viernes, 29 de mayo de 2015

OBJETOS PERDIDOS, de Julio Cortázar

Vos ves la Cruz del Sur,
respirás el verano
con su olor a duraznos.
Y caminás de noche,
mi pequeño fantasma silencioso,
por ese Buenos Aires,

por ese siempre mismo Buenos Aires.

Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro, medianoche.
Extraño las esquinas
con almacenes dormilones,
donde el perfume de la yerba
tiembla en la piel del aire.

Extraño tu voz,
tu caminar conmigo por la ciudad.
Comprender que eso está siempre allá.
Como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda, el peine, llaves.
La mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.

La Cruz del Sur, el mate amargo
y las voces de amigos
usándose con otros.
Me duele un tiempo amargo
Ileno de perros y desgracia,
la agazapada convicción
de que volver es vano.

Comprender que un mar es más que un mar.
Que la muerte se viste de distancia
para llegar, de a poco, lenta, interminable,
Como una melodía que se resuelve, al fin,
en humo de silencio.
Extraño ese callejón
que se perdía en el campo,
y el cielo con las salsas y caballos
y algo como un sueño.
Y me duelen los nombres de cada cosa
que me falta hoy.
Cómo me duele estar tan lejos
de tu caricias y de tus labios.

Extraño tu voz, tu caminar
conmigo por la ciudad.

jueves, 28 de mayo de 2015

MAESTRA JARDINERA, de Pipo Pescador

"Como pocas profesiones, la tuya exige renunciamiento.
Dar vida a cada instante.
Poner el corazón en un sobre que, tal vez, ha de perderse en la confusa dirección que escribe el tiempo.
Nunca envejecerás, porque vibrás con la vida nueva que te refresca cada año.
Entre nosotros, tenés alma de actriz y energía de cachorro de león.
El nombre lo dice todo: JARDINERA.
La que cuida la delicada vida de las flores.
La que maneja con fortaleza y dulzura, la materia mas frágil de la creación..."

miércoles, 27 de mayo de 2015

CUESTIONES DE MÉTODO EN SURAMÉRICA, de José Pablo Feinmann

El concepto que late en el horizonte de la lucha contrahegemónica en Suramérica es el de unidad.
Este concepto - cuyo origen se le atribuye a Bolívar, que quería conducirlo - tiene, a su vez, que ser aclarado.
La unidad de Suramérica es una totalidad en permanente destotalización.
O, si se prefiere, una unidad que se decontruye una y otra vez para construirse de nuevo.
Es la unidad de una diferencia, que se estableció en el siglo XIX bajo las oligarquías nativas y el imperio británico, a la que se llamó balcanización.
Pero la balcanización de América latina deberá estar (hoy) al servicio de su unidad, deberá expresar la identidad de cada país, su diferencia con los otros y, superándola, la necesariedad de superar la diferencia en busca de una unidad contraimperial, contracolonialista.
Somos Occidente, pero al modo de sus víctimas.
Somos Occidente, pero al modo de la subalternidad.
Somos Occidente, pero somos su periferia.
Somos Occidente, pero (y he aquí nuestro breve homenaje al fallecido Galeano) somos sus venas abiertas, sangrantes, nutritivas y finalmente secas, o siempre secándose en beneficio del poder hegemónico.
Somos libres, pero al modo que el imperio siempre lo ha querido: no en tanto colonias, sino neocolonias.
Nuestra situación sigue siendo - no poscolonial, como si hubiéramos dejado por completo atrás esa situación - sino neocolonial.
(Nota: Este concepto - el del pacto neocolonial - tuvo su respaldo académico cuando Tulio Halperin Donghi lo incluyó en su Historia de América Latina. Hasta ahí se manejaba el de semicolonia que Jorge Abelardo Ramos desarrollara en Historia de la Nación Latinoamericana, libro mejor escrito y más entretenido que el de Tulio, pero sin su prestigio académico. Tulio escribía desde la academia norteamericana y el Colorado Ramos desde Corrientes y Talcahuano, a lo Viñas.)

¿Qué es una neocolonia?

En el Parlamento británico, durante el siglo XIX, un brillante hombre del imperio, Richard Cobden, dijo que había que abandonar el burdo colonialismo.
Que era necesario cederles su orgullo a las colonias. Que debían ser libres, tener escudo, bandera e himno nacional. Ejércitos, autoridades propias, sostener sus ideas religiosas, todo eso debían tener.
Todo eso les permitiría el imperio sin incomodarse al solo costo de que comerciaran mayoritariamente con él.
Sean libres, si así lo quieren. Pero permítannos ayudarlos.
Les extraeremos el petróleo, les compraremos todo el azúcar, el algodón, el trigo y las vacas.
No se gasten en tener industrias. Son muy caras y estamos nosotros para entregarles lo que necesiten.
Vivan de la riqueza de sus suelos generosos. Sean el granero del mundo. Nosotros seremos el taller.
Esta situación - que ha sido analizada y todos conocen - echa por tierra el concepto “poscolonial” con el que los profesores “poscoloniales” de la academia norteamericana - basándose en Foucault, Deleuze, Lacan y Derrida - se han hecho un destacado lugar en esos claustros, que han generado la tersa teoría del “multiculturalismo”.
(Concepto que rechazamos y ya explicaremos por qué.)
Pero, en tanto, la teoría neocolonial señala una carencia, un desajuste, sólo la modificación de un escenario colonialista, pero nunca su superación, nunca el surgimiento de una nueva hegemonía conquistada por medio de una praxis contrahegemónica, la teoría poscolonial da por resuelto un problema que subiste.
La “libertad” de las colonias, su poscolonialidad, no ha resuelto el problema colonial, que continúa pero por otros medios.
Los territorios de América del Sur no han hecho ninguna revolución.
No estará mal revisitar estos temas hermenéuticos durante estos días de mayo.
Sé que muchos colegas, personas a las que respeto, buscan un surgimiento glorioso para nuestro país.
Sé que se enojan cuando planteo estas tesis sobre las acciones de mayo y las siguientes.
Sin embargo, mi interpretación no disminuye el coraje de aquellos hombres de los principios de los países del sur.
No me importa discutir si San Martín fue un agente inglés.
Si Moreno quería (nada menos y nada más) liberar a Suramérica del poder español y entrar en la modernidad capitalista.
No dudo que en la Conferencia de Guayaquil San Martín se retiró por muchos motivos. Entre ellos, y acaso el principal, porque no compartía el proyecto bolivariano de la unidad de América latina.
Había venido para liberar al continente del perimido dominio español.
Esa fue su lucha. Esa fue su gloriosa campaña libertadora.
Que fue gloriosa y que liberó, sin duda, a los países de Suramérica del arcaísmo hispánico. La Generación del ’37 lo sigue en este punto.
San Martín es uno de los hombres más puros de nuestra América (con Antonio José de Sucre.)
Vino a luchar contra el poder español. Triunfó y le cedió el paso al ambicioso Bolívar, que buscaba unir al continente bajo una dictadura nacional que él encarnaría.
Cuando, en 1829, regresa al país y se entera de la sedición contra Dorrego, recibe las visitas de Rivadavia y Lavalle, de a uno por vez.
Le ofrecen el comando del Ejército Libertador, que, bajo el mando de Lavalle, ha derrotado y fusilado a Dorrego.
San Martín se niega.
Precisamente dicho: se niega a ser Lavalle, ya que Lavalle fue lo que San Martín se negó a ser.
Transformó, ensuciándolo, al Ejército Libertador en policía interna, algo que trazaría un destino indigno para el Ejército Argentino recién recuperado durante los primeros años del siglo XXI.
Fue larga la sombra de Lavalle, que llega a su punto máximo con Videla.
San Martín, ya desde su exilio europeo, pondera la acción de Rosas y, según se sabe, le cede, en su testamento, el sable que lo acompañó en las guerras de la Independencia.
Apoyaba las luchas de soberanía y liberación.
Rosas es y será siempre un núcleo conceptual sobredeterminado para los que buscan pensar la historia argentina.
¿No sabía San Martín que engalanaba con su sable a un restaurador de las tradiciones hispánicas?
¿No sabía que ese restaurador (¿qué restaurador no es un reaccionario?) rechazaba a las fuerzas de la modernidad capitalista que apoyaban sus enemigos, los cultos liberales, los que habían leído a Rousseau, a Victor Cousin, a Savigny?
Lo sabía, pero siempre estuvo antes con la defensa de la soberanía territorial que con los imperios que buscaban someterla en nombre de las luces, de la razón, del progreso. También Alberdi apoyó a Rosas.
Si buscamos los núcleos axiales de una historia (la nuestra) que persiguió su identidad a través de sus empeños contrahegemónicos, de su búsqueda de un espacio de libertad, de sus escasos, pero importantes y despiadadamente reprimidos intentos de una praxis de emancipación, esa batalla, la de la Vuelta de Obligado, entrega uno de los momentos más elevados de toda lucha anticolonialista.
De aquí el entusiasmo de San Martín.
No se trata de incurrir en un rosismo a destiempo.
Rosas fue la gran figura de los primeros revisionistas (los del ’30), pues requerían del pasado una gran figura nacionalista para fortificar al caudillo que apoyaban en el presente, Uriburu.
Nadie mejor que Rosas para eso.
Y Carlos Ibarguren, en su biografía del gaucho de Los Cerrillos, hizo con brillo la tarea.
Sin embargo, el Rosas de la Vuelta de Obligado va más allá de su derechización en manos de los revisionistas tempranos, iniciáticos.
Es el jefe de una gran lucha contrahegemónica.
No podía ignorar que iba a perder esa batalla en el campo de las armas. Igual la dio. Igual, en desventaja, ofreció pelea.
Las dos flotas unidas de las más grandes potencias de Europa no la sacaron gratis. Rompieron las cadenas del río, pasaron, pero tuvieron que volver pronto.
Muchos buques estaban averiados y las mercaderías a comercializar deterioradas.
Nosotros, hoy, que hemos buscado nuclear una fuerza contrahegemónica, una praxis libre, una conciencia crítica, también estamos en inferioridad de condiciones.
Vemos que la política se hunde en las ciénagas de la banalidad.
Que las subjetividades están colonizadas por el poder mediático.
Pero tal vez aún sea posible arruinarles algunos negocios.
Como Rosas.
Pero sin esperar el sable de San Martín, no.
No podemos llevar a cabo una lucha contrahegemónica tan importante como para merecer semejante premio.
Todavía.

lunes, 25 de mayo de 2015

LAS CAMELLAS DE ARABIA NO OFENDEN A NADIE, de Arturo Pérez Reverte - 25/5/15

Hace unos días hubo una noticia que pasó tristemente inadvertida, o casi, para la prensa española.
Y eso es malo, pues se trataba de una noticia importante; de las que tienen que ver con nuestro presente y, sobre todo, con nuestro futuro.
La cosa era que un cartel con la imagen de una modelo publicitaria ligera de ropa, denunciado por miembros de la comunidad musulmana de Brick Lane, en Londres, seguirá en su sitio después de que el organismo regulador de la publicidad británica desestimara las protestas de un sector del vecindario, que consideraba el anuncio ofensivo para quienes frecuentan las mezquitas de esa zona, donde vive una amplia comunidad que profesa la religión islámica.
Aunque la imagen de la modelo es «sensual y sexualmente sugestiva», admite la resolución, tampoco va más allá de eso, ni tiene por qué ofender a nadie, pues «encarna la clásica belleza y femineidad» que ha venido siendo representada por el arte occidental hace siglos.
Así que, quien no quiera, que no mire.
Y punto.
Me pregunto, con una sonrisa esquinada y veterana, fruto de los años y la mucha mili, qué habría ocurrido en España, en caso parecido.
O qué es lo que va a ocurrir en cuanto se dé la ocasión.
Me lo pregunto y me lo respondo, claro; y más en un país donde incluso hay oportunistas y tontos del ciruelo - sin que una cosa excluya la otra - capaces de ponerse a considerar muy serios, con debates y tal, las protestas de ciertos colectivos musulmanes porque las procesiones de Semana Santa, puestos a citar un ejemplo fácil, recorran las calles españolas ofendiendo la sensibilidad religiosa islámica. Etcétera.
Aquí, no les quepa duda, siempre habrá un organismo regulador de la publicidad, o una televisión, o una asociación de derechos y deberes, o un juez sensible a la delicadeza de sentimientos mahometana, que llegado el caso decida que, en efecto, la libertad en lo que llamamos Europa - aunque a algunos nos dé la risa llamarla así todavía - acaba allí donde empiezan los derechos, el fanatismo o la gilipollez de cuatro gatos a los que, de este modo, nuestra propia cobardía e imbecilidad acaban multiplicando de cuatro en cuatro, hasta irnos todos al carajo.
Y claro. Resulta inevitable preguntarse, también con respuesta incluida, dónde se meten en esta clase de debates las ultrafeminatas radicales que tanto las pían con otras chorradas de género y génera: las de las asociaciones de padres y madres de alumnos y alumnas, por ejemplo y por ejempla.
Qué opinan ellas, o sea, de escotes en anuncios o no escotes, y hasta qué punto coinciden con la censura islámica, o no. Con lo de usar hiyabs, niqabs, antifaces y trapitos así.
Sería útil saberlo más pronto que deprisa, como dicen las chonis.
Y los humos del tren, que los suelten en Despeñaperros.
Porque tiene su guasa esto del anuncio que ofende porque muestra las tetas o las nalgas de una señora, mientras que, por lo visto, no ofende a nadie que otra señora pueda meterse en España en un autobús, en una comisaría de policía o en un hospital enmascarada de pies a cabeza, como un guerrero ninja, mientras el marido va a su lado con bermudas, chanclas y gorra de béisbol. El hijoputa.
Y es que en Europa olvidamos, a menudo, que más importante que respetar tradiciones absurdas o infames es defender a quienes acudieron a nosotros huyendo, precisamente, de la miseria y el horror que esas tradiciones imponen en sus lugares de origen.
Y que eso se logra con educación escolar y con firmeza institucional frente a quienes pretenden esclavizarlos, incluso aquí, usando el manoseado y dañino nombre de Dios.
Quien se ofende por un anuncio en un cartel publicitario se ofenderá también cuando por su calle, por su barrio, se cruce con un escote, una falda corta, un cabello sin velo o un rostro sin tapar. Y actuará en peligrosa consecuencia.
Quien pretende aplicar maneras medievales de entender la vida, mientras se beneficia de un sistema de derechos y libertades que a otros costó siglos de dura lucha conseguir, no tiene derecho a imponer su voz ni a reclamar respeto.
La Europa moderna tragó dolor y sangre para librarse de púlpitos, velos, gentes de un solo y sagrado libro, pasos de la oca y fanatismos de todas clases.
Somos demasiado mayores, ya, para que vengan otra vez a taparnos el escote o las ideas.
Así que la solución es muy simple, Manolo, Mohamed o como te llames. 
Si no estás dispuesto a asumir nuestras reglas, chaval, si esto te ofende, coges un avión y te vas al desierto de Arabia, o del Sáhara, donde las tetas de las camellas no ofenden a nadie.
Y allí te pones ciego de dátiles.

domingo, 24 de mayo de 2015

SONATINA, de Rubén Darío

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo 
de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

sábado, 23 de mayo de 2015

O QUIZÁS SIMPLEMENTE TE REGALE UNA ROSA, de Leonardo Favio

Hoy corté un flor,
y llovía y llovía.
Esperando a mi amor,
y llovía y llovía.


Presurosa la gente,
pasaba, corría.
Y desierta quedó
la ciudad pues llovía.

Yo me puse a pensar
tantas cosas bonitas.

Como el día en la playa
cuando te conocía.

Como jugaba el viento
con tu pelo de niña.
Ay que suerte, que suerte..!
Tu mirada y la mía.

Cuando llegue mi amor
le diré tantas cosas,
o quizás simplemente
le regale una rosa.


Por que yo corté una flor,
y llovía y llovía.
Esperando mi amor,
y llovía y llovía.


Que me alegre tu canto,
que me alegre tu risa.
Que se alegre en silencio
tu mirada y la mía.

Nos iremos charlando
por las calles vacías
Nos iremos besando
por las calles vacías.

Y sabrán que te quiero,
esas calle vacías.

FUISTE MÍA UN VERANO, de Leonardo Favio

Hoy la vi, fue casualidad.
Yo estaba en el bar, me miró al pasar...

Yo le sonreí,
y le quise hablar.
Me pidió que no,
que otra vez será.

Que otra vez será,
otra vez será.
Tierno amanecer,
sé que nunca más.

Como olvidar tu pelo,
cómo olvidar tu aroma.
Si aún navega en mis labios,
el sabor de tu boca.

Cada piba que pase
con un libro en la mano,
me traerá tu nombre,
como en aquél verano.

Fuiste mía un verano,
solamente un verano.
Yo no olvido la playa
ni aquél viejo café.

Ni aquél pájaro herido
que entibiaste en tus manos,
ni tu voz, ni tus pasos
se alejarán de mí.

CHIQUILLADA, de Leonardo Favio

Chiquillada, chiquillada , chiquillada...
Pantalón cortito bolsita de los recuerdos.
Pantalón cortito con un solo tirador...

Con cinco medias hicimos la pelota,
y aquella misma siesta perdimos por un gol.
Una perrita, que andaba abandonada,
paso a ser la mascota del cuadro que ganó.

Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos.
Pantalón cortito con un solo tirador...

Dice el abuelo, que los días de brisa,
los ángeles chiquitos se vienen desde el sol,
y bailotean prendidos al barrilete,
flores del primer cielo, caña y papel color.

Media galleta rompiendo los bolsillos,
palitos mojarreros, saltitos de gorrión.
Los muchachitos de toda la manzana,
cuando el sol esta que pela, se van pa'l cañadón

Yo ya no entiendo que quieren los vecinos,
uno nunca hace nada, y a cual más rezongón.
La calle es libre si queremos pasarla
corriendo tras del aro, llevando el andador.

Bolita linda , ojito cristalino, te juro,
no te entrego aunque gane el matón.
Dos dientes de leche me costaste, bolita,
la soba de la vieja, pero te tengo yo.

Fiesta en los charcos cuando para la lluvia
caracoles y ranas, y niños a jugar.
El viento empuja, botecito de diario
lindo haberlo vivido para poderlo cantar...

Chiquillada, chiquillada, chiquillada
Pantalón cortito, bolsita de mis recuerdos.
Pantalón cortito con un solo tirador.

ANOTACIONES PARA CAROLA, de Leonardo Favio

Yo moriré una tarde,
tal vez sea en enero,
la ciudad con su ritmo
no vivirá tu duelo.
Te pido me recuerdes
en toda mi alegría,
o en alguna canción,
mi amor, o en alguna canción.


Tal vez en ese día
Dios este distraído.
Le sucede a menudo
que se siente cansado.

Por eso es que te pido
no me llores ni reces.
Simplemente acaríciame
mi amor, que yo estaré contigo.

Te cuidaré en la sombras
como a un niño querido.

Y buscarás en cada
mirada de mis hijos
encontrar un destello
de mis ojos dormidos.
Y sentirás que vivo
cuando toquen mis libros.

Te enojarás con ellos
si revuelven mis cosas
y con el tiempo un día
amor, mi amor,
hasta hablarás conmigo.

Recuérdame peleándome
de frente con la vida,
o charlando en la plaza
con algún jubilado.
O adorando tu pelo
si llueve y caminamos.
Simplemente recuérdame mi amor,
que yo estaré contigo.

Muchas veces mis canciones
fueron burdas y huecas.
Fue el horror al fracaso
que te inculcan a veces.
Explícale a la gente
que estuve arrepentido,
que pasen esa hoja
de mi vida vacía.

Como si fuera un libro
que le falta un pedazo.
Que me recuerden dando
lo mejor de mi mismo,
loco de amor al mundo,
pero frágil y humano.
Pero frágil y humano amor, mi amor
y yo estaré contigo.

viernes, 22 de mayo de 2015

NO SÉ TÚ, de Armando Manzanero

No sé tú, pero yo no dejo de pensar.
Ni un minuto me logro despojar
de tus besos, tus abrazos,
de lo bien que la pasamos la otra vez.

No sé tú, pero yo quisiera repetir
el cansancio que me hiciste sentir,
con la noche que me diste
y el momento que con besos construiste.

No sé tú, pero yo te he comenzado a extrañar.
En mi almohada no te dejo de pensar,
con las gentes, mis amigos, 
en las calles, sin testigos.

No sé tú, pero yo te busco en cada amanecer.
Mis deseos no los puedo contener.
En la noche, cuando duermo
si de insomnio, yo me enfermo.

Me haces falta, mucha falta..!
No sé tú...

ESTA TARDE VI LLOVER, de Armando Manzanero

Esta tarde vi llover, vi gente correr
y no estabas tú.
La otra noche vi brillar un lucero azul,
y no estabas tú.

La otra tarde vi que un ave enamorada,
daba besos a su amor, ilusionada,
y no estabas t
ú.

Esta tarde vi llover vi gente correr
y no estabas t
ú.
El otoño vi llegar, al mar oí cantar,
y no estabas tú.

Ya no sé, cuánto me quieres,
si me extrañas o me engañas
solo sé que vi llover, vi gente correr,
y no estabas t
ú.

CONTIGO APRENDÍ, de Armando Manzanero

Contigo aprendí, que existen nuevas
y mejores emociones.
Contigo aprendí, 
a conocer un mundo
lleno de ilusiones.

Aprendí, que la semana tiene
más de siete días.
A hacer mayores, mis contadas alegrías.
Y a ser dichoso, yo contigo lo aprendí.

Contigo aprendí, a ver la luz
del otro lado de la luna.
Contigo aprendí, que tu presencia
no la cambio por ninguna.

Aprendí, que puede un beso
ser más grande y más profundo.
Que puedo irme mañana mismo 
de este mundo.
Las cosas buenas ya contigo las viví.

Y contigo aprendí que yo nací
el día en que te conocí..!

DORMIR CONTIGO, de Armando Manzanero

Dormir contigo es el camino
más directo al paraíso.
Sentir que duermes, mientras te beso
y las manos te acaricio.

Dormir contigo, es navegar
en una estrella hacia el espacio.
Es embriagarme con el susurro
de tu hablar tierno y despacio.

Dormir contigo, es conocer
la dimensión que tiene un verso.
Sentir que sueño, y al mismo tiempo
conocer el universo.

Dormir contigo, con tu cabello
acomodado aquí en mis brazos.
Y el terciopelo que me brinda tu regazo.
Qué maravilla, dormir contigo..!

Dormir contigo, con la ilusión
de que despertare mañana.
Con el calor de un nuevo día
en mi ventana. Fue un algo hermoso,
amor, dormir contigo..!

FILOSOFÍA Y PODER MEDIÁTICO, de José Pablo Feinmann

Nunca se llevaron bien.
Los filósofos, los profesores que dejan caer su sabiduría, a menudo ajada por el tedio, sobre un alumnado perplejo y ávido, y confunden ese tedio con un estilo, el de la seriedad, el del rigor, el del academicismo, el de la cátedra, desdeñan los medios porque consideran que son el espacio de lo leve, lo fácil, lo entretenido.

Los medios detestan la filosofía.
Es lo que aburre, lo que no tiene swing, lo que nadie entiende. Veneno para el rating.
El encuentro creativo pareciera ser difícil, acaso imposible.
Sin embargo, es sencillo observar que a la filosofía le falta algo que al entretenimiento le sobra, swing.
Y al entretenimiento - a su vez - le falta algo que la filosofía podría entregarle sin renunciar a su nivel de rigor: reflexividad, conciencia crítica, incluso un sesgo ético capaz de morigerar los desbocamientos de un instrumento tramado para lo ligero, lo leve, lo obsceno (la infinita visibilidad), el lenguaje áspero, la carcajada fácil, el sexismo aleve, la infame búsqueda del éxito (que se refleja en el rating) a cualquier precio, un precio que ya derrapa hacia lo soez, lo pornográfico.
Así, la filosofía, si logra aceitar sus aristas enmohecidas, ese óxido que ha penetrado en el mismísimo ser de sus profesores, de los docentes que dicen representarla, si le pierde el miedo al riesgo de la visibilidad, a esa frase paralizante y prejuiciosa: “El medio es el mensaje”, podría insertarse (dificultosamente) en ese terreno que la detesta, y plantar, injertar en él algo de su rigor, de su valoración del pensamiento, de su desdén por lo fácil, lo inmediato, de su respeto al otro, ante todo al receptor, y buscar, en la selva del entretenimiento burdo e idiotizante, un espacio para el otro entretenimiento, el del humor crítico, o el del análisis claro pero no liviano, el del análisis que no divulga el conocimiento vulgarizándolo, bajándole su nivel, haciendo - utilizando aquí la jerga del género mediático - “filosofía para Doña Rosa”, sino filosofía de la lúcida exigencia, que le entrega al receptor el tesoro de lo cristalino, el esfuerzo de largos años dedicados al saber, no para humillar a los otros, no para hacerles sentir que el saber hermético del filósofo es así, hermético, porque el filósofo es superior al receptor y entiende cosas que éste jamás alcanzará.
Si hay algo que erosiona toda pedagogía es la vanidad del maestro que se alimenta de la humillación del discípulo.
Nadie se pone al frente de una cátedra o de una cámara o de un micrófono para hacerles sentir a los otros que su saber es inalcanzable, que él lo es, que si está al frente de la cátedra o de la cámara es por su sabiduría, que los otros jamás tendrán, porque él sólo les entregará algo, una persistente insuficiencia, algo que, en lugar de enriquecer al alumnado, a los receptores, sólo servirá para que, por medio de una didáctica hermética, pedante y tediosa, el receptor descubra la imposibilidad que el pedagogo egoísta le ha hecho descubrir: jamás alcanzarán el saber del maestro, lo saben justamente ahora, cuando luego de unas clases (no importa cuántas) el maestro les ha enseñado (y, tristemente, en esto consistió su enseñanza) que su saber es arduo y hermético, sólo accesible para los dotados para esa hermeticidad.
Esto lleva al alumno o al receptor al abandono, al desamparo y, por fin, a la deserción.
Por el contrario, el verdadero maestro debe atraer al alumno hacia sí, cobijarlo, acompañarlo en la aventura del saber crítico, encontrar su mayor felicidad cuando el otro se adueña de la comprensión, del conocimiento.
Todo profesor que mira a sus alumnos cuando da una clase descubre la comprensión en sus caras, en la mirada, en cierto tono púrpura que, en algunos felices, privilegiados momentos, se adueña de sus mejillas, en una que otra sonrisa tenue, apenas esbozada, pero que es hija del esfuerzo y la felicidad de la intelección.
Se me dirá: si el saber se trasmite por algún mass - media, el que lo emite no ve la cara del que lo recibe.
No es así: uno nunca está solo cuando graba un programa de tevé o de radio.
Apenas tiene que mirar, que saber leer la cara de quienes lo acompañan, para descubrir si sus palabras encontraron eco en la conciencia de los otros.
Cierta vez, grabando para “Filosofía, aquí y ahora” un segmento dedicado al ser – para – la - muerte en Heidegger, descubrí, al concluir, a una chica acurrucada en un rincón del estudio, llorando.
Me le acerqué y - no sin algo de humor - le dije que honraba mi exposición con sus lágrimas. Que si los otros que me habían, como ella, escuchado, no lloraban era porque no se habían abierto auténticamente al análisis de Heidegger.
Que llorar era una de las más adecuadas respuestas.
Saber que uno muere y que, uno de sus existenciarios primordiales, es el de ser - para - la - muerte, puede y hasta tal vez deba despertar algunas lágrimas de dolor en una joven asistente de dirección que escucha eso por primera vez.
Además, y éste es el beneficio de la pedagogía mediática, la tevé o la radio son medios masivos.
El que emite el saber suele ser reconocido por sus receptores.
Si ellos son generosos, si han encontrado en las palabras del emisor un contenido o varios que desconocían, o que no comprendían y ahora atesoran como propios, pues los han hecho suyos a través de la intelección creativa, esa que los torna más lúcidos, más exigentes, menos manipulables por la cultura del entretenimiento idiotizante, estupidizante, le dirán abiertamente al emisor mediático, cuánto lo quieren, cuánto le agradecen que los ayude a pensar, que les entregue las herramientas para hacerlo, que descorra el velo de esa realidad profundamente injusta, oprobiosa, que el poder mediático les vende como única.
Si el emisor del saber necesita transmitir los contenidos de un nuevo libro, de uno que jamás leyó, deberá leerlo dos veces.
Una para sí. Para comprenderlo él.
Porque nadie enseña bien algo que no ha apresado en totalidad.
Y luego habrá de trabajar duramente sobre el modo en que ese saber deberá comunicarse.
Deberá decirse: “Yo ya entendí este texto. Pero, ¿cuál es el camino para enseñarlo a los demás?
Y aquí viene la segunda lectura, quizá la más importante.
El poder mediático (a través de uno de sus mayores servidores: Bernardo Neustadt) inventó una figura nefasta: Doña Rosa, un ama de casa, mujer de barrio, con hijos, acaso con nietos, que vive consagrada a su familia, a su hogar y - si es así: mejor - a su Dios.
No busquemos eufemismos: Doña Rosa es una desneuronada, el dibujo de un personaje inexistente.
Está diseñada para justificar la medianía del poder mediático.
No hay que levantar el nivel de nada porque Doña Rosa “no va a entender”.
En música pasa lo mismo. Prohibido pasar “música clásica”. Hay que pasar rock. Lo que los chicos escuchan. Lo que les gusta. Si no, se van.
No hay ninguna prueba de esto.
Ni de la medianía o el agudo descerebramiento de Doña Rosa. Ni de la infinita bobería “de los chicos”, que parecen llegar al mundo ya impedidos para gozar de algo distinto, más complejo o más exigente que la chatarra que los espera.
Uno llega a un mundo caído, ya interpretado. Uno es hecho, construido por ese mundo.
Que, en la primera etapa, se le impone por medio de los padres y la educación.
Para la derecha, así deben ser las cosas.
Pues la “realidad” expresa su poderLos planes de educación, su visión, su interpretación de la historia. Las calles, los nombres de sus héroes (salvo una que otra concesión).
De aquí que no se quiera cambiar nada.
La perversión del entretenimiento idiotizante es que jamás intenta cambiar nada.
¿Usted se preguntó qué educación le han dado sus padres? ¿La suya o la que ellos recibieron? ¿Usted sabe por qué hay una calle que se llama 11 de Septiembre, otra 3 de Febrero, otra Caseros, otra Roosevelt, otra Rivadavia, por qué hay tantas estatuas de tipos que ni conoce?
En suma, la peligrosidad de la filosofía para el poder mediático es que su tarea es despertar las conciencias a través del saber.
Decirle a usted que no acepte vivir en un mundo ya interpretado, que alguna vez tendrá que interpretarlo usted.
Que no acepte ser como lo hicieron y como quieren hacerlo todos los días.
Que busque ser como usted quiere ser.
Tarea que requiere un paso previo: que usted sepa qué quiere ser. Que piense en eso.
¿Qué quiero ser y que han hecho de mí?
Estas preguntas son elementales en filosofía. Pero son transgresoras, subversivas para el poder mediático. Que busca que usted sea el perfecto marido de Doña Rosa.
De aquí la exaltación del entretenimiento estupidizante.
Que usted no piense, eso buscan. Si no piensa será siempre el mismo. El perfecto zombie.
¿Vio el éxito de las películas de zombies?
Eso quieren: un mundo de zombies, de muertos vivos que piensen lo que les dicen, que hagan lo que hay que hacer, que hablen lo que les hacen hablar a través del bombardeo mediático, que pasen por la vida mansamente, ovejunamente, obedientes hasta la náusea.
El motivo de estas líneas es el inicio, por Canal Encuentro, de la octava temporada del programa Filosofía, aquí y ahora.
Es un hecho insólito.
Siempre quise - desde el regreso de la democracia - hacer un programa de filosofía por televisión. Nunca pude.
Cierto día, a raíz de la derrota electoral de Daniel Filmus ante Mauricio Macri, escribí, en Página/12, una nota crítica contra el candidato del kirchnerismo: “La construcción de la derrota”.
Filmus, con gran sentido del humor, contestó como si fuera el osito Winnie Pooh, pues yo lo acusaba de salir con cara de manso en los afiches, entre otras cosas ya olvidadas.
Después nos reunimos y le dije que quería hacer - desde varios años atrás - un programa de filosofía por tevé, que le juraba que andaría bien.
Me reuní con Tristán Bauer. Le dije que tenía un productor, que era, además, un amigo: Ricardo Cohen.
Poco tiempo después iniciábamos el programa. Recuerdo lo primero que dije: “Aunque usted no lo crea éste es un programa de filosofía por televisión”.
Los primeros programas los hicimos bajo la gestión de Ignacio Hernáiz. Luego vino la talentosa, entusiasta María Rosenfeldt.
Todos hicieron lo necesario y preciso para que las cosas salieran bien.
Todos sabemos que Doña Rosa no existe.
Que tenemos que hacer una tevé para receptores inteligentes. Que los hay.
Y si aún hay pocos, tendremos que ayudar a crearlos. Con humildad, sin soberbia, con transparencia.
Porque es triste que tantos ciudadanos capaces de apropiarse de su conciencia crítica se vean condenados a repetir las boberías de ese “sentido común” que impone el poder mediático.

NOCHE DE ATORRANTES, de Ezequiel Fernández Moores - Septiembre de 2009

7 de diciembre de 1970: En el Madison Square Garden de Nueva York, el imponente Alí recibía a Bonavena, el insolente argentino que lo había llamado “gallina”

“¡Andá a la puta que te parió!”.

Ringo no podía creer lo que escuchaba.
Estaba en el momento más importante de su carrera. La última chance. Se jugaba la vida.
Era el penúltimo round. Contra Alí y en el Madison Square Garden.
Y en el rincón, como si estuvieran en un gimnasio de Parque Patricios, los hermanos Juan y Bautista Rago dale que te dale putéandolo a Gil Clancy, el experimentado entrenador que Ringo había contratado para esa pelea.


¿Qué mierda pasa? ¿Estás loco? ¿Por qué lo insultás?”, preguntó Ringo a Bautista Rago cuando llegó al rincón tras el penúltimo round.
Porque no me lo banco”, contestó Bautista.
La cosa no paró ahí.
Mientras permanecía sentado, Ringo escuchaba por el oído izquierdo a Bautista diciéndole que regulara hasta el final “porque es una actuación bárbara”.
Por el oído derecho, Clancy le pedía exactamente lo contrario. Que estaba perdiendo por puntos y que tenía que jugársela.
En criollo, los Rago le decían que sólo se dedicara a aguantar la campanada final.
En inglés, Clancy le indicaba que tenía que salir a matar o a morir.
Y allí fue Ringo. A morir...
En el avión de regreso lloró y tuvo miedo sobre cómo lo recibiría la gente.
Fue ovacionado; ése fue el punto culminante de su carrera, pero también el inicio del declive”.
El cineasta Carlos Sorín me contó una vez que por eso había elegido esa escena - Ringo bajando del avión, ovacionado tras la pelea con Alí - como el final de la película que, crisis mediante, jamás realizó, con Rodrigo de la Serna haciendo de Bonavena.
El actor que sí logró hacer de Bonavena es el español Sergio Peris - Mencheta.
Sergio no sabía quién era Ringo cuando le ofrecieron el papel. Pero luego visitó su tumba en la Chacarita y hasta fue al corazón de la hinchada de Huracán.
Comprendió perfectamente la importancia que tenía para Ringo esa pelea celebrada el 7 de diciembre de 1970, que forma parte de la memoria popular del deporte argentino.
Sinceramente, creo que el resultado de esa pelea hizo justicia en todos los niveles”, me dice Sergio, que hará de Bonavena en un film estadounidense que, en rigor, será sobre la vida de Joe Conforte, el mafioso que mandó asesinar a Ringo el 22 de mayo de 1976 en las puertas del Mustang Ranch, el gigantesco burdel que regenteaba en Reno junto con su esposa Sally.
Según Sergio, Alí “se merecía todo después del desplante de Vietnam… Negárselo, sería como desposeer a Jesse Owens de las medallas de Berlin”.
Alí, es cierto, venía de cumplir suspensión y humillación por negarse a combatir en Vietnam, lo despojaron del título y hasta de su pasaporte, y sólo no se animaron a encarcelarlo.
Le habían quitado los mejores años de su carrera.
Pero allí estaba él otra vez. Dispuesto a recuperar en un ring lo que le habían robado en un escritorio.
Además, ya no era sólo un boxeador.
Su rebeldía antibélica lo había convertido en un símbolo de las protestas antiestablishment de los agitados años 60.
Lo admiraban intelectuales, pacifistas y hippies.
Bertrand Russell, Jesse Jackson, Dustin Hoffman eran sólo algunos de los nombres célebres admiradores de Alí.


Pero en Argentina no era fácil advertirlo.
Acá, como era normal en aquellos tiempos, vivíamos en dictadura. Mandaba, por así decirlo, el general Roberto Marcelo Levingston, porque a Juan Carlos Onganía lo habían desterrado a las sierras de Córdoba.
En la residencia de un neonazi, Onganía hinchaba esa noche por Ringo. A su lado estaba un joven Osvaldo Soriano, periodista de Primera Plana, queriendo entrevistarlo.
Todos queríamos que ganara Ringo.
Y hasta se festejaron sus ocurrencias en el pesaje, cuando le dijo “chicken” (gallina o cagón) a Alí porque no había ido a Vietnam, e hizo un gesto que indicaba que olía mal porque era negro.
“¡Andaaaá maricón!”, le dijo en otro momento del pesaje, para luego seguir con un “culito, culito”, tocándole la cola a un Alí que terminaba rendido y hasta riéndose de las salidas de ese porteño fanfarrón que resultó ser más bocón que él mismo.
Una anécdota más para contar lo que representaba Alí en aquel momento.
Apenas dos horas antes de la pelea, Judge Aaron, un negro delgado de unos 40 años, rogó que lo dejaran verlo.
Aaron se desnudó y le mostró a Alí las tres K que le habían dibujado en el pecho los racistas del Ku Klux Klan. También el espantoso dibujo de cicatrices del bajo vientre porque los fanáticos le rebanaron los testículos.
Alí lo abrazó y ordenó que lo hicieran sentar cerca de su rincón, donde él pudiera verlo.
Le dio un poema al periodista Bud Collins en el que ratificaba que noquearía a Ringo en el noveno round, y a unas pocas cuadras del Madison bajó del Cadillac e invitó a decenas de seguidores a que entraran con él al estadio, ante la furia de los controles.
El Estados Unidos más reaccionario mandó amenazas de bomba y fincó sus esperanzas en el joven argentino, blanco y racista, gorila y admirador del general Alejandro Agustín Lanusse, que pocos meses después sucedería a Roberto Levingston.
Ringo, puro coraje, casi lo tira en el 9° y resistió hasta el nocaut agónico del último round.
Volvió admirado. No le alcanzó.
Seis años después, a los 33, y otra vez bajo dictadura, fue asesinado por el mafioso.
Alí dio un paso decisivo en su camino a la leyenda.
A su coronación como uno de los más grandes deportistas de todos los tiempos.

lunes, 18 de mayo de 2015

UNA HISTORIA DE ESPAÑA XLIX, de Arturo Pérez Reverte - 18/5/15

"En marzo de 1812 se aprobó, tras acaloradas discusiones, la desdichada Constitución por la que España debería regirse..."
Esa cita, que procede de un libro de texto escolar editado - ojo al dato - siglo y medio más tarde, refleja la postura del sector conservador de las Cortes de Cádiz, y la larga proyección que las ideas reaccionarias tendrían en el futuro.
Con sus consecuencias, claro.
Traducidas, fieles a nuestro estilo histórico de cadalso y navaja, en odios y en sangre. Porque al acabar la guerra contra los franceses, las dos Españas eran ya un hecho inevitable.
De una parte estaban los llamados liberales, alma de la Constitución, partidarios de las ideas progresistas de entonces: limitar el poder de la Iglesia y la nobleza, con una monarquía controlada por un parlamento.
De la otra, los llamados absolutistas o serviles, partidarios del trono y del altar a la manera de siempre.
Y, bueno. Cada uno mojaba en su propia salsa.
A la chulería y arrogancia idealista de los liberales, que iban de chicos estupendos, con unas prisas poco compatibles con el país donde se jugaban los cuartos y el pescuezo, se oponía el rencor de los sectores monárquicos y meapilas más ultramontanos, que confiaban en la llegada del joven Fernando VII, recién liberado por Napoleón, para que las cosas volvieran a ser como antes.
Y en medio de unos y otros, como de costumbre, se hallaba un pueblo inculto y a menudo analfabeto, religioso hasta la superstición, recién salido de la guerra y sus estragos, cuyas pasiones y entusiasmos eran fáciles de excitar lo mismo desde arengas liberales que desde púlpitos serviles; y que lo mismo jaleaba la Constitución que, al día siguiente, según lo meneaban, colgaba de una farola al liberal al que pillaba cerca.
Y eso fue exactamente lo que pasó cuando Fernando VII de Borbón, el mayor hijo de puta que ciñó corona en España, volvió de Francia (donde le había estado succionando el ciruelo a Napoleón durante toda la guerra, mientras sus súbditos, los muy capullos, peleaban en su nombre) y fue acogido con entusiasmo por las masas, debidamente acondicionadas desde los púlpitos, al significativo grito de:
«¡Vivan las caenas
(hasta el punto de que, cuando entró en Madrid, el pueblo ocurrente y dicharachero tiró del carruaje en sustitución de las mulas, evidenciando la vocación hispana del momento).
En éstas, los liberales más perspicaces, viendo venir la tostada, empezaron a poner pies en polvorosa rumbo a Francia o Inglaterra.
Los otros, los pardillos que creían que Fernando iba a tragarse una Pepa que le limitaba poderes y le apartaba a los obispos y canónigos de la oreja - su nefasto consejero principal era precisamente un canónigo llamado Escóiquiz -, se presentaron ante el rey con toda ingenuidad, los muy pringados, y éste los fulminó en un abrir y cerrar de ojos: anuló la Constitución, disolvió las Cortes, cerró las universidades y metió en la cárcel a cuantos pudo, lo mismo a los partidarios de un régimen constitucional que a los que se habían afrancesado con Pepe Botella.
Hasta Goya tuvo que huir a Francia.
Por supuesto, en seguida vino el ajuste de cuentas a la española: todo cristo se apresuró a proclamarse monárquico servil y a delatar al vecino.
La represión fue bestial, y así volvió a brillar el sol de las tardes de toros, mantilla y abanico, con todo el país devuelto a los sainetes de Ramón de la Cruz, la inteligencia ejecutada, exiliada o en presidio, el monarca bien rociado de agua bendita, y la bajuna España de toda la vida de nuevo católica, apostólica y romana.
Manolo Escobar no cantaba Mi carro y El porrompompero porque el gran Manolo no había nacido todavía, pero por ahí andaba la cosa en nuestra patria cañí.
Aunque, por supuesto, no faltaron hombres buenos: gente con ideas y con agallas que se rebeló contra el absolutismo y la desvergüenza monárquica en conspiraciones liberales que, en el estado policial en que se había convertido esto, acabaron todas fatal.
Muchos eran veteranos de la guerra de la Independencia, como el ex guerrillero Espoz y Mina, y le echaron huevos diciendo que no habían luchado seis años para que España acabara así de infame.
Pero cada intento fue ahogado en sangre, con extrema crueldad.
Y nuestra muy hispana vileza tuvo otro ejemplo repugnante: el Empecinado, uno de los más populares guerrilleros contra los franceses, ahora general y héroe nacional, envuelto en una sublevación liberal, fue ejecutado con un ensañamiento estremecedor, humillado ante el pueblo que antes lo aclamaba y que ahora lo estuvo insultando cuando iba, montado en un burro al que cortaron las orejas para infamarlo, camino del cadalso.
[Continuará]

domingo, 17 de mayo de 2015

NATALIO RUIZ, EL HOMBRECITO DEL SOMBRERO GRIS, de Charly García y Nito Mestre

Y cuando pasó el tiempo,
alguien se preguntó:
adónde fue a parar Natalio Ruiz,
el hombrecito del sombrero gris.


Caminaba por la calle mayor,
del balcón de su amada
a su casa a escribir, esos versos
de un tiempo que mi abuelo vivió.

Dónde estás ahora, Natalio Ruiz,
el hombrecito del sombrero gris?
Te recuerdo hoy, con tus anteojos,
que hombre serio paseando por la plaza!

De qué sirvió cuidarte tanto de la tos?
No tomar más de lo que el médico indicó,
cuidar la forma por el qué dirán,
y hacer el amor cada muerte de obispo.

Y nunca atreverse a pedirle la mano,
por miedo a esa tía con cara de arpía?
Y dónde estás? A dónde has ido a parar?
Y qué se hizo de tu sombrerito gris?

Hoy ocupás un lugar más
acorde con tu alcurnia, en la Recoleta.

viernes, 15 de mayo de 2015

GAS PIMIENTA, DRONES, MISILES, de Pablo Alabarces - 15/5/15

Tres o cuatro inadaptados”, dijo uno de los relatores durante la transmisión de Fútbol para Todos. La multitud está en otra cosa”, aclaró. Mientras, Fernando Niembro amenazaba, con alguna ligereza, por Fox: “para tomar una decisión, hay que pensar en que hay 40.000 personas enardecidas”.
Al mismo tiempo, decenas de interesados (entre ellos, el presidente de River) entraban a la cancha para presionar al árbitro.
El director técnico de Boca, ex jugador desde hace poco, discutía con vehemencia con todo el que se le cruzaba (eran muchos) para defender la necesidad de seguir el partido.
Ninguno de los jugadores de Boca intentaba solidarizarse con sus compañeros de trabajo, unos que ayer tenían colores rojo y blanco, y ponerse de su lado.
A nadie se le ocurrió que lo mejor que podía pasar - lo único que nos hubiera devuelto momentáneamente la fe en el género humano y en el fóbal argentino - era que los de azul - amarillo tomaran cada uno del hombro a un roji-blanco y se fueran juntos al vestuario.
Lo único que nos serviría de consuelo, fue lo único que no ocurrió (Posiblemente, algunos estaban aún enojados por las patadas vergonzosas que pegaron los de roji - blanco una semana antes a esos mismos compañeros de trabajo a los que, entonces, no podían reclamarles solidaridad corporativa. Siete días antes les habían pegado como si fueran los peores enemigos).
Tres o cuatro inadaptados”.
Los mismos, o quizás otros, que entraron un drone a la cancha para que paseara una especie de remedo de fantasma por el estadio.
Un humor desopilante, y a la vez una capacidad logística envidiable.
Un drone: a mí me ha costado entrar a una cancha con un encendedor Bic, pero ellos entraron un drone.
Tres o cuatro inadaptados.
Mientras 40.000 personas, ante lo inconmensurable de la situación, cantaban, adaptadamente, el consabido “sos cagón”, luego del invalorable “River no se va”.
Entre otros desaguisados de los comentarios de Niembro - cualquier tribunal de ética periodística le hubiera sacado la matrícula hace años -, apareció el siguiente dictamen, que parafraseo: la culpa es de la seguridad, que no vigila como corresponde.
Y luego continuó: “me dicen que el tipo que está metiendo el gas en la manga (ante la aparición de las imágenes que identificaban a un posible responsable al que no se le veía la cara) tenía la entrada prohibida en el estadio hasta hace 40 días”.
Moraleja: la culpa es del estado, que no vigila como corresponde.
O de la fuente de Niembro, que se las sabe todas pero no dice nada en voz alta.
Como tampoco dijo - al igual que el comentarista de Fútbol para Todos, creo que fue Fabbri - que el “responsable” del uso de armas químicas lo hizo ante la aquiescencia de unas seis mil o siete mil personas que lo miraban con atención y delectación: “Uy, mirá qué bueno lo que le está haciendo ese tipo a las gallinas putas”.
Y bien, nada hay para sorprenderse y nada nuevo hay que explicar.
El fútbol argentino está perdido: y cuenta para ello con la inestimable colaboración de hinchas - “barras”, “no barras”, “auténticos”, “comunes”, de esos y de los otros -, jugadores, técnicos, árbitros, directivos, periodistas deportivos, policías, el estado nacional y hasta el tipo que vende la Coca.
Ya no queda el argumento de que “están esperando que se muera alguien”, después de casi trescientos muertos.
Lo que nos falta es un poco de concentración y eficacia: como los muertos se diseminan a lo largo de los años y a lo ancho de los estadios, adeudamos los treinta y cuatro de Heysel, o los noventa y ocho de Hillsborough, todos de golpe, los cuerpos en fila.
Después de Heysel, la UEFA suspendió a los clubes ingleses de todas las competencias europeas.
Después de Hillsborough, los británicos tuvieron que reformar todos los estadios, las legislaciones, las políticas (Cuidado con esa cita, Alabarces: no va a faltar mañana el pelotudo de turno que diga “hay que hacer como los ingleses” o que diga que la cosa pasa por “sacar a los negros de la cancha”. Me dicen que en Twitter ya se escribió eso. Pero no: lo que reclamo es que hay que parar el fútbol y suspender la participación argentina en toda competencia internacional por dos o tres años).
Lo bueno es que esta vez fue en un Boca - River mirado por algunos millones de espectadores. Si todo esto pasaba en un Newell’s - Central - y no digo un Defensores - Excursionistas -, Anfibia no me pedía esta nota.
Les digo más: hace pocos meses, después del clásico rosarino, mataron dos hinchas por las calles.
Al fútbol, a los hinchas y al periodismo argentino, perdonen la franqueza, les chupó soberanamente un huevo.
Si el estado argentino - cómplice y responsable, responsable y cómplice - no para el fútbol en esta semana, propongo al menos algunas regulaciones sencillas para reducir daños, a saber:
1. Armas químicas, solo una vez por mes.
2. Misiles, sólo de disparo manual con carga al hombro: se prohíben los teledirigidos.
3. Los jugadores pueden entrar armados, pero sólo uno de los once, de los que no se sabrá el nombre. O mejor: se sorteará antes del partido. Y puede ser arma de puño, no fusiles de asalto.
4. Los hinchas pueden matar sólo un hincha adversario más que los muertos propios. No se permite, para llevar la suma, acreditar los muertos por las internas. Esos no se cuentan.
5. Los periodistas podrán pronunciar la palabra “inadaptados” una vez por semana; “animales”, dos; “bestias salvajes”, una al mes; “escoria”, dos al año.
6. Se prohibirá la entrada de Niembro a todos los estadios sudamericanos. Esto no tiene nada que ver con todo lo anterior, pero alguien tiene que decirlo.
Si a alguien se le ocurre algo mejor, avise.
Yo había tenido algunas ideas, con varios otros y otras colegas, pero nadie nos llevó el apunte, así que prefiero abandonar toda esperanza: 
Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate al calcio”.*
Ya sé que lo mínimo admisible es la pérdida del partido para Boca, la clausura del estadio por cinco años, el juzgamiento de todos los responsables del club por complicidad evidente y televisada.
Pero permítanme una última provocación, para que el resto de los hinchas acepte que esta vez les toca a los de Boca pero podría ser cualquiera, que va a ser mañana o pasado.
Mi fe en el fóbal y en el género humano retornaría si mañana los dirigentes de River y Boca, juntos y a la vez, acompañados por ese ser que finge de presidente de la AFA y de cuyo nombre no quiero acordarme, pidieran a la Conmebol que todos los equipos argentinos quedaran fuera de la Copa.
Y que los hinchas de River, Boca y Racing estuvieran todos de acuerdo, se miraran fraternalmente a los ojos, se digan mutuamente “así no va más” y fueran a tomar la AFA para que se vayan todos / que no quede / ni uno solo.

* Nota del editor: “Abandonen toda esperanza, ustedes que entran al fútbol”.
Alabarces parafrasea los dichos que, en el tercer canto de la Divina Comedia, Dante ve escritos en la puerta que da entrada al Infierno (“Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis aquí”).

ME CAGO EN EL FOLKLORE, de Pablo Cheb - 15/5/15

La manera enferma e irracional que tenemos de entender el fútbol.


Sucede todo el tiempo, en todas partes.

El público, esa masa que escucha, se transforma en un hincha fabricado por el ideario mediático: el hombre que deja a su esposa en el hospital, a punto de parir, para irse a ver a Almirante Brown. El que quiere a San Lorenzo más que a la vieja.
El que no corre cuando hay tiros, porque banca los trapos.
El que arranca butacas de la tribuna por un descenso.
El pícaro, el vivo que tira gas pimienta.
El que llora ese mismo descenso como si hubiera perdido a un familiar.
Los mensajes que surgen de los diarios, las revistas, las radios y la televisión parecen armados para alimentar una pasión desmedida.
Desmedida y ficticia, sobrealimentada, inflada con esteroides.
Una pasión - negocio. Un drama permanente. Un estereotipo de la desmesura.
Cuando buscamos las razones de la violencia, no podemos soslayar la responsabilidad de los comunicadores.
Ni siquiera se trata de un periodista en particular. El sistema genera legitimidad en ciertos temas.
Y lo peor es que la gente muchas veces se amolda a las categorías que se le ofrecen, sea por convencimiento o por identificación.
Se condena la mala conducta de “algunos inadaptados” porque está permitido, pero el molde más rígido no se rompe, ni siquiera se raja.
Se habla mal de las barras, qué indignación, les pagan los viajes, les ponen los micros, venden drogas…
Pero no se condena el mal mayor: el aguante, te sigo a todas partes, por vos dejo todo, dejamos la vida, te vamo’ a matar.
Navajas y pistolas, y gente que decide quemar un tacho de basura porque su equipo perdió en el clásico.
El folclore legitima.
Para la pasión, es más grave la suspensión del estadio que la rotura de un vidrio, de un semáforo, de un local, de cien butacas…
La pasión no puede reemplazarse con ninguna otra cosa.
Es el aliento por alentar, aunque no nos guste lo que vemos.
Es pensar que si no nos gusta, el problema se resuelve en el insulto y la apretada: faltan huevos.
Es ver colores y sólo resultados, y no admirar calidad, modos, procesos, personas.
Es quedarse afónico, parado, gritando.
Es querer sin miramientos. Entregarse.
Es cerrarse en una identificación purista y dibujar al oponente como un externo: el enemigo.
Pensemos por un segundo a las transmisiones de TV.
¿De dónde sale ese ímpetu de relatores para levantar el espectáculo de a gritos hasta transformarlo en un drama?
¿De dónde el optimismo maravilloso de los comentaristas, que se ríen en la cara del televidente, y aseguran que se está jugando un duelo apasionante en lugar de un bodrio irremontable?
¿De dónde la tendencia irreversible de amar el espectáculo de las tribunas?
Ah, miren lo que es eso, la entrada de Racing, inigualable espectáculo”.
¿Eso es la pasión?
La pasión, siempre, es la respuesta: emotivo duelo, con el corazón, sudor y lágrimas, una fiera, una batalla…
El protagonismo mediático está desplazado.
Se mira hacia afuera sin importar lo que suceda adentro.
Si Oscar Ahumada o Christian Fabbiani deciden decir algo malo de River, hablan del silencio de la hinchada.
¡Oh, escándalo, no cantan, no gritan!
Los medios se hacen eco: es el tema del día, del mes, del año.
Un abogado de Boca le dice a un doctor de Newell’s: no te plantaste.
No existe afrenta más cruel.
En cambio, el elogio se abraza a la fidelidad, y los periodistas la resaltan: Lanús llena la cancha siempre, miren esas tribunas pese al frío, es impresionante el público que vino desde Bahía, el show esta noche está en la tribuna.
Los jugadores compran ese mensaje y lo replican en los medios masivos: la gente es impresionante, tienen derecho a putear, ellos pagan su entrada, el público nos ayudó desde afuera, no es lo mismo jugar sin ellos.
Dejamos la vida en cada partido”, dicen sin la conciencia de lo obvio: si realmente dejaran la vida en un partido, no podrían jugar el siguiente.
El medio (televisivo, radial, gráfico) legitima, propone y certifica una enfermedad violenta, sanísima y feroz.
Una enfermedad proyectada sin oponente cercano, sin modelo alternativo.
La noción implícita también es nefasta: transpiramos la camiseta, corrimos un montón.
¿Cómo jugaron? Ni siquiera importa.
Incluso, quizá, jugaron bien.
Pero no importa.
Y si hay peleas dentro o fuera de la cancha, si se rompe el alambrado o alguien tira una bengala, aparece el micrófono de rigor: fue un momento de calentura, las revoluciones están a mil, por dos tarados pagamos todos.
La publicidad es lo que menos ayuda.
Miren con detenimiento los avisos de cualquier marca relacionada con el fútbol desde el Mundial 2006 para acá, sin importar el producto a promocionar: camisetas, botines, bebidas energéticas, figuritas, afeitadoras…
Difícilmente se hable de juego.
Es prácticamente imposible que se muestre una gambeta.
El foco está puesto en la pasión y en el mentadísimo amor a la camiseta.
A partir de ahí, la industrialización de esa pasión y todo lo que genera.
La venta está dirigida al público cautivo, la base narrativa es siempre la locura de los actos que surgen desde el amor innegociable.
El hincha es bombardeado minuto a minuto con la misma cuestión: monotemática y apabullante. Es forjado como herramienta de este sistema funesto.
Es estigmatizado por no ir a la cancha, es dejado de lado por no ser socio, es tratado poco menos que de traidor porque no se desgarra las vestiduras a la hora de perder.
Es señalado porque no grita desaforadamente un gol.
Una violencia futbolera que se queda cómoda, pese a la crítica liviana, en su perpetuidad.

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