martes, 31 de marzo de 2015

CON LOS DELFINES, de Mario Benedetti

María Eugenia
                          creo que comprenderás por qué no inicio esta carta con "querida mamá", como cuando lo hacía desde la lejanía de mis antiguas vacaciones.
A esta altura, vos y yo sabemos (vos lo supiste siempre; yo, tan sólo hace tres años) que no sos mi mamá, como tampoco Pedro Luis es mi padre.
Ahora que él murió, me da un poco de pena saber que has quedado irremediablemente sola.
Pero mucha más pena me dan mis padres verdaderos.
Sé de buena fuente, como vos, que desde un avión los arrojaron al mar, y que los arrojaron vivos.
Ahora es casi imposible que alguien pueda demostrar que sí o que no, pero yo me inclino a creer que sí, ya que la comprobada saña de los amigos de Pedro Luis, aunque todavía nos desconcierte y nos repugne, fue algo real.
Durante el primer año de mi llegada a la casa de mis abuelos, todavía a veces soñaba contigo y con él, y no podía evitar un último estremecimiento de cariño.
Entonces no sabía toda la verdad.
Pero ahora, cuando Pedro Luis se me aparece en sueños, me despierto en plena náusea y casi siempre tengo que ir al baño a vomitar.
Contigo es un poco distinto, ya que en cierto modo también fuiste víctima: te metieron en el escarnio sin molestarse en pedir tu consentimiento.
Ahora que reconstruyo nuestros ambiguos quince años de vida en común, puedo rememorar la extraña mirada que en ciertas ocasiones (cada vez con menos frecuencia) me dedicabas; una mirada que entonces sólo me provocaba extrañeza, pero que ahora puedo (o tal vez quiero) imaginar que quería decir: "He usurpado el puesto de otra" o "Creo que me quiere pero no lo merezco" o "Algún día me la quitarán".
¿Era así?
Por otra parte tengo la impresión de que mi inapropiada presencia, no sólo no contribuyó a la unión de ustedes dos como pareja, sino que más bien provocó un deterioro que ya no tenía remedio, ya que en el peculiar estilo de nuestra vida en Mendoza, un divorcio o una simple separación era algo por lo menos inadecuado, y que jamás habrían permitido los compañeros de armas de Pedro Luis.
Pero, ¿cómo podían ustedes convivir con un pasado tan miserable?
¿Cómo podían acostarse y hacer el amor (¿o ni siquiera lo hacían?) sabiendo que a un lado y otro de la cama, comparecían y los miraban los fantasmas de mis padres verdaderos?
¿Cómo puede desarrollarse normalmente la vida cotidiana sabiendo que se basa en una acción despreciable?
Mis abuelos me quieren, me miman, me hablan de mis padres, tratan de crear en mí un nuevo estímulo para vivir, pero a mis 18 años actuales debo confesar que mi vida está rota, y hay en mis noches otra fantasía recurrente en la que me arrojo yo también al mar.
¿Por qué? ¿Para qué?
Pues para juntarme con mis padres.
En el sueño ellos me reciben, muy juntos, con los brazos abiertos, rodeados por delfines solidarios que también se incorporan al festejo.
Y cuando por fin me despierto aún permanece en mí la sensación de ternura más nítida de toda mi existencia.
Tengo en mi mesa de noche la foto de mis padres, y sé que vengo de ellos y de nadie más. Las zalamerías de Pedro Luis siempre me sonaron a hipocresía, y mi memoria no las olvida, pero las rechaza.
Creo en cambio que tus señales de cariño eran sinceras, y las conservo como algo positivo en medio de una situación tramposa.
Quizá algún día junte fuerzas para volver a verte, pero por ahora no.
Todavía estoy llena de rencores y rencorcitos.
Después de todas las comuniones, misas y homilías a que me llevaste, no sólo me he quedado sin padres sino también sin Dios.
Me gustaría que me contaras qué le decías a tu confesor.
Y sobre todo qué te decía él.
Haberse apropiado de una hija de padres desaparecidos y/o asesinados por tu gente, ¿es un pecado mortal o venial?
¿Con quince padrenuestros y siete avemarías queda limpio el currículum?
No puedo rezarle a un Señor cuyos representantes arropaban cristianamente a los verdugos.
Ahora comprendo el llamado en rebeldía del Cristo crucificado: Padre, ¿por qué me has abandonado?
Al menos dicen que él resucitó, pero mis padres sumergidos no volvieron.
En el mejor de los casos, no están rodeados de apóstoles sino de delfines.
Acaso Dios no resida allá en los Altísimos sino en el fondo más hondo de los mares.
Y desde allí lo ignore todo, aunque de vez en cuando abra sus branquias y emita bendiciones. No descarto que en alguna de estas noches, yo, que no sé nadar, me decida por fin y me sumerja a buscarlo, así nomás, sin flotadores, pero con la mochila llena de reproches.
Y nada más.
Un chau.
PAULINA.

lunes, 30 de marzo de 2015

UNA HISTORIA DE ESPAÑA XLI, de Arturo Pérez Reverte - 30/3/15

Y ahora, la tragedia.
Porque para algunos aquello debió de ser desgarrador y terrible.
Pónganse ustedes en los zapatos de un español con inteligencia y cultura.
Imaginen a alguien que leyera libros, que mirase el mundo con espíritu crítico, convencido de que las luces, la ilustración y el progreso que recorrían Europa iban a sacar a España del pozo siniestro donde reyes incapaces, curas fanáticos y gentuza ladrona y oportunista nos habían tenido durante siglos.
Y consideren que ese español de buena voluntad, mirando más allá de los Pirineos, llegase a la conclusión de que la Francia napoleónica, hija de la Revolución pero ya templada por el sentido común de sus ciudadanos y el genio de Bonaparte, era el foco de luz adecuado; el faro que podía animar a los españoles de buen criterio a sacudirse el polvo miserable en el que vivían rebozados y hacer de éste un país moderno y con futuro: libros, ciencia, deberes ciudadanos, responsabilidad intelectual, espíritu crítico, libre debate de ideas y otros etcéteras.
Imaginen, por tanto, que ese español, hombre bueno, recibe con alborozo la noticia de que España y Francia son aliadas y que en adelante van a caminar de la mano, y comprende que ahí se abre una puerta estupenda por la que su patria, convertida en nación solidaria, va a respirar un aire diferente al de las sacristías y calabozos.
Imaginen a ese español, con todas sus ilusiones, viendo que los ejércitos franceses, nuestros aliados, entran en España con la chulería de quienes son los amos de Europa.
Y que a Carlos IV, su legítima, el miserable de su hijo Fernando y el guaperas Godoy, o sea, la familia Telerín, se los llevan a Francia medio invitados medio prisioneros, mientras Napoleón decide poner en España, de rey, a un hermano suyo.
Un tal Pepe.
Y que eso la gente no lo traga, y empieza el cabreo, primero por lo bajini y luego en voz alta, cuando los militares gabachos empiezan a pavonearse y arrastrar el sable por los teatros, los toros y los cafés, y a tocarles el culo a las bailaoras de flamenco.
Y entonces, por tan poco tacto, pasa lo que en este país de bronca y navaja tiene que pasar sin remedio, y es que la chusma más analfabeta, bestia y cimarrona, la que nada tiene que perder, la de siete muelles, clac, clac, clac, y navajazo en la ingle, monta una pajarraca de veinte pares de cojones en Madrid, el 2 de mayo de 1808, y aunque al principio sólo salen a la calle a escabechar franchutes los muertos de hambre, los chulos de los barrios bajos y las manolas de Lavapiés, mientras toda la gente llamada de orden se queda en sus casas a verlas venir y las autoridades les succionan el ciruelo a los franceses, la cosa se va calentando, Murat (que es el jefe de los malos) ordena fusilar a mansalva, los imperiales se crecen, la gente pacífica empieza a cabrearse también, los curas toman partido contra los franceses que traen ideas liberales, se corre la insurrección como un reguero de pólvora, y toda España se alza en armas, eso sí, a nuestra manera, cada uno por su cuenta y maricón el último, y esto se vuelve un desparrame peninsular del copón de Bullas.
Y ahí es cuando llega el drama para los lúcidos y cultos; para quienes saben que España se levanta contra el enemigo equivocado, porque esos invasores a los que degollamos son el futuro, mientras que las fuerzas que defienden el trono y el altar son, en su mayor parte, la incultura más bestia y el más rancio pasado.
Así que calculen la tragedia de los inteligentes: saber que quien trae la modernidad se ha convertido en tu enemigo, y que tus compatriotas combaten por una causa equivocada.
Ahí viene el dilema, y el desgarro: elegir entre ser patriota o ser afrancesado.
Apoyar a quienes te han invadido, arriesgándote a que te degüellen tus paisanos, o salir a pelear junto a éstos, porque más vale no ir contra corriente o porque, por muy ilustrado que seas, cuando un invasor te mata al vecino y te viola a la cuñada no puedes quedarte en casa leyendo libros.
De ese modo, muchos de los que saben que, pese a todo, los franceses son la esperanza y son el futuro, se ven al cabo, por simple dignidad o a la fuerza, con un fusil en la mano, peleando contra sus propias ideas en ejércitos a lo Pancho Villa, en partidas de guerrilleros con cruces y escapularios al cuello, predicados por frailes que afirman que los franceses son la encarnación del demonio.
Y así, en esa guerra mal llamada de la Independencia (aquí nunca logramos independizarnos de nosotros mismos), toda España se vuelve una trampa inmensa, tanto para los franceses como para quienes - y esto es lo más triste de todo -, creyeron que con ellos llegaban, por fin, la libertad y las luces.

miércoles, 25 de marzo de 2015

ASALTO EN LA NOCHE, de Mario Benedetti

Doña Valentina Palma de Abreu, 49 años, viuda desde sus 41, se despertó bruscamente a las 2 de a madrugada.
Le pareció que el ruido venía del living.
Sin encender la luz, y así como estaba, en camisón, dejó la cama y caminó con pasos afelpados hacia el ambiente mayor del confortable piso.
Entonces sí encendió la luz.
Tres metros más allá, de pie y con expresión de desconcierto, estaba un hombre joven, de vaqueros azules y gabardina desabrochada.
- Hola! - dijo ella -.
Debido tal vez a la brevedad del saludo, logró no tartamudear.
- Usted perdone - dijo el intruso -.
Me habían informado que usted estaba de viaje.
Pensé que no había nadie.
- Ah. Y a qué se debe la visita?
- Tenía la intención de llevarme algunas cositas.
- Cómo pudo entrar?
- Por la cocina. No tuve que forzar la cerradura. En estas lides soy bastante habilidoso.
- Puedo saber si está armado?
- No me ofenda. Siempre averiguo antes de llevar a cabo una operación. Esta vez no me informé bien, lo reconozco. Pero solo decido operar cuando estoy seguro de que no voy a encontrar a nadie. Y si es así, para qué necesito armas?
- Y qué cositas le habrían interesado? Me imagino que sabrá que a esta hora intempestiva no es fácil largarse con un televisor de 22"" o un horno microondas, o una porcelana de Lladró.
- Tiene todo eso? Enhorabuena. Pero en estas excursiones de medianoche no me dedico a mercaderías de difícil transporte. Prefiero joyas, dinero en efectivo (si es posible, dólares, o en todo caso marcos), alguna antigüedad mas bien chiquita, que quepa en un bolsillo de la gabardina. Cosas así, rendidoras, de buen gusto, de escaso riesgo o fáciles de convertir en vil metal.
- Desde cuándo se dedica a una profesión tan lucrativa y con tanto futuro?
- Dos años y cuatro meses.
- Que precisión.
- Lo que pasa es que mi primer procedimiento lo efectué al día siguiente de mi cumpleaños número treinta y cuatro.
- Y qué lo impulsó a tomar este rumbo?
- Mire, señora, yo soy casi arquitecto. en realidad, me faltan tres materias y la carpeta final. Pero me estaba muriendo de hambre. Tal vez usted no sepa que aquí el trabajo escasea. Por otra parte, no tengo padres ni tíos que me financien la vida. Ni siquiera padrino. Como dicen en España, estoy más solo que la una. Y ya lo ve, desde que emprendí mis excursiones nocturnas, al menos sobrevivo. Y hasta ahorro. Cuando tenga lo suficiente, creo que me compraré un taxi. Sé de otros dos casi arquitectos y un casi ingeniero que se decidieron por el taxi y les va bien.
- Y en ese caso abandonaría estas gangas clandestinas?
- No lo creo. El taxi sería sólo un complemento.
Doña Valentina, viuda de Abreu, entendió que era el momento de sonreír. Y sonrió.
- Qué le parece si dejamos para más tarde la elección de las cositas que compondrán su amable pillaje de esta noche, y ahora nos tomamos un trago?
Al hombre le llevó unos minutos acostumbrarse a esta nueva sorpresa, pero al final asintió.
- Está bien. Veo que usted asume con serenidad las situaciones inesperadas.
- Qué quería? Que me pusiera a temblar?
- De ninguna manera. Es mucho mejor así.
La dueña de casa se dirigió al barcito de caoba y extrajo dos vasos.
- Qué whisky prefiere? Escocés, irlandés o americano?
- Irlandés, por supuesto.
- Yo también. Con o sin hielo?
Una vez servidas las exactas medidas en los largos vasos de cristal azulado, posiblemente de Bohemia, el intruso levantó el suyo.
- Brindemos, señora.
- Por qué o por quién?
- Por la comprensión de la alta burguesía nacional.
- Salud! Y también por la frustración arquitectónica.
Cuando iban por la segunda copa, doña Valentina midió al hombre con una mirada que tenía un poco de cálculo y otro poco de seducción. Pensó además que era el momento de recuperar su sonrisa. Y la recuperó.
- Ahora dígame una cosa. En su botín de esta noche, no le interesaría mi camisón?
- Su camisón?
- Si. Le advierto que bajo el camisón no tengo nada abajo. Tiene autorización para quitármelo.
- Pero.
- Acaso éste es un cuerpo demasiado viejo para usted?
- No, señora, le confieso que usted luce muy bien.
- Quiere decir: muy bien para mis años?
- Muy bien, sencillamente.
- Hace ocho años que quedé viuda y desde entonces no me he acostado con nadie. Qué opina de esa abstinencia mi asaltante particular?
- Señora, no necesito decirle que estoy a sus órdenes.
- Por favor, no me digas señora. Y tutéame.
- Te quito el camisón?
Ante el gesto de aprobación de la mujer, y antes de dedicarse al camisón de marras, el buen hombre se quitó la gabardina, los vaqueros, y el resto de su ropa, modesta pero limpia.
A esa altura, ella había decidido no aguardar la iniciativa del otro y lo esperaba desnuda.
En la cama doble, el asaltante probó que no sólo era experto en rapiñas nocturnas, sino también en otros quehaceres de la noche.
Por su parte, doña Valentina, a pesar de su prolongado ayuno de viuda, demostró a su vez que no había perdido su memoria erótica.
Igual que con el whisky, también con el sexo repitieron el brindis.
Al final, ella lo besó con franca delectación, pero a continuación vino el anuncio.
- Ahora vamos a lo concreto, no te parece? Tenés que irte antes de que amanezca. Por razones obvias, que se llaman portero, proveedores, etcétera. Vamos, vestite.
Y después veremos qué cositas podés llevarte.
Mientras él se vestía, y a pesar de su oferta anterior, ella volvió a ponerse el camisón.
Luego abrió las puertas de un placard, que en el fondo tenía un cofre. De éste fue extrayendo paquetitos de dólares y otras menudencias
- Qué tal? Hay algo que quisieras llevarte?
Sobre una mesita de roble fue depositando joyas de oro, brillantes, esmeraldas. También un reloj suizo ("era de mi marido, es un Rolex legítimo"), una petaca de marfil y otras chucherías de lujo.
- También está este revólver de colección. Dicen que perteneció a un coronel nazi. Te interesa?
Cuando el hombre, que había estado examinando las joyas, levantó la vista, ella oprimió el gatillo.
El disparo alcanzó al tipo en la cabeza.
Se derrumbó junto a la cama doble.
Ella recogió todo el material en exhibición y lo volvió a guardar en el cofre.
Todo, menos el revólver.
Luego de comprobar que el hombre estaba muerto, pasó cuidadosamente sobre el cadáver. Por un momento le puso el arma en la mano derecha, sólo para dejar constancia de sus huellas.
Luego la recuperó y la dejó sobre la cama. Después fué al baño, se lavó varias veces la cara y las manos.
También usó el bidet.
Entonces fue al living, reintegró la botella a su sitio, llevó los largos vasos de cristal azul a la cocina y allí los lavó, los secó y volvió al living para guardarlos.
Luego levantó el tubo del teléfono y discó un número.
- Policía? Habla Doña Valentina Palma, viuda de Abreu, domiciliada en la avenida Tal, número tal y cual, apartamento 8-B.
Les pido por favor que vengan aquí, urgentemente.
Un asaltante entró, no sé cómo ni por dónde, en mi casa para robar.
Por si eso fuera poco, intentó violarme. Constantemente me amenazaba con un revólver, pero se confió demasiado y de pronto no sé de dónde saqué fuerzas para arrebatarle el arma y sin vacilar le disparé.
Tengo la impresión de que acabé con él.
En defensa propia, claro.
Vengan enseguida, porque la impresión y el susto han sido tremendos y les confieso que estoy a punto de desmayarme.

EL ESTRUENDO DE LOS FANÁTICOS, de José Pablo Feinmann - 22/1/15

En 1830, Europa era la mismidad (lo Mismo), se asumía como el centro del mundo, como el territorio del Saber, como la poseedora del Logos y lo demás era la otredad (lo Otro).
En 1830, en la Universidad de Berlín, Hegel decía de América del Sur que estaba geográficamente incompleta y también hablaba, desde su cátedra, del Oriente musulmán.
Del mahometanismo destaca la concentración de una fe que se abisma en sí.
Lo compara, por su pureza, por su ausencia de representaciones particulares y paganas, con el judaísmo.
El Oriente mahometano conoce y adora lo Uno.
“Conocer este uno y adorarlo - dice - es para el musulmán un deber (...) La intuición de lo uno debe ser lo único reconocido y lo único que rige.”
¿Qué será, entonces, el fanatismo musulmán en cuya búsqueda anda Hegel?
Esto: al ser lo Uno lo único reconocido - y lo único que vale - se deduce de ello la destrucción de todas las diferencias.
“Y esto constituye el fanatismo”, sigue Hegel.
El fanatismo consiste, en efecto, en no admitir más que una determinación rechazando todo lo demás (...) y no queriendo establecer en la realidad más que aquella única determinación.”
El ejemplo que encuentra se lo da la quema de la biblioteca de Alejandría.
Omar, según se refiere, destruyó la magnífica biblioteca de Alejandría.
“O estos libros - dijo - contienen lo que ya está en el Corán, o contienen cosa distinta. En ambos casos sobran”.
Como fuere, hay que admitirles a los coranistas incendiarios un par de cosas: sabían expresarse con rigor lógico.
Si esos libros contienen lo que ya está en el Corán forman parte de lo Mismo. Lo Mismo ya está en el Corán. Esos libros sobran.
Si contienen algo distinto, algo que sea una diferencia de lo Mismo, también sobran.
Hegel concluye el capítulo expulsando al Islam de la historia universal.
Ha quedado “recluido en la comodidad y la pereza orientales”.
Estados Unidos, por medio de su “guerra contra el terrorismo”, se ha transformado en una sociedad de lo Uno, una sociedad cerrada en guerra contra lo Otro, y lo Otro es el resto del mundo, entendido como posible agresor o como posible cómplice de agresores.
Es patético que los propagandistas de eso que llaman Occidente, o de eso que con más entusiasmo aún llaman la sociedad abierta (en cuyo espacio se expresaría “Occidente”) sigan postulando como incuestionables y verdaderos estos sofismas.
Estados Unidos no es una sociedad abierta.
(Todo este andamiaje proviene de un voluminoso libro de Karl Popper llamado “La sociedad abierta y sus enemigos”, The Open Society and Its Enemies, 1945.)
Una sociedad que se propone alzar un muro contra inmigrantes indeseados (así llama a estos azarosos seres Samuel Huntington en su libro sobre el choque de civilizaciones) no puede llamarse abierta.
(¿Caído el Muro de Berlín se levanta el Muro de El Alamo?)
Una sociedad que somete a sus ciudadanos a una vigilancia que supera al Big Brother de George Orwell no puede llamarse abierta.
Los países del alto desarrollo capitalista han reclamado apertura a los países pobres para hacer, con ellos, buenos negocios.
Los países del hiperdesarrollo se llaman a sí mismos inversionistas, y postulan que nada mejor para un país pobre que recibir inversiones de los ricos.
Si algún teórico de los países pobres aduce que esas inversiones consolidan el statu quo de la desigualdad, algún teórico de los países ricos los llamará “idiotas”.
Así lo hizo Alvaro (¡qué significante helado para los argentinos!) Vargas Llosa, el hijo de Vargas, es decir, el posmo Vargas Llosa.
El libro se llamó: Manual del perfecto idiota latinoamericano.
En suma, las sociedades pobres se han abierto a los buenos negocios de las sociedades ricas.
Todo esto se trastrueca cuando las sociedades pobres, que suelen tener bajo su suelo tesoros no extraídos - digamos: petróleo -, se tornan ariscas y dicen lo elemental: que ese petróleo les pertenece y lo comercializarán como les convenga.
Aquí es donde la Mismidad se le quiebra al Uno - imperial. Lo uno necesita de lo Otro para subsistir. 
Entonces se “abre” hacia lo otro en la modalidad de la guerra: lo invade, lo coloniza.
Ocurre, no obstante, que en una guerra anterior a la del terrorismo, la llamada Guerra Fría, el imperio norteamericano armó desmedidamente a esos países a los cuales Hegel había condenado a la siesta oriental.
Estos países lucharon contra el enemigo rojo y fueron útiles a los fines de la democracia, de la sociedad abierta y de Occidente, todo eso junto.
También, ya que estamos, para la libre expresión del libre mercado, ese dios de la mismidad occidental.
Terminada esa guerra, los barbáricos países artillados por Estados Unidos se dislocan en políticas propias de alta agresividad. Y en cierto día de septiembre de 2001 salen de su siesta y se integran a la historia universal.
¿Qué diría Hegel si hubiera vivido para ver y pensar el nine eleven?
Vea, Maestro, Oriente despertó de su siesta.
Este barbarismo de Oriente es tan grave y letal que empuja a Estados Unidos a quitarse sus velos: se acabó la hojarasca propagandística de la sociedad abierta.
Ahora los muros, los campos de tormentos en territorios europeos, Guantánamo, Irak y Pakistán.
Estados Unidos se asume como la potencia que rige, desde su cerrada mismidad, toda la vasta otredad, o sea, el mundo entero.
Todo lo diferente está contra mí, dice el imperio.
La bomba que ha caído sobre Pakistán (país, se suponía, aliado a EE.UU.) es una bomba de aviso para el inmenso, amenazado planeta.
La guerra preventiva autoriza a EE.UU. a tirar una bomba allí donde suponga hay un foco terrorista.
Sin avisar, sin medir demasiado los costos de alguna imprecisión.
No importan las imprecisiones de las bombas, lo que importa es la decisión de la lucha.
La imprecisión de la bomba en Pakistán implicó la muerte de 18 civiles entre los que se contaban seis niños.
El horror de lo Uno capitalista encuentra siempre espejos en el soliviantado Oriente.
Se le ha perdido el respeto al Gigante.
El amo asiste a la rebelión de sus viejos esclavos.
Irán (nueva figura del Otro demoníaco) acaba de desbordarse.
Las grandes potencias se sienten amenazadas.
Saddam pertenece al pasado. Osama pierde notoriedad.
El nuevo monstruo es ahora Mahomud Ahmadinejad.
Este líder iraní (territorio desde el que solía llegar un cine aclamado por el multiculturalismo occidental, que tiene estas modalidades cuando se le ocurre hacer turismo por lo diferente) dice estar empeñado en poseer arsenales atómicos.
Y hasta propone un seminario internacional para estudiar la veracidad del Holocausto.
Este punto (altamente irritativo) tiene su lógica en la estrategia guerrera de Mahomud A.
Si no murieron tantos judíos como se dice en Auschwitz y Dachau y Treblinka (por nombrar sólo algunas geografías del horror) entonces, dice Mahomud, terminaremos con una cosa y podremos hacer otra.
1) Si Mahomud logra reducir la magnitud del Holocausto, conseguirá reducir la (indudable para él) utilización que el Estado de Israel hace del dolor del pasado;
2) Si no hubo tantos judíos muertos podemos entonces (dice el líder iraní) matarlos de aquí en más.
El razonamiento podría expresarse en números. La crueldad de los números es aún más cruel en estas cuestiones.
Si en lugar de seis millones de judíos (razonaría Irán) murieron tres, entonces todavía podemos seguir matando algunos millones nosotros.
Esto suena horrible.
Pero, ¿por qué le suena menos horrible al Occidente de la democracia y la sociedad abierta la muerte de seis niños en Pakistán por una imprecisión misilística?
Y aquí llegamos al único punto riguroso de estas líneas posiblemente caóticas.
Alguien dijo:
No mataron seis millones de judíos; mataron uno y luego lo mataron seis millones de veces más”.
Este razonamiento se hace contra la frialdad de las cifras.
Tzvetan Todorov también dijo:
Una muerte es una desdicha; seis millones, una estadística”.
Seis millones perecieron bajo la racionalidad instrumental de los campos de la muerte.
Seis niños murieron por una bomba demencial, por un error del capitalismo bélico - informático de la guerra preventiva.
Se trata de llorar por todas las víctimas.
Y de luchar para impedir todas las masacres.

martes, 24 de marzo de 2015

CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR, de Rodolfo Walsh - 24/3/77

1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese "ser nacional" que ustedes invocan tan a menudo.
Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.

2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.
Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados.
De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.
La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el "submarino", el soplete de las actualizaciones contemporáneas.
Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.
La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y en horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga.
Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras.
Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, 55 en respuesta a la voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el atentado en el Ministerio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte del coronel Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la comisaría de Ciudadela forman parte de 1.200 ejecuciones en 300 supuestos combates donde el oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.
Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas civilizadas de justicia, incapaces de influir en la política que dicta los hechos por los cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son delegados sindicales, intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores no armados, simples sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas según la doctrina extranjera de "cuenta-cadáveres" que usaron los SS en los países ocupados y los invasores en Vietnam.
El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates reales es asimismo una evidencia que surge de los comunicados militares que en un año atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 10 o 15 heridos, proporción desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confirmada por un muestreo periodístico de circulación clandestina que revela que entre el 18 de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las fuerzas legales tuvieron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 63 muertos.

3. Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentativas de fuga cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo crea sino a prevenir a la guerrilla y a los partidos de que aun los presos reconocidos son la reserva estratégica de las represalias de que disponen los Comandantes de Cuerpo según la marcha de los combates, la conveniencia didáctica o el humor del momento.
Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky, detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor.
El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975, fusilado el 6 de enero de 1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército que manda el general Suárez Masson, revela que estos episodios no son desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política misma que ustedes planifican en sus estados mayores, discuten en sus reuniones de gabinete, imponen como comandantes en jefe de las 3 Armas y aprueban como miembros de la Junta de Gobierno.

4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algunos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.
Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, "con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles" según su autopsia.
Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.
Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de 1976, ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15 kilómetros de Campo de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti.
Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre "violencias de distintos signos" ni el árbitro justo entre "dos terrorismos", sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.
La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats, durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruíz y decenas de asilados en quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.
La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad internacional que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A hasta que su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.
Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista de Prensa Libre Horacio Novillo apuñalado y calcinado, después que ese diario denunció las conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.
A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: "La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal".

5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren.
En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.
Los resultados de esa política han sido fulminantes.
En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la "racionalización".
Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.
Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar "el país", han sido ustedes más afortunados.
Un descenso del producto bruto que orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.
Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.


6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S. Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: "Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos".
El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el "festín de los corruptos".
Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina.
Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.
Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.
Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

Rodolfo Walsh. - C.I. 2845022

Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.

lunes, 23 de marzo de 2015

LOS OJOS DE VÍCTOR KORCHNOI, de Arturo Pérez Reverte - 22/3/15

Hotel Savoy, en Zúrich.
Se juega durante algunos días el torneo de ajedrez patrocinado por el millonario ruso Óleg Skvórtsov y protagonizado por algunos de los jugadores más importantes del mundo.
Durante cada jornada, hora tras hora, todo transcurre en el silencio adecuado, sólo roto por el chasquido de los relojes después de cada jugada o el suave golpear de las piezas en los escaques.
Suena un breve aplauso, como mucho, al final de alguna partida.
Están aquí Anand, Aronián, Krámnik, Karjakin...
Algunos de los grandes maestros.
La élite perfecta, o casi.
Para quienes, pese a ser jugadores mediocres como yo, hace tiempo sustituimos a Dios por el ajedrez - encontrando en éste más lógica y consuelo que en una plegaria, un altar o un confesonario -, ver a esos ajedrecistas en acción, inclinados sobre sus tableros, es como asistir a misa en una iglesia tranquila: algo que serena mucho el espíritu.
Esta mañana, además, es diferente.
Como acontecimiento excepcional y casi histórico, Víktor Korchnói, que tiene ochenta y cuatro años, juega una partida amistosa contra el alemán Uhlmann.
Ayer tuve ocasión de estudiar muy de cerca al viejo Korchnói, a su lado entre el público, observándolo mientras él miraba a los que jugaban.
En una silla de ruedas desde que sufrió su segundo ictus, muy sordo, en estado casi vegetal, asistido en casi todo por Petra, su mujer, el veterano luchador - nariz larga, grandes orejas, pelo escaso, ojos vivos y atentos a los jugadores - no perdía detalle de cuanto ocurría en los paneles electrónicos que mostraban las posiciones de las piezas.
Inmóvil, apoyadas las manos en las rodillas como si jugara, inclinado hacia adelante igual que ante un tablero, el legendario ajedrecista mostraba una concentración casi inhumana en las tres partidas que ante él se desarrollaban simultáneamente.
«Sigue jugando en su cabeza - me susurró Leontxo García, que estaba a mi lado -. Es lo único que todavía puede hacer».
Podía hacer algo más, y lo comprobamos esta misma mañana, hace un rato, cuando pusieron su silla de ruedas ante un tablero cuyo otro lado ocupaba Wolfgang Uhlmann.
El anciano Korchnói parecía ajeno a todo, ausente de allí, mirándonos aturdido mientras le hacían fotos, y cuando pronunció unas pocas palabras lo hizo dirigiéndolas a su mujer, malhumorado, en ruso y en voz muy alta, como suelen hacer los que tienen dificultad para oír.
Quería cambiarse de posición con su adversario.
Algunos sonreímos, reconociendo al Víktor Korchnói peleón y broncas, al personaje formidable que se batió con Kárpov en Baguio, Filipinas, en 1978.
El que fue leyenda viva hasta el punto de inspirar los personajes de los dos ajedrecistas de "La diagonal du fou"; que es quizás, junto con "En busca" de Bobby Fischer, una de las mejores películas de ajedrez que se han rodado nunca, del mismo modo que "La partida de ajedrez" de Stephan Zweig es la mejor novela de ajedrez de todos los tiempos.
Entonces Korchnói empezó a jugar, y el milagro se produjo.
Aquel anciano inválido y ausente clava ahora sus ojos en el tablero; y, sin mirar ni una sola vez a su adversario excepto a través de las piezas, aquellos ojos que vieron cadáveres en las calles de Leningrado, los del disidente cuya mujer fue deportada a Siberia y su hijo metido en la cárcel, los del hombre que fue perseguido por el KGB hasta el punto de considerar su asesinato, los del bravo que se batió ferozmente, sin más armas que su cerebro y sus agallas, contra los campeones respaldados por la poderosa Unión Soviética, consiguen, una tras otra, dos partidas memorables.
Sin apartar la mirada de las piezas, Korchnói se detiene a veces largo rato, tamborileando pensativo con los dedos, o se inclina mucho sobre el tablero para ver más de cerca algo que quienes llenamos el salón somos incapaces de ver.
Incluso en dos ocasiones se cubre un ojo con una mano, como si aquél le estorbara, o traicionase.
Luego, fiel a su viejo estilo asesino, se come cuantas piezas le pone Uhlmann a tiro en las jugadas finales.
Así consigue, a sus ochenta y cuatro años, con dos ictus y una parálisis parcial encima, una derrota con negras y una victoria con blancas.
De vez en cuando se vuelve un poco para mirar el reloj; y está claro que, aunque sus facultades están reducidas al mínimo, miles de partidas, millones de movimientos registrados en su memoria, siguen jugando por él de forma independiente, casi automática.
Y al comprenderlo, Leontxo y yo nos miramos admirados, pensando lo mismo: el último rincón que se apague en su cerebro será el del ajedrez.

miércoles, 18 de marzo de 2015

EL REPOSO DEL CENTROJÁS, de Osvaldo Soriano - La Opinión 16/7/72

Fue recogido en el libro Artistas, Locos y Criminales (Sudamericana, 1991), con una introducción del propio Soriano que transcribimos a continuación:

El 16 de julio de 1950, en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro, nació una de las últimas leyendas del fútbol rioplatense; ese día, el imponente centromedio uruguayo Obdulio Varela silenció a 150 mil fanáticos que festejaban el gol brasileño en la final de la Copa del Mundo, convertido por el puntero Friaca.

A los seis minutos del segundo tiempo, Brasil abrió el marcador alentado por las repletas tribunas del Maracaná, inaugurado especialmente para ese torneo.
Entonces, todo Río de Janeiro fue una explosión de júbilo; los petardos y las luces de colores se encendieron de una sola vez.
Obdulio, un morocho tallado sobre piedra, fue hacia su arco vencido, levantó la pelota en silencio y la guardó entre el brazo derecho y el cuerpo.
Los brasileños ardían de júbilo y pedían más goles.
Ese modesto equipo uruguayo, aunque temible, era una buena presa para festejar un título mundial.
Tal vez el único que supo comprender el dramatismo de ese instante, de computarlo fríamente, fue el gran Obdulio, capitán - y mucho más - de ese equipo joven que empezaba a desesperarse.
Y clavó sus ojos pardos, negros, blancos, brillantes, contra tanta luz, e irguió su torso cuadrado, y caminó apenas moviendo los pies, desafiante, sin una palabra para nadie, y el mundo tuvo que esperarlo tres minutos para que llegara al medio de la cancha y espetara al juez diez palabras en incomprensible castellano.
No tuvo oído para los brasileños que lo insultaban porque comprendían su maniobra genial: Obdulio enfriaba los ánimos, ponía distancia entre el gol y la reanudación para que, desde entonces, el partido - y el rival - , fueran otros.
Hubo un intérprete, una estirada charla - algo tediosa -  entre el juez y el morocho.
El estadio estaba en silencio.
Brasil ganaba uno a cero, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable.
Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo.
Fue un aluvión.
Los uruguayos atropellaban sin respetar a un rival superior pero desconcertado. Obdulio empujaba desde el medio de la cancha a los gritos, ordenando a sus compañeros. Parecía que la pelota era de él, y cuando no la tenía, era porque la había prestado por un rato a sus compañeros para que se entretuvieran.
Llegó el empate. 
Los brasileños sintieron que estaban perdidos.
El griterío de la tribuna no bastaba para dar agilidad a sus músculos, claridad a sus ideas. Las casacas celestes estaban en todas partes y les importaba un bledo del gigante.
Faltaban nueve minutos para terminar cuando Uruguay marcó el tanto de la victoria.
El mundo no podía creer que el coloso muriera en su propia casa, despojado de gloria.


"Mire usted lo que son las cosas.
Nosotros habíamos empatado con España dos a dos con un gol que yo hice sobre la hora, esos goles que salen de suerte; el segundo partido le habíamos ganado a Suecia tres a dos, ahí no más.
Los brasileños venían matando. Le habían marcado seis goles a los suecos y otra media docena a los españoles.
Cuando fuimos a la final nadie dudaba de que ellos nos aplastarían. Tenían un cuadro bárbaro, eran locales y el mundo entero esperaba que ganaran el Mundial.
Nosotros jugábamos, puede decirse, contra todo el mundo.
Eso, creo, debía darnos tranquilidad. 
Nuestra responsabilidad era menor.
Recuerdo que un dirigente uruguayo lo llamó a Óscar Omar Míguez, el centroforward del equipo, poco antes de salir a la cancha, y le dijo que estuviéramos tranquilos, que los dirigentes se conformaban si perdíamos nada más que por cuatro goles. Dijo que con llegar a la final ya debíamos estar satisfechos y que se trataba ahora de evitar el papelón, de no tragarse una goleada muy grande.
Yo lo escuché y eso me indignó.
Le dije: “Si entramos vencidos mejor no juguemos. Estoy seguro de que vamos a ganar este partido. Y si no lo ganamos, tampoco vamos a perder por cuatro goles”.
Yo tenía 33 años y muchos internacionales encima. Estaban listos si creían que nos iban a pasar por arriba así nomás.

Los otros muchachos del equipo eran jóvenes, sin mucha experiencia, pero jugaban bien al fútbol. Además, poco antes habíamos jugado contra los brasileños la copa Río Branco y les habíamos ganado 4 a 3 el primer partido; después perdimos dos veces por uno a cero, pero nos habíamos dado cuenta de que se les podía ganar. Ellos tienen mucho miedo de jugar contra los uruguayos o contra los argentinos.
Antes de salir a la cancha, el director técnico Juan López me dijo, como siempre, que yo debía dirigir, ordenar el equipo dentro de la cancha.
Entonces, cuando íbamos para el túnel, les dije a los muchachos: “Salgan tranquilos. No miren para arriba. Nunca miren a la tribuna; el partido se juega abajo”.
Era un infierno.
Cuando salimos a la cancha eran más de cien mil personas silbando. Entonces nos fuimos hacia el mástil donde se iban a izar las banderas. Cuando salió Brasil lo ovacionaron, claro, pero después mientras tocaban los himnos, la gente aplaudía. Entonces les dije a los muchachos: “Vieron cómo nos aplauden. En el fondo esta gente nos quiere mucho”.
Al juez no le di la mano. Nunca le di la mano a ningún árbitroLo saludaba, sí, lo trataba con respeto, pero la mano nunca. No hay que hacerse el simpático. Después la gente dice que uno va a chupar las medias del que manda en el partido.
En el primer tiempo dominamos en buena parte nosotros, pero después nos quedamos. Faltaba experiencia en muchos de los muchachos. Nos perdimos tres goles hechos, de esos que no puede errarlos nadie. Ellos también tuvieron algunas oportunidades, pero yo me di cuenta de que la cosa no era tan brava. El asunto era no dejarlos tomar el ritmo demoledor que tenían. Si fracasábamos en eso, íbamos a tener delante una máquina y entonces sí que estábamos listos. El primer tiempo terminó cero a cero.
En el segundo tiempo salieron con todo. Ya era el equipo que goleaba sin perdón. Yo pensé que si no los parábamos nos iban a llenar de goles. Empecé a marcar de cerca, a apretarlos, para tratar de jugar de contragolpe. Creo que fue a los seis minutos que nos metieron el gol. Parecía el principio del fin.
Le voy a contar algo que la gente no sabe.
Todos vieron que yo agarraba la pelota y me iba para el medio de la cancha despacio, para enfriar. Lo que no saben es que yo iba a pedir un off - side, porque el linesman había levantado la bandera y después la había bajado antes de que ellos hicieran el gol.
Yo sabía que el referí no iba a atender el reclamo, pero era una oportunidad para parar el partido y había que aprovecharla.
Me fui despacito y por primera vez miré para arriba, al enjambre de gente que festejaba el gol. Los miré con bronca, lleno de bronca y los provoqué. Tardé mucho en llegar al medio de la cancha. Cuando llegué, ya se habían callado. Querían ver funcionar a su máquina de hacer goles y yo no la dejaba arrancar de nuevo. Entonces, en vez de poner la pelota en el medio para moverla, lo llamé al referí y pedí un traductor. Mientras vino, le dije que había off-side y qué sé yo, había pasado por lo menos otro minuto.
¡Las cosas que me decían los brasileños!
Estaban furiosos. La tribuna chiflaba, un jugador me vino a escupir, pero yo, nada. Serio no más.
Cuando empezamos a jugar de nuevo, ellos estaban ciegos, no veían ni su arco de furiosos que estaban; entonces todos nos dimos cuenta de que podíamos ganar el partido.
¿Cómo conseguimos eso?
Es que el jugador tiene que ser como el artista: dominar el escenario. O como el torero, dominar el ruedo y al público, porque si no, el toro se le viene encima.

Uno sabe que en una cancha extraña no le van a aplaudir, por más que haga buenas jugadas. Entonces tiene que imponerse de otra manera, dominar al adversario, al público y a sus mismos compañeros.
Claro, yo había jugado un millón de partidos en todas partes, en canchas sin tejido, sin alambrado, a merced del público, y siempre había salido sanito.
¡Cómo me iban a achicar ese día en el Maracaná, que tenía todas las seguridades!
Ahí yo tenía que dominar, porque tenía todas las facilidades y sabía que nadie podía tocarme.
Cuando hicimos el segundo gol, que lo hizo Gigghia (el primero lo convirtió Schiaffino), no lo podíamos creer.
¡Campeones del mundo, nosotros, que veníamos jugando tan mal!
Al terminar el partido, estábamos como locos.

En Brasil había duelo. Los cajones de cañitas flotaban en el mar. Era una desolación.
Esa noche fui con mi masajista a recorrer unos boliches para tomar unos chopps y caímos en lo de un amigo. No teníamos un solo cruzeiro y pedimos fiado. Nos fuimos a un rincón a tomar las copas y desde allí mirábamos a la gente. Estaban llorando todos. Parecía mentira: todo el mundo tenía lágrimas en los ojos.
De pronto veo entrar a un grandote que parecía desconsolado. Lloraba como un chico y decía: “Obdulio nos ganó el partido” y lloraba más.

Yo lo miraba y me daba lástima.
Ellos habían preparado el carnaval más grande del mundo para esa noche y se lo habíamos arruinado. Según ese tipo, yo se lo habíamos arruinado. Me sentía mal. Me di cuenta de que estaba tan amargado como él.
Hubiera sido lindo ver ese carnaval, ver cómo la gente disfrutaba con una cosa tan simple. Nosotros habíamos arruinado todo y no habíamos ganado nada.
Teníamos un título, pero ¿qué era eso ante tanta tristeza..?
Pensé en el Uruguay. Allí la gente estaría feliz. Pero yo estaba ahí, en Río de Janeiro, en medio de tantas personas infelices. Me acordé de mi saña cuando nos hicieron el gol, de mi bronca, que ahora no era mía, pero también me dolía.
El dueño del bar se acercó a nosotros con el grandote que lloraba.

Le dijo: “¿Sabe quién es ése? Es Obdulio”.
Yo pensé que el tipo me iba a matar.

Pero me miró, me dio un abrazo y siguió llorando.
Al rato me dijo: “Obdulio ¿se vendría a tomar unas copas con nosotros? Queremos olvidar ¿sabe?
¡Cómo iba a decirle que no!
Estuvimos toda la noche chupando en los boliches.
Yo pensé: “Si tengo que morir esta noche, que sea”.
Pero acá estoy.
Si ahora tuviera que jugar otra vez esa final, me hago un gol en contra, sí señor.
No, no se asombre.
Lo único que conseguimos al ganar ese título fue darle lustre a los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Ellos se hicieron entregar medallas de oro y a los jugadores les dieron unas de plata.

¿Usted cree que alguna vez se acordaron de festejar los títulos de 1924, 1928, 1930 y 1950?
Nunca.
Los jugadores que intervinimos en aquellos campeonatos nos reunimos ahora por nuestra cuenta todos los años el 18 de julio, que es la fecha patria. Lo festejamos por nuestra cuenta. No queremos ni acordarnos de los dirigentes.Yo empecé a jugar al fútbol en serio por una casualidad.
Éramos doce hermanos, hijos de un vendedor de factura de cerdo. Siempre fuimos muy pobres. Yo fui a la escuela tres años y tuve que largar para ir a vender diarios, primero, y después a lustrar zapatos. Como lustrador sacaba seis pesos por mes en el año 32.
Un día me invitaron a jugar un partido de barrio. Allá encontré a mi hermano que jugaba en el otro equipo. Al fin, cuando me estaba cambiando para salir a jugar, apareció el titular del equipo, que era el tanque Amato, y no me pusieron.
Entonces vino mi hermano y me dijo que si quería entrar para ellos. Como yo había ido a jugar al fútbol, acepté.
Ganamos y me quedé en el equipo.
Los muchachos me consiguieron un trabajo de albañil y yo me puse muy contento. Empecé a jugar en un club que intervenía en el campeonato de intermedia, que venía a ser como la primera B de ascenso ahora. Parece que andaba bien, porque un día me avisaron que me habían vendido al Wanderers por 200 pesos.
Sin preguntarme nada, me vendieron como una bolsa de papas. Cuando me enteré fui a ver a los dirigentes del Wanderers y le pregunté: “¿Quién va a defender al club, el Deportivo Juventud o yo..?”
Conseguí que me dieran los 200 pesos.
Ese día me compré de todo con esa plata. Cuando aparecí en casa mi madre no quería creer que me habían dado toda esa plata.

Ella creía que yo andaba en malos pasos.
Es que cuando uno se cría en la calle, tiene dos caminos: aprende a defenderse con dignidad, como hice yo porque tuve la oportunidad, o se larga a cualquier cosa, como les pasa a otros que no tienen una chance.
A mí me fue tan bien que, cuando subimos, no bajamos nunca más. Debuté en el Wanderers contra River Plate y perdimos, pero después le ganamos a Bella Vista.
Por fin, en el Estadio Centenario jugamos contra Peñarol. Yo tenía enfrente nada menos que a Sebastián Guzmán, el maestro. Ellos tenían un cuadrazo, pero les ganamos 2 a 1. No me lo olvido jamás.
Estuve cuatro años en el Wanderers y en 1943 pasé a Peñarol por 16 mil pesos, una cifra récord para el pase de un jugador. Me quedé para siempre en Peñarol, hasta 1955, que largué el fútbol.
Ahora estoy muy arrepentido de haber jugado.
Si tuviera que hacer mi vida de nuevo, ni miro una cancha. No, el fútbol está lleno de miseria. Dirigentes, algunos jugadores, periodistas, todos están metidos en el negocio sin importarles para nada la dignidad del hombre.
Yo siempre me lo tomé de la mejor manera.
Cuando vinieron a sobornarme, no me enojé ni los saqué a patadas ni los denuncié.

Les dije que no, que buscaran a otro con menos orgullo que yo.
Yo siempre me guié por la filosofía simple que aprendí en la calle, allí se aprende todo; hay que vivir, cueste lo que cueste, vivir, y a cambio de eso hay que dejar vivir.
Muchas cosas me dolieron.
Los periodistas se metieron en mi vida privada, me atacaron mucho durante la huelga de jugadores porque ellos le hacían el juego a los clubes.
Yo decidí vivir mi vida y rompí con ellos.
Desde entonces me encapriché y me negué a salir en las fotos que tomaban al equipo en la cancha. Cuando mis compañeros me pedían que saliera, me ponía de costado y miraba para otro lado. Una vez los cronistas hicieron un planteo a Peñarol y el club me llamó para convencerme de que tenía que ser amable y salir en las fotos.
Entonces les pregunté: “¿Para qué me contrataron: para sacarme fotos o para jugar al fútbol..?”
Ahí se terminó el incidente.

No quise saber más nada con dirigentes ni con periodistas que escriben lo que quieren los que mandan.
Yo sé que hay que ganarse la vida pero no hay motivo para ensuciar a los demás. Por eso yo no volvería a acercarme a una cancha aunque me ofrecieran millones. A mí me castigaron mucho y no lo aguanto. Por eso le dije que si ahora tuviera que jugar una final, me hago un gol en contra.
No vale la pena poner la vida en una causa que está sucia, contaminada.
El que se sienta capaz, que lo haga.
Algún día tendrá que rendir cuentas: entonces sabremos quién es quién y si valía la pena ensuciarse.

lunes, 16 de marzo de 2015

CONFESIONES DE INVIERNO, de Charly García y Nito Mestre

Me echó de su cuarto gritándome
"no tienes profesión"..!
Tuve que enfrentarme a mi condición,
en invierno no hay sol.
Y aunque digan que va ser muy fácil,
es muy duro poder mejorar.
Hace frío y me falta un abrigo,
y me pesa el hambre de esperar.

Quién me dará algo para fumar, 
o casa en que vivir..?
Sé que entre las calles debes estar,
pero no se partir.
Y la radio nos confunde a todos,
sin dinero la pasaré mal,
si se comen mi carne los lobos,
no podré robarles la mitad.

Dios es empleado en un mostrador,
da para recibir.
Quién me dará un crédito, mi señor..?
Sólo se sonreír..!
Y tal vez esperé demasiado,
quisiera que estuviera aquí.
Cerrarán la puerta de éste infierno
y es posible que me quiera ir.

Conseguí licor y me emborraché
en el baño de un bar.
Fui a dar a la calle de un puntapié,
y me sentí muy mal.
Y si bien yo nunca había bebido,
en la cárcel tuve que acabar.
La fianza la pagó un amigo,
las heridas son del oficial...

Hace cuatro años que estoy aquí,
y no quiero salir.
Ya no paso frío, y soy feliz,
mi cuarto da al jardín.
Y aunque a veces me acuerdo de ella,
(dibujé su cara en la pared).
Solamente muero los domingos,
y los lunes ya me siento bien.

CUANDO YA ME EMPIECE A QUEDAR SOLO, de Charly García y Nito Mestre

Tendré los ojos muy lejos,
y un cigarrillo en la boca...
El pecho dentro de un hueco,
y una gata medio loca.

Un escenario vacío,
y un libro muerto de pena,
un dibujo destruido,
y la caridad ajena.

Un televisor inútil,
eléctrica compañía.
La radio a todo volumen,
y una prisión que no es mía.

Una vejez sin temores,
y una vida reposada,
ventanas muy agitadas,
y una cama tan inmóvil.

Y un montón de diarios apilados,
y una flor cuidando mi pasado.
Y un rumor de voces que me gritan,
y un millón de manos que me aplauden.

Y el fantasma tuyo, sobre todo,
cuando ya me empiece a quedar solo.

UNA HISTORIA DE ESPAÑA XL, de Arturo Pérez Reverte - 16/3/15

Godoy no era exactamente gilipollas.
Nos salió listo y con afición, pero el asunto que se ganó a pulso arrugando sábanas del lecho real, gobernar aquella España, era tela marinera.
Echen cuentas ustedes mismos: una reina propensa a abrir 180º las piernas varias veces al día, un rey bondadoso y estúpido, una iglesia católica irreductible, una aristocracia inculta e impresentable, una progresía acojonada por los excesos guillotineros de la Revolución francesa, y un pueblo analfabeto, indolente, más inclinado a los toros y a los sainetes de majos y copla en plan Sálvame -y ahí seguimos todos- que al estudio y al trabajo del que pocos solían dar ejemplo.
Aquéllos, desde luego, no eran mimbres para hacer cestos.
A eso hay que añadir la mala fe tradicional de Gran Bretaña, sus negociantes y tenderos, siempre con un ávido ojo puesto en lo nuestro de América y en el Mediterráneo, que con el habitual cinismo inglés procuraban engorrinar el paisaje cuanto podían.
Lo que en plena crisis revolucionaria europea, con aquella España indecisa y mal gobernada, estaba chupado.
El caso es que Godoy, pese a sus buenas intenciones - era un chaval moderno, protector de ilustrados como el dramaturgo Moratín -, se vio todo el rato entre Pinto y Valdemoro, o sea, entre los ingleses, que daban por saco lo que no está escrito, y los franceses, a los que ya se les imponía Napoleón e iban de macarras insoportables.
Alianzas y contraalianzas diversas, en fin, nos llevaron de aquí para allá, de luchar contra Francia a ser sus aliados para enfrentarnos a Inglaterra, pagando nosotros la factura, como de costumbre.
Hubo una guerrita cómoda y facilona contra Portugal - la guerra de las Naranjas -, un intento de toma de Tenerife por Nelson donde los canarios le hicieron perder un brazo y le dieron, a ese chulo de mierda, las suyas y las del pulpo, y una batalla de Trafalgar, ya en 1805, donde la poca talla política de Godoy nos puso bajo el incompetente mando del almirante gabacho Villeneuve, y donde Nelson, aunque palmó en el combate, se cobró lo del brazo tinerfeño haciéndonos comernos una derrota como el sombrero de un picador.
Lo de Trafalgar fue grave por muchos motivos: aparte de quedarnos sin barcos para proteger las comunicaciones con América, convirtió a los ingleses en dueños del mar para casi un siglo y medio, y a nosotros nos hizo polvo porque allí quedó destrozada la marina española, que por tales fechas estaba mandada por oficiales de élite como Churruca, Gravina y Alcalá Galiano, marinos y científicos ilustrados, prestigiosos herederos de Jorge Juan, que leían libros, sabían quién era Newton y eran respetados hasta por sus enemigos.
Trafalgar acabó con todo eso, barcos, hombres y futuro, y nos dejó a punto de caramelo para los desastres que iban a llegar con el nuevo siglo, mientras las dos Españas que habían ido apuntando como resultado de las ideas modernas y el enciclopedismo, o sea y resumiendo fácil, la partidaria del trono y del altar y la inclinada a ponerlos patas arriba, se iban definiendo con más nitidez.
España había registrado muchos cambios positivos, e incluso en los sectores reaccionarios había una tendencia inevitable a la modernidad que se sentía también en las colonias americanas, que todavía no cuestionaban su españolidad.
Todo podía haberse logrado, progreso e independencias americanas, de manera natural, amistosa, a su propio ritmo histórico.
Pero la incompetencia política de Godoy y la arrogante personalidad de Napoleón fabricaron una trampa mortal.
Con el pretexto de conquistar Portugal, el ya emperador de los franceses introdujo sus ejércitos en España, anuló a la familia real, que dio el mayor ejemplo de bajeza, servilismo y abyección de nuestra historia, y después de que el motín de Aranjuez (organizado por el príncipe heredero Fernando, que odiaba a Godoy) derribase al favorito, se llevó a Bayona, en Francia, invitados en lo formal pero prisioneros en la práctica, a los reyes viejos y al principito, que dieron allí un espectáculo de ruindad y rencillas familiares que todavía hoy avergüenza recordar.
Bajo tutela napoleónica, Carlos IV acabó abdicando en Fernando VII, pero aquello era un paripé.
La península estaba ocupada por ejércitos franceses, y el emperador, ignorando con qué súbditos se jugaba los cuartos, había decidido apartar a los Borbones del trono español, nombrando a un rey de su familia.
«Un pueblo gobernado por curas - comentó, convencido - es incapaz de luchar».
Y luego se fumó un puro.
Y es que como militar y emperador Napoleón era un filigranas; pero como psicólogo no tenía ni puta idea.
[Continuará]

martes, 10 de marzo de 2015

ESCRITO SOBRE UNA MESA DE MONTPARNASSE, de Raúl González Tuñón

Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
- cada ventana paga su pedazo de sol con una canción, 
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción, 
rojo y alegre como una revolución.

Y entonces, pensé: ¿qué haré ahora de mi vida?

Tengo dos amigos, un saxofonista y un vendedor de globos.
Ellos me han dicho: viene el invierno y eso es terrible.
Los gatos se calientan al sol pero un hombre necesita de la buena lumbre, de la buena carne y de la mujer siquiera dos veces a la semana.

Algunas mujeres me han detenido en Montmartre
pero me piden cigarrillos y cien francos
y yo solo puedo darles ágiles besos casi inéditos
y hablarles de mi país sin que ellas me comprendan
y decirles que Blanca Luz está en Méjico
sin que ellas me pregunten quién es Blanca Luz.

Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos
-la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes-
yo vi cómo en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha.

Vengo de Buenos Aires, digo a mis amigos desconocidos,
de Buenos Aires que es tres veces más grande que París
y tres veces más pequeña.
Y aunque mi sombrero y mi corbata y mi espíritu canalla
sean productos perfectamente europeos
soy triste y cordial como un legítimo argentino.

Diría: soy un pobre muchacho abandonado aquí
como una valija rotulada en todas las aduanas del mundo
y quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra
y mi amigo Michel Berboff nació en Turkestán.

Pero si yo pudiera llevar a la práctica algo que hace días reflexiono:
¡Ponerme a gritar sobre la Torre Eiffel con afilados gritos
para que venga una mujer y me ame!

¿Conocen ustedes el Neuquén?
Allí hay cabañas de troncos de árboles
y pulperías en donde venden conejillos y libros de Maurice Dekobra.

¿Y Tucumán? En Tucumán solo puede buscarse
la noche en los ojos de sus
mujeres y las guitarras de sonoras y floridas parecen patios.

¿Y Mendoza? En Mendoza los niños saben cantar
porque han nacido al borde de las acequias.

¿Y La Rioja? Yo anduve por ahí adolescente y barbudo como un gitano
y gané una elección con cincuenta pesos y una vaca,
absorto, como Buster Keaton.

¿Y Santa Fe? En Santa Fe viví treinta días en un convento
con ocho frailes franciscanos que iban doblándose hacia el suelo.

Los duendes venían hasta mi cuarto trayéndome briznas de sol
y por la noche se ocultaban en las hornacinas
para hacerles señas a los perros sin dueño y a los viajeros extraviados.

Nosotros tenemos además estaciones abandonadas, pozos de petróleo
y escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte.

Pero lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,
la risa verdaderamente pura, el corazón verdaderamente libre.

Y no se hable de mi corazón.
Yo quisiera
anunciar la función de los circos
dando puñetazos a las estrellas rojas.

Yo quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo
para que rabien los millonarios.

Yo quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas
para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí
y abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien
una sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mí.

Yo quisiera explotar una bomba, derrocar un gobierno,
hacer una revolución con mis manos amigas del
cristal, de la luz,
de la caricia
- destruir todas la tiendas de los burgueses
y todas la academias del mundo -
y hacerme un cinturón bravío de rutas
inverosímiles como Alain Gerbault
para que venga Blanca Luz y me ame.

La Señorita del museo de cera.

La asesinada está como estaba, inclinada
ligeramente, un libro duerme sobre su falda oscura
y es su rostro de pura blancura estrangulada
inocencia perfecta, transparente ternura.

Es bueno estar con ella cuando afuera la nieve
-la misma que cubrió su sangre delicada-
cae sobre la calle, fugaz y leve y breve,
más breve que su vida de niña derramada.

El asesino, al fondo del salón, el ahorcado
de rostro verde, espera la hora penumbrosa:
ya sabe que le aguarda, oh tenebroso amado,
la Blanca Señorita de Carne Silenciosa.

ECHE VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA, de Raúl González Tuñón (1926)

A pesar de la sala sucia y oscura,
de gentes y de lámparas luminosa,

si quiere ver la vida color de rosa,
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

Lamparillas de la Kermesse,
títeres y titiriteros,
volver a ser niño otra vez
y andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.
Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.

Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.

No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala - trala - trálala
ritma en tu viejo corazón.

Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
De vida miliunanochesca…

¡Qué lindo es ir a ver la mujer,
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire…
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda, nunca muy barbuda,
será la mujer.

Pero ese momento de miedo profundo…
¡Qué lindo es ir a ver la mujer,
la mujer más gorda del mundo!

Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

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