lunes, 26 de enero de 2015

CUBA y EEUU: la acción histórica de Obama, por Noam Chomsky

El establecimiento de vínculos diplomáticos entre Estados Unidos y Cuba ha sido ensalzado en el mundo como un suceso de importancia histórica. El corresponsal John Lee Anderson, quien ha escrito con perspicacia acerca de la región, sintetiza una reacción general entre los intelectuales liberales cuando escribe, en The New Yorker:
"Barack Obama ha mostrado que puede actuar como estadista de altura histórica. Y también, en este momento, Raúl Castro. Para los cubanos, este momento será emocionalmente catártico e históricamente transformacional. Durante 50 años su relación con su rico y poderoso vecino norteamericano se ha mantenido congelada en la década de 1960. Hasta un grado surrealista, sus destinos también se congelaron. Para los estadounidenses el suceso es importante también. La paz con Cuba nos devuelve momentáneamente a aquella era dorada en la que Estados Unidos era una nación amada en todo el mundo, cuando un joven y apuesto presidente JFK estaba en el cargo… Antes de Vietnam, de Allende, de Irak y de todas las miserias, y nos permite sentirnos orgullosos de nosotros mismos por hacer lo correcto".

El pasado no es tan idílico como lo retrata la persistente imagen de Camelot. JFK no fue "antes de Vietnam" o ni siquiera de Allende o Irak, pero dejemos eso a un lado. En Vietnam, cuando JFK asumió el cargo, la brutalidad del régimen de Diem impuesto por Washington había finalmente provocado una resistencia nacional que no pudo enfrentar. Kennedy se vio confrontado por lo que llamó un "asalto desde adentro","agresión interna", según la interesante frase favorecida por su embajador ante la ONU, Adlai Stevenson.
En consecuencia, Kennedy aumentó de inmediato la intervención estadounidense a la escala de una agresión, ordenando a la Fuerza Aérea bombardear Vietnam del Sur (según límites survietnamitas, que no engañaban a nadie), autorizando la guerra química y con napalm para destruir cultivos y ganado, y lanzando programas para llevar a los campesinos a virtuales campos de concentración para "protegerlos" de los guerrilleros, a quienes Washington sabía que la mayoría de ellos apoyaban.
Hacia 1963, los informes desde el terreno parecían indicar que la guerra de Kennedy triunfaba, pero surgió un grave problema. En agosto, la Casa Blanca se enteró de que el gobierno de Diem buscaba negociaciones con el Norte para poner fin al conflicto.
Si JFK tenía la menor intención de retirarse, eso le habría dado una oportunidad perfecta para hacerlo graciosamente, sin costo político, e incluso afirmando, en el estilo acostumbrado, que fue la fortaleza estaodunidense y la defensa de la libertad lo que obligó a los norvietnamitas a rendirse. En cambio, Washington respaldó un golpe militar para instalar halcones militares, más apegados a los compromisos reales de JFK; el presidente Diem y su hermano fueron asesinados en el proceso. Con la victoria en apariencia a la vista, Kennedy aceptó a regañadientes una propuesta del secretario de Defensa Robert Mc Namara de comenzar el retiro de tropas (NSAM 263), pero con una condición crucial: después de la victoria. Kennedy mantuvo con insistencia esa demanda hasta su asesinato, unas semanas después. Muchas ilusiones se han tejido en torno a esos sucesos, pero se derrumban con rapidez ante el peso del rico registro documental.
La historia en otras partes no fue tan idílica como las leyendas de Camelot. Una de las decisiones de Kennedy que tuvieron mayores consecuencias se dio en 1962, cuando cambió en los hechos la misión de los militares latinoamericanos de la"defensa hemisférica" –remanente de la Segunda Guerra Mundial– a la"seguridad interna", eufemismo para nombrar la guerra contra el enemigo interno, la población. Los resultados fueron descritos por Charles Maechling, quien dirigió la contrainsurgencia 
estaodunidense y la planificación de la defensa interior de 1961 a 1966.
La decisión de Kennedy, escribió, llevó la política estadounidense de la tolerancia "a la rapacidad y crueldad de los militares latinoamericanos" a la"complicidad directa" en sus crímenes, al apoyo de los "métodos de los escuadrones de exterminio de Heinrich Himmler". Quienes no prefieren lo que el especialista en relaciones internacionales Michael Glennon llamó "ignorancia intencional" pueden con facilidad aportar los detalles.
En Cuba, Kennedy heredó la política de Eisenhower de bloqueo y planes formales de derrocar al régimen, y con rapidez los intensificó con la invasión de Bahía de Cochinos. El fracaso de la incursión causó algo cercano a la histeria en Washington. En la primera reunión de gabinete después de la fallida invasión, la atmósfera era "casi salvaje", observó en privado el subsecretario de Estado Chester Bowles: "Hubo una reacción casi frenética a un programa de acción". Kennedy expresó la histeria en sus declaraciones públicas: “Las sociedades complacientes y blandas están a punto de ser eliminadas junto con los desechos de la historia. Sólo los fuertes… tienen la posibilidad de sobrevivir”, dijo a la nación, aunque estaba consciente, según admitió en privado, de que los aliados "creen que estamos un poco dementes" por el tema de Cuba. No sin razón.
Las acciones de Kennedy eran acordes con sus palabras. Lanzó una campaña terrorista asesina, diseñada para "llevar los terrores de la Tierra" a Cuba, según la frase de su consejero, el historiador Arthur Schlesinger, en referencia al proyecto asignado por el presidente a su hermano Robert como su más alta prioridad. Aparte de dar muerte a miles de personas junto con una destrucción en gran escala, los terrores de la Tierra fueron un factor principal en poner al mundo al borde de una guerra mundial terminal, como revela un estudio reciente. El gobierno reanudó los ataques terroristas tan pronto como la crisis de los misiles se desactivó.
Una forma común de evadir los temas desagradables es limitarse a las conjuras de la CIA para asesinar a Castro, ridiculizar su absurdo. Existieron, sí, pero fueron apenas un pie de página a la guerra terrorista lanzada por los hermanos Kennedy luego del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos, guerra a la que es difícil encontrar parangón en los anales del terrorismo internacional.
Hoy día existe mucho debate sobre si Cuba debe ser retirada de la lista de países que apoyan el terrorismo. Sólo puedo traer a la mente las palabras de Tácito de que "el crimen una vez expuesto sólo tiene refugio en la audacia". Excepto que no está expuesto, gracias a la "traición de los intelectuales".
Al asumir la presidencia luego del asesinato, Lyndon B. Johnson relajó el terrorismo, que sin embargo continuó durante la década de 1990. Pero no permitió que Cuba viviera en paz. Explicó al senador Fulbright que si bien no iba a entrar "en ninguna operación de Bahía de Cochinos", quería asesoría sobre "cómo debemos pincharles las bolas más de lo que lo estamos haciendo". En su comentario, el historiador sobre América Latina Lars Schoultz observa que "pinchar las bolas ha sido la política estadounidense desde entonces".
Algunos, sin duda, han sentido que tales métodos delicados no bastan, por ejemplo Alexander Haig, miembro del gabinete de Richard Nixon, quien pidió a ese presidente: "Usted ordene y convierto esa pinche isla en estacionamiento".
Su elocuencia captura con vividez la prolongada frustración de los líderes estadounidenses con "esa infernal pequeña república cubana", frase de Theodore Roosevelt al desahogar su furia por la resistencia de Cuba a aceptar graciosamente la invasión de 1898 para bloquear su liberación ante España y convertirla en una colonia virtual. Sin duda su valerosa incursión en la colina de San Juan había sido una noble causa (por lo regular se pasa por alto que esos batallones africano-estadounidenses fueron en gran medida responsables de conquistar la colina).
El historiador cubano Louis Pérez escribe que la intervención estadounidense, ensalzada en Estados Unidos como una intervención humanitaria para liberar a Cuba, logró sus objetivos verdaderos: "Una guerra cubana de liberación se transformó en una guerra estadounidense de conquista", la "guerra entre Estados Unidos y España" en la nomenclatura imperial, diseñada para oscurecer la victoria cubana, que fue absorbida rápidamente por la invasión. El desenlace alivió las ansiedades estadounidenses acerca de "lo que era anatema para todos los responsables de las políticas estadounidenses desde Thomas Jefferson: la independencia de Cuba".
Cómo han cambiado las cosas en dos siglos.
Ha habido esfuerzos tentativos por mejorar las relaciones en los pasados 50 años, revisados en detalle por William LeoGrande y Peter Kornbluh en su reciente estudio integral, Back Channel to Cuba. Es debatible que debamos sentirnos "orgullosos de nosotros" por los pasos que Obama ha dado, pero sí son "lo correcto", aunque el aplastante bloqueo siga en vigor en desafío a todo el mundo (excepto Israel) y el turismo aún esté prohibido. En su mensaje a la nación en el que anunciaba la nueva política, el presidente dejó en claro que también en otros aspectos el castigo a Cuba por no plegarse a la voluntad y a la violencia de Washington continuará, repitiendo pretextos que son demasiado ridículos para comentarlos.
Sin embargo, son dignas de atención las palabras del presidente, tales como las siguientes: “Orgullosamente, Estados Unidos ha apoyado la democracia y los derechos humanos en Cuba a lo largo de cinco décadas. Lo hemos hecho sobre todo mediante políticas que apuntan a aislar la isla, evitando los viajes y el comercio más básicos que los estadounidenses pueden disfrutar en cualquier otro lugar. Y aunque esta política ha estado fincada en la mejor de las intenciones, ninguna otra nación nos secunda en imponer estas sanciones y ha tenido poco efecto más allá de dar al gobierno cubano una justificación para imponer restricciones a su pueblo… Hoy, les soy sincero: nunca podemos borrar la historia entre nosotros”.
Uno tiene que admirar la asombrosa audacia de esta declaración, que nuevamente hace evocar las palabras de Tácito. Obama sin duda está consciente de la historia verdadera, que no sólo abarca la asesina guerra terrorista y el escandaloso bloqueo económico, sino también la ocupación militar del sureste de Cuba durante más de un siglo, incluyendo su puerto más grande, pese a solicitudes de su gobierno desde la independencia de devolver el territorio robado a punta de pistola, política justificada sólo por la adhesión fanática a bloquear el desarrollo económico de la isla. En comparación, la ilegal anexión de Crimea por Putin parece hasta benigna. La dedicación a la venganza contra los cubanos impúdicos que resisten el dominio estadounidense ha sido tan extrema que incluso se ha contrapuesto a los deseos de normalización de la comunidad de negocios –empresas farmacéuticas, agronegocios, energéticas–, algo inusitado en la política exterior estadounidense. La cruel y vengativa política de Washington ha aislado prácticamente a Estados Unidos en el hemisferio y atraído el desprecio y el ridículo en todo el mundo. A Washington y sus acólitos les gusta fingir que han "aislado" a Cuba, como Obama expresó, pero la historia muestra con claridad que es Estados Unidos el que está siendo aislado, lo que es probablemente la principal razón de este cambio parcial de curso.
Sin duda, la opinión interna es otro factor en la "histórica acción" de Obama, aunque el público ha estado durante mucho tiempo en favor de la normalización sin que tenga relevancia. Una encuesta de CNN de 2014 mostró que sólo uno de cada cuatro estadounidenses considera hoy día a Cuba una amenaza seria a Estados Unidos, en comparación con más de dos tercios hace 30 años, cuando Ronald Reagan advertía sobre la grave amenaza a nuestras vidas planteada por la capital de la nuez moscada en el mundo (Granada) y por el ejército nicaragüense, a sólo dos días de marcha de Texas. Ahora que los miedos se han abatido un poco, tal vez podamos relajar ligeramente nuestra vigilancia.
En los extensos comentarios a la decisión de Obama, un tema dominante ha sido que los esfuerzos benignos de Washington por llevar la democracia y los derechos humanos a los sufridos cubanos, manchados sólo por infantiloides rufianes de la CIA, han sido un fracaso. Nuestros nobles objetivos no se alcanzaron, así que se impone un cambio de orden, aun sin desearlo.
¿Fueron un fracaso las políticas? Depende de cuál fuera el objetivo. La respuesta es clara en el registro documental. La amenaza cubana era la ya conocida que aparece en toda la historia de la guerra fría, con muchos precedentes. Fue explicitada con claridad por el gobierno de Kennedy. La preocupación primordial era que Cuba pudiera ser un "virus" que"esparciera el contagio", para tomar prestados los términos de Kissinger sobre el tema de costumbre, en relación con Chile en la era de Allende. Eso se reconoció de inmediato.
Con la intención de enfocar la atención en América Latina, antes de asumir el cargo Kennedy estableció una misión latinoamericana, encabezada por Arthur Schlesinger, quien informó las conclusiones al presidente entrante. La misión advertía sobre la susceptibilidad de los latinoamericanos a la "idea de Castro de tomar las cosas en sus propias manos", serio peligro, explicó Schlesinger más adelante, cuando “la distribución de la tierra y otras formas de riqueza nacional favorecen grandemente a las clases propietarias… (y) Los pobres y menos privilegiados, estimulados por el ejemplo de la revolución cubana, demandan ahora oportunidades de una vida decente”.
Schlesinger reiteraba los lamentos del secretario de Estado John Foster Dulles, quien se quejaba al presidente Eisenhower de los peligros representados por los "comunistas"dentro del mismo Estados Unidos, que eran capaces "de ganar control de los movimientos de masas", ventaja injusta que "no tenemos capacidad de duplicar".
La razón es que "los pobres son a los que convocan, y ellos siempre han querido despojar a los ricos". Es difícil convencer a gente atrasada e ignorante de seguir nuestro principio de que los ricos deben despojar a los pobres.
Otros elaboraron sobre las advertencias de Schlesinger. En julio de 1961, la CIA informó que “la extensa influencia del castrismo no es función del poderío cubano… La sombra de Castro se engrandece porque las condiciones sociales y económicas a lo largo de América Latina invitan a oponerse a la autoridad gobernante y alientan la agitación por el cambio radical”, del cual la Cuba de Castro es un modelo. El Consejo de Planificación de Políticas del Departamento de Estado explicó que “el peligro primordial que enfrentamos con Castro reside… en el impacto que la mera existencia de su régimen ha dejado en muchos países latinoamericanos… El hecho simple es que Castro representa un desafío triunfal a Estados Unidos, una negación de toda nuestra política hemisférica de casi siglo y medio”, desde que la Doctrina Monroe declaró que la intención estadounidense de dominar el hemisferio. Para expresarlo en términos simples, observa el historiador Thomas Paterson, "Cuba, como símbolo y realidad, desafió la hegemonía de Estados Unidos en América Latina".
La forma de tratar con un virus que podría extender el contagio es acabar con él e inocular a las víctimas potenciales. Esa razonable política es precisamente la que aplicó Washington, y en términos de sus objetivos primordiales, ha sido muy exitosa. Cuba ha sobrevivido, pero sin la capacidad de alcanzar su temido potencial. Y la región fue "inoculada"con perversas dictaduras militares para prevenir el contagio, empezando por el golpe militar inspirado por Kennedy que estableció un régimen de Seguridad Nacional de terror y tortura en Brasil poco después del asesinato del presidente estadounidense, régimen al que Washington dio entusiasta bienvenida. Los generales habían llevado a cabo una "rebelión democrática", telegrafió el embajador estadounidense Lincoln Gordon. La revolución fue "una gran victoria para el mundo libre", que evitó una"pérdida total para Occidente de todas las repúblicas sudamericanas", y debía"crear un clima grandemente mejorado para las inversiones privadas". Esta revolución democrática fue "la victoria más decisiva para la libertad de mediados del siglo XX", sostuvo Gordon, "uno de los mayores puntos de quiebre de la historia mundial" en ese periodo, que eliminó lo que Washington veía como un clon de Castro.
La plaga se extendió luego por el continente, y culminó en la guerra terrorista de Reagan en Centroamérica y finalmente en el asesinato de seis destacados intelectuales latinoamericanos, sacerdotes jesuitas, por un batallón salvadoreño de élite, recién desempacado del entrenamiento en la Escuela de Guerra Especializada JFK en Fort Bragg, siguiendo órdenes del alto mando de asesinarlos junto con cualquier testigo, su ama de llaves y la hija de ella. El 25 aniversario del asesinato acaba de pasar, y fue conmemorado con el silencio que se considera apropiado para nuestros crímenes.
Mucho de esto se aplica asimismo a la guerra de Vietnam, también considerada un fracaso y una derrota. Vietnam en sí no era causa de ninguna inquietud, pero, como revela el registro documental, Washington se preocupaba de que un desarrollo independiente exitoso extendiera el contagio en toda la región y llegara a Indonesia, rica en recursos, y quizá hasta Japón: el "super dominó", como lo describió el historiador asiático John Dower, que se pudiera adaptar a un este de Asia independiente y se convirtiera en su centro industrial y tecnológico, al margen del control estadounidense, que construyera un nuevo orden en Asia. Estados Unidos no estaba preparado para perder la fase del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial a principios de la década de 1950, así que se dispuso con rapidez a apoyar la guerra de Francia para reconquistar su antigua colonia, y luego los horrores que siguieron, los cuales se intensificaron cuando Kennedy asumió el cargo, y más tarde sus sucesores.
Vietnam quedó prácticamente destruido: ya no sería modelo para nadie. Y la región fue protegida con la instalación de dictaduras asesinas, muy al modo de América Latina en los mismos años: no es innatural que la política imperial siga líneas similares en diferentes partes del mundo. El caso más importante fue Indonesia, protegida del contagio por el golpe de Suharto de 1965, un "pavoroso asesinato en masa", como lo describió con exactitud el New York Times, aunque se unió a la euforia general por"un rayo de luz en Asia" (el columnista liberal James Reston). En retrospectiva, el consejero de seguridad nacional de Kennedy y Johnson Mc George Bundy reconoció que "nuestro esfuerzo" en Vietnam fue"excesivo" después de 1965, ya con Indonesia fácilmente inoculada.
La guerra de Vietnam es descrita como un fracaso, una derrota estadounidense. En realidad fue una victoria parcial. Estados Unidos no logró su máximo objetivo de convertir a Vietnam en Filipinas, pero las principales preocupaciones fueron superadas, al igual que en Cuba. Tales desenlaces, por tanto, cuentan como derrota, fracaso, decisiones terribles.
La mentalidad imperial es asombrosa de contemplar. Apenas si pasa un día sin nuevas ilustraciones. Podemos añadir el estilo del nuevo"movimiento histórico" en Cuba, y su recepción, a esa distinguida lista.

ESAS JÓVENES HIJAS DE PUTA, de Arturo Pérez Reverte - 26/1/15

Supongo que a muchos se les habrá olvidado ya, si es que se enteraron. Por eso voy a hacer de aguafiestas, y recordarlo.
Entre otras cosas, y más a menudo que muchas, el ser humano es cruel y es cobarde. Pero, por razones de conveniencia, tiene memoria flaca y sólo se acuerda de su propia crueldad y su cobardía cuando le interesa.
Quizá debido a eso, la palabra remordimiento es de las menos complacientes que el hombre conoce, cuando la conoce.
De las menos compatibles con su egoísmo y su bajeza moral.
Por eso es la que menos consulta en el diccionario.
La que menos utiliza. La que menos pronuncia.
Hace dos años, Carla Díaz Magnien, una adolescente desesperada, acosada de manera infame por dos compañeras de clase, se suicidó tirándose por un acantilado en Gijón.
Y hace ahora unas semanas, un juez condenó a las dos acosadoras a la estúpida pena - no por estupidez del juez, que ahí no me meto, sino de las leyes vigentes en este disparatado país - de cuatro meses de trabajos socioeducativos.
Ésas son todas las plumas que ambas pájaras dejan en este episodio.
Detrás, una chica muerta, una familia destrozada, una madre enloquecida por el dolor y la injusticia, y unos vecinos, colegio y sociedad que, como de costumbre, tras las condolencias de oficio, dejan atrás el asunto y siguen tranquilos su vida.
Pero hagan el favor. Vuelvan ustedes atrás y piensen. Imaginen.
Una chiquilla de catorce años, antipática para algunas compañeras, a la que insultaban a diario utilizando su estrabismo: - «Carla, topacio, un ojo para acá y otro para el espacio» - a la que alguna vez obligaron a refugiarse en los baños para escapar de agresiones, a la que llamaban bollera, a la que amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas de la grandísima puta, a la espera de madurar en esplendorosos adultos, desarrollan ya desde bien jovencitos.
Desde niños.
Que se lo pregunten, si no, a los miles de homosexuales que todavía, pese al buen rollo que todos tenemos ahora, o decimos tener, aún sufren desprecio y acoso en el colegio.
O a los gorditos, a los torpes, a los tímidos, a los cuatro ojos que no tienen los medios o la entereza de hacerse respetar a hostia limpia.
Y a eso, claro, a la crueldad de las que oficiaron de verdugos, añadamos la actitud miserable del resto: la cobardía, el lavarse las manos.
La indiferencia de los compañeros de clase, testigos del acoso pero dejando - anuncio de los muy miserables ciudadanos que serán en el futuro - que las cosas siguieran su curso.
El silencio de los borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que les toque a ellos.
Y el colegio, claro.
Esos dignos profesores, resultado directo de la sociedad disparatada en la que vivimos, cuya escarmentada vocación consiste en pasar inadvertidos, no meterse en problemas con los padres y cobrar a fin de mes.
Los que vieron lo que ocurría y miraron a otro lado, argumentando lo de siempre:
«Son cosas de crías». Líos de niñas.
Y mientras, Carla, pidiendo a su hermana mayor que la acompañara a la puerta del colegio.
La pobre. Para protegerla.
Faltaba, claro, el Gólgota de las redes sociales.
El territorio donde toda vileza, toda ruindad, tiene su asiento impune.
Allí, la crucifixión de Carla fue completa.
Insultos, calumnias, coro de divertidos tuiteros que, como tiburones, acudieron al olor de la sangre. Más bromas, más mofas. Más ojos bizcos, más bollera.
Y los que sabían, y los que no saben, que son la mayor parte, pero se lo pasan de cine con la masacre, riendo a costa del asunto.
La habitual risa de las ratas.
Hasta que, incapaz de soportarlo, con el mundo encima, tal como puede caerte cuando tienes catorce años, Carla no pudo más, caminó hasta el borde de un acantilado y se arrojó por él.
Ignoro cómo fue la reacción posterior en su colegio.
Imagino, como siempre, a las compis de clase abrazadas entre lágrimas como en las series de televisión, cosa que les encanta, haciéndose fotos con los móviles mientras pondrían mensajitos en plan Carla no te olvidamos, y muñequitos de peluche, y velas encendidas y flores, y todas esas gilipolleces con las que despedimos, barato, a los infelices a quienes suelen despachar nuestra cobardía, envidia, incompetencia, crueldad, desidia o estupidez. Pero, en fin.
Ya que hay sentencia de por medio, espero que, con ella en la mano, la madre de Carla le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice pasivo de la canallada cometida con su hija.
Porque al final, ni escozores ni arrepentimientos ni gaitas en vinagre.
En este mundo de mierda, lo único que de verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta.

viernes, 23 de enero de 2015

EL HOMBRE QUE AMÓ A SHARON STONE, de Arturo Pérez Reverte - 19/1/15

Algunos de ustedes lo conocieron.
Era pequeñito y leal, con patillas que se le juntaban con el bigote.
Y pintor. Y narrador.
Y un poeta magnífico, tan generoso que dejaba de lado su propia obra para estudiar y dar a conocer la de otros.
Durante muchos años, con Juan Eslava Galán y conmigo, se estuvo sentando ante una botella de algo para hablar de literatura, de amistad o de mujeres, su tema favorito.
De joven era capaz de levantarle un ligue a un colega en tres minutos con su labia simpática y su simpatía arrolladora.
Y de mayor coqueteaba hasta con mi hija, el canalla. Con todo cuanto se movía.
No en vano había estado casado o emparejado siete veces, siempre con extranjeras soberbias, que se le enamoraban como perras, hasta que al fin una española, Natalia, y una hija preciosa e inteligente le pusieron los puntos sobre las íes.
Se llamaba Rafael de Cózar Sievert, Fito para los compadres, y murió en Bormujos, Sevilla, cuando se le pegó fuego a la casa, intentando salvar su biblioteca.
Borgianamente fiel a sí mismo, hasta el final.
Era catedrático de Literatura, pero no se le notaba.
Nacido en Tetuán, recastado en Cádiz, cuajado en Sevilla, estaba santificado con el don de la guasa permanente, el humor rápido, el disparate surrealista.
En veinticinco años de amistad jamás lo vi malhumorado, ni lo oí hablar mal de nadie. Nunca tuvo un enemigo. No conocía la maldad, ni la envidia, ni la deslealtad.
Tampoco conocía la vergüenza.
Una vez, estando con Juan Eslava ante un millar de personas en el Teatro Español de Madrid, cuando comenté que yo había cumplido cincuenta y cinco, bebió un sorbo de su copa, me miró con cachondeo y dijo, en voz alta y clara: «Pues en el culo te la hinco».
Era una autoridad en el estudio de la experimentación barroca, las vanguardias del siglo XX y el postismo español de la postguerra, sobre lo que trabajaba con un rigor y una seriedad prusianas; pero eso parecía importarle un carajo cuando estaba, que era casi siempre, con un pitillo en la boca, una copa en la mano y unos amigos alrededor.
Cuando nos hizo la faena de palmar, lo lloramos un millar de hermanos y cinco mil camareros de bar.
Su entierro fue digno de él. Surrealista como si el propio Fito hubiera escrito el guión.
Estábamos todos en el tanatorio donde no cabía un alma, con gente amontonada hasta en la calle para despedirlo, y por alguna razón que ignoro le hicieron un oficio religioso, a él, que siempre se proclamó «ateo por la gracia de Dios».
Lo interpreté como el último chiste que nos brindaba a los compadres.
Jesús Vigorra, el cuarto mosquetero, leyó unos versos de Fito que parecían anunciar su muerte en aquel diciembre: un hermoso balance de su vida. Y el páter estuvo magnífico, recordando sus charlas con el difunto en el bar de Bormujos.
De vez en cuando, en mitad del responso, el cura no podía aguantar la risa.
«Perdonen -decía- pero es que me estoy acordando de cuando me dijo...».
Y así todo el rato.
La familia alternaba las carcajadas con las lágrimas.
Fito Cózar parecía estar allí sentado entre nosotros, con su copa y su cigarrito en la mano, cachondeándose de todo.
Y el momento cumbre llegó cuando el páter, en mitad de un gorigori, inclinó el rostro hacia el altar, partiéndose otra vez de risa.
«Perdónenme -dijo-, pero acabo de darme cuenta de que he traicionado a Rafael... Me hizo jurar un día de copas que cuando muriera, en vez de agua bendita en el hisopo, le pondría vino».
Se fue como un señor.
Tras habérselo bebido, habérselo fumado, habérselo fumigado todo, haberse reído de todo, con mujeres guapas y amigos fieles llorando por él.
En un momento determinado, entre la gente, en una mujer vestida de negro y con pamela, me pareció reconocer de lejos a Sharon Stone.
No puedo afirmarlo, claro.
Pero no me habría sorprendido que fuera ella, porque «Charon», como Fito la llamaba con mucha familiaridad, era su mujer fetiche.
En aquellas noches interminables de humo y alcohol, en las que podía pasarse horas contando chistes, solía mencionarla mucho.
Y siempre nos contaba el día glorioso, inolvidable, en que la conoció:
«Yo, aquí donde me veis, estuve con Sharon Stone, y esa mujer marcó mi vida.
Nunca pude olvidarla.
La vi en Nueva York, en una fiesta, hablando con gente, y conseguí que me la presentaran. Yo iba que me temblaban las piernas de emoción.
Me acercó a ella un amigo y dijo:
'Éste es el profesor Cózar'.
Ella se volvió a mirarme durante tres segundos, dijo:
«Nice to meet you»
-encantada de saludarlo-, pasó de mí y siguió hablando con los otros.
Y como os digo, esos tres segundos con Charon marcaron mi vida».

lunes, 12 de enero de 2015

EL PATO MAKETO, de Arturo Pérez Reverte - 12/1/14

Juro a ustedes por el cetro de Ottokar que lo que voy a contar es cierto.
Aunque comprendería que dudasen; en un país normal, algo así sería imposible.
Pero recuerden que éste no es un país normal, sino España: un lugar donde, como ya escribí aquí mismo alguna vez, todo disparate, por gordo que sea, tiene su asiento, y donde, por poner un ejemplo clásico, una ardilla podría cruzar la Península saltando de gilipollas en gilipollas sin tocar el suelo.
Momento, el pasado verano.
Escenario, Orozko, pueblo de Vizcaya, en el cauce del río Altube.
Protagonista, un ánade vulgar.
Un pato, vamos. Un palmípedo de los de toda la vida.
Y resulta que el tal pato está en el río, a lo suyo, pero con una brida de plástico muy apretada que le lesiona una pata.
Unos vecinos dan aviso al Ayuntamiento: oigan, ahí hay un pato cojo, etcétera.
Hasta ahí, nada raro.
En otro sitio, habría ido alguien del Ayuntamiento a quitarle la brida al pato, y santas pascuas. Pero, como dije, esto es España.
De momento. Las cosas no son tan fáciles.
Aquí tocas un pato sin permiso por triplicado y vete a saber.
Así que el alcalde decide que la administración local carece de recursos para coger patos y pasa el asunto a Base Gorria; que, como su propio nombre indica, es el servicio forestal, dependiente del Departamento de Agricultura de la Diputación Foral de Vizcaya.
Ahí, claro, ya se lía la cosa.
Porque la Diputación (Peneuve) responde al alcalde de Orozko (Bildu) con una pregunta crucial: el pato, ¿es salvaje o es doméstico? Porque si es salvaje, no hay problema: su gente va, lo recoge y tan amigos.
Pero si es doméstico, o sea, un pato de andar por casa, el asunto queda fuera de su jurisdicción, y compete al Ayuntamiento quitarle la brida de la pata.
En ese punto, el alcalde convoca a sus expertos municipales, les pide la filiación del pato, y éstos responden que los palmípedos no tienen Deneí, ni carnet de conducir, ni libro de familia, ni nada que se le parezca, y que ellos de patos no tienen ni zorra idea.
El pato, por supuesto, no suelta prenda.
Es más: cuando alguien se acerca a mirar si su pinta es doméstica o salvaje, grazna cabreado - la brida le duele, sin duda -, jiñándose en sus muertos.
Al cabo, tras darle muchas vueltas, alguien concluye que es «un pato mixto».
Y el alcalde - Josu San Pedro, se llama -, desbordado por los acontecimientos, convoca un gabinete de crisis.
La idea, literal, según lenguaje consagrado allí por el uso, es «desbloquear el enfrentamiento».
Para ello se convoca una reunión entre el Ayuntamiento y la Diputación, a la que asisten miembros de ambos organismos.
Al fin, después de muchos dimes y diretes, se decide que los del Servicio Forestal se hagan cargo del operativo, con el apoyo táctico de miembros de la brigada municipal de Orozko.
Sin embargo, nadie ha contado con el pato, que se resiste como gato panza arriba y no se deja atrapar.
Se pide entonces el refuerzo de una patrulla de la Ertzaintza, pero ni flores.
El pato, que a esas alturas y con tanto trajín ya tiene un cabreo de veinte pares de cojones, corre, nada, revolotea y se les escapa todo el tiempo.
Así que, tras una nueva reunión operativa, los expertos de la Diputación deciden irse a su casa y volver cuando el pato esté dormido, y poder pillarlo a traición.
Pero ni así, oigan.
El pato ya no se fía ni de su madre, y duerme con un ojo abierto. Sabe latín.
Al fin, tras muchas idas y venidas, unos empleados del Ayuntamiento logran pillarlo descuidado, lo trincan y se lo llevan al centro de Recuperación de Fauna Silvestre, donde lo curan y donde evoluciona, dicen, de forma adecuada.
Final feliz para el pato?
No todavía, porque la cosa no termina ahí.
Por su condición de bicho mixto, no del todo doméstico ni salvaje, el pato, según la Diputación, debe ser devuelto a Orozko y el río Altube.
O sea, a donde estaba. Con su pata, sus patitos, su pato gay o lo que se trajine.
Pero el Ayuntamiento se niega a recibirlo, argumentando que la especie de ese pato concreto no es autóctona - no es un pato vasco, vamos -, y que el animalejo, con otra media docena más que anda suelta por allí, es un pato ilegal, con menos papeles que un conejo de monte: patos maketos que ni migran ni vuelan, ajenos a la fauna local, y que pueden resultar perjudiciales porque, según el alcalde, «se están comiendo el entorno del río y alteran el ecosistema».
Con un par. Los putos patos.
No he podido averiguar cómo acabó la cosa ni qué fue del bicho, pero a estas alturas da igual.
Y es que ya lo decía, elocuente, aquella vieja y sabia coplilla que tanto me gusta recordar: «Pasamos muy buenos ratos
echando pan a los patos.
Y cuanto más pan echamos, 
mejores ratos pasamos».

sábado, 10 de enero de 2015

UNA HISTORIA DE ESPAÑA XXXVII, de Arturo Pérez Reverte - 5/1/14

El peor enemigo exterior que España tuvo en el siglo XVIII - y hubo unos cuantos - fue Inglaterra.
Al afán británico porque nunca hubiese buenos gobiernos en Europa hubo que añadir su rivalidad con el imperio español, que tuvo por principal escenario el mar.
Las posesiones españolas en América eran pastel codiciado, y el flujo de riquezas a través del Atlántico resultaba demasiado tentador como para no darle mordiscos.
Pese a muchas señales de recuperación, España no tenía industria, apenas fabricaba nada propio y vivía de comprarlo todo con el oro y la plata que, desde las minas donde trabajaban los indios esclavizados, seguían llegando a espuertas.
Y ahí estaba el punto.
Muchas fortunas en la City de Londres se hicieron con lo que se le quitaba a España y sus colonias: acabamos convirtiéndonos en la bisectriz de la Bernarda, porque todos se acercaban a rapiñar.
El monopolio comercial español con sus posesiones americanas era mal visto por las compañías mercantiles inglesas, que nos echaron encima a sus corsarios (ladrones autorizados por la corona), sus piratas (ladrones por cuenta propia) y sus contrabandistas.
Había bofetadas para ponerse a la cola depredadora, en plan aquí quién roba el último, hasta el punto de que faltó arroz para tanto pollo.
Eso, claro, engordaba a las colonias británicas en Norteamérica, cuya próspera burguesía, forrándose con lo suyo y con lo nuestro entre exterminio y exterminio de indios, empezaba a pensar ya en separarse de Inglaterra.
España, aunque con los Borbones se había recuperado mucho - obras públicas, avances científicos, correos, comunicaciones - del desastre con el que se despidieron los Austrias, seguía sin levantar cabeza, pese a los intentos ilustrados por conducirla al futuro.
Y ahí tuvieron su papel ministros y hombres interesantes como el marqués de la Ensenada, que, dispuesto a plantar cara a Inglaterra en el mar, reformó la Real Armada, dotándola de buenos barcos y excelentes oficiales.
Aunque era tarde para devolver a España al rango de primera potencia mundial, esa política permitió que siguiéramos siendo respetables en materia naval durante lo que quedaba de siglo.
Prueba de lo bien encaminado que iba Ensenada es que los ingleses no pararon de ponerle zancadillas, conspirando y sobornando hasta que lograron que el rey se lo fumigara (esto seguía siendo España, a fin de cuentas, y en Londres nos conocían hasta de lejos); y nada dice tanto a favor de ese ministro, ni es tan vergonzoso para nosotros, como la carta enviada por el embajador inglés a Londres, celebrando su caída: «Los grandes proyectos para el fomento de la Real Armada han quedado suspendidos. Ya no se construirán más buques en España».
De cualquier manera, con Ensenada o sin él, nuestro XVIII fue el siglo por excelencia de la Marina española, y lo seguiría siendo hasta que todo se fue a tomar por saco en Trafalgar.
El problema era que teníamos unos barcos potentes, bien construidos, y unos oficiales de élite con excelente formación científica y marina, pero escaseaban las buenas tripulaciones.
El sistema de reclutamiento era infame, las pagas eran pésimas, y a los que volvían enfermos o mutilados se les condenaba a la miseria (lo mismo eso les suena).
A diferencia de los marinos ingleses, que tenían primas por botines y otros beneficios, las tripulaciones españolas no veían un puto duro, y todo marinero con experiencia procuraba evitar los barcos de la Real Armada, prefiriendo la marina mercante, la pesca e incluso (igual también les suena esto) las marinas extranjeras.
Lo que pasa es que, como ocurre siempre, en todo momento hubo gente con patriotismo y con agallas; y, pese a que la Administración era desastrosa y corrupta hasta echar la pota, algunos marinos notables y algunas heroicas tripulaciones protagonizaron hechos magníficos en el mar y en la tierra, sobándoles el morro a los ingleses en muchas ocasiones.
Lo que, considerando el paisanaje, la bandera bajo la que servían y el poco agradecimiento de sus compatriotas, tiene doble mérito.
El férreo Blas de Lezo le dio por saco al comodoro Vernon en Cartagena, Velasco se batió como un tigre en la Habana, Gálvez - héroe en Estados Unidos, desconocido en España - se inmortalizó en la toma de Pensacola, y navíos como el Glorioso supieron hacérselo pagar muy caro a los ingleses antes de arriar bandera.
Hasta el gran Horacio Nelson (detalle que los historiadores británicos callan pudorosamente), se quedó manco cuando quiso tomar Tenerife por la cara, y los de allí, que aún no estaban acostumbrados al turismo, le dieron las suyas y las del pulpo.
[Continuará]

jueves, 1 de enero de 2015

EL DERECHO AL DELIRIO, de Eduardo Galeano

Propósitos de Año Nuevo

¿Qué tal si deliramos, por un ratito?

Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega; en ningún país irán presos los muchachos que se niegan a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo; los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo; la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero; nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene; el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos; la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse; una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú; en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria; la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo; la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte"; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma; los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar; seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuanto hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

DESPUÉS, de Homero Manzi

Después, la luna en sangre y tu emoción,
y el anticipo del final en un oscuro nubarrón.
Luego, irremediablemente,
tus ojos tan ausentes llorando sin dolor.

Y después, la noche enorme en el cristal,
y tu fatiga de vivir y mi deseo de luchar.
Luego, tu piel como de nieve,
y en una ausencia leve tu pálido final.


Todo retorna del recuerdo,
tu pena y tu silencio, tu angustia y tu misterio.
Todo se abisma en el pasado,
tu nombre repetido, tu duda y tu cansancio.

Sombra más fuerte que la muerte,
grito perdido en el olvido,
paso que vuelve del fracaso
canción hecha pedazos 
que aún es canción.

Después, vendrá el olvido o no vendrá
y mentiré para reír y mentiré para llorar.
Torpe fantasma del pasado
bailando en el tinglado tal vez para olvidar.

Y después, en el silencio de tu voz,
se hará un dolor de soledad y gritaré para vivir,
como si huyera del recuerdo
el arrepentimiento para poder morir.

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