sábado, 15 de diciembre de 2018

ME ENCANTA VOLAR, de Clarice Lispector

Ya escondí un amor por miedo de perderlo.
Ya perdí un amor por esconderlo.
Ya me aseguré en las manos de alguien por miedo.
Ya he sentido tanto miedo, hasta el punto de no sentir mis manos.
Ya expulsé a personas que amaba de mi vida, ya me arrepentí por eso.
Ya pasé noches llorando hasta quedarme dormida.
Ya me fui a dormir tan feliz, hasta el punto de no poder cerrar los ojos.
Ya creí en amores perfectos, ya descubrí que ellos no existen.
Ya amé a personas que me decepcionaron, ya decepcioné a personas que me amaron.
Ya pasé horas frente al espejo tratando de descubrir quién soy.
Ya tuve tanta certeza de mí, hasta el punto de querer desaparecer.
Ya mentí y me arrepentí después.
Ya dije la verdad y también me arrepentí.
Ya fingí no dar importancia a las personas que amaba, para más tarde llorar en silencio en un rincón.
Ya sonreí llorando lágrimas de tristeza, ya lloré de tanto reír.
Ya creí en personas que no valían la pena, ya dejé de creer en las que realmente valían.
Ya tuve ataques de risa cuando no debía.
Ya rompí platos, vasos y jarrones, de rabia.
Ya extrañé mucho a alguien, pero nunca se lo dije.
Ya grité cuando debía callar, ya callé cuando debía gritar. 
Muchas veces dejé de decir lo que pienso para agradar a unos, otras veces hablé lo que no pensaba para molestar a otros.
Ya fingí ser lo que no soy para agradar a unos, ya fingí ser lo que no soy para desagradar a otros.
Ya conté chistes y más chistes sin gracia, sólo para ver a un amigo feliz.
Ya inventé historias con finales felices para dar esperanza a quien la necesitaba.
Ya soñé de más, hasta el punto de confundir la realidad.
Ya tuve miedo de lo oscuro, hoy en lo oscuro me encuentro, me agacho, me quedo ahí.
Ya me caí muchas veces pensando que no me levantaría, ya me levanté muchas veces pensando que no me caería más.
Ya llamé a quien no quería sólo para no llamar a quien realmente quería.
Ya corrí detrás de un carro, por llevarse lejos a quien amaba.
Ya he llamado a mi madre en el medio de la noche, huyendo de una pesadilla. Pero ella no apareció y fue una pesadilla peor todavía.
Ya llamé a personas cercanas de "amigos" y descubrí que no lo eran... a algunas personas nunca necesité llamarlas de ninguna manera y siempre fueron y serán especiales para mí...

No me den fórmulas ciertas, porque no espero acertar siempre.
No me muestren lo que esperan de mí porque voy a seguir mi corazón!
No me hagan ser lo que no soy, no me inviten a ser igual, porque sinceramente soy diferente!
No sé amar por la mitad, no sé vivir de mentira, no sé volar con los pies en la tierra.
Soy siempre yo misma, pero con seguridad no seré la misma para siempre!
Me gustan los venenos más lentos, las bebidas más amargas, las drogas más potentes, las ideas más insanas, los pensamientos más complejos, los sentimientos más fuertes.
Tengo un apetito voraz y los delirios más locos.
Pueden hasta empujarme de un acantilado que yo voy a decir:
" ¿Qué más da? . ¡Amo volar! "

lunes, 3 de diciembre de 2018

PICASSEANDO GUERNICAS, de Arturo Pérez Reverte - 12/12/18

No hace mucho hablé aquí de los articulistas parásitos que, a falta de ideas o vida propia, llenan páginas criticando lo que dicen o escriben otros, o lo que las redes sociales dicen que han dicho, y lo hacen sin molestarse en conocer el argumento original.
Como para confirmarlo, eso ocurrió de nuevo hace unos días cuando, interrogado por un periodista sobre mi última novela, expresé la documentada sospecha de que Picasso no pintó el Guernica por patriotismo, sino por dinero.
Era evidente que ninguno de los indignados guardianes del espíritu picassiano había leído el libro, donde el pintor aparece en un par de capítulos, tratado con suave humor y todo el respeto que como inmenso artista merece. Pero daba igual.
Según esos bobos, al hablar del dinero cobrado yo ofendía al artista. Y claro. Por lógica inferencia, y ahí está el punto, también ofendía de rebote a toda la izquierda; y con ella, a la parte más noble y admirable de la humanidad en general. Etcétera.

Así que, con permiso de ustedes y goteante el colmillo, voy a poner algunos pavos a la sombra.
Empezando por que, aparte lo que ya había leído y escrito antes sobre el arte y la guerra - a mi novela El pintor de batallas me remito -, para la historia parisina del espía franquista Lorenzo Falcó, Sabotaje, tercer volumen de la serie, refresqué y estudié despacio todo lo publicado sobre Picasso y el Guernica.
Así que cuando empecé a teclear la novela, donde los personajes opinan con la libertad de lo que son, conocía bien las conclusiones de los expertos sobre la génesis del cuadro: desde los clásicos de Van Hensbergen, Penrose y La Puente a las memorias de Man Ray, James Lord o la madre de dos hijos del artista, Françoise Gilot. Libros escritos por historiadores y testigos, no por cantamañanas sectarios de izquierdas que creen que Picasso es de su propiedad, ni por cantamañanas sectarios de derechas que sostienen que el Guernica es un fraude y una basura.

Entre los historiadores y testigos serios hay quien opina que Picasso pintó el Guernica por patriotismo y quien dice que lo pintó por dinero. Cada cual es muy dueño, y de ellos obtuve mi opinión, que es tan respetable y documentada como las suyas, pues en todas se fundamenta.
Y mi conclusión - que no figura en la novela, pero tengo tanto derecho a expresarla como cualquiera - es que Picasso no pintó el cuadro sólo por patriotismo y fervor republicano, sino que también lo hizo por dinero: 200.000 francos eran nueve veces lo que él cobraba entonces por una obra de las caras. Era un dineral entonces y lo sigue siendo hoy.
Para afirmar el supuesto altruismo del artista se menciona a menudo la famosa carta de Max Aub, que en mi opinión - coincidente con la de no pocos historiadores - es una carta pactada para justificar políticamente el cobro. Que por otra parte resulta legítimo, porque es natural que un artista cobre por su trabajo. Yo mismo cobro a mis editores, pues vivo de eso. Por mucho que ame la literatura, soy un novelista profesional; como, salvando las inmensas distancias, Picasso era un pintor profesional.

Y por cierto: puestos a decir verdades a quienes consideran a Picasso artista comprometido en cuerpo y alma con la República, es indiscutible que siempre sostuvo esa causa. Pero conviene recordar que lo hizo desde lejos. Concretamente desde su estudio de París, sin pisar nunca suelo español - absolutamente nunca - en tres años de guerra, pese a haber sido nombrado director honorario del museo del Prado.
Tan a gusto estaba en París, por cierto, que se quedó allí durante la posterior ocupación nazi, sin ser molestado por los alemanes; que por esa época molestaban a no poca gente. Y recibió en su estudio a varios de ellos, incluido Ernst Jünger, que no era precisamente un simpatizante de la extinta República española.

También hay a quien, con desconocimiento no ya de mi novela, sino de la vida de Picasso, incomoda que se diga que le gustaban las mujeres ajenas y que era tacaño, egoísta y aficionado al dinero. Está claro que quien se irrita por eso no ha leído sobre él, ni conoce el testimonio de las mujeres, hijos y amigos que lo calificaron de machista, cruel, rijoso, pesetero, egocéntrico y tirano doméstico.
Porque - y esto es lo que ciertos simples no comprenden - se puede ser pintor genial y mala persona, se puede ser de izquierdas y no ser ejemplo de moralidad o patriotismo. Se puede ser republicano y cobrar.
Se puede, en fin, ser muchas cosas al mismo tiempo, incluso contradictorias u opuestas entre sí, como por otra parte lo es cada ser humano.
Y es que, a pesar de lo que creen algunos imbéciles, la vida real no es un paisaje de blancos y negros, rojos o azules, sino una fascinante gama de grises.
Precisamente como el Guernica.

MUERTOS POR LA MUERTE Dos sentencias que dejan muertes trágicas sin resolución real, de Graciana Peñafort

Puede que metodológicamente sea desacertado, pero decidí empezar esta nota con una salvedad. Porque la creo imprescindible. Es simple: creo y sostengo sin excepciones ni rincones grises ni medias tintas ni duda alguna que la presunción de inocencia es una garantía innegociable del Estado de Derecho. Y que defenderla y afirmarla es una obligación legal y ética. Por eso mismo, lo que voy decir de aquí en adelante solo tiene por objeto analizar las formas en que el Poder Judicial construye sus sentencias.
Necesitaba hacer la salvedad porque voy a cuestionar el razonamiento de dos sentencias que declaran la inocencia de personas.
El 8 de octubre de 2016, en un centro de atención médica comunitaria, llego muerta Lucía Pérez, de apenas 16 años. Recuerdo la mañana en que leí la noticia. Y el horror. Los detalles de su muerte. Mi empatía con la familia de Lucía, que además de la certeza irremediable y dolorosa de su muerte debía afrontar el espanto de imaginar cómo había sucedido. Las terroríficas circunstancias que describía la nota me conmovieron y me espantaron. Por Lucía, por su familia, por sus amigos, por mis amigas y por mí misma.

Como señaló magistralmente Ileana Arduino, lo que le pasó a Lucia podría haberle pasado a cualquiera de mis amigas. Podría haberme pasado a mí misma. Crecí en una sociedad conservadora, al menos en su epidermis. Las chicas de “familias bien” no teníamos sexo en la adolescencia. Pero… ¿No teníamos sexo? La respuesta es bien distinta porque sí, teníamos sexo. A escondidas de nuestros padres. Mintiendo destinos y horas de llegada. Las que teníamos un poco de suerte, contábamos con algún recurso para consultar a una ginecóloga a escondidas por anticoncepción. A las que tenían más suerte la madre las llevaba a la consulta y hasta les compraba anticonceptivos. Y puertas adentro, en ese colectivo de chicas de clase media y media alta unidas por lazos de afecto y complicidad que perdura a pesar de los más de 20 años transcurridos, socializábamos nuestros recientes conocimientos. E intentábamos mantenernos a salvo entre nosotras. En esos días nuestro mayor fantasma era quedarnos embarazadas. Apenas éramos consientes de las Enfermedades de Transmisión Sexual y, al menos en mi caso, asumo que sin mucha noción de sus riesgos. Jamás se me cruzó por la cabeza que podía morir.

Lucía Pérez sí murió. Por hacer las mismas cosas que hacíamos con mis amigas 20 años antes. Los peritajes parecen haber desdibujado las hipótesis más horribles. Lucía no fue empalada. Lucía no murió de dolor. Lucía tal vez no fue violada, sino que habría prestado su consentimiento para tener sexo. Porque Lucía, como muchas de nosotras, tenía sexo.
No pretendo detenerme en las hipótesis de autopsias y detalles escabrosos. Sí quiero analizar y debatir con ustedes las condiciones del consentimiento que, sostiene la sentencia, dio Lucía a las relaciones sexuales que tuvo antes de morir.
Y es en referencia al consentimiento de Lucía donde la sentencia se vuelve irracional y prejuiciosa.
Es extraña la ley argentina. Con 16 años una mujer puede contraer matrimonio con la autorización de sus representantes legales o con dispensa judicial. Es decir que el matrimonio, como institucionalización de las relaciones sexuales entre personas, a los 16 años requiere de un adulto que lo autorice. Algo similar ocurre respecto a los actos de disposición sobre bienes que no fuesen resultantes del fruto de su trabajo. Siempre me resultó llamativo el cuidado que las leyes civiles y comerciales le brindan a los bienes de las personas. Pero más allá de eso, que merecería otra discusión, la ley argentina establece que el menor de 18 años no podría brindar válida y legalmente su consentimiento sin supervisión de un adulto para casarse o para vender la casa que heredó de su abuelita. Ahora bien, para el Código Penal un chica/o de 16 es completamente libre para dar su consentimiento al acto sexual, salvo que medien determinadas circunstancias que la ley considera que vician dicho consentimiento.

La pregunta entonces es si Lucía dio libremente su consentimiento. ¿Puede una piba de 16 años dar libremente su consentimiento a una relación sexual con quien le provee de drogas? La sentencia afirma que sí, basándose en un análisis de las conductas respecto al sexo que tenía Lucía. Y basándose además en que “también fue acreditado que solo mantenía relaciones sexuales con quién ella quería”.

Y en tercer lugar porque Lucía tenía 16 años y Farías 23, por lo que sería muy forzado hablar de una situación de desigualdad o superioridad. Sobre todo teniendo en cuenta la personalidad de Lucía, que no se mostraba como una chica de su edad y que además había declarado mantener relaciones con hombres de hasta 29 años.

No encuentro ningún elemento objetivo, aparte de las conjeturas de la parte acusadora, que me permita sostener que Lucía no fue a encontrarse con Farías de forma voluntaria y con la intención de tener algún tipo de intimidad.
Vuelvo a mi pasado y pienso si yo di libremente mi consentimiento para tener relaciones sexuales en mi adolescencia. Supongo que la mayoría de las veces sí, pero otras no. Eso no significa que me atasen. Significa que para la adolescente muerta de miedo, que cargaba con la inseguridad del sobrepeso, a veces simplemente no me encontraba en la posición subjetiva de decir que no. El deseo del otro, de alguna forma calmaba la herida siempre abierta, siempre sangrante de mi autoestima adolescente. Miro en retrospectiva y un poco me espanto de los adultos que vieron eso y lo utilizaron con prescindencia de mi deseo. Y por supuesto que jamás hubiese asumido eso en la adolescencia. Entre otras cosas porque no era consciente del mecanismo. Me llevó mucho tiempo de terapia darme cuenta y poder ponerlo en palabras. Tanto tiempo como me llevó saber que podía elegir cuando decir que sí desde mi propio deseo. Pero si alguna amiga me preguntaba en esos días, habría dicho como dijo Lucia que el mundo estaba “lleno de violadores y pitos duros, pero no le paso cabida a nadie”. Aunque no era necesariamente cierto. Y no creo que nadie me hubiese descripto como una adolescente tímida o miedosa, sino más bien lo contrario. Pero tenía 16 años, como Lucía, y no siempre era soberana de mí misma.

Detectar la violencia y rechazarla es algo que a los 16 años yo podía hacer. Lucía también. Ahí, en esas circunstancias, el no surge en defensa propia. Y no siempre surge de inmediato. El violento muchas veces conduce a la situación de violencia como resultado del fracaso de la seducción torpe que intenta primero. El problema es cuando decís que no. No antes. Podés haber salido con el señor, haber tomado una coca, incluso haberlo besado. Y de pronto hay algo que te hace ruido. Una mano que te incomoda, una expresión que te choca. Algo que anula tu deseo. Ahí es donde sobreviene la reacción del violento. No antes. Recuerdo haber estado en situaciones así y haber salido corriendo, porque la violencia explicita es fácil de detectar. Pero no hay que desconocer las otras formas de violencia y de manipulación a las que están sometidas las pibas cuando interactúan con personas más grandes y con más experiencia. Esas formas de manipulación de las y los jóvenes que la ley intenta evitar al requerir ciertas exigencias para ciertos actos. Si Lucía hubiese querido casarse con el hombre de 23 años hubiese requerido autorización. Si Lucía hubiese querido venderle la casa heredada de su abuelita al hombre con el que mantuvo relaciones sexuales hubiese requerido autorización.

La sentencia mira tanto la conducta de Lucia que casi no indaga en la conducta del señor con el que mantuvo relaciones sexuales. Un señor que por cierto tenía algún nivel de experiencia en manipulación y seducción de adolescentes a quienes les vendía drogas. Y Lucia consumía drogas. Y el señor con quien mantuvo relaciones sexuales antes de morir vendía drogas. No era un compañero de colegio ni un par. Era un señor que vendía drogas. Y a quien Lucía contactó para adquirir drogas.

Hago mías las palabras de Ileana Arduino y Leticia Lorenzo: “Cuando la decisión se salda centralmente a fuerza de prejuicios, cuando los jueces se atajan con expresiones del tipo ‘sin ánimo de juzgar la vida privada de la víctima’ para acto seguido afirmar que le gustaba coger - sí, además la sentencia confunde sencillez con vulgaridad - con personas de 26, 27, 28 y hasta 30 años, y por lo tanto dar por sentado que consintió una relación con una persona de 23 años (la versión sexista de la máxima ‘quien puede lo más, puede lo menos’), hacen a la decisión en sí misma violenta; se deja de hablar de los hechos para hablar de la víctima”.

Una sentencia de jueces técnicos basada en prejuicios, sea de condena o absolución, es arbitraria. Una exigencia elemental para la justicia en manos de jueces abogados es que deben dar razones legítimas y los prejuicios sexistas no lo son. Nos hablan de la opinión de los jueces sobre Lucía, pero no del hecho”.

Con esto no quiero afirmar ninguna culpabilidad.
Solo quiero señalar que la sentencia carece por completo de una perspectiva de género que reconstruya la real posición de una chica de 16 años que murió luego de tener relaciones sexuales. Porque las chicas de 16 años no mueren por tener relaciones sexuales. No en forma habitual. Y que los jueces no indaguen por qué, cómo y en qué condiciones Lucía Pérez murió, teniendo en cuenta que era una chica de 16 años haciendo algo normal para una chica de 16 años, resulta inaceptable. Para las chicas de 16 años que vendrán en el futuro y para las chicas de 16 años que tuvimos más suerte que Lucía y seguimos vivas, pedimos un Poder Judicial sin prejuicios machistas ni moralinas encubiertas en lenguaje técnico, que haga justicia.

No terminábamos de leer la sentencia de Lucía Pérez y como un mazazo recibimos la sentencia que pretende dar por concluida la investigación sobre la desaparición de Santiago Maldonado. Sostiene que “la desesperación, la adrenalina y la excitación naturalmente provocadas por la huida; la profundidad del pozo, el espeso ramaje y raíces cruzadas en el fondo; el agua fría, helada, humedeció su ropa y su calzado hasta llegar a su cuerpo. Esa sumatoria de incidencias contribuyó a que se hundiera y a que le fuera imposible flotar, a que ni siquiera pudiera emerger para tomar alguna bocanada de oxígeno. Por la confluencia de esas simples y naturales realidades, inevitables en ese preciso y fatídico instante de soledad, sus funciones vitales esenciales se paralizaron”.

A Santiago lo mató la muerte, seria la conclusión tautológica de una sentencia sin poesía y sin justicia.
Santiago Maldonado huía de las balas, señor juez.
Balas que compró el Estado, señor juez.
Balas que disparó el Estado, señor juez.
Y no sabemos qué más sucedió después de las balas porque curiosamente - y digo curiosamente con un sarcasmo amargo y difícil de digerir - porque dejaron de filmar lo que paso después de las balas. Aunque la orden judicial de su predecesor era firmar el operativo en tu totalidad.
Después de las balas murió Santiago Maldonado, señor juez.

Le pregunto con honestidad, Su Señoría, y no para que me conteste a mí sino para que se conteste a usted mismo: ¿no le hace ni un poquito de ruido que durante tantos días el Estado Nacional y sus medios afines hayan montado un fenomenal y vergonzoso operativo de encubrimiento sobre la muerte de Santiago? ¿Sabe usted que el gobierno y los medios sostuvieron que Santiago había cruzado a Chile, que había pasado a la clandestinidad, que una pareja lo había llevado más al sur y que un camionero lo había llevado al norte? ¿Que se había cortado el pelo en San Luis? ¿Que había un pueblo en Entre Ríos donde todos se le parecían, como si se hubiese replicado como un grupo de épsilon imaginado por Huxley?
¿No lo asaltó la duda en la almohada sugiriéndole procurar las pruebas que pidió Sergio, el hermano de Santiago? ¿No se pregunta qué fue esa llamada atendida por un teléfono que pertenecía a Santiago, luego de su desaparición? Cuando se queda solo, señor juez, ¿la certeza de la muerte reemplaza cualquier duda que pudiese tener?
Realmente, S. S.: ¿usted no se hace preguntas?
Porque nosotros, doctor, los que exigimos justicia por Santiago Maldonado, sí las formulamos. Miles de preguntas. A las que su sentencia no responde. Y apenas puedo imaginar las preguntas estranguladas de dolor de la mamá de Santiago, de sus hermanos, de quienes lo conocieron y quisieron.
Su sentencia tampoco las responde.

Si usted recibió un peritaje y veinticuatro horas después cerró el caso, intuyo que no lo consideraba necesario porque la suerte de esa investigación ya estaba sellada. Y a veces creo que la suerte de esa investigación estaba sellada desde el momento que se dispararon las balas y se apagó la cámara. Y que usted no supo, no pudo, no quiso investigar las preguntas incómodas. Esas que el poder le hizo saber que no podían ni debían ser contestadas. Esas preguntas que su sentencia pretendió cubrir con la verdad de Perogrullo de la muerte. Esas preguntas que motivaron su llamada a la mamá de Santiago y ese intento de explicar lo inexplicable. ¿Fue remordimiento acaso, doctor?

¿Usted cree en Dios? Yo sí, aun cuando tengo mis diferencias con el mismísimo. La muerte absurda y fuera de tiempo de Santiago es una de esas diferencias. Simplemente no puedo entender cómo Dios permite que pasen esas cosas. Pero tengo claro que el Dios también terrible en el que creo no acostumbra a dar explicaciones. Pero que al final de los tiempos, ante ese Dios terrible me va a tocar dar explicaciones sobre todo lo que hice y sobre todo lo que dejé de hacer. Cuando me llegue el momento sé que asumiré ante ese Dios que no fui ni todo lo buena que debería haber sido ni todo la mala que podría haber sido. Pero mi mejor defensa - deformación profesional de abogada -, será explicarle que jamás toleré la injusticia, que me rebelé contra ella cada vez que tuve oportunidad. Y cuando no la tuve también, como pude, como me salió. Y que sobre todas las cosas, jamás permanecí indiferente.
El día que le toque dar explicaciones, ¿sabrá qué decirle a ese, mi Dios terrible? Cuando lo enfrente a las caras de los padres de Santiago y del propio Santiago, ¿tendrá una respuesta para darles? Espero que sí, doctor, se lo digo con sinceridad. Y con dolor.
Porque en este mundo, en este universo de preguntas como cuchillas, aquí, ahora, solo hay dolor. Y necesito que sepa que a Santiago, a sus padres, a sus hermanos, a todos quienes lo quisieron en vida y a quienes lo quisimos cuando ya no estaba, su sentencia no les trae la reparación de la Justicia. Ni nos acerca a la Verdad. Esa que no filmaron después de las balas.

Necesito decirle, doctor, aunque tal vez ya lo sepa, que su sentencia no da respuesta alguna.
Lo único que aporta es más dolor.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

TENÍAMOS UN JUGUETE, de Hernán Casciari

Teníamos un juguete; era el más divertido del mundo. 
No lo habíamos inventado nosotros pero jugábamos mejor que sus inventores. Aceptamos algunas palabras de su idioma original: ful, corner, orsai, pero enseguida lo llenamos de palabras nuestras: sombrero, rabona, pared. Empezamos a jugar en la vereda, en los patios, en invierno y verano, hasta que un día algunos de nosotros, los que jugaban mejor, dejaron sus empleos y se dedicaron por completo. ¡Y qué bien jugaban!

Era tan grande la belleza de sus movimientos que muchos dejamos de jugar y nos pusimos a mirarlos. Armamos clubes sociales, construimos tribunas de madera y de cemento, solamente para ver de cerca a los mejores de cada barrio. Después organizamos torneos semanales, discutimos reglas y elegimos colores para las camisetas. Éramos hombres, pero actuábamos como chicos la mañana del seis de enero.

Y claro, los que habíamos nacido en un barrio queríamos que el domingo ganaran los nuestros, y que los vecinos perdieran. Entonces le incorporamos una variante al juego: mientras durase el partido, los que mirábamos teníamos que cantar a coro y a los gritos. Y así lo hicimos.

¡Qué bien nos salía cantar! Pronto averiguamos que no solo éramos buenos con el juguete, sino también mirando el juego. No habíamos resultado espectadores tristes, como en otros continentes. Nosotros nos involucrábamos, tirábamos kilos de papel picado para recibir a los nuestros y componíamos canciones de aliento. «Sí sí señores / yo soy de Racing. / Sí sí señores / de corazón». Nos divertíamos durante la semana inventando estrofas, y hasta empezamos a componer otras, más picarescas, para fastidiar al vecino. «River tenía un carrito / Boca se lo sacó / River salió llorando / Boca salió campeón». Qué risa nos daba molestar a los vecinos.

Imagínense. Si el juguete ya era divertido en silencio, con el contrapunto de las tribunas el pasatiempo se convirtió en un espectáculo asombroso. Tanto, que venía gente de todo el mundo a conocer nuestra fiesta popular, llena de papel picado y de cantitos. Empezamos a decirle «hinchar» a la acción de fastidiar al rival con canciones picarescas. Y nos bautizamos a nosotros mismos «hinchas», y al grupo enfervorizado de la tribuna le pusimos de nombre «hinchada». Habíamos aprendido a vestir al juguete con accesorios.

Un día se hicieron tan numerosas las hinchadas, y tan efusivas, que tuvimos que poner barras de fierro en las tribunas, a la altura de la cadera, para no caernos en avalancha por culpa de la emoción. Más tarde esa barra de metal sirvió para que el hincha con mejor garganta, subido a ella, dirigiera el coro improvisado. Bautizamos a este hincha con el nombre de «barrabrava», porque sus malabares eran de vértigo.

Nuestros mejores jugadores, que ya empezaban a jugar en otros países, al debutar en el extranjero sentían un vacío: la emoción de las tribunas no era igual. Todos sentados, nadie cantando. Muchos elegían volver al club de su origen, incluso perdiendo fortunas, con tal de escuchar otra vez el rumor de las hinchadas dirigidas por los barras. Fue entonces cuando nos empezó a interesar más el accesorio que el juguete.

En esa época empezamos a exagerar la emoción que sentíamos. Los hinchas, que hasta entonces caricaturizábamos pequeñas guerras ficticias, olvidamos que actuábamos en chiste. Empezamos a llamarle «pasión» a nuestra simpatía por un club.

Y los cantos se volvieron literales. «Corrieron para acá / corrieron para allá / a todos esos putos los vamos a matar». A muchas empresas esto les pareció muy rentable y reforzaron la idea de «pasión». La pasión del encuentro. Todos unidos por una pasión. El juguete se había vuelto tan importante como la vida. Era, incluso, un resumen de la vida.

Entonces, una tarde, dejamos de alentar a los jugadores y empezamos a ser hinchas de nuestra propia pasión. «Pasan los años / pasan los jugadores / la hinchada está presente / no para de alentar».

Mientras en el pasto ocurría el juego, las tribunas se felicitaban a ellas mismas, y creímos sensato fundar periódicos, emisoras de radio y canales de televisión que informaran durante las veinticuatro horas sobre el juego, aunque el juego solo ocurriera una vez por semana. No nos pareció excesivo. Porque de martes a sábados queríamos saber sobre las hinchadas, sobre los barrabravas y sobre las pasiones.

Los periódicos le daban la misma importancia, en la portada, a un conflicto entre hinchas que a la guerra de Medio Oriente. Y los barrabravas empezaron a tener nombre y apellido en la prensa. Les sacaban fotografías, se hablaba de ellos en las tertulias. Cuanto mayor era su salvajismo, más grande su fama y su titular.

Los relatores del juego, que al inicio solo decían los nombres de los jugadores por la radio, también empezaron a fingir emoción exagerada en el relato. Durante los partidos gritaban los goles durante cincuenta segundos en el micrófono, como poseídos, como si no hubiera nada más importante en el universo, y después le pedían calma a las tribunas.

Nadie sabe cuándo fue, exactamente, que todo se fue al carajo. Nadie recuerda cuándo murió el primero de los nuestros, ni a manos de quién. Nadie sabe cómo algunos se hicieron dueños del juguete. Pero un día las tribunas se convirtieron en campos de batalla. Y la prensa no hablaba de la muerte de seres humanos, sino de la muerte de «hinchas de». Para alimentar la pasión.

Los jugadores que triunfaban en el extranjero ya no quisieron volver, y los dueños del juguete se llenaron los bolsillos sin mejorarle el mecanismo. Hoy, cuando vamos a ver jugar a los nuestros, ya no hay sombreros, ni rabonas, ni paredes. El pasto está alto y descuidado. Y pusieron una manga de plástico para que los jugadores puedan entrar a la cancha sin morir.

Teníamos un juguete. Era el más divertido del mundo. Todavía no sabemos si fue un accidente, pero rompimos el juguete en mil pedazos. Lo hicimos mierda.

Y lo más triste es que no sabemos jugar a otra cosa...

lunes, 5 de noviembre de 2018

DE ALFONSÍN A BOLSONARO (Cuando las termitas carcomen la democracia), de Horacio Verbitzky - 4/11/4/18

El martes 30 de octubre se cumplieron 35 años de la elección de Raúl Alfonsín. Dos días antes de ese aniversario, el electorado brasileño consagró al capitán del Ejército Jair Bolsonaro como nuevo Presidente de Brasil, el principal vecino y socio de la Argentina.
Alfonsín predicaba que con la democracia se come, se cura y se educa, cosa que le costó demostrar durante su accidentada gestión, y promovió el enjuiciamiento de los militares responsables de crímenes de lesa humanidad.
Bolsonaro postula que sus opositores se pudrirán en la cárcel y reivindica no sólo el gobierno militar sino también la tortura a los detenidos políticos, aunque confiesa que hubiera preferido que los mataran.
La coincidencia de las fechas traza un arco significativo sobre el itinerario de la democracia en la región, que puede analizarse en distintas etapas.
En el medio queda el actual Presidente Maurizio Macri, quien se congratuló por la elección de Bolsonaro y conmemoró con un acto en la Casa Rosada el aniversario de Alfonsín.

Vías paralelas


Desde el siglo XVI Brasil y la Argentina han evolucionado por vías paralelas y reflejado las tensiones del contexto internacional. Fueron simultáneas las colonizaciones portuguesa y española de estos territorios incorporados en forma violenta al mercado mundial.
También los gobiernos nacionalistas populares de Getulio Vargas y de Juan Perón en los años ’50 del siglo XX, las respectivas dictaduras en las décadas de 1960 y 1970 y las consiguientes salidas democráticas en la de 1980, los experimentos neoliberales de los años ’90, la resurrección populista en el siglo XXI y la restauración conservadora actual.
Es tan importante reparar en las llamativas similitudes como ahondar en las diferencias notorias entre ambos procesos.

Desde la bula papal que en 1493 dividió las posesiones americanas de Portugal y España, Brasil y la Argentina rivalizaron política y económicamente y se tuvieron como respectiva hipótesis de conflicto militar, hasta que en 1979 se firmó el acuerdo de aprovechamiento hidroeléctrico compartido, que inauguró una nueva época. La mayor distancia entre ambos se produjo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Brasil aportó un contingente militar a los Aliados y la Argentina defendió mientras pudo la neutralidad. La mayor proximidad, durante las simultáneas presidencias de Lula y los Kirchner, que coordinaron políticas como nunca antes, tanto regionales como globales.

Raúl Alfonsín prometió investigar y castigar los crímenes de la dictadura y lo primero que hizo al asumir la presidencia, en diciembre de 1983, fue crear una comisión de la verdad, pionera en el mundo, prolegómeno del también único juicio a las primeras tres juntas militares. En Brasil, la elección indirecta consagró un año después una fórmula integrada por el líder populista Tancredo Neves, quien había sido ministro tanto de Vargas como de Joao Goulart y por el conservador nordestino José Sarney. Neves murió antes de asumir. Ni hablar de investigaciones sobre los militares.

Alfonsín y Sarney crearon el Mercosur, a Bolsonaro le gustaría sepultarlo, o al menos reducirlo a un acuerdo de libre comercio sin unión aduanera, como intentó Domingo Cavallo durante la presidencia de Carlos Menem, mientras Fernando Henrique Cardozo gobernaba en Brasil con un programa similar.

¿Puede ser?


La pregunta que sobrevuela la escena política es si en la Argentina también es posible un Bolsonaro, quien forma parte de una tendencia que incluye, entre otros, a Trump en Estados Unidos, Salvini en Italia, Orbán en Hungría, Morawiecki en Polonia, Kurz en Austria y Duterte en Filipinas. Es decir, un fenómeno mundial, que también expresan el Frente Nacional en Francia, los promotores del Brexit británico como Nigel Farage y el movimiento neonazi alemán. Francia pudo resistir esa oleada apelando a una tradición nacional. Cada vez que un candidato antisistema o de ultraderecha se acercó al poder, liberales y socialistas se aliaron para cerrarle el paso, como explica Zeev Sternhell en su libro La droite revolutionnaire, les origines françaises du fascisme. Ocurrió por primera vez en 1888, cuando el ministro de Guerra, general Georges Boulanger, avanzaba con estentóreas denuncias contra la corrupción. Los socialistas franceses se dividieron entre posibilistas que se aliaron con el centro liberal para defender las libertades burguesas, y revolucionarios, que vieron en la adhesión a Boulanger “el malestar contra una República que era sólo la República de los capitalistas” y decidieron circunscribirse a la lucha de clases. Algo similar ocurrió en 2002 contra la amenaza del paracaidista de la guerra de Argelia Jean Marie Le-Pen, vencido en el balotaje por el gaullista Jacques Chirac, y el año pasado contra su hija Marine, derrotada por el liberal Emmanuel Macron. Hay allí una lección a descifrar. La única vez que Francia tuvo un gobierno de extrema derecha fue bajo la ocupación alemana.

Quien intenta dar cohesión a esta nueva internacional autoritaria es Steve Bannon, ex oficial de la marina, ex banquero y uno de los creadores de Cambridge Analytica, que asesoró a Trump, Orban y Bolsonaro en sus respectivas campañas, basadas en la segmentación de públicos que permite el big data y la difusión de noticias falsas al gusto de cada uno. En un reportaje al diario pinochetista de Chile El Mercurio,

http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=516711
Bannon dice que la suya es la cruzada revolucionaria de un capitalismo popular. “El mundo se verá obligado a elegir entre dos formas de populismo: el de derecha o el de izquierda. El centro está desapareciendo, eso es un hecho. Entonces, si vas a tener que acomodar tu filosofía de inversiones al hecho de que hay que preocuparse de las personas comunes y corrientes, parece evidente qué camino se debe seguir. De lo contrario tendrás a Jeremy Corbyn, Bernie Sanders, a los Chávez, Allende y Castros de este mundo y ya hemos visto lo que hace el populismo de izquierda”. Bannon rechaza las acusaciones de fascismo, “pues este último supone la adoración del Estado y su fusión con los intereses económicos. Nosotros somos los antifascistas que buscan deconstruir el Estado administrativo. Además somos individualistas”. Es la misma fantasía que llevó a los publicistas oficiales a presentar a Macri como progresista.

El éxito de Bolsonaro hace brillar los ojos de Miguel Pichetto y Patricia Bullrich, que profundizan su discurso antiderechos, además de algunos marginales como el diputado amarillo Alfredo Olmedo, más conocido por sembrar soja en las banquinas públicas, reducir trabajadores a la esclavitud, y pelearse a los golpes con su esposa y su hija frente al hotel alojamiento donde lo encontraron con otra mujer.
Único legislador que votó en contra de la ley interpretativa que excluyó del 2×1 a los delitos de lesa humanidad, un meme del documentalista y director estadounidense Robert Weide, recopilador de situaciones bizarras, lo muestra bautizado en una iglesia evangélica, con tan mala suerte que el palco se hundió con todos los asistentes.

Bullrich volvió a defender al policía Luis Chocobar, que mató por la espalda a un hombre que huía armado con el cuchillo que había usado para atacar y robar a un turista estadounidense, y dijo que cada argentino era libre de andar armado si lo deseaba, lo cual es tan falso como desatinado. El pronunciamiento más original y sorprendente provino de vicepresidente de la UCR, Federico Storani, quien dijo que en la Argentina “no viene un Bolsonaro porque ya tenemos uno”. Ante el asombro de los asistentes aclaró que “Bolsonaro es fascista pero el programa económico de su ministro de economía no es demasiado diferente de lo que se está aplicando en nuestro país, por ejemplo con algunas empresas de energía”. Esta es una distinción profunda que no debe olvidarse, como bien explica en esta edición Ricardo Aronskind.
Storani se quejó sobre las decisiones del gobierno, ya sean políticas (“seguir planteando la grieta es criminal”; “apostar a la polarización es un gravísimo error”, hay que “unir, tender puentes, no dinamitarlos”) o económicas (FMI, reforma previsional, energía, obra pública). Pese a que la gestión política le parece improvisada y soberbia y la situación social crea condiciones muy difíciles que “por ahora no se notan por el blindaje mediático”, dijo que “no nos da el cuero para romper con Cambiemos”. Propuso construir una alternativa de “cierta independencia”, participar en las PASO y hacer valer “el desarrollo territorial y la fuerza parlamentaria de la UCR”.

El primer viaje

A la toma de distancia del futuro superministro económico de Bolsonaro, Pablo Guedes, sobre la Argentina y el Mercosur, se sumó la ruptura con la tradición de que el primer viaje de un Presidente del Brasil sea a la Argentina. Macri cumplió con esa norma, al viajar a Brasil en cuanto fue electo. Lo que omitió decir es que aquel fue un viaje de negocios, para pedirle a Dilma Rousseff que autorizara al Banco Nacional de Desarrollo a financiar la obra de soterramiento del Ferrocarril Sarmiento, donde las empresas familiares de Macri son socias de Odebrecht. No lo consiguió y Macri firmó un decreto de necesidad y urgencia por el cual el Estado argentino se hizo cargo de la inversión que, según los pliegos de la licitación, debía conseguir el contratista. Es decir, él mismo. Difícil mayor confusión entre público y privado.

La conveniencia de Macri es doble. Si Bolsonaro cortara la declinación económica, favorecería la colocación de productos argentinos, en el año recesivo año electoral de 2019. Si el ex paracaidista mantuviera su retórica homofóbica, racista, antifeminista y de confrontación con los movimientos políticos y sociales que no se alineen con su gobierno, Macri parecería por contraste un tibio socialdemócrata, porque Bolsonaro dice lo que piensa y Macri ha hecho un arte del encubrimiento y la hipocresía. De hecho, en la última movilización convocada por las iglesias cristianas (tanto católica como evangélicas) en contra de la ley de Educación Sexual Integral, una pancarta que se viralizó en internet recurrió a imágenes de Macr
i y de su ministro de ambiente Sergio Bergman para afirmar que, con PRO, la Argentina es “más masónica y sionista que nunca”.

Sin embargo, mientras Bolsonaro anunció que seguirá los pasos de Trump y mudará su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, la cancillería argentina dejó saber que no hará lo mismo. En círculos próximos al gobierno también se afirma que el obstáculo de Macr
i para hacerse la señal de la cruz no responde a una dificultad de aprendizaje, sino a la condición de masón, compartida por buena parte de su gabinete. Este elemento también debe tenerse en cuenta a la hora de descifrar el encono vaticano con la administración de Cambiemos.

El fenómeno de los pastores electrónicos merece ser observado con atención. En Brasil poseen la segunda cadena más importante de televisión, han formado una bancada significativa en el Congreso y difundido un documento programático, en el que mezclan neoliberalismo económico con anticomunismo ramplón. En la Argentina hace tiempo se conoce su penetración en las cárceles, con el beneplácito de los servicios penitenciarios porque contribuyen a la gobernabilidad de las unidades. Pero en estos días se han difundido videos inquietantes. Uno afirma que Macr
i es un enviado de dios para combatir a Cristina, que es el demonio y se baña con sangre. Otro, filmado en 2015 en el templo de la iglesia universal del reino de Dios de Corrientes y Acuña de Figueroa, presenta la arenga en portuñol dirigida a una guardia de jóvenes guerreros del altar, que se acercan taloneando en formación castrense con remeras verde oliva. La misma preparación para la guerra santa se realiza en Brasil, Perú y Colombia. El altar está cubierto con la bandera de la Fuerza Joven Universal.

El impacto de la represión

Una de las diferencias fundamentales entre Brasil y la Argentina es el impacto de los crímenes de las respectivas dictaduras militares. En 1980, la Argentina tenía 28 millones de habitantes. La dictadura desapareció o asesinó en siete años a no menos de 15.000 personas, que podrían llegar al doble. El mismo año, Brasil tenía 119 millones de habitantes, entre quienes la Comisión de Muertos y Desaparecidos Políticos estimó que la dictadura provocó en dos décadas 376 víctimas fatales, 136 de ellas desaparecidas. El impacto proporcional fue así entre 170 y 340 veces menor, y diluido en un lapso casi tres veces más extenso. El empeñoso movimiento brasileño por los derechos humanos alega que además hubo 308.000 víctimas de la tortura y miles de campesinos e indígenas masacrados, lo cual redujo el efecto social de sus asesinatos. El grueso de las desapariciones se produjo en Araguaia, plena selva amazónica, entre estudiantes de clase media llegados desde San Pablo y otros lugares del país para instalar un foco guerrillero rural.

Los militares brasileños pusieron a su economía en una senda hacia el desarrollo y una muy gradual inclusión social mientras sus camaradas argentinos destruyeron la avanzada industria preexistente, desgarraron el homogéneo tejido social y terminaron derrotados en una guerra con Gran Bretaña y los Estados Unidos. En Brasil, el vicepresidente electo es un general recién retirado del Ejército, y tal como en Estados Unidos habrá varios más en los equipos de gobierno de Bolsonaro, sobre el que se arrogan derecho de tutela, en el mismo sentido que lo hizo el general argentino Juan Carlos Onganía en su discurso de West Point hace medio siglo. En la Argentina, en cambio, eso es historia vieja. Las Fuerzas Armadas están subordinadas al poder político e incluso tienden a moderar los arranques represivos del gobierno, al que recriminan no haber puesto fin a los juicios ni al deterioro presupuestario, que Macrì y su ministro de Defensa Oscar Aguad sólo curan con palabras comprensivas. Según los datos difundidos el 26 de septiembre por la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad del Ministerio Público Fiscal, como resultado de 209 sentencias pronunciadas desde 2006, hay 862 condenados, 122 absueltos y más de la mitad de los detenidos están en arresto domiciliario (641 sobre 1004). Si este es el stock, también es importante el flujo: sobre un total de 575 causas, 209 han sido sentenciadas (36%), 254 están en instrucción (44%), 94 han sido elevadas a juicio (17%) y 18 se están juzgando en este momento (3%).

Una de ellas está próxima a concluir. El martes 12, Eli Gómez Alcorta y otros abogados leerán el alegato en el que pedirán la condena del general Santiago Omar Riveros y de los ex ejecutivos de Ford Motors, Pedro Müller y Héctor Francisco Sibilla, por el secuestro y torturas a 37 trabajadores en la planta automotriz de Pacheco, la mayoría de ellos delegados gremiales. Aparte de los testimonios de trabajadores y directivos de la empresa, el tribunal pudo interrogar sobre el contexto político y económico al economista e historiador Eduardo Basualdo, a la historiadora del movimiento obrero Victoria Basualdo y al sociólogo Federico Vocos. También quedó incorporado al expediente el informe Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el Terrorismo de Estado, producto de un trabajo interdisciplinario terminado en diciembre de 2015 por dos docenas de investigadores del Ministerio de Justicia, de la Secretaría de Derechos Humanos, de FLACSO y del CELS.
Eduardo Basualdo, ilustración de José Eliezer

Pese a los deseos inocultables del gobierno de Macr
i (que no puso en funcionamiento la comisión bicameral investigadora creada hace tres años por ley), y de la buena disposición de su delegado en la Corte Suprema de Justicia, Carlos Fernando 2 × 1 Rosenkrantz, los juicios continúan e incluso se extienden a los responsables empresariales. Müller y Sibilla tienen 84 y 91 años, pero el valor simbólico de su enjuiciamiento trasciende largamente de sus personas. Esta es una de las explicaciones, no la única, de por qué Bolsonaro surgió en Brasil y no en la Argentina.

Lula recién proyectó crear una comisión de la verdad sobre el final de su segundo mandato, pero bajo presión castrense aceptó ablandar el proyecto y el Supremo Tribunal Federal Brasileño ratificó por 7 a 2 la vigencia de la ley de amnistía. En noviembre de 2010, la Corte Interamericana declaró por unanimidad que la ley de amnistía es incompatible con la Convención Americana, carece de efectos jurídicos y no puede obstaculizar la investigación, ni la identificación y el castigo de los responsables. Esta resolución es gemela de otras adoptadas para casos de la Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Perú. Pero los militares no permitieron que tuviera consecuencias penales y no hubo militancia suficiente para impedirlo. Dilma pudo sancionar una Ley de Acceso a la Información que redujo el plazo de reserva de documentos que Fernando Henrique Cardoso había llevado a 50 años bajo presión castrense, y dio libre acceso a todos los materiales reunidos en el Archivo Nacional. Al mismo tiempo creó una Comisión de la Verdad, para que investigara todos los crímenes de la dictadura. Pero no más.

Lo que no hizo Dilma

Su campaña electoral en 2015 fue similar a la de Daniel Scioli para el balotaje con Macr
i: una denuncia clara y precisa sobre todo lo que perdería el pueblo de imponerse el candidato de la derecha patronal. Aquellas advertencias que el macrismo y sus turiferarios motejaron como campaña del miedo, se quedaron cortas. La devastación económica y social provocada en tres años, supera todo lo que podía imaginarse en aquel momento. Dilma en cuanto obtuvo su segundo mandato hizo todo lo que había denunciado como parte del proyecto neoliberal de Aecio Neves, el nieto de Tancredo que la enfrentó en las urnas, comenzando por la designación como ministro de finanzas del banquero Joaquim Levy, actual director general y financiero del Grupo Banco Mundial. La Presidente también puso distancia con Lula. Durante una visita a Buenos Aires a fines de 2015, el asesor presidencial de ambos, Marco Aurelio García, comentó en privado que Dilma no le atendía el teléfono a Lula y que, en su opinión, la Presidente no tenía recuperación posible. La economía está mejor que en la Argentina, pero la situación política es irremediable, dijo. Dilma tenía la aprobación de apenas el 9% de los brasileños. La decepción en las bases del PT abrió el espacio para la tarea de demolición de su gobierno, que culminó con su destitución en agosto de 2016 a pesar de que fue la primera gobernante que sancionó leyes contra la corrupción y que ni los acusadores sostuvieron que hubiera cometido algún delito, sólo reasignar partidas del presupuesto, como hacen todos los administradores del mundo. El objetivo no era ella sino Lula, quien fue detenido en abril por el juez Sergio Moro, asistente a los cursos de formación del gobierno de Estados Unidos, a quien Bolsonaro designó ahora como ministro de Justicia. En ediciones anteriores hemos publicado estudios críticos de su sentencia, por los profesores Luigi Ferrajoli y Julio Maier. Igual que en los procesos paralelos argentinos, se violaron derechos y garantías para llegar a una condena, que quitó a Lula de la carrera electoral, sin pruebas corroboradas de que hubiera adquirido o le hubieran regalado un departamento. Esta fue otra precondición para la victoria de Bolsonaro, que no hubiera ocurrido contra Lula.

Cuando recibió la orden de presentarse detenido, Lula evaluó con sus compañeros del sindicato metalúrgico la posibilidad de resistirla. Pero la movilización en torno de la sede histórica no tenía una envergadura disuasiva.

Si eso pasa en la Argentina, dan vuelta Buenos Aires”, comentó el ex Presidente uruguayo José Mujica. Amen.
Antes y después de las leyes y de las decisiones políticas y judiciales, la clave reside en la extensión y la profundidad del reclamo y en la movilización social que lo respalda.

Zonas marrones y gangrena democrática

Este mes se cumplen 25 años de la publicación del trabajo del gran politólogo argentino Guillermo O’Donnell Estado, democratización y ciudadanía, que introduce los conceptos de democracia delegativa, ciudadanía de baja intensidad, regiones neofeudalizadas y zonas marrones.
La democracia delegativa tiende a despolitizar la población – “excepto durante los breves momentos en los cuales demanda su apoyo plebiscitario”. La ciudadanía de baja intensidad se caracteriza por la escasa vigencia de la legalidad estatal. Se respetan los derechos democráticos, pero se viola en forma sistemática el componente liberal de la democracia. Esto se corresponde con “varias formas de discriminación y de pobreza extendida, así como su contraparte, la disparidad extrema en la distribución de los recursos, no sólo económicos”.

Las zonas marrones son aquellas donde falta la dimensión pública, legítima, del poder. En los países con extensas áreas marrones las democracias se basan en un Estado esquizofrénico, que “combina en forma compleja características democráticas y autoritarias”.
En la Argentina la extensión del marrón sería menor que en Brasil, “pero si tuviéramos una serie cronológica de mapas veríamos que esas secciones marrones han crecido en los últimos tiempos”.

En octubre de 2000, durante un reportaje que le hice, O’Donnell concluyó que “las democracias no sólo sufren muertes rápidas, como un terremoto. También pueden sufrir, y más insidiosamente, una muerte lenta, como una casa carcomida por las termitas. Nuestra clase política se está portando como un caso de manual para la muerte lenta. Esto es particularmente grave, ya que han quedado en pie tantos y tan poderosos reductos autoritarios. Advierto una suerte de conformismo, tanto en quienes están satisfechos con esta democracia truncada como en sus críticos, como si dieran por sentado que al menos seguiremos teniendo esta pobre democracia. Esta es una estupidez digna de María Antonieta, e ignora que no hay punto de equilibrio para esto que tenemos”.

Faltaba poco más de un año para la gran crisis.
Luego de un paréntesis de doce años en el que se reconstruyó la casa, vuelve a oírse el ruido de las termitas.
Viene de Brasil, pero se acerca.

viernes, 2 de noviembre de 2018

LA TIERRA DE NADIE, de Arturo Pérez Reverte - 22/10/18

Ocurrió en 1938, en plena Guerra civil.
El abuelete que me contó la historia murió hace once años. Digamos, por decir algo, que se llamaba Juan Arascués.
Era bueno contando: breve, conciso, seco, sin adornos.
Un hombre honrado con poca imaginación, pero que sabía mirar. Y recordar.
Era uno de esos aragoneses pequeños y duros, de montaña y pueblo. Era de Sabiñánigo, o de un pueblo de allí cerca, donde el viento y el frío cortaban el resuello.
Había trabajado desde los doce años en el campo, con sus hermanos, más tarde en una fábrica de Barcelona, y luego había vuelto al campo.
Cuando estrechaba tu mano, te raspaba. Tenía las palmas tan encallecidas que podía tener en ellas, decía riéndose, un trozo de carbón encendido sin que le doliera.

Yo preparaba una novela que luego no escribí, y charlé con él varias veces. Y un día, al hilo de no sé qué, salió el asunto: la Guerra Civil.
La había hecho muy joven, con los nacionales; porque, dijo, fueron los primeros que llegaron a su pueblo.
«Si no hubieran sido ésos - contaba -, habrían sido los otros, como le pasó a mi hermano mayor».
El hermano, en efecto, estaba en Barbastro, o en Monzón, un sitio de por allí, y fue reclutado por los republicanos sin que se volviera a saber de él.
A Juan le dieron un máuser y una manta y lo mandaron al frente. Primero combatió a lo largo de la línea de ferrocarril de Belchite y luego en un sitio llamado Leciñena, del que se acordaba muy bien porque su compañía perdió mucha gente y él se llevó un rebote de bala en un muslo que se le infectó y lo tuvo tres semanas viviendo como un cura - fueron sus palabras exactas - en la retaguardia.
Acabó en las trincheras de Huesca, donde apenas llegado cumplió diecinueve años.
El frente se había estabilizado por esa parte, la ciudad se mantenía en manos de los nacionales, y los fuertes ataques republicanos para intentar aislarla, muy duros al principio, fueron reduciéndose en intensidad.
Juan recordaba un ataque de las brigadas internacionales; un duro combate tras el que se fusiló a varios prisioneros rojos «porque eran extranjeros y nadie les había dado vela en nuestro entierro».
Después de eso, su sector se mantuvo estable hasta casi el final de la guerra. Era una guerra de posiciones, de trincheras, con el enemigo tan cerca que los contendientes podían hablarse.
En los ratos de calma, que no eran pocos, se gritaban insultos, se leían los periódicos de uno y otro lado, y a veces, con altavoces, ponían música, cantaban jotas, coplas y cosas así. También intercambiaban noticias de sus respectivos pueblos, pues a cada lado había soldados que eran paisanos y hasta vecinos.
Más de una vez, contaba Juan, dejaron, en un sitio determinado de la tierra de nadie, tabaco, librillos de papel de fumar y latas de conservas que se pasaban entre ellos.

Una mañana, apoyado en los sacos terreros con la culata del fusil en la cara, Juan oyó preguntar desde el otro lado si había allí alguien de su pueblo. Gritó que sí y preguntaron el nombre. Lo dijo, hubo un silencio y al cabo una voz emocionada respondió: 
«Juanito, soy Pepe, tu hermano».
Entre lágrimas, y también entre el silencio respetuoso de los compañeros, los dos cambiaron noticias de ellos y de la familia. Los soldados lo miraban incómodos, contaba. Como avergonzados de estar allí con fusiles.
Al día siguiente, tras pensarlo toda la noche, Juan fue en compañía de un sargento a ver a su capitán y le pidió permiso para ver al hermano. Excepto algún paqueo de rutina, el frente estaba tranquilo.
Ya se habían encontrado otras veces rojos y nacionales en la tierra de nadie. Sólo pedía diez minutos. 
«Júrame que no vas a pasarte», le dijo el jefe.
Y Juan sacó la crucecita de plata que llevaba en el pecho y la besó.
«Se lo juro por esto, mi capitán».

Se vieron dos días más tarde, tras ponerse de acuerdo de trinchera a trinchera. Juan salió de la suya con los brazos en alto. Nadie disparó. Anduvo unos treinta metros y, junto al muro derruido de una casa, llorando a lágrima viva, se abrazó con su hermano.
Hablaron durante diez minutos, fumaron juntos y volvieron a llorar al despedirse. Tardarían siete años en volver a verse. Y cuando Juan regresó a su trinchera, los compañeros sonreían y le daban palmaditas en la espalda.
Aquel día, nadie disparó ni un solo tiro.
«Era buena gente», me contaba Juan, entornados por el humo de un cigarrillo los ojos que se humedecían al recordar. 
«Los de uno y otro lado, hablo en serio. Estaban allí con sus fusiles en una y otra trinchera, brutos como ellos solos, sucios, egoístas, crueles como te hace la guerra… Pero de verdad eran buenos hombres».

UNA CONVERSACIÓN, de Arturo Pérez Reverte - 15/10/18

Desde la ventana, más allá de palmeras y buganvillas, podía verse la bahía des Anges y la ciudad de Niza. Esos días me daban un premio imposible de rechazar, pues lo habían tenido Lawrence Durrell, Oriana Fallaci y Patrick Leigh Fermor. Así que me sentía satisfecho de estar allí, con algunos amigos que venían desde París.
Los organizadores me alojaban en una hermosa residencia en la carretera de Villefranche.
Esa noche había cena medio formal, y tras una mañana de entrevistas y conversaciones me había tumbado a dormir un rato. Ahora estaba despierto, y tras una ducha me puse una camisa blanca sin corbata, un traje gris oscuro y unos zapatos negros. Pasarían a buscarme en una hora, y anochecía.
Decidí bajar a esperar en la terraza, que era muy agradable. Y al llegar al pie de las escaleras, la vi otra vez a ella.

Era la sexagenaria - casi septuagenaria, creo - más guapa que he visto en mi vida.
Imaginen a Romy Schneider más alta y elegante, habiendo sobrevivido razonablemente a los estragos de la vida.
Tenía unos ojos claros que las minúsculas arrugas en torno embellecían, y llevaba el cabello recogido tras la nuca, descubriendo el cuello con un sencillo collar de perlas.
Vestía de negro, bolero y pantalones holgados sobre zapatos de tacón alto. Era la encargada de gestionar la residencia, una especie de directora. La casa había pertenecido a su marido y ahora era de no sé qué entidad.
Viuda desde hacía años, la habían puesto al frente. Se encargaba de que todo estuviera en orden y de recibir a los visitantes.

El día anterior me había recibido a mí. Era el único huésped.
Cuando llegué esperaba en la puerta, correcta y educadísima, y me había enseñado la residencia antes de ir a la escalera que conducía a mi habitación.
Para los que fuimos criados en otro tiempo, hay dos maneras deliberadas de subir escaleras estrechas con una mujer.
En Francia el hombre suele ir delante, por no tener a la vista lo que podría ser incorrecto tener.
En España el hombre suele ir detrás, por si la señora tropieza en los peldaños.
Por eso al llegar a la escalera me detuve instintivamente, y ella lo hizo también. Nos miramos indecisos; y entonces, con una sonrisa que habría fundido el hielo de todas las cocteleras de la Costa Azul, con toda la coquetería depurada en una larga vida de elegancia y belleza, subió delante de mí, permitiéndome admirar un espectáculo que, pese a su edad, seguía siendo fascinante.

Cuando bajé era de noche y ella estaba al pie de la escalera, puntillosa y cortés. Dije que esperaría el automóvil en la terraza, y se ofreció a hacerme compañía mientras tanto.
Vagamente incómodo le rogué que no se molestara por mí, que esperaría solo; pero se empeñó en sentarse a mi lado.
Me intimidaba un poco, tan mayor y tan bella. Tan atractiva. Habló de la residencia, de su difunto marido, de su infancia cerca de allí, de Somerset Maugham, al que había conocido siendo jovencita.
Tenía una voz educada y dulce, muy francesa, y eso daba un encanto especial a la penumbra de la terraza, con los grillos cantando en el jardín.
Me ofreció un cigarrillo y fue la única vez que estuve a punto de fumar en veinte años.
Poco a poco fuimos hablando de cosas más personales y complejas. Dejé de estar intimidado.

En un momento determinado, al hilo de un comentario suyo, formulé la pregunta: 
«¿Qué pasa con la belleza?», quise saber.
No me refería en concreto a su belleza, que seguía siendo extrema, sino a la belleza en general.
Al patrimonio exclusivo de cierta edad ya remota, que seguía administrando con sabio esmero.
Dije sólo eso, porque realmente me interesaba la respuesta y porque un novelista es un cazador de respuestas, y ella se quedó callada un instante y la brasa de su cigarrillo brilló dos veces antes de que respondiera.
«Sólo hay una forma de soportar la demolición - dijo al fin -. Recordar lo que has sido y guardar las formas de acuerdo con tu memoria y con tu edad. No declararte nunca vencida ante el espejo, sino sonreírle, siempre desdeñosa. Siempre superior.»
Lo dijo y se quedó callada escuchando los sonidos de la noche.
«Supongo - comenté al cabo de un momento - que para eso son necesarios valor, inteligencia y mucho aplomo». Ella siguió fumando en silencio.
Mirábamos la luna sobre el mar, los reflejos de luces de Niza en la bahía.
Y entonces, un poco después, como si hubiera recordado de pronto mi pregunta olvidada, dijo:
«Se trata de no dejarse ir. De convertir las maneras en una regla moral».
Y encendió otro cigarrillo, iluminada por los faros del automóvil que venía a buscarme haciendo crujir la gravilla frente a la terraza.

lunes, 15 de octubre de 2018

EL ESPACIO INFINITO DE ADENTRO, Poema de León Rozitchner DEDICADO A SU HIJO ALEJANDRO. (en realidad, son dos poemas)

Mal de ojo

Miraba.
La mirada fija
en la escena temida

El televisor me miraba
con su ojo de vidrio
El televisor destellaba rayos asesinos
Y yo lo miraba para darme cuenta de que era cierto
lo que ya sabía
Mi mirada dolía
la suya me quemaba

No podía creer que era verdad
aunque me lo había contado
y yo le había dicho suavemente:
te pasaste del lado de los asesinos.
La última escena
miles la miraban
Mi hijo su cuerpo y su mirada juntos
con la de los asesinos

Mi hijo a su diestra
con afecto cálido y sonriente miraba al Conductor
a su nuevo padre adoptivo
putativo
sabiendo que yo lo estaría mirando
con mis ojos en sus ojos
esos mismos ojos que de niño miraban los míos

Sabía que su madre lo estaría mirando
Que sus amigos
Que todos los que lo querían lo estarían mirando
azorados
Que todos los asesinos lo estarían mirando
complacidos
Y él se mostraba enfático y simpático
Con Patti
Con los perdularios

Con las mujeres de los militares
que engendraban abortos
hendidas gozosas por vergas
que eyaculan sangre putrefacta.
Con la prostibularia señorita fina
que había formado el Comité de Defensa de los Asesinos
que defendían a los que habían aniquilado a mis amigos
que también hubieran matado a su padre.

Pero era implacable con la buena izquierda
que ponía la cara con tal de estar en la tele
junto al caradura que los invitaba
y al que aborrecían.

Qué le habría pasado a mi hijo que yo amo tanto
qué le habría pasado
me decía
Qué había pasado al hijo que su madre ama tanto
Qué le había pasado
le decía

Sólo sé que de pronto
un lloro incontenible convulsivo
nubló mis ojos.
Un torrente de lava incandescente inesperada
arrasando todo
ascendía
desde ese lago cálido de afecto
que lo acogió y lo amó
desde que había nacido

El desgarro penetró con la mirada
para clavar el aguijón y el acero del espanto
hasta lo más hondo que estalló de pronto
Y el dolor me arrasó los ojos con lágrimas de fuego
desbordadas
y me calcinó el ojo
Me asesinó el ojo
La carne vítrea y sutil del ojo derecho
se hizo astillas

Añicos se hizo
por lo que había visto
Y una llaga viva se abrió
para no cerrarse
llaga viva que quema como agua viva marina
humor acuoso doloroso

Ya no veo como antes
pese a que el oculista me dijo:
Qué extraño, no hay nada que lo explique,
Nunca vi nada semejante
Que un ojo sano de pronto
haga una úlcera
eso no figura en los libros de Oftalmología

Que raro
es el ojo humano.
Ahora
tengo cataratas en el corazón
no siento nada.


Mal au coeur

Me operé las cataratas de los ojos
Quizás sean las del corazón
las que deba operarme
Debo hacerme cirujano de mí mismo
para volver a sentir a mi hijo
más abajo todavía
de lo que veía antes
sin comprender nada.

El corazón, ahora sí lo entiendo,
tiene sus amores que el ojo no entiende
cuando espía, aterrado, los espacios infinitos
del cosmos interno
para los cuales estuvo ciego antes
tan distinto a los espacios celestes de afuera
que a Pascal lo aterraban.

Pasar por la prueba del ciego Tiresias
para ver más lejos
esa penumbra solitaria
donde todo resplandece
de una luminosidad más sabia
esa que antes se llamaba
la sabiduría del alma.

El corazón tiene

una anatomía extraña
que tampoco coincide

con los libros de Cardiología

Debo hendir el escalpelo
de sangre hecha cristales
como espinas agudas
esas que defienden
el rosal del querer
de una canción antigua.

Debo clavarlas
más abajo todavía
hasta que aparezca
lo que más duele
el lugar inaudito e inescrito
de mis propias trampas.

Hasta encontrar en el mío
el corazón de su madre
con quien lo había gestado
allí donde ella sin juzgarlo lo ama.

Y el corazón de la mía
para volver a sentir su amorosa confianza
allí donde el suyo
sigue vivo y palpitando
confundido con el mío
y que me dijo
cuando me echaron del colegio
porque era mal alumno:
yo te querré siempre aunque seas una cucaracha.

¿Y si mi hijo se hace cucaracha
para defenderse
y defenderte?
¿y si mi hijo está solo en su combate
porque eligió hacerlo por “líneas interiores”
como táctica de guerra enamorada
después de haber vivido el horror del genocidio
cuando la izquierda
aceptó dar la vida
al grito de Perón o muerte
y así la recibieron
y se la dieron a veces a sí mismos
pese a sentir, como Paco Urondo decía,
que la vida era lo más valioso que tenemos?

¿No será la suya una nueva táctica guerrera
para corroer al enemigo implacable
residir adentro de sus propias entrañas
las entrañas del monstruo
allí donde Martí
residió sin comprender que la vida amenazada
implica no poner el pecho a una muerte anunciada?

Residir en las entrañas del monstruo es eso:
residir en las entrañas del monstruo
como él lo está haciendo
simplemente.

¿Y si el suyo fuese un duelo sabio y solitario
estrategia implacable
del solo,
irremediablemente solo,
que por serlo debe correr el riesgo
de que su padre
o quizás hasta su madre,
y sus amigos
dejen de quererlo?

¿Y si para lograrlo tuvo que hacerse

un lugar entre los enemigos
para metamorfosear tu apellido
que es también el suyo
y convertir en apellido bueno al apellido malo
y salvarte la vida al mismo tiempo que pierde la suya
mientras sigue vivo?

¿Y si la amenaza la sintió tan profunda siendo tan niño
cuando tuvo que viajar a Caracas a vivir conmigo
y tuvo que cargar con el peligro
la desazón
el miedo
el terror
por la vida de sus padres
y la suya
cuando sólo tenía quince años
cuando al mundo en derrumbe pavoroso
lo invadió la noche tenebrosa de un infierno
de balas, torturas y sangre?

Vos, su padre, eras - y sos - un hombre
como se dice “de izquierda”
y no hay matices que salven
frente al horror cuando éste se desmadra
y barre y penetra hasta lo más hondo
de un sensible corazón
de niño
herida sin sosiego
incomprensible
de quienes no sentíamos lo que él sí sentía
por nosotros
y veía con su ojo y su corazón azorado
el terror desencadenado sobre el mundo
que le habíamos dado
que a vos también te metía miedo
y disimulabas
y te evadías del peligro por líneas exteriores
huyendo a Venezuela.

¿Cómo perdonarle a tus amigos
que también fueron suyos
que no advirtieran el peligro
y que los padres hicieran

oídos y vista sordos y ciegos
hacia sus propios hijos
esos hijos
como él era mío
que los amaban tanto
como él nos amaba
y creían en todo lo que sus padres decían?

Niños que también fueron aniquilados
por cumplir sus deseos oscuros e implacables
que los llevaron
hijos devotos
a asumir la muerte que el amor a sus padres pedía
en aras de la patria
patria indiferente
del Perón o muerte
estúpido y maligno
al que se habían rendido
creyendo también ser héroes
como heroica era la figura
del guerrillero heroico
que los desafiaba
para ver quien era
el más valiente.

¿No habrá conocido mi hijo acaso
porque eran muy cercanos
la ofrenda de esa hija enamorada
que desde lo alto de su casa asediada
ofreció su cuerpo
púber dolorosa
su pecho abierto
desafiante
a las balas inmisericordes de los asesinos
para salvar su honra
y ofrecerse como guerrillera heroica
para hacerse digna
del amor de su padre
que la estaría mirando
orgulloso
como yo ahora miro a mi hijo
defraudado
sin comprender nada?

¿No querría mi hijo acercarse
cuando vuelve a la Patria
a los hijos
huerfanitos
hermanitos
aterrados
confundidos
en una sociedad acobardada
indiferente
y por eso les enseñaba
una “filosofía para niños”?

¿No quería al escribir para los escolares
“Saquen una hoja”
como dicen siempre las buenas maestras
pero él para enseñarles
que saquen otra diferente
y escriban, pese a todo, lo que más les cante?

Todo tan distante e incomprensible
para la izquierda dura y empecinada
quizás lo que mi hijo hace
sea lo más valiente
porque es invisible a los ojos
de los revolucionarios.

Un camino estrecho
que solamente él asume
solo,
irremediablemente solo,
como corresponde
en la soledad absoluta y solitaria
coherencia sin testigos
para ser coherente
incomprendido
repudiado
hasta por su propio padre.

Porque al fin de cuentas
me doy cuenta
lo he amado siempre
y lo seguiré amando siempre
como mi madre decía que me amaba.

Pero recién ahora también lo comprendo
y lo llamo por teléfono
en esta tarde espesa y calurosa
para decirle
así de pronto
y como si no pasara nada
que lo quiero mucho
y que nunca dejé
ni dejaré de amarlo.

Padre y Vida
contra él.
Patria o Muerte
ahora que él también es padre.



El filósofo León Rozitchner murió en 2011, cuatro años antes de que su hijo y también filosofo Alejandro Rozitchner fuera públicamente conocido como asesor del presidente Maurizio Macrì. Pero llegó a verlo como columnista de Mariano Grondona, luego de lo cual escribió este estremecedor poema, que quedó inédito hasta que la semana pasada se difundió en las redes sociales.
Sólo puedo decir que me consta su autenticidad. HV.

EL ANACORETA PERDIDO, de Horacio González - 14/10/18

La sutil respuesta de Horacio González al ataque brutal de Jorge Rulli

Por más que existe una exigencia moral de responder, lo hago con pena. Al cuestionamiento de Jorge Rulli del conjunto de la experiencia kirchnerista, por todos los recodos posibles de su compleja significación, no lo haré entrar en la historia de las cartas infamantes - puesto que lo son en cuanto a mí se dirige -, sino en la historia de los juicios más deplorables sobre la historia argentina contemporánea.
Y esta sí es una historia que comprende a cientos de miles de personas, un conjunto heterogéneo de varias generaciones de militantes que tienen derecho a un debate que sepa expulsar menos las pasiones que las deliberadas falacias.
En el escrito de Rulli abundan, mejor dicho lo constituyen. Pasaré por alto a las que mí se refieren, incluyendo las aviesas humoradas. En cambio quiero señalar de qué modo ha escrito un dictamen de ínfulas sacerdotales que forzando situaciones y tergiversando los siempre opacos hechos de la realidad, intenta lanzar un rayo fulminante sobre unas experiencias colectivas con todo lo que ellas tienen de humano, demasiado humano. Es decir, imaginativas, angustiantes y falibles.
Pero Rulli no, él es puro, su pureza reluce tanto más cuanto más se acerca a los personajes más ensombrecidos por el lenguaje de las fuerzas de choque de las derechas argentinas. De la actualidad estoy hablando.

Pero debo aclarar mejor a que me refiero, pues Rulli fue un ejemplo de la militancia peronista a pocos días de la caída de Perón en 1955, y las numerosas imágenes que de él recuerdo son las de un ídolo sufriente, a veces envuelto en un gran poncho profético, dirigiendo una porción de la juventud hacia un gran augurio. Torturado muy tempranamente, como anticipo de lo tanto peor que vendría después, desde su cuerpo herido supo emplear su reconocida capacidad narrativa para fijar e ilustrar a los militantes de esos años ’60 recién comenzados, qué es la resistencia, qué es el torturado, quién es el torturador y qué busca en las entrañas de un sujeto.

Ha pasado mucho tiempo. La historia nacional ha sumado muchas más capas sedimentadas de víctimas y victimarios, con sus relatos correspondientes, tanto jurídicos como existenciales. Son sucesivas adiciones que Rulli hace tiempo rechaza o por lo menos le disgusta reconocer, pues admite solo una clase de tormento. El que él ha sufrido. Para desprestigiar a todo lo que no se le parezca a su propia peripecia humana. A todo lo que tenga con la vida en general una relación abierta y sometida al libre escrutinio de los contemporáneos, los que van incorporando su ser desde la nada. Los que enfilan tras los que ya estaban con el corazón repleto de obligaciones, procurando un patriarca o un numen fundador. Vale la pena correr tras quienes indican el camino pero evitando el culto al “primer hombre”. No, este no existe, y quizás en la historia del peronismo, si me permito decirlo, todo lo que perdura es porque los que estamos en discusión somos los “últimos hombres”.
Los que no esperamos la llegada del superhombre.

Apenas nos permitimos acompañar y aceptar los nombres nuevos de una experiencia que, en primer lugar, molestó a las antiguas clases poseedoras y hereditarias de la imaginaria alcurnia clasista del país, incluidos sus grandes medios de comunicación, los que venían de antaño, como los nuevos que eran hijos de las mutaciones tecnológicas en las comunicaciones, y de su consiguiente conversión en corporaciones que orientaron el derrotero de la conciencia colectiva. Estos aparatos tecnológico-políticos actúan unidos a un procedimiento judicial que horada viejas formas de la justicia, que aun si eran imperfectas no habían sido capturadas todavía por las mismas técnicas de control de audiencias de los grandes emporios de la comunicación. Ahora están en plena acción no solo para destruir la memoria del kirchnerismo - a veces colocando, con riesgo de deformar la historia, un peronismo puro como contrapartida -, sino para desmontar toda la memoria de una época.

Ante el escrito de Rulli, si mi ánimo logra expulsar de mí las respuestas más enfáticas, solo recomendaría el extremo cuidado que es necesario para no ser tomados y masacrados por estas trituradoras de la historia y el lenguaje. 
Su asombroso encono ya que no su historia, lo lleva a adecuarse a esas máquinas de vulnerar aquello que él mismo alguna vez fue.
Muchos han aceptado todo esto por la comodidad que provee, a condición de expurgar todo indicio de que los dramas de la historia anterior nos siguen dirigiendo algunas preguntas al parecer tímidas, pero decisivas. Es difícil evitarlas, pero si alguien las carga para siempre en su memoria, es aconsejable expulsar una rabia extemporánea, pero grabada en mármol.
Rulli, ignoro por qué razones, se sitúa con su teoría de la vida beatificada por su propio autoenjuiciamiento envanecido, a quedar ante ese abismo. Como criatura de esos poderes terribles que en algún momento dijo querer remplazar por una forma de vida justa.

No hay ningún plan de destruir el peronismo con el marxismo que tanto lo asusta (justificación antigua de todo macartista) ni un juego de pinzas (vieja expresión de las derechas que fingen ser de centro) para desmerecer las luchas del peronismo. A las vicisitudes cambiantes de aquellas luchas internas y su cuota de violencia, se les debe entregar un juicio meditado, antes que la furia de los que pretenden cultivar una piedra filosofal de epifanía mancillada por los advenedizos.
Nunca fue así porque ninguna historia es así. A Rulli lo ayudan ahora los grandes medios, los jueces mediáticos y las formas más agrias que adquiere la política mundial, y hace un enlace escolar entre violentos del pasado que amenazan su pureza - que el numen extiende a todo el peronismo -, con la supuesta violencia de ahora, llamada corrupción.
El anacoreta lee todos los diarios y ve todos los programas de televisión. Piensa igual que ellos.

No, Jorge - permitime que cambie ahora al tono personal -, no es así. Nada es así.
Las unidades vitales que vos ves graníticamente unidas en un foco luminoso único, son en verdad los enlutados alientos que nos vienen de todos lados. Son limaduras de todo tipo. Con ellas intentamos amasar una vida nueva. Tu pureza de pedestal condenatoria hacia miles y miles de personas, está hecha con la masilla de tu contradicción incomprendida y la vida turbada. Nada menos aconsejable que considerarse, ante tribunales que nadie debería integrar, enjuiciadores de los que creés que vilipendiaron un paraíso perdido, nunca realmente existente.
Un pasado, si es de carácter fundador, vuelve, pero lo hace siempre con sus ilustres detritus. No precisa custodios del santuario. Y más cuando en esa zona que parece prometer salvación, pululan los personajes más aviesos de las nuevas derechas argentinas, sea cual sea el nombre que se pongan como revestimiento. Están a tu lado.
Hacés acusaciones sin pruebas. En esto hay pedagogos de época que confirman con vehemencia esta aciaga actitud de la que bien has aprendido. Y omitís la riqueza desencajada de toda historia en nombre de una obcecación unívoca. Nada tendría que observar a esto. Consta nuestro conocimiento mutuo. Atacar sin motivos, gozar con la gratuidad del escarnio creyéndome un justiciero. No lo hice antes, no lo haré ahora. Pero las formas de juicio basadas en el resentimiento - la gran fuerza motora que suele vestirse con el velo del monje o del juez - te llevan a desmerecer una historia que tiene de válido no solo sus hechos que están a la vista, sino algo más importante, aquello que ya la dispone a dar cuenta de sus convicciones y sus errores. Unos tan acentuados como los otros.
Somos muchos los que estamos debatiendo en estos términos. No corresponde entonces tu sumario dictamen amparado por unas guillotinas construidas en la puerta de cada una de las estaciones comunicacionales ante las que no tenés el cuidado de abstenerte de entrar.

Lamenté verte pronunciar el catálogo ilustrado de las palabrejas del fiscal, de un modo muy diferente a cómo se inició tu militancia.
A los que te festejan, nada les importa que tengas una posición competente y valerosa ante la sojización del país, a la que le ves culpables metafísicos, privándote de historizar un grave problema.
Pero lo que más les interesa de vos es que pronuncies la palabra que resuena en las paredes del templo haciendo temblar a los ansiosos de redención.
El salmo, la palabra corrupción.
Para deleite de los inquisidores. Pero los que la festejan miden su socarronería, quizás para que no te des cuenta qué contentos están cuando vos hablás.
Las más turbias derechas argentinas se frotan las manos, las injurias más antiguas ya las dicen otros por ellos.

lunes, 8 de octubre de 2018

EDUCAR PARA EL FRACASO, de Pier Paolo PASSOLINI

Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota.
En su gestión.

En la humanidad que de ella emana.

En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino donde se puede fallar y recomenzar sin que el valor y la dignidad sean mellados.

En no devenir en un codeador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar primero.

En este mundo de vencedores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente que cuenta, que ocupa el poder, que roba el presente y el futuro, a todos los neuróticos del éxito, de aparentar, de llegar a ser.

A la antropología del vencedor prefiero de lejos la del que pierde.

Es un ejercicio que me hace bien.

Y me reconcilia con mi poco sagrado.

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