuita; y Montaner, siguiéndole el juego, el escolástico de un dominico. «Uno de los nuestros, decía Perona, es cualquiera que nos favorezca de alguna manera».
A lo que objetaba Montaner: «Error, error. Dibujemos un mapa de coordenadas cartesianas para reconocer a los nuestros. Lo será quien encaje en él».
Fue fascinante. Un privilegio, como digo.
Sergio, mucho más joven, escuchaba boquiabierto, bebiéndose las palabras de cada uno, sin comprender del todo, al principio, pero intuyendo que asistía a una escena extraordinaria, irrepetible.
Yo, mayor y más resabiado, sin atreverme a decir una palabra por no romper el encanto de la situación, creía encontrarme en el concilio de Trento o un poco más allá, en plena polémica De Auxiliis, oyendo discutir a Molina contra Báñez.
Los dos antagonistas, brillantes hasta lo excelso en su mesa del café, disfrutaban como gorrinos uno del otro, asumiendo sus respectivos papeles - que podían haber trocado sin despeinarse - con genial desenvoltura.
Utilizaba Montaner argumentos de Santo Tomás, sin mencionarlo, y hacía lo mismo Perona con San Ignacio y el padre Suárez, batallando tenazmente, ambos, sobre el problema de conciliar el libre albedrío con la omnisciencia divina, ellos, que eran dos de los fulanos más escépticos en materia de religión que conocí en mi vida.
Tan en serio se tomaban sus respectivos papeles, que hasta acabaron hablándose de usted.
Y el momento más excelso llegó cuando, con un seco golpe en la mesa y un muy dominico dedo índice apuntando al corazón intelectual del adversario, dijo Montaner: «Transforma usted en ignaciano su habitual estilo florentino, casi maquiavélico».
A lo que respondió el maestro de Gramática, con displicente sonrisa jesuítica: «Querido amigo, no sé si su postura berroqueña es tomista o simplemente aragonesa».

De aquel día memorable sólo quedamos un protagonista, Alberto Montaner, y un testigo: yo mismo. Y a menudo, cuando nos encontramos, recordamos esa tarde en torno a la mesa del Gijón, y evocamos a Sergio con su sonrisa ancha y su mirada casi inocente, y al maestro de gramática con su eterno cigarrillo entre los dedos, mirándonos agudo y guasón por encima de las gafas. Aquello, les doy mi palabra, fue rozar la gloria. «Sea el amigable trato escuela de erudición, y la conversación, enseñanza culta; un hacer de los amigos maestros». Amén.

viernes, 18 de julio de 2014

UN PACTO PARA VIVIR, de Bersuit Vergarabat

Un pacto para vivir, odiándonos sol a sol
revolviendo más, en los restos de un amor.
Con un camino recto a la desesperación,
desenlace de un cuento de terror.

Seis años así escapando a un mismo lugar
con mi fantasía, buscando otro cuerpo, otra voz,
fui consumiendo infiernos para salir de vos,
intoxicado, loco y sin humor.

Si hoy te tuviera aquí, cuando hago esta canción,
me sentirías raro, no tengo sueño, mi panza vibra,
tuve un golpe energético, milagro y resurrección,
y eso que estaba tieso y bajo control.

El poder siempre manda: si para tenerte aquí
había que maltratarte!
No puedo hacerlo, sos mi dios
te veo, me sonrojo y tiemblo,
Qué idiota te hace el amor…!
Y hoy quiero darle rienda a esta superstición.

Un pacto para vivir, un pacto para vivir..!

lunes, 14 de julio de 2014

UNA HISTORIA DE ESPAÑA XXVII, de Arturo Pérez Reverte - 14/7/14

Y allí estábamos, tocotoc, tocotoc, a caballo entre los siglos XVI y XVII, entre Felipe II y su hijo Felipe III, entre la España aún poderosa y temida, que con mérito propio y echándole huevos había llegado a ser dueña del mundo, y la España que, antes incluso de conseguir la plena unidad política como nación o conjunto de naciones - fueros y diversidad causaban desajustes que la monarquía de los Austrias fue incapaz de resolver con inteligencia -, era ya un cadáver desangrado por las guerras exteriores.
La paradoja es que, en vez de alentar industria y riqueza, el oro y la plata americanos nos hicieron - a ver si les suena - fanfarrones, perezosos e improductivos; o sea, soldados, frailes y pícaros antes que trabajadores, sin que a cambio creásemos en el Nuevo Mundo, como hicieron los anglosajones en el norte, un sistema social y económico estable, moderno, con vistas al futuro.
Aquel chorro de dinero nos lo gastamos, como de costumbre, en coca y putas.
O lo que equivalga.
La gente joven se alistaba en los tercios a fin de comer y correr mundo, o procuraba irse a América; y quienes se quedaban, trampeaban cuanto podían.
Intelectualmente aletargados desde el nefasto concilio de Trento, cerradas las ventanas y ahogados en agua bendita, con las universidades debatiendo sobre la virginidad de María o sobre si el infierno era líquido o sólido en vez de sobre ciencia y progreso, a los españoles de ambas orillas nos estrangulaban la burocracia y el fisco infame que, para alimentar esa máquina insaciable, dejaban libre de impuestos al noble y al eclesiástico pero se cebaban en el campesino humilde, el indio analfabeto, el trabajador modesto, el artesano, el comerciante; en aquellos que creaban prosperidad y riqueza mientras otros se rascaban el cimbel paseando con espada al cinto, dándose aires con el pretexto de que su tatarabuelo había estado en Covadonga, en las Navas de Tolosa o en Otumba.
Y así, el trabajo y la honradez adquirieron mala imagen.
Cualquier tiñalpa pretendía vivir del cuento porque se decía hidalgo, para todo honor o beneficio había que probar no tener sangre mora o judía ni haber currado nunca, y España entera se alquilaba y vendía en plan furcia, sin más Justicia - a ver si esto les suena también - que la que podías comprar con favores o dinero.
De ese modo, al socaire de un sistema corrupto alentado desde el trono mismo, la golfería nacional, el oportunismo, la desvergüenza, se convirtieron en señas de identidad; hasta el punto de que fue el pícaro, y no el hombre valiente, digno u honrado, quien acabó como protagonista de la literatura de entonces, modelo a leer y a imitar, dando nombre al más brillante género literario español de todos los tiempos: la picaresca.
Lázaro de Tormes, Celestina, el buscón Pablos, Guzmán de Alfarache, Marcos de Obregón, fueron nuestras principales encarnaduras literarias; y es revelador que el único héroe cuyo noble corazón voló por encima de todos ellos resultara ser un hidalgo apaleado y loco.
Sin embargo, precisamente en materia de letras, los españoles dimos entonces nuestros mejores frutos.
Nunca hubo otra nación, si exceptuamos la Francia ilustrada del siglo XVIII, con semejante concentración de escritores, prosistas y poetas inmensos.
De talento y de gloria.
Aquella España contradictoria alumbró obras soberbias en novela, teatro y poesía a ambos lados del Atlántico: Góngora, Sor Juana, Alarcón, Tirso de Molina, Calderón, Lope, Quevedo, Cervantes y el resto de la peña. Contemporáneos todos, o casi.
Viviendo a veces en el mismo barrio, cruzándose en los portales, las tiendas y las tabernas.
Hola, Lope; adiós, Cervantes; qué tal le va, Quevedo. Imaginen lo que fue aquello.
Asombra la cantidad de grandes autores que en ese tiempo vivieron, escribieron, y también - inevitablemente españoles, todos - se envidiaron y odiaron con saña inaudita, dedicándose sátiras vitriólicas o denunciándose a la Inquisición mientras, cada uno a su aire, construían el monumento inmenso de una lengua que ahora hablan 500 millones de personas.
Calculen lo que habría ocurrido si esos geniales hijos de puta hubiesen escrito en inglés o en gabacho: serían hoy clásicos universales, y sus huellas se conservarían como monumentos nacionales.
Pero ya saben ustedes de qué va esto: cómo somos, cómo nos han hecho y cómo nos gusta ser.
Para confirmarlo, basta visitar el barrio de las Letras de Madrid, donde en pocos metros vivieron Lope, Calderón, Quevedo, Góngora y Cervantes, entre otros.
Busquen allí monumentos, placas, museos, librerías, bibliotecas.
Y lo peor, oigan, es que ni vergüenza nos da.
                                                                                 [Continuará].

lunes, 7 de julio de 2014

ESOS SOLDADOS Y ESAS SOLDADAS, de Arturo Pérez Reverte - 7/7/14

Cada año, con morboso deleite, espero la aparición del cartel del Día de las Fuerzas Armadas como otros esperan que en el Rocío salten la verja.
Y nunca defrauda, oigan. Se supera a sí mismo.
Como dispararle a la gente - ocupación principal de toda fuerza armada, porque en otro caso sería fuerza desarmada - es propio de malos rollos y de fascistas, y como por otra parte unas fuerzas armadas desprovistas de armas, aparte de un disparate, serían absurdas cuando el enemigo sí las tiene, los del cartel las pasan putas para resolver la contradicción, atando año tras año esa mosca por el rabo. Para darnos, en fin, una imagen simpática, amable, dicharachera, tierna, incluso pacifista - que ya es rizar el rizo -, de las mujeres y hombres a los que confiamos la defensa de los valores que todos defendemos, etcétera.
De nuestros solidarios, simpáticos, democráticos, soldadas y soldados.
No hubo desilusión, ya digo.
El cartel se ajustó al más ortodoxo canon de la gilipollez castrense, también definible como la puntita nada más o no me tomen por lo que no soy.
No vayan a decir, por Dios, que los militares españoles estamos para darle al gatillo. Al contrario.
¿Qué es un gatillo?, parecen preguntar, seductores, los tres guapos militares que aparecen a la derecha del cartel.
Por supuesto, ella, la soldado - esta vez una marinero, con ese bonito uniforme que prohíben llevar por la calle, para no provocar -, está en primer plano.
A la izquierda tiene a un piloto guaperas y a la derecha a un cachas de la Brunete, o de por ahí.
Por supuesto, los tres sonríen. Se ven sanos, limpios, tan bien alimentados que dan ganas de alistarse.
Y como era de esperar, no hay a la vista un fusil, ni nada que dispare. Nada antidemocrático.
Como mucho, al fondo, difuminado, se ve un helicóptero. Pero ojo. Que nadie piense mal.
Se entiende que ese helicóptero vuela cargado de medicinas y leche condensada, lucha contra algún incendio o, lo más probable, cuida de que la patera más próxima llegue sin problemas a Tarifa.
Porque si ese helicóptero estuviera en misión de guerra - palabra inexistente para nuestro ministerio de Defensa -, dando o recibiendo candela, achicharrando a terroristas islámicos o a piratas somalíes, no salía en la foto ni harto de sopas.
La parte más entrañable del cartel es la de la izquierda.
Allí, encarnando los valores que todos defendemos, hay un padre con su bebé en brazos y detrás dos niños - uno de ellos negro, bonito detalle - jugando a la pelota.
Es una pena que el diseñador del asunto no haya puesto, en vez de un papi con niño, a un soldado varón de uniforme - pintura de camuflaje en la cara molaría mazo - dándole un biberón a la criatura.
Y entre los dientes, en vez de cuchillo de comando, un clavel reventón.
Así que lo sugiero para el año próximo.
Desaconsejando, cuidado con eso, que metan a una mujer soldado en vez de a un mílite varón con el lactante. Desprendería un tufillo machista, y de ahí a una interpelación en el Parlamento y a una tormenta en las redes sociales sólo habría un paso.
O menos.
Algún lector militarista y fascista objetará que en esos carteles nunca aparecen los soldados que pintó Ferrer-Dalmau en su cuadro La patrulla: los que se la juegan y a veces mueren.
Ésos que cada gobierno español utiliza para reforzar su prestigio en los foros internacionales - prestigio del que allí todos se tronchan - pero luego esconde para que nadie crea que le parece bien que existan; pues eso contradice el concepto de unas absurdas fuerzas armadas desarmadas, en plan oenegé, que desde hace tiempo se empeñan en meternos con calzador.
Dirán algunos lectores psicópatas que, puestos a tener soldados, prefieren gente dura y mortífera, que cause tanto respeto al enemigo que éste se acojone cuando la vea.
Y que, puestos a pegar tiros - en las guerras siempre ocurre, tarde o temprano -, es preferible que quienes más y mejor matan estén de tu parte.
Otra cosa es que, consecuentes con la estupidez oficial, negándonos a ejercer legítima violencia cuando ésta sea inevitable, nos sentemos en las plazas y encendamos mecheritos hasta que los malos - aunque sea flaquito y desnutrido, el malo siempre es el que te dispara - se retiren conmovidos por nuestro pacifismo ejemplar.
O, para reducir trámites, nos rindamos directamente. Aunque hay posibilidades más enérgicas, como disolver las fuerzas armadas y subcontratar a tipos acostumbrados a trabajar para gente seria.
A los marines gringos, por ejemplo, que no se cortan ni al afeitarse.
O a los paracas franceses, que se mueven por África y el Pacífico como Pierre por su casa.
O a los yihadistas sirios, que últimamente han cogido mucha práctica.
O a Putin, a quien se la refanfinfla todo.
Cualquier cosa menos seguir haciendo el payaso.

domingo, 6 de julio de 2014

EL ARGENTINO Y SUS MODISMOS

El Argentino no saluda:   te dice, qué haces boludo
El Argentino no se cae:   se hace mierda
El Argentino no se enamora:   está hecho un pelotudo
El Argentino no te convence:   te hace la cabeza
El Argentino no se lanza:   te echa los galgos.
El Argentino no da besos:   te rompe la boca
El Argentino no bebe:   chupa.
El Argentino no acaricia:   franelea.
El Argentino no molesta:   rompe las bolas.
El Argentino no se baña:   se pega una ducha.
El Argentino no se alimenta:   come como un hdp
El Argentino no te golpea:    te caga a palos.
El Argentino no da órdenes:   te caga a pedo.
El Argentino no tiene amantes:   tiene amigovias.
El Argentino no tiene ganas de hacer pis:  se está re-meando.
El Argentino no sufre diarrea:   se caga encima.
El Argentino no sale corriendo:   sale cagando.
El Argentino no se dispersa:    se cuelga.
El Argentino no duerme:    atorra.
Al Argentino no se le antoja:   le pinta.
El Argentino no se ríe a carcajadas:   se caga de risa.
El Argentino no tiene problemas:   tiene quilombos.
El Argentino no es molesto:   es un hincha pelotas.
El Argentino no te pide que lo lleves:   pide que lo tiren.
El Argentino no es un tipo alegre:   es un copado.
El Argentino no es un buen amigo:   es de fierro.
El Argentino no es un buen tipo:   es de primera.
El Argentino no está aburrido:   está embolado.
El Argentino no tiene tiempo libre:   esta al pedo.
El Argentino no hace algo mal:   le sale para el orto.
El Argentino no está agotado:   esta fusilado.
El Argentino no está harto:   está podrido.
El Argentino no dice la verdad:   dice la posta.
El Argentino no sale mal:   sale escrachado.
El Argentino no miente:   chamuya.
El Argentino no llama:   pega un tabaco.
El Argentino no te deja sin palabras:   te cierra el orto.
El argentino no se burla:   te bardea.
El argentino no fracasa:   se jode.
El argentino no va rápido:   va a los pedos.
El argentino no está activo:   tiene las re pilas.
El argentino no es listo:   es un vivo.
El argentino no tiene “mucho”: tiene una banda.
El argentino no se pasa:   se re - zarpa.
El argentino no te estafa:   te caga.
El argentino no te hace el amor:   te garcha.
El Argentino no se enoja:    se re calienta.
El Argentino no dice ese/a chico/a es lindo/a:   dice esta re bueno/a.
El Argentino no roba:   chorea.
El Argentino no va enseguida:   va al toque.
El Argentino no tuvo mala suerte: cagó fuego.
El Argentino no es buena gente:   es macanudo.
Al Argentino no le gusto:   le re cabió.
El Argentino no dice está bien:   dice "Bien ahí..!!"
El Argentino no dice es verdad: dice "maal..!"
El Argentino no sabe:   la tiene clara.
El Argentino no estudia:   se machetea.
El Argentino no te dice "calmate..!":   te dice "rescatate...!"
El Argentino no imagina: flashea.
El Argentino no es piola:   es un culiadoo..!
El Argentino no pide las cosas:   las agarra.
El Argentino no va a jugar al mundial:   va a buscar la copa.
El Argentino no sale corriendo:   sale rajando.
El Argentino no le tiene bronca a alguien: le tiene una vena.
El Argentino no dice "Señor":   dice "Amigo".
El Argentino no dice por favor:   dice capo..!
El Argentino no pide permiso:   dice correte.
El Argentino no come mucho asado:   se morfa una vaca.
El Argentino no tiene mala suerte:   tiene mala leche.
El Argentino no es desinteresado:   le chupa un huevo.
El Argentino no trabaja:   labura.
El Argentino no va en colectivo:   va en bondi.
El Argentino no te ayuda:   te hace la segunda.
El Argentino no dice sumate al grupo:   dice copate.
El Argentino no dice chico/a:   dice chabón/ a.
El Argentino no dice te beso:   dice te cago chapando.
El Argentino no te corta en pedacitos:   te descuartiza.
El Argentino no se masturba:   se pajea.
El Argentino no duerme:   se pega una siestita.
El Argentino no espía:   chusmea.
El Argentino no se suicida:   se pega un tiro.
El Argentino no compite:   te gana.
El Argentina no echa:   te saca a patadas.
El Argentino no dice me voy a pasear:   dice me voy a dar una vuelta.
El Argentino no juega:   boludea.
El Argentino no te hace un chiste:   te hace una joda
El Argentino no dice esta re bueno:   dice está re piola o está re grosso.
El Argentino no llama a la policía:   llama a la cana.
El Argentino no se va de clases:   se ratea.
El Argentino no lo rompe:   lo hace mierda.
El Argentino no dice no:   dice dejate de hinchar las pelotas.
El Argentino no tiene rollitos:   tiene cuadritos.
El Argentino no se asusta:   se caga hasta las patas.
El Argentino no es cualquier cosa:   El Argentino es una masa...!!!
Al Argentino no le gusta:   le re - cabe.
El Argentino no te gana:   te rompe el culo.

jueves, 3 de julio de 2014

TRENZARÉ MI TRISTEZA, de Paola Klug - 4/3/14

Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta manera, el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo.
Había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos, pues los haría llover.
Tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros labios, pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas.
Que no se meta entre tus manos - me decía -, porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa, y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo.
Cuando te sientas triste niña, trénzate el cabello, atrapa el dolor en la madeja, y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza.
Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete, y suave como la espuma del atole.
Que no te agarre desprevenida la melancolía, mi niña, aún si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia.
No la dejes meterse en tí con tu cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo.
Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza
Y mañana cuando despiertes con el canto del gorrión, la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello.

NATALIO RUIZ, de Carlos García y Carlos Mestre (Charly y Nito, Sui Generis)

Y cuando pasó el tiempo
alguien se preguntó,
adónde fue a parar Natalio Ruiz:
el hombrecito del sombrero gris.

Caminaba por la calle mayor,
del balcón de su amada
a su casa a escribir,
esos versos de un tiempo
que mi abuelo vivió.

Dónde estás ahora, Ratalio Ruiz
el hombrecito del sombrero gris?
Te recuerdo hoy, con tus anteojos,
que hombre serio paseando por la plaza..!

De qué sirvió cuidarte tanto de la tos?
No tomar más de lo que el médico indicó..!
Cuidar la forma por el qué dirán,
y hacer el amor cada muerte de obispo.

Y nunca atreverse a pedirle la mano,
por miedo a esa tía con cara de arpía?
Y dónde estás? adónde has ido a parar?
y qué se hizo de tu sombrerito gris?

Hoy ocupás un lugar más
acorde con tu alcurnia, en la Recoleta..!

miércoles, 2 de julio de 2014

UNO PIDE PERMISO PA´ ENTRAR EN UNA CASA..., Anónimo

Uno pide permiso pa entrar en una casa:

Se lo conceden... pasa.
Al entrar... saluda.
Le invitan a conversar...contesta con respeto.
Si los demás no están vendiendo nada...usted tampoco ofrece ningún producto.
Si le piden ayuda... colabora.
Si le piden opinión... contesta con criterio.
Si surge una discusión... no insulta, sigue respondiendo con respeto.
Si desconoce el tema de discusión... se mantiene reservado, escucha, aprende.

Son reglas que no están escritas en ningún lado, sin embrago se respetan en las casas, y hacen bien a la convivencia y a las buenas costumbres...
Hagamos de cuenta y cuidemos este espacio como si fuera nuestra casa...

martes, 1 de julio de 2014

CONTIGO, de Joaquín Sabina

Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá.
Yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado con ganas de llorar.


Yo no quiero vecinas con pucheros;
yo no quiero sembrar ni compartir.
Yo no quiero catorce de febrero,
ni Cumpleaños Feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
Yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta, brindar a su salud.

Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardín;
Lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas,
y matarme contigo si te mueres.
Porque el amor cuando no muere, mata,
porque amores que matan nunca mueren.

Yo no quiero juntar para mañana,
no me pidas llegar a fin de mes.
Yo no quiero comerme una manzana,
dos veces por semana, sin ganas de comer.

Yo no quiero calor de invernadero;
yo no quiero besar tu cicatriz.
Yo no quiero París con aguacero,
ni Venecia sin ti.

No me esperes a las doce en el juzgado,
no me digas volvamos a empezar;
Yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado, ni orgullo ni piedad.

Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo, ni sin ti.
Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

ES ASI, NOMÁS..., de Héctor Tellechea - 1/7/14

Es así no más, puedo viajar todavía de muchísimas maneras (aten al alemán) y cuando hablé del Tigre fue también un viaje por el pasado.
Por unos días con mis viejos y Jorge, (Raúl no había llegado todavía) en una modesta pieza de un también modesto recreo, sobre el río Capitán.
Esos recuerdos de pibe de barrio empedrado, pero también de magia en el Monumental, entonces vivíamos en los 40, en un primer mundo; con esa escuela de brillante enseñanza pública.
Sí, creéme..!
Vivíamos con tres mangos en el primer mundo, y mi viejo era sólo el encargado de una modesta zapatería de Cabildo y Monroe.
De esa avenida ancha de un barrio periférico, con un boulevard en su centro, donde se instalaban ferias francas día por medio.
Sí, hoy no podés imaginarlo, y menos que al costado pasaran los tranvías.

Mientras te escribía ayer, se me cruzó un episodio muy menor, pero enorme para mí.
Tanto que lo estoy volviendo a ver en detalle: mi viejo había hecho una honda, una gomera, y en el barrio los gorriones estaban "entrenados para el esquive". Nunca le di a ninguno.
Allí, junto a la orilla estaba un hornero confiado por esa paz de la ausencia importante del hombre extraño. Estaba descuidado buscando bichitos o pajitas para su nido. . .Vivía en la imponente paz de las islas.
Le tiré y le di.
Entonces, tarde, quise ser Superman para salvarlo, y en cambio fui un pobre pibe que vio como el pajarito herido, intentó equivocadamente huir cruzando hacia la otra orilla.
Hice mucha fuerza con mi culpa para ayudarlo, pero tuve que presenciar, como mi gran castigo, que caía en medio del río y allí aleteaba largo rato, luchando hasta su fin.

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