viernes, 24 de julio de 2015

VIÑETAS Y REVOLUCIÓN, de Héctor Oesterheld

Lee el guionista. Sentado en el último asiento del vagón, lee.
Afuera, contra las ventanillas, la lluvia.
Se escucha el agua pegando en la chapa del vagón, el agua entrando por las rendijas y mojando el pasillo, el tren que avanza rumbo al ojo de la tormenta.
Mientras, el guionista lee.
Como si nada de todo aquello que cruje a su alrededor importara.
El guionista saca un lápiz, y subraya algunas líneas del libro. Ha encontrado algo que despierta su atención. Detiene su marcha sobre las páginas y subraya. Encierra con un círculo la fecha, 3 de junio.
Subraya una cita: “A las 13 ocupamos posiciones, Ricardo y yo con un grupo cada uno en el centro, Pombo en un extremo y Miguel, con toda la vanguardia en el punto ideal”.
Anota con el lápiz, en el margen: emboscada.
Y subraya, otra vez: “A las 14.30 pasó un camión con chanchos que dejamos pasar, a las 16.20 una camioneta con botellas vacías - el guionista apunta, a un costado de la página: paciencia - y a las 17 un camión del ejército, el mismo de ayer, con dos soldaditos envueltos en frazada en la cama del vehículo. No tuve coraje para tirarles y no me funcionó el cerebro lo suficientemente rápido como para detenerlo, lo dejamos pasar…” . 
Se detiene el guionista, retrocede en la lectura, busca el apunte del día anterior, del 2 de junio. Busca la escena mencionada: el camión del ejército que pasa delante de la mira de los guerrilleros, y los soldaditos atrás.
Allí había subrayado ya una frase: “Un bocado fácil, pero era día de holgorio y puerco”. 
Mira la lluvia por la ventanilla. Su imaginación se va de viaje.
Ve, por la ventanilla, al Che tumbado en la selva boliviana. Sabe que la paciencia es el oxígeno de la emboscada. De nada sirve la ansiedad. Hay que esperar.
El músculo tenso sobre el fusil, la respiración mansa y regular, el ojo que apunta y el ojo que duerme, el dedo que juega sobre el gatillo. El resto es selva, sombras de la tarde que se cruzan por delante de la mira, pájaros sobre los árboles, el hambre compañero, el sueño que ataca.
Esperar.
Esperar cualquier leve movimiento en el follaje, el mínimo sonido que rompa la rutina de la selva que respira, y la tensión endurece los músculos.
La emboscada es aprender a esperar, lo sabe el guerrillero.
El guionista vuelve del viaje, y busca un espacio en blanco en los márgenes del diario boliviano de Guevara. Anota como puede, como lo permite el traqueteo del tren, el tronar de la lluvia sobre la chapa, el frío en las manos.
Aferra con fuerza el lápiz para anotar: “Debo tirarte soldadito… El precio de tanta miseria… Debo tirarte soldadito”.
Para contar la historia, su historia del Che, encara un relato fragmentado, casi telegráfico. Como fotografías de una vida, de un momento.
Un relato que se sostiene en un lirismo extraño a comparación del trabajo previo de Oesterheld, que viene a confirmar que esta historieta no es otra de esas que acepta por necesidad.
Aquí no hay oficio, hay otra cosa.
Atisbos de una pasión adormecida, una fiebre que de a poco lo enciende, un profundo sentido de identificación con el personaje, una mirada aguda que despierta y observa ese continente que los dos, autor y personaje, recorren juntos.
El joven Guevara en su moto, el viejo Oesterheld a bordo de su imaginación.
Los dos miran América Latina con jóvenes ojos, y asisten a su fábula de olvidados y excluidos: “Hay más, mucho más para ver: los ranchos de la soledad, del hambre, del piojo y la vinchuca, mal de Chagas y todo el repertorio maldito. En todas partes los mismos chicos, los mismos ojos cavados en tanto ensueño inútil, brazos palitos, vientres redondos del raquitismo… Ernesto médico como pocos, aunque siempre va tan lejos, las enfermedades que en verdad quisiera curar no se llaman tifus, malaria, lepra. Se llaman hambre, explotación, injusticia”.
América quema para Guevara y para Oesterheld. “Basta de hablar, hay que defender la esperanza”, anota Héctor, piensa Ernesto, y los dos se lanzan a la aventura en una América que quema.
Lo está pensando desde hace tiempo. ¿De qué vale aquí la medicina? Habría que ir a la raíz misma de la enfermedad y la degeneración, a la causa del piojo y el brazo palito”.
Y se comparten la indignación, la rabia, la ternura, las dudas y la emoción.
Hablan solos. Discuten, no se ponen de acuerdo, se comprenden. Y toman decisiones, buscan respuestas, persiguen un sueño, saben que ya es tiempo de otra América, y dicen, varias veces dicen, revolución.
Guevara grita revolución. Oesterheld anota, en un margen de la página, revolución. Y subraya.
Pero no hay un registro idealizado del personaje. No se limita el guionista al relato épico del condottieri que persigue la acción y que se juega el pellejo sediento de peligro en los pliegues de la selva boliviana. No.
El guión de Oesterheld se ocupa de sus decisiones políticas, sus indagaciones económicas, sus atribuladas reflexiones filosóficas de cara a un mundo injusto, de frente al dilema de construir el socialismo en un pequeño país del Caribe.
El guionista busca la raíz. “El Che va comprendiendo. Equivocaron quienes redujeron todo a lo económico. La verdadera revolución sólo dentro del hombre, fuera el hombre lobo, el devorador del prójimo, es tiempo del hombre nuevo, el que trabaja y se juega por el incentivo moral. Sí, la revolución empieza dentro de cada uno”, piensa Guevara, anota Oesterheld.
Inquieto personaje, el Che va más rápido que el propio argumentista, se le escurre de las manos, se queja, se hace preguntas, Fidel, Sierra Maestra, se hace ejemplo, estudia, exige, busca, rompe, critica. Se hace mito.
¿Lo entenderán alguna vez? El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor… Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización… El revolucionario se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial”.
La crónica en Bolivia.
El Che, cuando acompaña a otro guerrillero en la guardia nocturna: “Quedarse a mirar la noche con él. Tanta estrella. El agua infantil y eterna rezando piedras en el arroyo”.
El afecto por cada hermano en la columna, el Che que los protege del frío con una manta: “Cada compañero un mundo, una infancia, una protesta, y ya una muerte sola en un barranco cualquiera. No, no han perdido. Nunca es perdida una muerte por algo. Como no es perdida aquella muerte en la cruz de los esclavos, hace dos mil años”, la mirada piadosa hacia el instrumento del enemigo: “Los soldaditos, inocentes del fusil que empuñan. Habría que balear a otros, no a ellos”.
La certeza del fin inminente, el viaje del autor al personaje, ida y vuelta, como si fueran uno: “Cierra el diario, apaga la linterna. Podría seguir escribiendo tanto más, la muerte vecina, estamos cercados, pero no, no puedo escribir dudas ni desalientos, si lo lee un compañero, cruel e inútil mostrar el fin cierto”.
La herida, la derrota, la cacería, la resistencia. La decisión de entregarse, la aguda interpretación de una decisión límite: “Desarmado. Nada que hacer ya. Pero no. Sacrificios en vano, no”.
La noche, la escuelita en La Higuera, el Che solo, piensa: “La vida que se repasa. Hubo errores y tanto sin terminar, seguirán el piojo y el dividendo, pero la esperanza algo más cerca. Valió la pena. Sí, valió la pena…”.
Héctor escribe, América quema, el rostro del Che clavado en su imaginación, la belleza de una imagen, el borde de un presagio: “La sangre del Che es ya gota en el río de la tanta sangre derramada contra el hambre y la cadena de su nombre, amor y acción. Pone de pie a las juventudes del mundo, las echa a andar”.
El guionista queda solo. Afuera llueve. El guión se termina, el personaje se desvanece debajo de su lápiz.
El guionista repasa sus líneas, escucha una voz. Alguien lo llama del otro lado de la página. Viaja rumbo a su imaginación, otra vez. Ve con sus ojos las tinieblas de la selva. Escucha las ráfagas de metralla. Se oculta detrás de un árbol. Algo quema por dentro. Apunta con su fusil. Respira y espera.
Espera.

miércoles, 22 de julio de 2015

LOS FORMALES Y EL FRÍO, de Mario Benedetti (música de Joan Manuel Serrat)

Quién iba a prever que el amor, ese informal,
se dedicara a ellos tan formales.

Mientras almorzaban por primera vez,
ella muy lenta y él no tanto, 
y hablaban con sospechosa objetividad
de grandes temas en dos volúmenes.

Su sonrisa, la de ella,
era como un augurio o una fábula.
Su mirada, la de él, tomaba nota
de cómo eran sus ojos, los de ella.
Pero sus palabras, las de él,
no se enteraban de esa dulce encuesta.

Como siempre o como casi siempre,
la política condujo a la cultura,
así que por la noche concurrieron al teatro,
sin tocarse una uña o un ojal, 
ni siquiera una hebilla o una manga.

Y como a la salida hacía bastante frío 
y ella no tenía medias,
sólo sandalias, por las que asomaban
unos dedos muy blancos e indefensos,
fue preciso meterse en un boliche.

Y ya que el mozo demoraba tanto,
ellos optaron por la confidencia.
Extra seca y sin hielo por favor.
Cuando llegaron a su casa, la de ella,
ya el frío estaba en sus labios, los de él.

De modo que ella, fábula y augurio,
le dio refugio y café instantáneos.
Una hora apenas de biografía y nostalgias,
hasta que al fin sobrevino un silencio.
Como se sabe, en estos casos es bravo
decir algo que realmente no sobre.

Él probó: sólo falta que me quede a dormir...
Y ella probó: por qué no te quedas..?
Y él: no me lo digas dos veces...
Y ella: bueno por qué no te quedas..?
De manera que él se quedó en principio 
a besar sin usura sus pies fríos, los de ella.

Después ella besó sus labios, los de él,
que a esa altura ya no estaban tan fríos.
Y sucesivamente, así.
Mientras los grandes temas
dormían el sueño que ellos no durmieron.

ALEMANIA TERMINA CON GRECIA, de José Pablo Feinmann - 22/7/15

A Jorge Aleman

Durante el reciente Foro del Pensamiento Latinoamericano realizado no hace mucho en San Miguel de Tucumán, muchos de los disertantes unieron la situación de Suramérica con el trágico destino que amenaza una vez más a los griegos, nada menos que a ellos, que pasan por ser - para la tradición europea y para muchos de sus más eminentes filósofos - la cuna de la civilización occidental.

Así, en uno de esos momentos de flojedad, descanso o reposo que se producen en estos eventos (y que son a menudo lo más fructífero) me encuentro tomando un café con Jorge Aleman, a quien quiero y admiro.
Me dice: “Lo de Grecia es increíble. La propia Europa se empecina en destruir a los griegos, a los de hoy que heredan a los de ayer, en quienes Occidente encuentra su origen, el surgimiento de la tragedia, Homero, la filosofía. ¡Si Heidegger resucitara y viera esto! Pobre, se muere otra vez. Lo que hace Alemania es demencial”.

(Me pareció una mirada original, brillante. Me puse a pensar a partir de ahí. Aclaración: es la primera y última vez que te cito, querido Jorge. De aquí en más procedo a apropiarme de esta idea, tal como tu admirado Lacan se adueñó de tantas de los más grandes filósofos que lo precedieron, sobre todo Heidegger, y nunca los citó)
Todos conocemos la cuestión griega. Sin embargo, no todos llegan a tematizar con rigor el tema complejo de las razones del poderío alemán en la etapa actual del occidente capitalista.
La historia tiene innumerables tramas y está en perpetua redefinición.
Si alguien creyó que Alemania fue destruida en la segunda guerra llamada mundial tendrá hoy que revisar esa certeza.
Algo verdadero aún late en esa poderosa frase de Heidegger que ubica a Alemania en el centro del acontecer histórico de Occidente, “en el dominio originario de las potencias del ser. Justamente, si la gran decisión de Europa no debe caer sobre el destino de la aniquilación, sólo podrá centrarse en el despliegue de nuevas fuerzas histórico - espirituales, nacidas en su centro” (Introducción a la metafísica, capítulo I: La pregunta fundamental de la metafísica)
Heidegger dicta este curso ante un auditorio de jóvenes nacional - socialistas. 
En 1953, en plena Alemania del “milagro alemán”, habrá de publicarlo sin ningún cambio. Aquí, un joven Jurgen Habermas señalará que las palabras del Herr Rektor de Friburgo empujaban a los estudiantes a aceptar mansamente eso que luego les exigirían como oficiales. Se trata de un importante texto de Habermas sobre el deseo de Alemania de olvidar: “No es la principal tarea de los que se dedican al oficio del pensamiento la de arrojar luz sobre los crímenes que se cometieron en el pasado y mantener despierta la conciencia de ellos? En lugar de eso, la gran masa de la población, con los responsables de entonces y de ahora a la cabeza, sólo quiere oír hablar de rehabilitación” (Jurgen Habermas, Perfiles filosófico - políticos, Taurus, p. 64)
Por decirlo claro: nunca hubo un milagro alemán.
El milagro alemán era una absoluta necesariedad para el occidente capitalista.
Ese milagro (que sirvió, entre otras cosas, para demostrar que el atraso permanente de los países periféricos o subalternos se debía a su debilidad espiritual, o que impulsó el argumento racista de la pereza latina ante el dinamismo creativo de los germanos) fue obra del imperio que surge más integrado, poderoso después de la guerra, Estados Unidos.
El Plan Marshall se crea para Alemania.
Ahí, en el centro de Europa, está esa nación que debe ser cuidada, protegida por Occidente.
De esta forma, luego de la caída del Muro, luego de la reunificación, Alemania consolida cada vez más su poder económico, su hegemonía sobre Europa.
Hoy, la führer Merkel supera el poderío del führer Hitler. Pero la führer Merkel es más astuta que el desbocado führer de 1933.
No tiene nada contra los judíos. Al contrario, son sus aliados. No tiene nada contra los norteamericanos.
Sería largo trazar la historia de la rehabilitación del orgullo alemán.
Hoy los “malvados” de los films ya no son los nazis, son los fundamentalistas del Islam y los inmigrantes indeseados. Los deudores también, claro.
Aún no se han hecho films sobre deudores malvados, aún no hemos visto a los gloriosos marines entrar en las casas de los deudores, con sus cascos luminosos, sus metralletas imponentes y sus fusiles Barrett M82 fabricados por la Barrett Firearmas Company.
Aun no. Pero acaso no falte mucho.
Por ahora, como Merkel en Grecia, entran, no como guerreros sino como mercaderes, siguiendo el viejo consejo que George Canning diera sobre Suramérica.
Y aquí radica la gran diferencia entre la astuta Merkel y el desbocado Hitler. La Canciller del Cuarto Reich, la Canciller de Acero, entra y conquista por medio del dinero, no de las SS, ni de los oficiales que salían de las clases de Heidegger, ni de la aviación de Goering, ni de ese pueblo (“los verdugos voluntarios”) que entregaba su vida o tomaba la de sus enemigos por la gloria de su führer y los mil años del Tercer Reich.
Las finanzas, en el capitalismo, hacen las mejores guerras.
Pero ¿Grecia?
¿Cómo Alemania, en el centro de Occidente, no salva a Grecia, su remoto pero siempre presente origen?
Grecia es la casa, el gran hogar, el punto de honor espiritual que siempre se ha exhibido con orgullo.
Somos Occidentales porque nuestra patria es la de Parménides, la de Heráclito, la de Sócrates, la de Platón, la de Homero, la de los grandes poetas trágicos.
Entre 1830 y hasta cerca de su muerte, Hegel, en tanto Rector de la Universidad de Berlín, en tanto filósofo del estado prusiano, dicta sus olímpicas Lecciones sobre la filosofía de la historia universal.
En Grecia, respetuoso, se detiene y traza el linaje opulento de la Europa que él representa: “Entre los griegos nos sentimos como en nuestra propia patria, pues estamos en el terreno del espíritu (...) Grecia es la madre de la filosofía (...) El espíritu europeo ha tenido en Grecia su juventud: de aquí el interés del hombre culto por todo lo helénico” (Segunda parte: el mundo griego).
Los banqueros también se ocupan de Grecia, pero no parecieran ser hombres cultos pues desean destruirla, expulsarla del euro que da unidad al presente europeo. 
Ninguno parece comprender que Europa salva a Grecia o mata su juventud, su origen.
Una Europa sin Grecia es una Europa bastarda, sin linaje, errabunda.
¿No es la errancia una de las modalidades de la existencia impropia o inauténtica en Heidegger?
¿No es la errancia algo propio de los judíos?
Pero la jefa Merkel sabe que ahora los judíos tienen un poderoso Estado que les impide esa triste errancia mendicante a través de los pueblos.
También los palestinos, como la jefa Merkel, saben que ahora los judíos tienen ese poderoso Estado, pero lo saben de otro modo, lo saben desde el dolor.
¿Es entonces hoy el Estado de Israel, antes que Grecia, el que representa el espíritu europeo?
Sí, ya que el espíritu europeo se ha trastocado en el espíritu del capitalismo y el espíritu de este sistema de utilización del dinero en tanto arma de conquista no hay que buscarlo en Homero ni en Parménides ni en Platón.
Lo expresó Gideon Gekko en el film Wall Street de Oliver Stone: Greed is good (la codicia es buena).
¿Olvidó la jefa Merkel el discurso que dio Heidegger cuando asumió (respaldado por las SA de Rohm) el rectorado de Friburgo?
En esa dramática encrucijada, el Maestro de Alemania dijo: “El inicio es aún. No está tras de nosotros como algo ha largo tiempo acontecido. El inicio, en tanto es lo más grande (...) está ya allí como el lejano mandato de que recobremos de nuevo su grandeza”.
El inicio está en el futuro, pasó sobre nosotros y nos reclama, nos exige que seamos tan grandes hoy como lo fueron ellos en el pasado. Las conquistas de nuestras tropas no sólo deben ser materiales, territoriales, sino sobre todo espirituales. (Esto lo dice en Introducción a la metafísica.)
Las tropas hitlerianas, según el Heidegger del rectorado, debían asaltar Europa para llevar con ellas, para entregarles a los olvidadizos de la grandeza del inicio, la magnificencia del espíritu helénico.
Y concluye así: “Pero el esplendor y la grandeza de esta puesta en marcha (Aufbruch) sólo lo comprenderemos plenamente cuando hagamos la grande y profunda reflexión con la que la vieja sabiduría griega supo decir : ‘Todo lo grande está en medio de la tempestad” (Platón, República, 497, d, 9).
Heidegger utiliza a Platón para despertar el espíritu guerrero de su auditorio.
Además, en honor de ese auditorio constituido por jóvenes que ya vestían el uniforme pardo de las SA, el Maestro introduce la palabra Sturm, que traiciona el lenguaje de Platón pero expresa el de las milicias que admirativamente lo escuchaban: las Sturm Abteilung (tropas de asalto).
El genial y hábil filólogo sabía que en alemán Sturm era tanto tormenta como asalto. Así, tal como escribirá el profesor Dieter Muller a su hijo en una carta mortal: “Heidegger - ante nuestros espíritus estremecidos - acababa de crear el eje Atenas-Berlín” (JPF, La sombra de Heidegger, Planeta, Biblioteca Feinmann, Buenos Aires, 2015, p. 63).
Hoy ese eje, el del gran inicio que es aún, ya que es la grandeza que la nación hitleriana debe conquistar, está destrozado. El inicio ya no es. Berlín no sólo reniega de Atenas, la humilla.
Los griegos, entonces, los griegos de hoy, deben recordar que uno de ellos, de nombre Zorba, cuando vio sus ilusiones y las de su amigo de aventuras destrozadas, cuando vio estallar y hacerse pedazos ese acueducto que habían tallado en el corazón de la montaña, se largó a reír, enseñó a su amigo a bailar la hermosa música de Mikis Theodorakis, abrió largamente sus brazos, echó una mirada omniabarcante a la catástrofe, a la derrota, y exclamó: “¡Qué hermoso desastre!”
Y volvió a empezar.

EL SUR TAMBIÉN EXISTE, de Mario Benedetti (música de Joan Manuel Serrat)

Con su ritual de acero,
sus grandes chimeneas,
sus sabios clandestinos,
su canto de sirenas.
Sus cielos de neón,
sus ventas navideñas,
su culto de dios padre
y de las charreteras.
Con sus llaves del reino
el Norte es el que ordena.

Pero aquí abajo, abajo,
el hambre disponible
recurre al fruto amargo
de lo que otros deciden.
Mientras el tiempo pasa,
y pasan los desfiles,
y se hacen otras cosas
que el norte no prohibe.
Con su esperanza dura
el Sur también existe.

Con sus predicadores,
sus gases que envenenan,
su escuela de Chicago,
sus dueños de la tierra.
Con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta,
sus defensas gastadas,
sus gastos de defensa.
Con sus gesta invasora
el Norte es el que ordena.

Pero aquí abajo, abajo,
cada uno en su escondite,
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse.
Aprovechando el sol
y también los eclipses,
apartando lo inútil
y usando lo que sirve.
Con su fe veterana
el Sur también existe.

Con su corno francés
y su academia sueca,
su salsa americana
y sus llaves inglesas.
Con todos su misiles,
y sus enciclopedias.
Su guerra de galaxias,
y su saña opulenta.
Con todos sus laureles
el Norte es el que ordena.

Pero aquí abajo, abajo,
cerca de las raíces,
es donde la memoria
ningún recuerdo omite.
Y hay quienes se desmueren,
y hay quienes se desviven,
y así entre todos logran
lo que era un imposible.
Que todo el mundo sepa
que el Sur también existe..!!

QUÉ LES QUEDA A LOS JÓVENES..?, de Mario Benedetti

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
También les queda no decir amén,
no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía,
ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya,
no convertirse en viejos prematuros

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
Les queda respirar, abrir los ojos,
descubrir las raíces del horror,
inventar paz así sea a ponchazos,
entenderse con la naturaleza,
y con la lluvia y los relámpagos,
y con el sentimiento, y con la muerte,
esa loca de atar y desatar.


¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
También les queda discutir con dios,
tanto si existe como si no existe,
tender manos que ayudan, abrir puertas,
entre el corazón propio y el ajeno.
Sobre todo les queda hacer futuro,
a pesar de los ruines de pasado,
y los sabios granujas del presente
.

A LOS HOMBRES FUTUROS, de Bertold Brecht

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases,
y nos desesperábamos donde sólo había injusticia
y nadie se alzaba contra ella.

Y sin embargo, sabíamos que también
el odio contra la bajeza desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz.

Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar
el camino para la amabilidad,
no pudimos ser amables.

Pero vosotros,
cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia.

GENERAL, de Bertold Brecht

General, tu tanque es más fuerte que un coche.
Arrasa un bosque y aplasta a cien hombres.
Pero tiene un defecto:necesita un conductor.

General, tu bombardero es poderoso.
Vuela más rápido que la tormenta y carga más que un elefante.
Pero tiene un defecto:necesita un piloto.
General, el hombre es muy útil.
Puede volar y puede matar.
Pero tiene un defecto:puede pensar.

PRIMERO SE LLEVARON...., de Bertold Brecht

Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero, tampoco me importó.
Más tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.

lunes, 20 de julio de 2015

REHENES DE ESA GENTUZA, de Arturo Pérez Reverte - 20/7/15

Acabo de recibir el enésimo aviso policial, vía Internet, de virus maliciosos, espionaje y otras cabronadas. Y de nuevo me veo obligado a perder hora y media de mi cada vez más corta vida en revisar mensajes, marcar correo basura y dejar el antivirus funcionando un rato largo, justo en el poco tiempo que algunos días dedico a darle un vistazo al correo electrónico.
En ésas estoy cuando me quedo pensando y concluyo: hay que ver.
Yo, que me asomo a Internet con la puntita nada más, que no hago operaciones ni envío mensajes importantes por este medio, y estoy aquí perdiendo el tiempo como un idiota; así que imagino el trastorno que supondrá para quienes pasan el día, por necesidad o por afición, pendientes del artilugio este. Los que se juegan aquí el curro, la pasta o la confidencialidad. El trastorno que tendrán y lo mal que lo pasarán de vez en cuando.
De tanto pensarlo, acabo deprimiéndome yo también.
Está claro que todo esto va a más, y que por mucho que te resistas acabas en la trampa.
En mi caso, el correo electrónico lo miro sólo una vez por semana, viajo sin Internet y tengo un teléfono móvil que sólo sirve para hablar.
En cuanto a la dirección electrónica, no la doy casi nunca, aunque ahora todo el mundo la pide con impertinente naturalidad.
Lo que pasa es que, pese a todas las precauciones, cada vez me veo más forzado a dar esa información. No por gusto, claro, sino porque me obligan.
Cuando me relaciono con alguien por motivos de trabajo o como cliente, no hay problema: si exigen datos confidenciales mediante correos electrónicos, busco otro interlocutor.
El problema es cuando actúa la Administración.
Cuando agencias, ayuntamientos o ministerios exigen que envíes y expongas vía Internet tus datos confidenciales, profesionales, bancarios o fiscales. Cuando te obligan a desnudarte en público sin la menor garantía de protección. Lavándose las manos tras esa impunidad administrativa que tanta vileza facilita, si alguien utiliza todo eso y te arruina la vida.
No hay forma de escapar. Da igual que se trate de gente mayor o sin conocimientos de informática, indefensa ante este disparate.
O fulanos que, como yo, se resisten hasta que al fin los acorralan y obligan, con el pretexto de leyes y disposiciones que nunca sabes qué hijo de la gran puta aprobó, ni cuándo.
Y así, forzándote a pasear tu intimidad por Internet, te ponen una pistola en la nuca; pero cuando alguien aprieta el gatillo, nadie es responsable.
Hasta las notificaciones oficiales más delicadas o importantes llegan ya por correo electrónico, con su exigencia de respuesta, y sólo falta a esa gentuza - aunque igual lo hizo ya - sacar una ley que establezca:«Todos y todas los españoles y españolas tendrán obligatoriamente un correo electrónico para relacionarse con la Administración»; del mismo modo que, en otro orden de cosas, nadie viajará en avión dentro de poco sin llevar la tarjeta de embarque en el Internet del móvil, como si éstos no se perdieran, o no se acabara la batería, o no te saliera de la punta del ciruelo tener uno.
Pero eso sí: cuando el pirata informático saquea tu cuenta, usa tus datos o suplanta la firma electrónica, o llega el virus y manda todos tus documentos al carajo, nadie es responsable de nada.
Y te crujen vivo por no recibir esto, no enviar aquello o no conservar en el ordenador tal o cual documento.
Esto, señoras y señores, es una puñetera mierda electrónica. Déjenme al menos el desahogo de decirlo. Una infame falta de respeto al ciudadano.
Y va a más. Con el consuelo, eso sí, de que la culpa es nuestra, aunque esta vez no de todos. Mía, desde luego, no es. Y disculpen la chulería.
La culpa es de quienes llevan mucho tiempo aceptando sumisos, incluso entusiasmados, cada vuelta de tuerca de ese sistema suicida porque resulta más cómodo; olvidando, o ignorando, que lo más cómodo - acuérdense del Titanic - suele ser también lo más vulnerable.
Y claro. La pasividad de las víctimas, el silencio de los borregos, envalentona a esa gentuza sin rostro, vomitadora de disposiciones intolerables que maltratan derechos y libertades, y animan, además, a los sinvergüenzas a aprovecharse de ellas y de nosotros, mientras, como de costumbre, la cuenta la pagamos los inocentes.
Los que no queremos tragar esas maneras. Quienes intentamos vivir a nuestro aire, sin estar pendientes de un ordenador o un aparato de bolsillo que nos hagan cada vez más esclavos con el pretexto de hacernos más libres.
Y que, además, nos desnuda en público para que los golfos nos revienten y para que el Estado, fiel a sus puercas tradiciones, siga dándonos por saco, impunemente y con el mínimo esfuerzo.

viernes, 17 de julio de 2015

CANCIÓN DE LAS SIMPLES COSAS, de Armando Tejada Gómez y César Isella

Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas,
lo mismo que un árbol que en tiempo de otoño se queda sin hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas,
esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.


Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida,
y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso,
que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.


Demórate aquí, en la luz mayor de este mediodía,
donde encontrarás con el pan al sol la mesa tendida.
Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso,
que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.

lunes, 13 de julio de 2015

UNA HISTORIA DE ESPAÑA XL, de Arturo Pérez Reverte - 12/7/15

Para vergüenza de los españoles de su tiempo y del de ahora - porque no sólo se hereda el dinero, sino también la ignominia -, Fernando VII murió en la cama, tan campante.
Por delante nos dejaba dos tercios de siglo XIX que iban a ser de indiscutible progreso industrial, económico y político (tendencia natural en todos los países más o menos avanzados de la Europa de entonces), pero desastrosos en los hechos y en la estabilidad de España, con guerras internas y desastre colonial como postre.
Un siglo, aquél, cuyas consecuencias se prolongarían hasta muy avanzado el XX, y del que la guerra civil del 36 y la dictadura franquista fueron lamentables consecuencias.
Todo empezó con el gobierno de la viuda de Fernando, María Cristina; que, siendo la heredera Isabelita menor de edad - tenía tres años la criatura -, se hizo cargo del asunto.
Con eso empezó la bronca, porque el hermano del rey difunto, don Carlos (que sale de jovencito en el retrato de familia de Goya), reclamaba el trono para él.
Esa tensión dinástica acabó aglutinando en torno a la reina regente y al pretendiente despechado las ambiciones de unos y las esperanzas de buen gobierno o de cambio político y social de otros.
La cosa terminó siendo, como todo en España, asunto habitual de bandos y odios africanos, de nosotros y ellos, de conmigo o contra mí.
Se formaron así los bandos carlista y cristino, luego isabelino. Dicho a lo clásico, conservadores y liberales; aunque esas palabras, pronunciadas a la española, estuvieran llenas de matices.
El bando liberal, sostenido por la burguesía moderna y por quienes sabían que en la apertura se jugaban el futuro, estaba lejos de verse unido: eso habría sido romper añejas y entrañables tradiciones hispanas.
Había progres de andar por casa, de objetivos suaves, más bien de boquilla, próximos al trono de María Cristina y su niña, que acabaron llamándose moderados; y también los había más serios, incluso revolucionarios tranquilos o radicales, dispuestos a dejar a España que en pocos años no la conociera ni la madre que la parió. Éstos últimos eran llamados progresistas.
En el bando opuesto, como es natural, militaba la carcundia con solera: la España de trono y altar de toda la vida.
Ahí, en torno a los carlistas, cuyo lema Dios, Patria, Rey - con Dios, ojo al dato, siempre por delante - acabaría resumiéndolo todo, se alinearon los elementos más reaccionarios. Por supuesto, a este bando carca se apuntaron la Iglesia (o buena parte de ella, para la que todo liberalismo y constitucionalismo seguía oliendo a azufre) y quienes, sobre todo en Navarra, País Vasco, Cataluña y Aragón, igual les suena a ustedes la cosa, pretendían mantener a toda costa sus fueros, privilegios locales de origen medieval, y llevaban dos siglos oponiéndose como gatos panza arriba a toda modernización unitaria del Estado, pese a que eso era lo que entonces se estilaba en Europa.
Esto acabó alumbrando las guerras carlistas - de las que hablaremos otro día - y una sucesión de golpes de mano, algaradas y revoluciones que tuvieron a España en ascuas durante la minoría de edad de la futura Isabel II, y luego durante su reinado, que también fue pare echarle de comer aparte.
Una de las razones de este desorden fue que su madre, María Cristina, enfrentada a la amenaza carlista, tuvo que apoyarse en los políticos liberales. Y lo hizo al principio en los más moderados, con lo que los radicales, que mojaban poco, montaron el cirio pascual.
Hubo regateos políticos y gravísimos disturbios sociales con quema de iglesias y degüello de sacerdotes, y se acabó pariendo en 1837 una nueva Constitución que, respecto a la Pepa del año 12, venía sin cafeína y no satisfizo a nadie.
De todas formas, uno de los puntazos que se marcó el bando progresista fue la Desamortización de Mendizábal: un jefe de gobierno que, echándole pelotas, hizo que el Estado se incautara de las propiedades eclesiásticas que no generaban riqueza para nadie - la Iglesia poseía una tercera parte de las tierras de España -, las sacara a subasta pública, y la burguesía trabajadora y emprendedora, que decimos ahora, pudiera adquirirlas para ponerlas en valor y crear riqueza pública.
Al menos, en teoría.
Esto, claro, sentó a los obispos como una patada bajo la sotana y reforzó la fobia antiliberal de los más reaccionarios.
Ése, más o menos, era el paisaje mientras los españoles nos metíamos de nuevo, con el habitual entusiasmo, en otra infame, larga y múltiple guerra civil de la que, tacita a tacita, fueron emergiendo las figuras que habrían de tener mayor peso político en España en el siglo y medio siguiente: los espadones.
O sea, el ejército y sus generales. 

[Continuará]

lunes, 6 de julio de 2015

INTELECTUALES: NI ESTÁN NI SE LES ESPERA, de Arturo Pérez Reverte - 5/7/15

Está siendo, en España, un año de intenso debate político.
O más bien de intenso bombardeo mediático dedicado a la política.
La palabra debate, como algunos la entienden, o la entendemos, es otra cosa: un intercambio de ideas y programas distintos, opuestos a veces, en un escenario común de inteligencia y respeto; en un territorio donde el testigo, el público que cuando llegue la hora de las urnas tomará decisiones de las que dependen su bienestar, su trabajo y su futuro, obtiene material suficiente, argumentos serios que mejoren su percepción del mundo como ciudadano y lo hagan, como votante eventual, más responsable y más crítico.
Más culto, políticamente hablando. Más sabio.
Sin embargo, esa clase de debate, ese confrontar ideas y programas de una manera útil, esa opinión cualificada, estimulante, generadora de resultados positivos, no suele darse en nuestro país. No, al menos, en los medios de mayor impacto popular, que son la radio y la televisión.
A algunos amigos míos extranjeros los sorprende mucho que, salvo pocas excepciones, en clara oposición al enorme número de tertulias radiofónicas y televisadas que aquí nos abruman, el nivel intelectual de nuestros debates, su argumentación práctica, sus conclusiones, sean siempre de un nivel extremadamente mediocre, limitado a un monótono tira y afloja entre periodistas y políticos, casi todos ellos, unos y otros, encuadrados ya desde el comienzo según sus medios e ideología.
De lo que suelen resultar debates casi siempre reiterativos, maniqueos y previsibles.
En todas partes cuecen habas, claro. Pero otros países de nuestro entorno abren también puertas a otras cosas.
En Francia, en Gran Bretaña, en Alemania, incluso en Italia, con su no siempre justa fama de frivolidad mediática, es frecuente encontrar en radio y televisión a personajes de talla intelectual, catedráticos, científicos, historiadores, expertos en asuntos sociales y políticos, opinando en profundidad, interviniendo en debates o completando informaciones que, gracias a ellos, alcanzan notable altura.
En España, en cambio, esa importante tarea social recae siempre sobre los mismos: políticos previsibles hasta el hartazgo - y por lo general de una incultura, un discurso plano y unas maneras desoladoras -, que manejan casi como único argumento lo malos y perversos que son sus adversarios, y periodistas que salvo nobilísimas y escasas excepciones, suelen encuadrarse en dos grupos: los sectarios que confunden periodismo con militancia, sea cual sea ésa, y los todo terreno capaces de opinar de todo y de todos, que igual se acuestan siendo expertos en economía griega que se levantan listos para ejercer, sin complejos, de críticos de arte moderno, especialistas en misiles o analistas del Kremlin.
En cuanto a los intelectuales, por llamarlos de algún modo, a los verdaderos expertos que han dedicado su vida a las materias que se debaten, política incluida, rara vez les vemos el pelo. Mientras en Italia para hablar de democracia dudosa se recurre, por ejemplo, a Luciano Canfora, o en Francia para hablar del bicentenario de Waterloo se pregunta a Alessandro Barbero o a Dominique de Villepin, aquí los especialistas, dicho sea entre comillas, sólo sirven para un fugaz corte de quince segundos en el telediario, donde nada dicen porque, entre otras cosas, poco se les pregunta o lo que dicen importa, en realidad, un carajo.
Se meten allí para justificar, para vestir la cosa, igual que muchos de esos absurdos directos que nada aportan ni para nada valen.
Aquí las voces lúcidas se silencian o se desprecian, relegadas por un grosero rifirrafe de consignas políticas, descalificaciones e insultos. Las figuras respetables del intelectual de derechas o de izquierdas, ambas necesarias, sus argumentaciones de peso, su conocimiento sereno de la materia que tratan, son ahogadas por el fragor mediático que pone etiquetas a todo, que exige simplificar hasta lo absurdo asuntos complejos que requieren mucha discusión y cordura.
Aquí todo se reduce a fachas y progres.
Aunque tampoco, es cierto, el público receptor anima a ello.
Descorazona asomarse a las redes sociales y comprobar hasta qué punto la incultura, la limitación de ideas, la falta de comprensión lectora - que es uno de los grandes males de nuestro tiempo -, la fácil distinción entre ellos y nosotros, tan tristemente nuestra, ahoga las voces sensatas y necesarias.
Y uno acaba preguntándose, desesperanzado, si en realidad periodistas y políticos no se limitan a encarnar, ante las cámaras y los micrófonos, los papeles que una España inculta, estúpida, elemental y nunca dispuesta a aprender de sí misma, exige de ellos.

domingo, 5 de julio de 2015

PINK FLOYD, REVISITADO, de Juan Pablo Feinmann - 5/7/15

¿Por qué re - visitar Pink Floyd?
Esa banda de muchachos ingleses injertó la filosofía en el rock de un modo imperecedero.
No vamos a hacer su historia, que es conocida.
Nos vamos a detener reflexivamente sobre algunas de sus canciones, en lo posible aquellas que forman el corpus del film The Wall, el punto más alto al que llegaron y acaso el más alto al que también llegó el rock como música, poesía y arte de la rebelión.
Esas canciones, desde otra década, desde otro siglo, nos siguen interpelando, nos siguen llamando a las dos actitudes existenciales definitivas ante la realidad (ese muro infranqueable): la mansa aceptación o la rebeldía.
¿Qué quieres ser, mi amigo? ¿Un sujeto autónomo, un ser libre o apenas otro ladrillo en la pared?
Te educaron para que fueras lo otro de la libertad. Para que fueras parte de la pared. Un ladrillo, apenas uno más.
Para eso te gritaron, te pegaron, te humillaron.
En algún momento te rebelaste y tu rebelión se expresó con fuerza, a viva voz, poéticamente:


“No necesitamos la no educación
No necesitamos el control mental
¡Hey, profesores, dejen a los niños en paz!”
.
(All in all you are just another brick in the wall.)
“Al fin de cuentas, sólo eres otro ladrillo (brick) en la pared.”
El que castiga, el profesor sadista, el que cree que el saber con la sangre entra, es otro ladrillo en la pared, integrado a ella, imponiendo sus valores.
A esa educación, Adorno la llamó Pedagogía del Dolor, en un texto en que se interrogaba sobre qué cosas harían posible una repetición de Auschwitz.

“El ideal pedagógico del rigor (...) La idea de que la virilidad consiste en el más alto grado de aguante, fue durante mucho tiempo la imagen encubridora de un masoquismo que - como lo ha demostrado la psicología - tan fácilmente roza con el sadismo.”
(Adorno, Consignas, Amorrortu, Buenos Aires, pág. 88.)
Este tema estuvo de moda entre nosotros a raíz de las declaraciones de un cómico devenido político. Este hombre había dicho que dos buenos golpes de vara habían hecho de él un abanderado del colegio. (Fue desmentido por sus maestros.)

¿Qué es The Wall? ¿A qué llaman los Floyd La pared o El muro?
Entre nosotros y todo lo bueno de este mundo hay una pared.
Es la pared de los poderosos, de los que mandan, de los que nos educan, de los que nos forman para que sólo seamos un ladrillo más en esa pared, que formemos parte de ella, enmudecidos, cósicos, inertes, que jamás la atravesemos, que no conozcamos el otro lado aunque nos sea posible intuirlo y hasta desearlo, no, nada, siempre de este lado, o peor aún, parte de la pared, dentro de ella, parte de ella, un ladrillo más, sólo eso.
De aquí otra canción poderosa de los Floyd que llama a la rebelión: “Hey, You!”.

“¡Eh, vos. ¿Qué hacés ahí afuera, en medio del frío, solo, haciéndote viejo?”
(Getting lonely, getting old.)
La letra en inglés entrega un significado que va más allá de la traducción castellana. Getting lonely también puede entenderse como atrapándote la soledad, haciéndola tuya, alcanzándola, algo que transfiere la responsabilidad del hecho al que le ocurre.
No le viene de afuera. Ni la soledad. Ni la vejez. Se las gana. Se las atrapa. Se las consigue.

“Hey, vos, ¿podés sentirme?”
No “sientas” sólo mi voz. Sentí mi calor, mi presencia, mi cercanía.
Así, sólo así, vas a “atrapar” mis palabras.
Y ahora viene el reclamo. La exigencia rockera de la rebeldía:
“No les ayudes a enterrar la luz
No te des por vencido sin luchar”.
“Hey you!” ¿Me tocarías? ¿Me darías tu mano?
La rebeldía, cuando es verdadera, se hace con todo.
No todo lo puede el espíritu aunque nos llenemos la boca con esa frase, que es hermosa pero incompleta: “El espíritu de la rebelión”.
La rebelión no es sólo espíritu, es cuerpo también, carnalidad compartida, ardiente, siempre en riesgo. Por eso ellos saben que siempre podrán vencernos por medio del dolor. Por eso nos pegan. Someten nuestro cuerpo porque nuestra mente la conquistan llenándola de gusanos. Cada gusano, una idea menos. Cada gusano, una idea de ellos. Hasta que todos los gusanos expresen el completo sistema de ideas con que ahogarán nuestra libertad.

“Hey, you!” No te sientes desnudo junto al teléfono, no esperes durante largos inviernos, no esperes sometido al frío o al fuego, ahí, con la cabeza contra la pared, un llamado que no existirá, o si existe será de ellos, otro más, otro llamado para meter gusanos en tu cerebro.
Escuchame a mí. Sentime a mí. Ayudame a levantar la piedra.
Todas los días la levanto y la llevo a la cima de la pared, pero nunca llego, la pared es demasiado alta, la piedra cae, yo caigo, y otra vez lo mismo, y lo mismo, levantar la piedra y caer.

“Hey you!” ¿Los gusanos ya comieron tu cerebro? ¿Ya están ahí, en él, ya es tu cerebro su comida? ¡Basta de hacer lo que te han dicho que hagas!
(Always doing what you’re told.)
Abrí tu corazón. Ayudame. No me digas que ya no hay esperanzas. Juntos estamos de pie; divididos, nos caemos. Juntos podremos erguirnos; separados, nos derrotan.
La pared son las prisiones de Foucault: los manicomios para los locos, las prisiones para los delincuentes, una sociedad sólo es racional cuando sabe apartar de sí todo lo que niega la razón.
Los gusanos son el poder comunicacional.
Se comen tu cerebro, entran en él, no te das cuenta pero te lo devoran por dentro. Pronto pensarás lo que quieren que pienses.
Uno llega, como dice el Heidegger de Ser y Tiempo, a un mundo ya interpretado. Vive en ese mundo, crece ahí. Vive y crece en estado de interpretado. No habla, le hablan. Cuando habla salen de su boca las palabras que los otros han puesto en ella. Cree que conoce un idioma, el idioma lo conoce y lo somete a él. Habla su lengua materna, o su lengua paterna. Es hablado por su padre, por su madre, después por la educación, después por el sentido común, un sentido que es el del poder, el que el poder ha impuesto como visión del mundo.

Todo eso es la pared.
Hay que trepar por ella y salir, escapar. Escapar hacia uno mismo, hacia los otros que trepan, hacia la libertad. Inventar las nuevas palabras. Las interpretaciones. Hay que interpretar el mundo de otro modo, nuevo, luminoso. Pero la pared es demasiado alta. Volvemos a caer. Volvemos a subir. O nos entregamos –en medio de nuestra gozosa esclavitud– a los gusanos.

“¡Eh, vos! No me digas que no hay ninguna esperanza.”
(Hey you, don’t tell me there’s no hope at all.)
Los Floyd no vienen a decir eso.
A nadie van a decirle: no hay ninguna esperanza.
Lejos del rock punk, practican un rock conceptual de compleja lectura.
Sin embargo, están claramente lejos de ciertas cosas. De la violencia, de la desesperación, de los paraísos artificiales de las drogas duras (una tragedia que los tocó en carne propia) o de la bobería pasatista.
Sobre todo de esto, sin duda.
Hay que poder hacer un rock conceptual y ellos lo hicieron.
Diría, si se me permite, que practican un existencialismo áspero, a menudo doloroso, siempre romántico, asumiendo los contrastes vertiginosos de esa estética, un humanismo realista, que incorpora la inhumanidad a la humanitas universal, acotándola, señalando que lo Otro del hombre es también el hombre, que el sujeto humano es tanto el que busca la libertad como el que la niega, el que construye la pared como el que busca trepar por ella y huir.

Una notable canción de 1975, “Querría que estuvieras aquí” (“Wish You Were Here”), reúne estos elementos.
Alguien dice que desea que otro - al que ama - estuviese con él. Pero ese otro tiene muchos cenagosos escollos que vencer. Los escollos son, como siempre, los del muro, los de la pared. Hay que aprender a distinguir lo que es propio de la pared, lo que a ella irrefutablemente pertenece, de las otras cosas, las de la belleza, las de la libertad.

“¿Crees que puedes distinguir
el Cielo del Infierno,
el cielo azul del dolor,
un campo verde de los rieles de acero
,una sonrisa de un velo?”

¿O tal vez no?
Tal vez ellos consiguieron que cambiaras tus héroes por fantasmas, que cambiaras un papel (aunque fuese secundario) en una guerra por el principal en una jaula.
Sí, desearía, cuánto desearía que estuvieses conmigo. Somos dos almas perdidas nadando en una pecera. Año tras año, hemos caminado por una tierra vieja.
¿Y, al fin, qué hemos encontrado? Sólo los mismos antiguos miedos.
Ojalá estuvieses aquí.
Aquí, la derrota se ha consumado.
La vida fue nadar en una pecera, de donde un pez nunca sale ni sabe dónde está porque está dentro de la pecera, y sólo si alguna vez hubiese estado fuera (aun a riesgo de morir) sabría que hay algo más que su prisión, que existen los ríos anchos y turbulentos, los océanos infinitos.
Si no se salta la pared, los años van a pasar sin huella, siempre se caminará sobre una tierra vieja, con los mismos viejos miedos.
La frase final debiera leerse así: Querría que estuvieses aquí para que huyamos juntos.
Porque de eso se trata.
Amar es saltar la pared con otro o con muchos, hacia el otro lado, lejos de los gusanos, de la tierra seca, de los eternos miedos, de la esclavitud gozosa, hacia lo nuevo, lo incierto, lo libre.

lunes, 29 de junio de 2015

UNA HISTORIA DE ESPAÑA XLVI, de Arturo Pérez Reverte - 28/6/15

Y en ésas estábamos, con el infame Fernando VII y la madre que lo parió, cuando perdimos casi toda AméricaEntre nuestra guerra de la Independencia y 1836, España se quedó sin la mayor parte de su imperio colonial americano, a excepción de Cuba y Puerto Rico.
La cosa había empezado mucho antes, con las torpezas coloniales y la falta de visión ante el mundo moderno que se avecinaba; y aunque en las Cortes de Cádiz y la Pepa de 1812 participaron diputados americanos, el divorcio era inevitable.
La ocasión para los patriotas de allí (léase oligarquía criolla partidaria, con razón, de buscarse ella la vida y que los impuestos a España los pagara Rita la Cantaora) vino con el desmadre que supuso la guerra en la Península, que animó a muchos americanos a organizarse por su cuenta, y también por la torpeza criminal con que el rey Narizotas, a su regreso de Francia, reprimió toda clase de libertades, incluidas las que allí habían empezado a tomarse.
Antes de eso hubo un bonito episodio, que fueron las invasiones británicas del Río de la Plata.
Los ingleses, siempre dispuestos a trincar cacho y establecerse en la América hispana, atacaron dos veces Buenos Aires, en 1806 y 1807; pero allí, entre españoles de España y argentinos locales, les dieron de hostias hasta en el cielo de la boca: una de esas somantas gloriosas - como la que se llevó Nelson en Tenerife poco antes - que los británicos, siempre hipócritas cuando les sale el cochino mal capado, procuran escamotear de los libros de Historia.
Sin embargo, esa golondrina solidaria no hizo verano.
En los años siguientes, aprovechando el caos español, ingleses y norteamericanos removieron la América hispana, mandando soldados mercenarios, alentando insurrecciones y sacando tajada comercial. El desastre que era España en ese momento - desde Trafalgar, ni barcos suficientes teníamos - lo puso a huevo.
Aun así, la resistencia realista frente a los que luchaban por la independencia fue dura, tenaz y cruel.
Y con caracteres de guerra civil, además; ya que, tres siglos y pico después de Colón, buena parte de los de uno y otro bando habían nacido en América (en Ayacucho, por ejemplo, no llegaban a 900 los soldados realistas nacidos en España). El caso es que a partir de la sublevación de Riego de 1820 en Cádiz ya no se mandaron más ejércitos españoles al otro lado del Atlántico - los soldados se negaban a embarcar -, y los virreyes de allí tuvieron que apañarse con lo que tenían.
Aun así, hasta las batallas de Ayacucho (Perú, 1824) y Tampico (México, 1829) y la renuncia española de 1836 (a los tres años de palmar, por fin, Fernando VIII), la guerra prosiguió con extrema bestialidad a base de batallas, ejecuciones de prisioneros y represalias de ambos bandos.
No fue, desde luego, una guerra simpática. Ni fácil.
Hubo altibajos, derrotas y victorias para unos y otros. Hasta los realistas, muy a la española, llegaron alguna vez a matarse entre ellos.
Hubo inmenso valor y hubo cobardías y traiciones.
Las juntas que al principio se habían creado para llenar el vacío de poder en España durante la guerra contra Napoleón se fueron convirtiendo en gobiernos nacionales, pues de aquel largo combate, aquel ansia de libertad y aquella sangre empezaron a surgir las nuevas naciones hispanoamericanas.
Fulanos ilustres como el general San Martín, que había luchado contra los franceses en España, o el gran Simón Bolívar, realizaron proezas bélicas y asestaron golpes mortales al aparato militar español.
El primero cruzó los Andes y fue decisivo para las independencias de Argentina, Chile y Perú, y luego cedió sus tropas a Bolívar, que acabó la tarea del Perú, liberó Venezuela y Nueva Granada, fundó las repúblicas de Bolivia y Colombia, y con el zambombazo de Ayacucho, que ganó su mariscal Sucre, le dio la puntilla a los realistas.
Bolívar también intentó crear una federación hispanoamericana como Dios manda, en plan Estados Unidos; pero eso era complicado en una tierra como aquélla, donde la insolidaridad, la envidia y la mala leche naturales de la madre patria habían hecho larga escuela.
Como dicen los clásicos, cada perro prefería lamerse su propio cipote.
No hubo unidad, por tanto; pero sí nuevos países en los que, como suele ocurrir, el pueblo llano, los indios y la gente desfavorecida se limitaron a cambiar unos amos por otros; con el resultado de que, en realidad, siguieron puteados por los de siempre.
Y salvo raras excepciones, así continúan: como un hermoso sueño de libertad y justicia nunca culminado.
Con el detalle de que ya no pueden echar la culpa a los españoles, porque llevan doscientos años gobernándose ellos solos.
[Continuará].

jueves, 25 de junio de 2015

CARTA AL JEFE DE GOBIERNO, de Méndele Becerra

Al Jefe de Gobierno de la CABA,  Mauricio Macri, y su Ministro de Educación, Esteban Bullrich:
trabajo en el Colegio 2 DE 1º "Domingo Faustino Sarmiento". Soy docente de Historia, Geografía y Educación Ciudadana. Vengo estudiando Historia, con interrupciones, desde 1998, y a partir de 2004 ininterrumpidamente.
Soy Profesor de Enseñanza Media y Superior por el ISP "Dr. Joaquín V. González", y estoy escribiendo mi tesis de Maestría en Historia en la Universidad Nacional de San Martín.
He estudiado a Karl Marx, a Milton Friedman, a Ernesto Laclau, a Tulio Halperín Donghi, a José María Rosa, a Waldo Ansaldi, a Eric Hobsbawm, a José Luis Romero, a Marcos Novaro, a Daniel Azpiazu, entre tantísimos otros.
Los sigo estudiando, a ellos y a muchísimos hombres y mujeres de una enorme capacidad intelectual que siguen reflexionando sobre nuestro pasado, algunos de ellos de mi propia generación.
El relato historiográfico en particular, y el de las llamadas Ciencias Sociales en general, se construye a partir del cruce de diferentes posturas y debates ideológicos, que van dejando, con el correr del tiempo, sustratos de "verdad", por llamarlo así. Y esos debates, muchos de ellos surgidos al calor de los conflictos sociales que nunca cesaron, han sido imprescindibles para poder conocernos como humanidad, para comprender nuestros comportamientos sociales y las esperanzas y mezquindades de diferentes grupos y procesos.
Ustedes, Ing. Macri, Lic. Bullrich, son hijos de ellos, y de la interpretación que se hace de ellos.
¿O acaso Durán Barba no considera a Adolfo Hitler "un tipo espectacular"?
¿Qué grado de ideología hay en esa frase, reproducida y banalizada hasta el hartazgo?
¿Qué ideología cargaba Hannah Arendt cuando hablaba de la banalidad del mal?
Quería preguntarles, cómo hago, como funcionario del Estado del GCBA, para enseñar las materias que enseño sin ideología.
Quería preguntarles si ustedes conocen algún tipo de didáctica especial "desideologizada", que sirva como agente neutro.
Quería preguntarles por la currícula de NES, que prescribe una formación en participación democrática, política, conciencia cívica, respetuosa a la diversidad, crítica.
¿No es acaso ideología?
¿Cómo construyo conocimiento sobre la Constitución Nacional desideologizadamente?
¿No fue un debate ideológico encarnizado el que mantuvieron Sarmiento y Alberdi al respecto?
¿No fue ideología lo que llevó al Estado nacional a sofocar los levantamientos de Felipe Varela, Chacho Peñaloza y Ricardo López Jordán?
¿Y los intereses económicos del Estado argentino en la Guerra Guasú, que masacró al pueblo paraguayo?
¿No hay ideología en la democracia con la que se come, se cura y se educa del Dr. Alfonsín?
¿No hay ideología en la más maravillosa música?
¿Y en los bombardeos del '55?
¿Y en el Cordobazo?
¿Y en un presidente de facto diciendo que los desaparecidos no están, no existen?
¿Y en las relaciones carnales que un canciller de la Nación usó para describir una relación comercial?
¿No hay ideología, acaso, cuando el Papa Francisco postula que el cristianismo nunca consideró sagrada la propiedad privada, como sí lo establece nuestra Constitución Nacional, la misma que en su artículo 2º declara que el Estado federal sostiene el culto católico, apostólico y romano?
¿No hay ideología cuando el diario La Nación se declara como una "tribuna de doctrina"?
¿O cuando el diario Clarín dijo, el 27 de junio de 2002, que la crisis - y no la represión estatal - causó dos nuevas muertes?
¿O en el diario Página/12? ¿O en 678..?
¿O en Jorge Lanata, Joaquín Morales Solá, María O'Donnell, en "Intratables"?
¿Dónde, en qué esfera de la sociedad, Sr. Jefe de Gobierno, Sr. Ministro, deja de operar la ideología, la postura ante un problema, el diagnóstico y las posibles soluciones a un tema de vivienda, de salud, financiero?
Y en definitiva, ¿por qué la escuela podría estar, en tal caso, ajena a eso?
No puedo, Sr. Jefe de Gobierno, Sr. Ministro.
Mi compromiso con el conocimiento y con la educación, mi propia formación, mi praxis y mis esperanzas, me impiden permitirles ese planteo.
Hay colegios tomados, alumnos y docentes protestando.
La educación pública, en la CABA, pero no sólo en ella, atraviesa crisis estructurales vinculadas al proceso de democratización del acceso, a la pauperización de la sociedad y, fundamentalmente, a la falta de respuestas del Estado y de la clase política a esos problemas.
En las escuelas públicas de CABA no hay WiFiEn muchas, no hay gas en pleno invierno.
Las computadoras están completamente obsoletas, con lo que la gestión administrativa se lentifica todavía más.
Las iniciativas para informatizar se hicieron de manera tan desprolija y con resultados tan perniciosos que es inevitable pensar en una política adrede, para vaciar el sistema público, y de paso organizando contratos espurios con empresas proveedoras del Estado.
Ustedes deben saber perfectamente acerca de empresas proveedoras del Estado.
Me considero un militante de la educación pública, motivo por el cual tengo fuertes críticas a la gestión PRO no sólo a nivel educativo, sino también en términos sociales.
Mis planificaciones, mis clases, mis ideas están abiertas no sólo a ustedes como mis superiores máximos dentro del sistema, sino también a cualquier miembro de la comunidad.
Los invito a venir a cualquiera de los salones donde con los alumnos construimos conocimiento, para discutir acerca del rol de la ideología en la Historia y en las ciencias - sociales y duras -, y el rol del científico como ente subjetivo.
¿O acaso la bomba atómica fue un acto neutral?
Pueden encontrarme en el Colegio 2 DE 1º "Domingo F. Sarmiento" todas las mañanas excepto los martes, y todas las tardes excepto los jueves y viernes, en Libertad 1257.
Atentamente.

Prof. Manuel Jerónimo Becerra - Ficha Censal 450.535

miércoles, 24 de junio de 2015

CUANDO YO ME VAYA, de Carlos Alberto Boaglio

Cuando yo me vaya, no quiero que llores, quédate en silencio, sin decir palabras, y vive recuerdos, reconforta el alma.
Cuando yo me duerma, respeta mi sueño, por algo me duermo; por algo me he ido.
Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada, y casi en el aire, con paso muy fino, búscame en mi casa, búscame en mis libros, búscame en mis cartas, y entre los papeles que he escrito apurado.
Ponte mis camisas, mi sweater, mi saco y puedes usar todos mis zapatos.
Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama, y cuando haga frío, ponte mis bufandas.
Te puedes comer todo el chocolate y beberte el vino que dejé guardado.
Escucha ese tema que a mí me gustaba, usa mi perfume y riega mis plantas.
Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima, corre hacia el espacio, libera tu alma, palpa la poesía, la música, el canto y deja que el viento juegue con tu cara.
Besa bien la tierra, toma toda el agua y aprende el idioma vivo de los pájaros.
Si me extrañas mucho, disimula el acto, búscame en los niños, el café, la radio y en el sitio ése donde me ocultaba.
No pronuncies nunca la palabra muerte.
A veces es más triste vivir olvidado que morir mil veces y ser recordado.
Cuando yo me duerma, no me lleves flores a una tumba amarga, grita con la fuerza de toda tu entraña que el mundo está vivo y sigue su marcha.
La llama encendida no se va a apagar por el simple hecho de que no esté más.
Los hombres que “viven” no se mueren nunca, se duermen de a ratos, de a ratos pequeños, y el sueño infinito es sólo una excusa.
Cuando yo me vaya, extiende tu mano, y estarás conmigo sellada en contacto, y aunque no me veas, y aunque no me palpes, sabrás que por siempre estaré a tu lado.
Entonces, un día, sonriente y vibrante, sabrás que volví para no marcharme.

lunes, 22 de junio de 2015

BOKO HARAM ESTÁ TEMBLANDO, de Arturo Pérez Reverte - 21/6/15

No les llega la camisa al cuerpo, o sea.
Tienen la boca tan seca que ni salivilla les queda para mojarse el dedo cuando pasan las páginas del Corán.
Acojonados andan allí abajo, en el norte de Nigeria, sin pegar ojo, porque acaban de enterarse de la última: un juez de la Audiencia Nacional de España ha admitido a trámite una querella de la fiscalía contra Abubaker Shekau, jefe de Boko Haram: ese grupo terrorista que sale de vez en cuando en los telediarios porque secuestra niñas, y mata y viola a troche y moche, y campa por sus respetos; y como las fuerzas armadas de allí no pueden con él, o con ellos, el Boko Haram ese, y el tal Abubaker, y su puta madre, se pasan por la bisectriz tanto la legalidad de Nigeria, por llamarlo de alguna manera, como la legalidad internacional, que también tiene maneras propias.
Y como resulta que en España, como todo el mundo sabe, la Justicia está desahogada de curro, y los procesos judiciales van rápido, y los fiscales y los jueces no saben en qué entretenerse para matar el tiempo libre, y el tango que más se canta en los juzgados es el que dice que veinte años no es nada, pues se han dicho, oye, colega, ahora que tenemos unos días tranquilos en plan relax cup of café con leche vamos a montarle una querella a Boko Haram, o sea, un pifostio jurídico - taurino - musical que el nigeriano del turbante se va a ir de vareta por la pata abajo, como te lo cuento.
Que se van a enterar esos indeseables terroristas de lo que vale un peine.
Verán esos yihadistas afroamericanos de color subsahariano lo largo que tenemos, aquí, nuestro ya de por sí largo, robusto brazo de la ley.
La audaz idea, que me parece admirable en cuanto a su dimensión ética y sobre todo a sus efectos prácticos, proviene de un juez, vilmente inhabilitado de momento - maldita España ingrata, la nuestra -, cuyo nombre ustedes no adivinarían nunca: Baltasar Garzón.
Que ya se le echaba de menos en los periódicos. O por lo menos yo lo echaba.
El problema era que la percha legal para colgar el asunto, o sea, para que España se declarase competente, requería que Boko Haram hubiera causado alguna víctima española.
Pero, gracias al Cielo que todo lo provee, apareció una víctima: no una violada o asesinada o mutilada, que de eso no tenemos ahora en Nigeria, pero sí una religiosa, monja española, que al llegar los malos - estupefacta, sin duda, de que tales cosas ocurran en África - fue «víctima de una situación de acoso y coacción», pues tuvo que escapar y esconderse.
Nada menos.
Con eso, según la denuncia interpuesta por Garzón, ya tenemos víctima española que llevar al folio, y nuestra implacable maquinaria judicial puede seguir su curso.
De manera que, apreciando el asunto, un juez de la Audiencia, no me acuerdo ahora del nombre, ha admitido a trámite la querella por delitos de terrorismo y lesa humanidad.
Y a por ellos vamos, oigan. Los del turbante pueden darse por fritos.
Y ahora, como españoles sedientos de justicia internacional que somos, deléitense ustedes imaginando la escena.
Ese norte de Nigeria. Esa cabaña en un paisaje polvoriento y seco, rodeado de fosas comunes a medio llenar, donde ni el ejército nigeriano - uno de los más potentes y cabrones de África - se atreve a arrimarse.
Ese Abubaker o como se llame, el jefe de Boko Haram, o sea, esa mala bestia que está allí a su aire, violando niñas de colegio de doce años o haciendo filetes, a golpes de machete, a algún paisano que se equivocó cuando le mandaron recitar una sura coránica, o que se llama Crescencio porque fue bautizado por un misionero y resulta que es cristiano.
Y está el amigo Abubaker allí, como digo, todavía con la bragueta abierta y haciendo chas, chas, chas con el machete mientras un colega lo graba en video para colgarlo en Youtube dentro de un rato. Porque allí arrasa.
En esas anda mi primo, como digo, cuando de pronto aparece un Landrover a toda leche, envuelto en una nube de polvo, se baja un prójimo con escopeta y le dice, oye, Abubaker, tío, que la hemos pringao. Un juez del Real Madrid te ha puesto una querella que te rilas, por terrorista.
Y entonces el Abubaker se limpia la sangre de la cara - los machetes salpican mucho - y responde:
«No me jodas, Mohamed, con lo a gusto que yo había empezado el día».
Y el otro insiste:
«Como te lo cuento, jefe. Lo he leído en Twitter».
Y cuando el jefe terrorista pregunta de qué se le acusa, el colega informa:
«Por lo visto asustamos a una monja, y eso en España debe de ser la hostia».
Y entonces Abubaker, abatido, deja caer el machete, se sienta en una piedra, apoya la cabeza en las manos y dice:
«Dios mío. No voy a tener más remedio que entregarme».

jueves, 18 de junio de 2015

DIGO, LA MAZAMORRA, de Antonio Esteban Agüero

La Mazamorra ¿sabes?, Es el pan de los pobres,
la leche de las madres con los senos vacíos,
yo le beso las manos al Inca Viracocha,
porque inventó el maíz y enseño su cultivo.

Sobre una artesa viene para unir la familia,
saludada por viejos, festejada por niños,
allá donde las cabras remontan el silencio,
y el hambre es una nube con las alas de trigo.

Todo es hermoso en ella: la mazorca madura
que desgranan en noches de viento campesino,
el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro
que entre los granos mezcla rubores y suspiros.

Si la prefieres perfecta busca un cuenco de barro,
y espésala con leves ademanes prolijos
del mecedor cortado de ramas de la higuera,
que en el patio da sombra, benteveos e higos.

Y agrégale una pizca de ceniza de jume,
la planta que resume los desiertos salinos,
y deja que la llama le transmita su fuerza
hasta que asuma un tinte levemente ambarino.

Cuando la colmes sientes que el pueblo te acompaña
a lo largo de valles, por recodos de ríos,
entre las grandes rocas, debajo de cardones
que arañan con espinas el cristal del estro.

El pueblo te acompaña cada vez que la comes,
llega a tu lado,¿sabes?,se te pone al oído
y te murmura voces que suben a tu sangre
para romper la niebla del mortal egoísmo.

Porque eres uno y todos, comiendo el alimento
de todos, en la fiesta del almuerzo tranquilo;
la Mazamorra dulce que es el pan de los pobres,
y leche de las madres con los senos vacíos.

Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre,
más que la anciana triste que espera en el camino
tu regreso del campo, la madre de tu madre,
- su cara es una piedra trabajada por siglos -.

Las ciudades ignoran su gusto americano,
y muchos ya no saben su sabor argentino,
Pero ella será siempre lo que fue para el Inca:
nodriza de los pueblos en el páramo andino.

La noche en que fusilen canciones y poetas
por haber traicionado, por haber corrompido
la música y el polen, los pájaros y el fuego,
quizás a mí me salven estos versos que digo ...

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