lunes, 29 de mayo de 2017

LA SOLDADO QUE SE PARECÍA A JODIE FOSTER, de Arturo Pérez Reverte - 29/5/17

La conocí en Dahran, Arabia Saudí, a principios de 1991. Durante la primera guerra del Golfo.
Estábamos los reporteros allí enviados esperando el comienzo de la ofensiva terrestre contra las tropas iraquíes atrincheradas en Kuwait, y hasta ese momento los combates se desarrollaban sólo en el aire.
A cada momento los aviones atronaban el cielo, despegando cargados de bombas rumbo al norte.
Llevábamos semanas esperando la fase terrestre de todo aquello, y los días en Dahran, convertida en base militar norteamericana, transcurrían monótonos hasta la desesperación: conferencias de prensa para contar después lo que nos contaban sobre la guerra, transmisión de crónicas para el telediario, paseos por Al Shula – los grandes almacenes de la ciudad –, cena en algún restaurante abierto, lectura y aburrimiento en el bungalow que el equipo de TVE tenía alquilado en el hotel Meridien, cuartel general de los enviados especiales de todo el mundo.
Pocas mujeres – periodistas o militares, en su mayor parte – y nada de alcohol.
Ella era mujer.
Teniente de marines norteamericana, por más señas. Veinticinco años después he olvidado su nombre – acabo de telefonear a mi cámara Márquez, que vive jubilado en Valencia, pero él tampoco se acuerda –, aunque recuerdo muy bien su estatura y complexión mediana, su uniforme de camuflaje, su pelo castaño recogido en una corta coleta y su extraordinario parecido con la actriz Jodie Foster.
Quizá por eso no me acuerdo del nombre, o no lo supe nunca, pues la llamábamos así, Jodie.
También recuerdo unos ojos muy claros y muy fríos, de un azul desvaído. O tal vez eran verdes.
La recuerdo ante un mapa y unas fotos enormes, explicándonos un ataque con misiles y sus efectos. Hablaba un inglés seco y nasal, y también un poco de español.
Nos contaba cómo los misiles habían salido de tal lugar e impactado en tal otro, y con un puntero láser nos señalaba los objetivos antes del bombardeo – construcciones geométricas en el desierto – y después – cráteres devastados –.
También recuerdo que, mostrándonos una película aérea sobre el impacto de una bomba inteligente en un puente de Bagdad, comentó: «Conozcan al hombre más afortunado ayer de todo Iraq», y acto seguido vimos cómo un automóvil pasaba a toda velocidad por un puente sobre el Tigris, tres segundos antes de que una bomba lo hiciera cisco a su espalda.
Llamaban la atención, cuando hablaba, tanto su voz metálica y seca, desapasionada, como la frialdad de sus ojos claros, que nos miraban como su poseedora parecía mirar el mundo.
Como sujetos potenciales, elementos estadísticos, de las bombas cuyos efectos nos contaba.
Por aquellos días supimos de un incidente que había protagonizado en la ciudad.
Estaba sentada en un vehículo Humvee junto a un sargento de marines, también mujer, fumando y con un brazo remangado apoyado en la ventanilla, y una pareja de la Mutawa, la policía religiosa saudí, pasó por su lado y le golpeó el brazo con una vara.
Entonces, ella y la sargento se bajaron del coche, muy tranquilas, y les dieron a los mutawas una paliza que envió a uno al hospital con varias costillas rotas – el incidente, por cierto, hizo que se retirase esa policía de las calles mientras duró la guerra –.
Un par de noches después, cenando en un restaurante chino de Dahran con las máscaras antigás colgadas del respaldo de las sillas, como de costumbre, vimos a Jodie entrar con otras dos mujeres y dos hombres, vestidos todos de paisano, y ocupar una mesa cercana.
Me levanté a preguntar si el incidente de la Mutawa era cierto, me miró sin afirmar ni negar nada, cambiamos unas palabras de cortesía, y al regreso con Márquez y los otros le mandamos a su mesa una jarra de champaña saudí, que era una combinación de jugos de fruta sin alcohol, y una lata de caviar.
Lo agradeció con otra mirada fría de las suyas.
La vimos por última vez en el aeropuerto de Dahran, a nuestro regreso de Kuwait, acabada la guerra.
Coincidimos en la sala de espera de primera clase del aeropuerto, esperando vuelos distintos.
Jodie vestía de uniforme y tenía una mochila militar mimetizada a los pies.
Yo iba a saludarla, pero de pronto me di cuenta de que tenía los ojos enrojecidos y llorosos; así que, desconcertado, me quedé en donde estaba.
Al cabo de un momento ella alzó la vista y me sostuvo la mirada con sus ojos húmedos, que seguían siendo muy claros, verdes o azules.
Me miró así, fija y fría, como si las lágrimas fueran de escarcha.
Peligrosa como una astilla de hielo, pensé.
Peligrosa como una mujer.

lunes, 22 de mayo de 2017

ECHANDO MÁS PAN A LOS PATOS, de Arturo Pérez Reverte - 22/5/17

A veces algún amigo me pregunta por qué me mantengo activo en Twitter, con el tiempo, dicen, que eso quita de leer. Y mi respuesta siempre es la misma: como experimento, las redes sociales son fascinantes, siempre y cuando vayas a ellas con cuidado y con la debida formación.
Tienen la pega de que no jerarquizan el caudal, y allí hace el mismo ruido una opinión de un filósofo, un científico o un historiador que el eructo de un indocumentado imberbe al que jalean populistas y analfabetos; pero para eso, como digo, está el currículum de cada cual.
Para diferenciar el oro de la basura.
El problema es que los sistemas educativos actuales, con su obsesión por aplastar la inteligencia crítica y fabricar borregos en masa, van a limitar mucho ese sano ejercicio en el futuro. Pero bueno.
Ni yo voy a estar aquí para verlo – o al menos no demasiado tiempo – ni ése es el motivo de que hoy teclee estas líneas.
Twitter, en particular – Facebook es algo más sofisticado, con filtros más serios –, tiene para un sujeto como el arriba firmante una utilidad práctica. Me mantiene en contacto con la irrealidad del mundo real.
Para ser más claro, con usos, costumbres y formas de ver la vida que, de permanecer aislado en mi biblioteca, el mar y la escritura de novelas, me serían cada vez más ajenos. Y lo de irrealidad del mundo real no es una errata.
Lo más fascinante de las redes sociales no es su reflejo de la realidad, sino la faceta dislocada, absurda a menudo, que de ella muestran.
Hay allí opiniones, puntos de vista, material absolutamente documentado y respetable, por supuesto. Pero lo más instructivo ocurre cuando lo que revelan es lo contrario. Cuando las redes se convierten en retrato disparatado, caricatura grotesca del ser humano construyendo o pretendiendo hacerlo, con la osadía de su ignorancia, la arrogancia de su vanidad o lo turbio de su infamia, un mundo virtual que nada tiene que ver con el real.
Un conjunto de usos y códigos artificiales que, además, pretende imponerse, inquisitorial, sobre el sentido común y la inteligencia.
No entraré en ejemplos, pues los tenemos a la vista. Basta asomarse a Internet y ver cómo allí se deforman y manipulan, sin el menor pudor ni consideración, toda clase de ideas y conceptos, incluso los más nobles.
Y así, asuntos serios y urgentes como los derechos de los animales, la convivencia social, el feminismo, el respeto a la mujer, la lucha contra el racismo, la política, se ven constantemente envilecidos por aquellos que, paradójicamente, a veces con más voluntad y fanatismo que preparación real o dotes intelectuales, los desacreditan al proclamarse, sin otro título que la propia voluntad o capricho, sus defensores a ultranza.
La razón es simple y triste: las nuevas tecnologías, que deberían hacernos más preparados y más libres, también contribuyen a hacernos más estúpidos.
No es ajeno a eso el hecho de que las redes sociales estén en manos de multinacionales que buscan clicados rápidos y tráfico intenso a toda costa.
Hasta no hace mucho, alcanzar voz pública requería pasar una serie de filtros naturales basados en formación, educación y, por supuesto, talento personal o capacidad expresiva. O valías, o tenías algo que decir y sabías decirlo, o nadie te prestaba atención.
La voz que llegaba a hacerse oír estaba, a menudo, respaldada por la autoridad que esos filtros naturales le conferían.
Ahora, ese importante territorio se ha democratizado y cualquiera puede acceder a él.
Afortunadamente, hay más voces para elegir. Más lugares para opinar.
Pero eso, que tiene innumerables ventajas cuando esas voces tienen un peso específico valioso, se vuelve desventaja cuando el opinador es una mula de varas, un demagogo perverso o un imbécil que grita fuerte.
Es muy interesante asomarse a las redes, como digo. Arrojar piedras al estanque y ver cómo se expanden las ondas. Observar, incluso, los efectos que estos mismos artículos, que escribo hace 25 años, tienen ahora cuando rebotan, se reinterpretan y manosean.
O provocar reacciones.
Echar pan a los patos, como dije alguna vez, y observar cómo actúan. Ser uno mismo pato de infantería, nadando entre todos, mientras observo a quienes mantienen serenos la cordura y flotan inteligentes entre el cuac-cuac, y a los que, enloquecidos, se abalanzan sobre las migas proclamando su hambre, su ignorancia, su mediocridad y en ocasiones su puerca vileza.
De esa forma, a mi edad y con mi biografía, sigo aprendiendo cosas sobre el mundo en el que vivo o me expongo a vivir, y miro todavía al ser humano aprendiendo de él cada día.
Con la lucidez suficiente para no amarlo y con el afecto necesario para no despreciarlo.
Y también con eso escribo novelas.

jueves, 18 de mayo de 2017

PICHUCO, de Julián Centeya

En tu fueye está el ladrido esdrújulo de mi perro Chango,
cuya comprobada ternura me lengüeteó la sed de su cariño,
y Malambo, que se murió en mis brazos.
Yo le hablaba a mis perros de vos ,Gordo,
y un fabuloso entendimiento nos juntaba
y yo... y yo crecí hasta perro.

Tu fueye.
Nada se parece tanto a vos como tu fueye.

Tu fueye.
Algo más; tu palabra,
tu alma,
tu sangre,
tus ganas de nada,
tus ansias
y la noche larga,
y la copa volteada.

'Pichuco'...

En la jaula canta, llorando, el pájaro de la tarde, ciego,
y yo desde el hueso digo
que sos el Bandoneón mayor de Buenos Aires".

miércoles, 17 de mayo de 2017

SERÉ CURIOSO, de Mario Benedetti

En una exacta, foto del diario
señor ministro del imposible
vi en pleno gozo y en plena euforia
y en plena risa su rostro simple.

Seré curioso, señor ministro:
de qué se ríe, de qué se ríe.?

De su ventana se ve la playa
pero se ignoran los cantegriles.
Tienen sus hijos ojos de mando,
pero otros tienen mirada triste.

Aquí en la calle suceden cosas
que ni siquiera pueden decirse.
Los estudiantes y los obreros
ponen los puntos sobre las íes..!

Por eso digo, señor ministro:
de qué se ríe, de qué se ríe.?

Usté conoce mejor que nadie
la ley amarga de estos países.
Ustedes duros con nuestra gente:
por qué con otros son tan serviles.?

Cómo traicionan el patrimonio
mientras el gringo nos cobra el triple.?
Cómo traicionan, usté y los otros,
los adulones y los seniles.?

Por eso digo señor ministro:
de qué se ríe, de qué se ríe.?

Aquí en la calle sus guardias matan,
y los que mueren son gente humilde.
Y los que quedan llorando de rabia,
seguro piensan en el desquite.

Allá en la celda, sus hombres hacen
sufrir al hombre; y eso no sirve.
Después de todo, usté es el palo
mayor de un barco que se va a pique.

Seré curioso, señor ministro:
de qué se ríe, de qué se ríe.?
Los días fríos comienzan.
Ella tiene, en la mayor parte de esos días, los pies, las rodillas y la cola fríos.
Cuando se va a la cama abrigada, esas partes (de ella) recuperan su temperatura normal.
Yo, para esos mismos días, suelo tener las rodillas frías, y muy contadas veces, los pies también. Rara vez, la cola.
Cuando me meto a la cama, ella arrima sus pies a los míos para calentarlos. Y llegado el caso, me hace cucharita y termina con las otras dos opciones.
Por un sinfín de cosas tan minúsculas como éstas, amaré a esa mujer hasta el último aliento de mi vida.
                                                                                          (rt)

lunes, 15 de mayo de 2017

UNA HISTORIA DE ESPAÑA LXXXV, de ArturoPérez Reverte - 1585/17

 Ya hemos dicho alguna vez que Franco era un fulano con suerte, y su favorable estrella siguió dándole buenos ratos para echar pan a los patos.
 Había de fondo un vago aroma de restauración monárquica, reservada para algún día en el futuro, pero sin prisa y descartando a don Juan de Borbón, hijo del derrocado Alfonso XIII, a quien Franco no quería ver ni en pintura. España es una monarquía, vale, decía el fulano.
 Pero ya diré yo, Caudillo alias Generalísimo, cuándo estará preparada para volver a serlo de manera oficial. Así que, de momento, vamos a ir educando a su hijo Juanito para cuando crezca.
 Mientras tanto podéis sentaros, que va para largo.
 Lo de la suerte se puso de manifiesto hacia 1950, once años después de la victoria franquista, cuando la Guerra Fría puso a punto de caramelo la confrontación Occidente - Unión Soviética.
 Tras los duros tiempos de la primera etapa, en los que el régimen se vio sometido a un férreo aislamiento internacional, Estados Unidos y sus aliados empezaron a ver a España como un aliado anticomunista de extraordinario valor estratégico. Así que menudearon los mimos, las visitas oficiales, la ayuda económica, las bases militares, el turismo y las películas rodadas aquí.
 Y Franco, que era listo como la madre que lo parió, vio el agujero por donde colarse.
 Los restaurantes de Madrid, Barcelona y Sevilla se llenaron de actores de Hollywood, y Ava Gardner se lió con el torero Luis Miguel Dominguín – el padre de Miguel Bosé –, convirtiéndolo en el hombre más envidiado por la población masculina de España.
 Para rematar la faena, la foto de Franco con Eisenhower, el general vencedor del ejército nazi y ahora presidente estadounidense, paseando en coche por la Gran Vía, marcó un antes y un después.
 España dejó de ser un apestado internacional, ingresó en las Naciones Unidas y pelillos a la mar.
 Nada de eso cambiaba las líneas generales del régimen, por supuesto.
 Pero ya no se fusilaba, o se fusilaba menos.
 O se daba garrote. Pero sólo a los que el régimen calificaba de malos malísimos.
 El resto iba tirando, a base de sumisión y prudencia.
 Hubo indulto parcial, salió mucha gente de las cárceles y se permitió la vuelta de los exiliados que no tenían ruina pendiente; entre ellos, intelectuales de campanillas como Marañón y Ortega y Gasset, que habían tomado, por si acaso, las de Villadiego. Fue lo que se llamó la apertura, que resultó más bien tímida pero contribuyó a normalizar las cosas dentro de lo que cabe.
 España seguía siendo un país sobre todo agrario, así que se empezó a industrializar el paisaje, con poco éxito al principio. Hubo una emigración masiva, tristísima, del medio rural a las ciudades industriales y al extranjero.
 Los toquecitos liberales no eran suficientes, y el turismo, tampoco. Aquello no pitaba.
 Así que Franco, que era muchas cosas pero no gilipollas, fue desplazando de las carteras ministeriales a los viejos dinosaurios falangistas y espadones de la Guerra Civil – apoyado en esto por su mano derecha, el almirante Carrero Blanco – y confiándolas a una generación más joven formada en Economía y Derecho. Ésos fueron los llamados tecnócratas (varios de ellos eran del Opus Dei, pues la Iglesia siempre puso los huevos en variados cestos), y ellos dieron el pistoletazo de salida que hizo posible, con errores y corruptelas intrínsecas, pero posible al fin y al cabo, el desarrollo evidente en el que España entró al fin en los años 60, con las clases medias urbanas y los obreros industriales convertidos en grupos sociales mayoritarios.
 Ya se empezaba a respirar.
 Sin embargo, ese desarrollo, indiscutible en lo económico, no fue parejo en lo cultural ni en lo político.
 Por una parte, la férrea censura aplastaba la inteligencia y encumbraba, salvo pocas y notables excepciones, a mediocres paniaguados del régimen.
 Por la otra, la derrota republicana y la huida de los más destacados intelectuales, científicos, escritores y artistas, algunos de los cuales no regresarían nunca, enriqueció a los países de acogida – México, Argentina, Francia, Puerto Rico –, pero empobreció a España, causando un daño irreparable del que todavía hoy sufrimos las consecuencias.
 En cuanto a la política, los movimientos sociales, la emigración y el crecimiento industrial empezaron a despertar de nuevo la contestación adormecida, volviendo a manifestarse, tímidamente al principio, la conflictividad social.
 La radio y el fútbol ya no bastaban para tener a la gente entretenida y tranquila.
 Empezó la rebeldía estudiantil en las universidades, y se produjeron las primeras huelgas industriales desde el final de la Guerra Civil.
 La respuesta del régimen fue enrocarse en más policía y más represión. Pero estaba claro que los tiempos cambiaban.
 Y que Franco no iba a ser eterno.
[Continuará].

sábado, 13 de mayo de 2017

DIAMANTE, de Jorge Fandermole

Me han regalado un diamante
y no se qué hacer con tanta luz;
abro mi mano un instante
y brilla hasta el cielo limpiando el azul.
Es sobre todas las cosas
mi piedra preciosa invisible en su faz
y en el envés transparente
su forma latente se vuelve real.

Quién sabe por qué misterio
elige mi pecho para anidar;
de qué incendiado silencio vendrá,
de qué punto del mapa estelar.
Me agujereó la camisa
marcándome adentro su cronicidad,
su pulsar de lejanía
con relojería de puro cristal.

Ahora voy ya sin aliento
planeando en el viento llevándolo al mar.
Voy a arrojarlo a la espuma
entre el agua y la duna y a verlo brillar.
No puedo llevar conmigo
este brillo cautivo, esta piedra lunar;
en mi campo oscurecido
su luz de infinito no puede durar;
y él fulgura, fulgura,
y me ciega su precioso don;
fulgura, criatura,
libre de la noche de mi corazón.

A veces llega del cielo
un presente que nunca nadie previó;
pero existe uno tan bello
del que no quisiera tomar posesión.
Vino su luz del vacío
y me duele ponerlo de nuevo a viajar;
este regalo tardío
no puede ser mío sino del azar.

CANCIÓN DEL PINAR, de Jorge Fandermole

Quiero dejar todas las palomas
en el cedro de tu alma,
y todo el beso en tus pies.
Que dejes de mirarme burlón.
Sé que te estoy dando poco
y mucho te pediré.

Sé la nube sola en mi pradera.
Seré tu querido verde,
y serás sombra en mi mitad,
Y si ves que mi verde se quema,
llueve tu llorosa pena
y el verde nuevo se hará.

Y que no te vayas un febrero,
detrás de aquella bandada
azabache, hacia el pinar.
Quiero ser también dueña del cielo
y un pinar, pero es preciso
que me enseñes a volar.

Hazte sol cercano en la distancia,
hazte en el recuerdo un leño,
y quémate en mi interior.
No quiero tener más noches frías,
ni poder tan solo en sueños
despertarme junto a vos.

jueves, 11 de mayo de 2017

BAJO BELGRANO, de Carlos de la Púa

Barrio de timba fuerte y acomodo,
pasional de guitarras altiyeras,
yo he volcado el codo
de todas tus esquinas
con una potranca rea, Josefina,
que hoy se inscribe en los hándicaps de fondo.
Bajo Belgrano, sos un monte crioyo
tayado entre las patas de los pingos.
Creyente y jugador, palmás el royo
en la misa burrera del Domingo.
Y antes que porteño sos crioyo viejo
y barajás veinte palabras en inglés
-pursang, race, horse, pedigreé-,
salpicadas de aracas y canejos.
Patios de stud
curados de valsecitos viejos
y de tangos del sud
que vienen tirando la bronca desde lejos.
Portones
con ramos de morochas
a punto de dulzura.
Yo sé de una... ¡me cacho!, 
prepotente y diquera,
que lleva la mirada de todos los machos en la cintura,
como un revuelo de moscas bosteras.

Bajo Belgrano patria del portón,
sos un barrio querendón.

Y regalás a las pibas estuleras,
que se pasan bordando los mandiles
para el crack que después resulta un cuco,
el ramito de flores oriyeras
que crece en la maceta de tus trucos.

viernes, 5 de mayo de 2017

ELENITA, de Raúl Tellechea - 5/5/17

La viste a Elenita…?, me dijo un día un compañero de trabajo.
A quién..?, contesté, sorprendido
A Elenita..! Elena Highton, la de la Corte Suprema..! me respondió.

Y allí la vi venir, caminando muy trabajosamente, por la calle central del club en el que yo trabajaba diariamente.
Su cuerpo deformado por una enfermedad osteoarticular, le resultaba una carga muy pesada para trasladarse de manera independiente. Se ayudaba con un bastón para afirmarse en cada paso.
La acompañaba su marido, el señor Nolasco.

Recuerdo que no me surgió un sentimiento de lástima, sino, muy por el contrario y como me pasa siempre, uno mayor de reconocimiento a una voluntad superior a ese sufrimiento.
Para seguir peleándole a la vida, muy a pesar de tener semejante complicación en el destino personal.

Me dije que tenía ante mí un buen ejemplo de una cabeza dispuesta a mejorar, a aprender, a progresar en sus saberes, en su conocimiento de la pasión por la profesión que eligió.
Y en su voluntad para enseñar a otros ese saber, ese conocimiento adquirido.

Me presenté ante ella y su marido, y me puse a su disposición para lo que necesitara, como correspondía al cargo que yo desempeñaba entonces.
Me contestaron amablemente, y se fueron a tomar sol en el parque del club.

Hace poco tiempo, casi un mes, mi mujer y su amiga Lilia, se juntaron para ir a ver a unos arqueólogos que trabajaban en un laboratorio, ubicado en la zona sur de nuestra ciudad.
Ellas dos, y Lidia, otra compañera del profesorado, fueron secuestradas por la dictadura más asesina que padecimos en nuestro país, en la caza de brujas posterior al asesinato del general Cardozo, quien era entonces jefe de la Policía Federal.
Quienes recuerdan el caso, saben que el atentado fue obra de una organización armada, a manos de una compañera de ellas tres llamada Ana María González.

Mi mujer estuvo secuestrada dos días. Las otras dos sólo uno.
Mi mujer nunca pudo ir a declarar en ninguno de los juicios que se abrieron desde la vuelta de la democracia, empezando por la CONADEP y hasta el día de hoy.
Mi mujer nunca pudo superar el miedo. Jamás.

Aunque hayan pasado ya 40 años nunca pudo superar el terror que aprendió en esos días de adolescencia.
Ni ella ni sus amigas. Ni sus familias, claro.

Los arqueólogos que visitaron trabajan en la reconstrucción de lo que fueran el campo de concentración conocido como Club Atlético, edificio que fuera arrasado por el paso de la autopista cuando atraviesa la avenida Paseo Colón.

Allí debajo, tapados por el terraplén, se está llevando a cabo varios trabajos, por parte de esos profesionales que recogen todo tipo de materiales, objetos, restos, indicios del funcionamiento de ese sitio oscuro y denigrante que perteneciera a la Policía Federal.
En ese lugar en que hace unos años descubrimos que estuvieron secuestradas, mi mujer y sus amigas.

A ese lugar volvieron, hace casi un mes, mi mujer y su amiga de toda la vida, Lilia.
Les mostraron tazas, cucharitas, restos de revoques, fotos, una pelotita de ping pong y muchas otras cosas que se encontraron en las excavaciones.
También fueron al lugar exacto de esas excavaciones. 

Al sitio preciso del horror.
Volvió a casa destrozada, y por varios días pude ver su padecimiento por el momento vivido en ese laboratorio.
Los arqueólogos les pidieron que fueran a declarar en el expediente abierto por la investigación de ese sitio. En medio del dolor, y del miedo permanente que convive con ellas, respondieron que más adelante posiblemente lo hicieran.
Pensaba yo que ir a declarar les iba a hacer bien, que las iba a aliviar con la carga del recuerdo, que podrían, quizás, a traer alivio a alguna familia que perdió allí algún ser querido del que no volvieron a tener noticias.

La verdad es que ellas dos no se animaron jamás a ir a hacerlo, porque las persigue ese miedo permanente, como cada día. El miedo profundo a que las cosas cambien otra vez, como pasa siempre en nuestro país.
A que un día vuelvan los asesinos de ayer y sus cómplices.
Esos cómplices que nunca reconocerán el genocidio ni los crímenes de lesa humanidad.
Los que se sienten tratados como presos políticos.
Los que creen que nos salvaron del comunismo.
Los que fueron ejecutores del “disciplinamiento” de la sociedad a que hacía mención el genocida Videla en su confesión a un periodista.
Ése es el miedo.

Ni mi mujer ni sus amigas, incluso algunas más a las que entonces fueron a buscar a sus casas esas mismas noches pero sus padres las habían sacado del país, por el terror en que se vivía, tuvieron actividad política ni militancia alguna. Jamás.
Siempre fueron maestras.
Algunas ejercieron otras profesiones.
Ninguna recibió su diploma de maestra. JAMÁS.
Aunque pudieron trabajar en la profesión, no tienen su diploma, como corresponde.
La constante en ellas siempre fue el miedo. Secreto, persistente.

De los dos jueces puestos en la corte por el presidente, podíamos esperarlo. Pero hoy vemos la voltereta ideológica de Elena Highton en su fallo, que permite tratar a los genocidas presos por delitos de lesa humanidad como asesinos comunes, dándoles la chance de salir en libertad en cualquier momento.
Hace 8 o 9 años fallaba lo opuesto en otra causa.

Hoy vuelvo a ver su cuerpo torturado por el avance de su enfermedad, un poco más cada día.

Cuerpo torturado…

Pienso en los cuerpos torturados de los que pasaron por el campo de concentración Club Atlético, que, está claro, no era un club como el que Elena Highton disfruta hoy para tomar solcito en el parque mientras lee el diario La Nación.
Allí esos cuerpos eran torturados de infinitas maneras antes de fusilarlos, de tirarlos al río desde aviones, de enterrarlos en fosas comunes, de atarlos vivos y volarlos con explosivos.
Muchos de esos cuerpos ni siquiera fueron encontrados, después de haber sido torturados por la enfermedad de ésta, nuestra sociedad.
Muchos familiares de esos cuerpos destrozados ni siquiera pudieron encontrarlos para llevarles una flor a su sepultura.
No tengo dudas que nuestra sociedad tiene un grave problema con la educación de sus hijos.
De lo que también estoy cada día más convencido, y esta voltereta me lo confirma descarnadamente, es que lo más grave que padecemos es eso que ya no entiendo muy bien porqué llamamos Justicia.

Lo único que me sale en estos momentos que vivimos, es decirle a Elena Highton, a Elenita, como le dicen en el club, Gracias.
Gracias por devolvernos y profundizar la sensación de miedo que siempre, siempre nos acompañará hasta el final.
Gracias por convencerme de dejar de insistirle a mi mujer, como hice a lo largo de estos 40 años, para que siga adelante con la denuncia, para que vaya a declarar. Para que pueda ayudar a otros y ayudarse a ella misma.
Gracias por permitir que cualquiera de estos días, mi mujer o cualquiera de nosotros, se pueda cruzar por la calle con el Turco Julián o alguno de sus secuaces, si aún están con vida.

Su cuerpo cada día empeorará un poco más.
En cambio la conciencia de Elenita seguramente, seguirá en paz.

jueves, 4 de mayo de 2017

NO SÉ CÓMO SE HABRÁ LAMADO... - 4..5.17

No sé cómo se habrá llamado, pero tenía cara de Raúl, así, con las cejas pobladas llenas de canas plateadas y los ojos oscuros, un poco opacos, como esos muebles tristes donde las abuelas esconden la vajilla.
Raúl subió al colectivo revolviéndose los bolsillos de la campera vieja. Cuando suspiró, los vidrios cerrados se llenaron de cal y lágrimas, pero nadie se dio cuenta. Sacó la tarjeta, pagó el pasaje y fue a sentarse frente a la nena.
Tampoco sé cómo se habrá llamado la nena, pero tenía cara de Lu, así, cortito, como las antenas de las hormigas que hacen fila en la plaza para llevarse las hojas que se tiran de las ramas cuando es mayo y los chicos salen de la escuela con la bufanda atada al cuello y la escarapela abrazada al guardapolvo.
Raúl se desplomó sobre el asiento y se puso la mochila rosa en las rodillas. Yo escuché cómo las herramientas oxidadas se empujaban ahí adentro. El cling del destornillador contra la cabeza del martillo y el clang de la llave inglesa golpeando el mango del buscapolo hicieron que Lu sacara los ojos del cuaderno gordo y los pusiera sobre el albañil y esa mochila ajada suya. El bolsillo del frente enmarcaba, como una ventanita con cierre, la imagen de la princesa que bailaba el vals con un príncipe, que no era azul, pero casi, porque esa tarde hacía mucho frío.
-¡Mirá, mamá!, exclamó Lu, con la impunidad de la infancia. ¡Tiene una mochila de nena!
Raúl bajó la vista y las pupilas se le llenaron de los corazones rojos y púrpuras que flotaban sobre la escena de lona. La mamá de Lu, que tenía cara de Mercedes, así, con rodete tirante y pañuelo de seda, le ordenó que hiciera silencio, que no fuera maleducada, que el señor se iba a enojar.
-¡Pero esta mochila no es de nena!, dijo Raúl, y en el colectivo todos hicimos silencio. Creo que hasta el motor dejó de rugir y el ripio bajo las ruedas ya no crujió tanto.- ¡Esta es una mochila de nene! ¡Mirá! ¿No ves que tiene un príncipe?
-¡Pero tiene corazones!, protestó Lu.
-Sí, porque el príncipe está enamorado, ¿no ves como la mira a la princesa?
-¡Pero es rosa!
-Sí, como la camiseta de Boca, explicó Raúl, con una paciencia que le costaba demasiado después de haberse pasado el lunes revocando las paredes de una casa que jamás sería suya.
-Bueno, entonces sí, dijo Lu, y volvió a mirar el cuaderno gordo.
Mercedes y Raúl cruzaron una mirada cómplice y se sonrieron. Yo también sonreí, pero ellos no me vieron. Sonreí consciente de la sabiduría de ese hombre misterioso con cara de Raúl. Sonreí porque también hay príncipes rosa. Sonreí celebrando que aquella tarde, Lu hubiese aprendido algo que nunca se escribe en ningún cuaderno gordo.
Épica Urbana

UNA HISTORIA DE ESPAÑA LXXXIV, de Arturo Pérez Reverte - 1.5.17

Nacionalcatolicismo, es la palabra.
Lo que define el ambiente.
La piedra angular de Pedro fue el otro pilar, Ejército y Falange aparte, sobre el que Franco edificó el negocio.
La Iglesia Católica había pagado un precio muy alto durante la República y la guerra civil, con iglesias incendiadas y centenares de sacerdotes y religiosos asesinados sin otro motivo que serlo; y su apoyo (excepto del de algunos curas vascos o catalanes, que fueron reprimidos, encarcelados y hasta fusilados discretamente, en algunos casos) había sido decisivo en lo que el bando nacional llamó cruzada antimarxista.
Así que era momento de compensar las cosas, confiando a la única y verdadera religión la labor de pastorear a las descarriadas ovejas.
Se abolieron el divorcio y el matrimonio civil, se penalizó duramente el aborto y se ordenó la estricta separación de sexos en las escuelas.
Sociedad, moral, costumbres, espectáculos, educación escolar, todo fue puesto bajo el ojo vigilante del clero, que en los primeros tiempos – esas fotos da vergüenza verlas – incluía a los obispos saludando al Caudillo, brazo en alto, a la puerta de las iglesias.
Hubo, justo es reconocerlo, prelados y sacerdotes que no tragaron del todo; pero la tendencia general fue de sumisión y aplauso al régimen a cambio de control escolar y social, privilegios ciudadanos, apoyo a los seminarios –el hambre y el ambiente suscitaron numerosas vocaciones–, misiones evangelizadoras, sostén económico y exenciones tributarias. Que no era grano de anís, y en la práctica un sacerdote mandaba más que un general (como dice mi compadre Juan Eslava Galán, «ser cura era la hostia»).
Además, las organizaciones católicas seglares, tipo Acción Católica, Hijos de María y cosas así, constituían un cauce conveniente para que se desarrollara, bajo el debido control eclesiástico y político, una cierta participación en asuntos públicos; o sea, una especie de válvula de escape para quienes no podían expresar sus inquietudes sociales mediante la actividad política o sindical tradicionales, abolidas desde el fin de la guerra.
El resultado de todo ese rociamiento general con agua bendita fue que la Iglesia Católica se envalentonó hasta extremos inauditos: duras pastorales contra los bailes agarrados, que eran invento del demonio, contra los trajes de baño y contra todo aquello que pudiera albergar o despertar pecaminosas intenciones.
La obsesión por la vestimenta se tornó enfermiza, la censura se volvió omnipresente, lo del cine para mayores con reparos ya fue de traca, y los textos eclesiásticos de la época, con sus recomendaciones y prohibiciones morales, conforman todavía hoy una grotesca literatura donde la estupidez, el fanatismo y la perversión de mentes enfermas de hipocresía y vileza llegó a extremos nunca vistos desde hacía siglos: «El baile atenta contra la Patria, que no puede ser grande y fuerte con una generación afeminada y corrompida», afirmaba, por ejemplo, el obispo de Ibiza; mientras el arzobispo de Sevilla remataba la faena calificando lo de agarrarse con música como «tortura de confesores y feria predilecta de Satanás».
Naturalmente, la gran culpable de todo era la mujer, engendro del demonio, y a mantenerla en el camino de la castidad y la decencia, apartándola del tumulto de la vida para convertirla en ejemplar esposa y madre, se encaminaron los esfuerzos de la Iglesia y el régimen que la amparaba.
Era necesario, según el Fuero del Trabajo, «liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica».
Ella, la mujer, era el eje incontestable de la familia cristiana; así que, para devolverla al hogar del que nunca debía haber salido, se anularon las leyes de emancipación de la República, destruyendo todos los derechos civiles, políticos y laborales que la habían liberado de la sumisión al hombre. La independencia de la mujer, su derecho sobre el propio cuerpo, el aborto, la sexualidad en cualquiera de sus manifestaciones, se convirtieron en pecado. Y el pecado se convirtió en delito, literalmente, vía Código Penal.
Había multas y encarcelamientos por «conductas morales inadecuadas»; y a eso hay que añadir, claro, la infame naturaleza de la condición humana, siempre dispuesta a señalar con el dedo, marginar y denunciar –esos piadosos vecinos de entonces, de ahora y de siempre– a las mujeres marcadas por el oprobio y el escándalo (las que, para entendernos, no se ponían el hiyab de entonces, metafóricamente hablando).
Por no mencionar, claro, la sexualidad alternativa o diferente.
Nunca, desde hacía dos o tres siglos, se había perseguido a los homosexuales como se hizo durante aquellos tiempos oscuros del primer franquismo, y aún duró un buen rato.
Nunca la palabra maricón se había pronunciado con tanto desprecio y con tanta saña.

[Continuará]

FORMULARIO DE CONTACTO

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

BUSCAR EN ESTE BLOG

SEGUIDORES

SIGUEN LOS ÉXITOS, de Hracio Verbitzky - 17/3/2024

Diseño, Alejandro Ros. Animación, Silvia Canosa Las discrepancias entre el gobierno de los Hermanos Milei y la Vicepresidenta Victoria Vil...