Lo
publicaron así sus declaraciones por radio y televisión (“El socialismo - espetó en una de las emisiones del
programa Tiempo Nuevo, dirigido por Bernardo Neustadt, en Canal11 - es el régimen que menos contraría la moral
cristiana") lo sacaron del anonimato pronunciamientos tales como
el que barbotó cuando Arturo Illia fue elegido presidente de la Nación: - “Hoy
es un día triste para el país”, dijo Mugica el 12 de octubre de 1963 -,
una parte importante del pueblo argentino ha sido marginado de los comicios, y
será dirigido por un hombre a quien sólo votó el 18 por ciento de los
electores.
El fogoso
sacerdote reconoce que fue arduo el camino recorrido para que pudiera recalar,
finalmente, en esas posiciones, no extremas – defiende - sino coherentes con la
actual actitud de un grupo relevante de obispos de la Iglesia Católica.
Sin embargo, cuando usted eligió ser
sacerdote no enarbolaba las mismas banderas.
En efecto. Ingresé al seminario hace
18 años, en 1951, y vivía en esa época el catolicismo individualista, fiel al
slogan salva tu alma.
¿Qué significaba para usted ser
sacerdote?
Salvar mi alma, es decir: ir al Cielo,
buscar la felicidad, esa que está en Dios. Evidentemente era bastante egoísta
mi actitud, aunque también entonces cambió radicalmente mi vida, porque fue
cuando descubrí la alegría de vivir en Dios.
¿Quién es, qué es Dios?
Definitivamente, Dios no es una idea,
sino alguien. Dios es una persona que se entregó totalmente a mí y se dejó
matar por mí. Para mí Cristo es mi Señor, mi amigo, mi maestro, mi modelo de
vida. Su entrega tiene un valor especialísimo: Dios es un ser que en lugar de
servirse del hombre se pone al servicio del hombre, y por eso todo hombre que
da su vida por los otros sea un ateo, un marxista, o lo que fuere, ése, verdaderamente
se une a Cristo.
¿Quién consolidó en usted el cambio de
actitud que se atribuye?
Un sacerdote francés, el abate Pierre, de quien todavía recuerdo una frase
decisiva:
- Antes de hablarle de Dios a una
persona que no tiene techo es mejor conseguirle un techo. Es decir que
conseguirle techo a una persona ya es hablarle de Dios.
No nos olvidemos que Cristo curaba a los
enfermos, les daba de comer a los que tenían hambre y de beber a los que tenían
sed. Y no lo hacía agarrando al hombre por entero.
Antes de ingresar en el seminario yo tenía una visión maniquea de la
existencia.
El alma era buena y el cuerpo malo.
Eso viene de Platón, y se metió en la Iglesia con San Agustín; aún perdura esa
concepción, sobre todo en lo relativo al sexo.
Pero estamos viviendo un amplio proceso de liberación para desterrar esa
actitud individualista del seno de la Iglesia.
Antes, como muchos de mis compañeros que luego también evolucionaron, yo estaba
preocupado por la salvación de mi alma.
Luego empecé a preguntarme ¿por qué salvar mi alma y no mi cuerpo cuando esa
división no es, precisamente, una actitud cristiana?
En la Biblia no se habla nunca de alma y cuerpo; la Biblia es un libro muy
carnal, muy concreto, en el cual se define al hombre como polvo que respira.
¿Qué sucede entonces cuando muere un
hombre? Es decir, ¿no es su alma, según las concepciones cristianas, la que
asciende al Reino de los Cielos?
Insisto en la falsedad de esa concepción
dual. Ningún teólogo podrá decir nunca que, después de muerto el hombre, el
alma queda flotando en algún lugar.
Es una visión tonta, materialista, de la resurrección. No sabemos mucho al
respecto. Toda imagen que podamos tener después de la muerte de un hombre es
muy pobre.
Sabemos, sí, que vivirá para que después escucharan el sermón sino porque esa
es su manera de amar en Dios. Y suponemos que eso significa que va a estar
presente como persona en todos los seres.
Muchos cristianos siguen aferrados a esa concepción maniquea (alma: buena;
cuerpo: malo). Y aún más: persisten en adoptar la posición que usted calificó
de individualista.
¿A qué se debe?
Una visión distorsionada de la realidad.
El cristianismo es esencialmente comunitario.
No decimos padre mío sino padre nuestro.
Para entender claramente esto basta con acercarse al pueblo. Estar en contacto
directo con él.
Cuando yo estaba en el seminario iba a un conventillo de la calle Catamarca.
Allí viví algo muy especial, trascendente en mi evolución; precisamente en el
contacto con los hermanos míos del conventillo descubrí lo que ahora llamaría
el subconsciente de Buenos Aires.
El día que cayó Perón fui, como siempre, al conventillo, y encontré escrita en
la puerta esta frase:
Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas.
Mientras tanto, en el barrio Norte se habían lanzado a tocar todas las campanas
y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Eso revela la alienación en
que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la
realidad que yo tenía entonces, y también la Iglesia en la que militaba, aunque
ya por esa época muchos sacerdotes vivían en contacto directo con su pueblo.
¿Qué papel supone usted que jugó la
Iglesia en ese momento?
Pienso que entonces algunos sectores de
la Iglesia estaban identificados con la oligarquía.
No digo que la Iglesia volteó a Perón sino que contribuyó a voltearlo. Pero
pienso que también había deterioro en las filas peronistas.
Creo que el peronismo perdió fuerza revolucionaria desde la muerte de Evita.
¿Cuál cree que debe ser su verdadero
compromiso con los argentinos, con su pueblo?
Pienso, siguiendo las directivas del
Epicospado, que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el
compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi
gente a fondo, sentirlas en carne propia.
Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones.
Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo.
¿Qué mensaje?
Los signos concretos del mensaje de
Cristo se pueden detectar cuando Él dice:
- En esto se conocerá que ustedes son mis amigos, en el amor que se tengan unos
a otros. Y el índice de mi adhesión al mensaje de Jesucristo es mi amor real,
concreto, palpable, por mis hermanos.
¿Cómo se manifiesta, cómo se materializa
ese amor?
Es muy significativo que en el capítulo
25 del Evangelio de San Mateo (versículos del 30 al 46) Cristo hable del Juicio
Final en estos términos:
"Cuando el hijo del hombre vuelva con sus ángeles a juzgar a los hombres,
los reunirá a todos en su presencia y va a separar a unos de otros como el
pastor separa a las ovejas de los cabritos. Entonces va a decir a los de su
derecha: vengan conmigo benditos de mi padre".
Ahí se puede pensar, bueno, vengan conmigo benditos de mi padre porque fueron a
pie a Luján, o porque tuvieron mucha devoción a San Cayetano, o porque hicieron
y cumplieron muchas promesas, o porque dieron limosna a la Iglesia.
Pero Cristo no va a decir eso. Va a decir:
-Vengan conmigo, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me dieron de comer,
porque tuve sed y me dieron de beber, porque estuve en la cárcel y me vinieron
a ver, porque estuve enfermo y me curaron, porque anduve desnudo y me
vistieron".
Es decir que en el Día del Juicio Final vamos a encontrar a la derecha de Dios
a mucha gente que jamás pisó una iglesia, y que sin embargo estuvo toda su vida
amando a Jesucristo, porque estuvo amando de una manera eficaz a su prójimo, a
sus hermanos.
Y, lo contrario, Cristo va a decir a los de su izquierda estas palabras
terribles:
-Apártense de mí, malditos, al fuego eterno".
¿Por qué? Bueno, ahí podríamos pensar que porque no hicieron la comunión
pascual, que porque no dieron limosnas. Y sin embargo, no.
Cristo va a decirles:
-Yo tuve hambre y no me dieron de
comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve en la cárcel y no me vinieron a
ver...
Y lo notable va a ser que algunos preguntarán:
“Pero Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y no te dimos de comer?”
Y Cristo responderá:
-Cada vez que no lo hicieron con uno de éstos.
Y es en ese terreno donde se manifiesta mi amor, mi compromiso y el de todo
hombre.
¿Quiénes cree usted que no se
comprometen a ese nivel?
Aquellos que ven a un tipo sufrir en la
villa miseria y dicen: pobre. Aquellos que se compadecen pero pasan de largo y
siguen viviendo como burgueses.
San Agustín fue muy claro al respecto:
-Hay muchos que parece que parece que están adentro de la Iglesia y sin embargo
están afuera.
Es decir: son muchos los que fueron bautizados o tomaron la comunión pero no
tienen amor concreto por su prójimo. Son cristianos muertos, no son cristianos.
Por eso hay mucha gente que va a comulgar a misa, cree que comulga pero
solamente traga la hostia.
Cree que recibe la comunión y no se da cuenta de lo que eso quiere decir.
Exactamente: común unión.
Y si yo voy a recibir la comunión y soy racista, o sectario, o un explotador
que oprime a su hermano, me dice San Pablo:
"Ingiero el cuerpo del Señor indignamente; me trago y me bebo mi propia
condenación".
Porque vivir en el egoísmo, eso es el pecado.
Aquel que se la pasa contemplándose el ombligo es un pobre hombre que ya tiene
el infierno en vida, que vive en el pecado.
¿Qué entiende por pecado?
Pecar es negarse a amar.
No hay pecado sexual: hay pecado contra el amor.
Uno peca sexualmente cuando utiliza a una persona como cosa, como objeto. Por
eso aquellos que pretenden decir:
“Ah, bueno, pero yo tuve relaciones con una prostituta, para descargarme...”,
esos pecan doblemente.
Están contribuyendo con su actitud a mantener un estado de esclavitud, aunque
sea aceptado por la persona a la que esclavizan.
Entonces son muchos los cristianos que viven en el pecado, que no aman.
Son todos aquellos que tienen una imagen desfigurada de Dios.
Dios es para ellos el gran súper - yo - castrador y viven con Él una relación
mítica, supersticiosa, mágica.
Para ellos es un Dios que justifica la inmovilidad, un Dios que permite
preguntas tales como:
“¿Y? ¿Qué vamos a hacerle si existen pobres y ricos?
Ése es el Dios que ataca Marx, ése es el Dios que hace creer a algunos que la
religión es el opio de los pueblos.
La verdadera fe cristiana, la auténtica fe en Cristo hace trizas esa creencia.
Tener fe es amar al prójimo, y eso me moviliza a fondo, tanto como para dar la
vida por mis hermanos, tanto como para brindarme íntegramente por ellos.
¿Inclusive hasta el punto de engendrar
la violencia masivamente?
Ese es un problema demasiado complejo.
Toda violencia es consecuencia del pecado del hombre, de su egoísmo.
Ahora lo que sucede es esto: en concreto encontramos en América Latina, incluso
en nuestro país, una situación de violencia institucionalizada.
Es la violencia del hambre.
Como dice Helder Cámara:
“El general hambre mata cada día más hombres que cualquier guerra.”
Es decir que existe la violencia del sistema, el desorden establecido.
Frente a este desorden establecido yo, cristiano, tomo conciencia de que algo
hay que hacer, y me encuentro entre dos alternativas igualmente válidas: la de
la no violencia en la línea de Luther King, o la de la violencia en la línea
del Che Guevara; hablando en cristiano la violencia en la línea de Camilo
Torres.
Y pienso que las dos opciones son legítimas.
Es erróneo tratar de ideologizar el Evangelio.
Decir, por ejemplo, como he oído:
“Cristo es un guerrillero.”
Él, personalmente, no fue violento, sólo en algunos casos concretos cuando
echó, por ejemplo, a los mercaderes del templo a latigazos. Es decir que Cristo
fue solamente muy violento contra los ricos y los fariseos.
Creo que la versión en cine menos alejada de lo que Él fue, de Pier Paolo
Pasolini en su Evangelio según San Mateo.
¿Pero cuál es, cuál debe ser la actitud
del cristiano ante lo que usted llama el desorden establecido, la violencia
organizada del sistema?
Del Evangelio no podemos sacar en
conclusión que hoy, ante el desorden establecido, el cristiano deba usar la
fuerza.
Pero tampoco podemos sacar en conclusión que no deba usarla.
Cualquiera de las dos posiciones significaría ideologizar el Evangelio, que más
que una ideología es un mensaje de vida.
Pasará Marx, pasará el Che Guevara, pasará Mao, y Cristo quedará.
Por eso pienso que es tan compatible con el Evangelio la posición de un Luther
King como la ideología de un Camilo Torres.
¿En cuál de esas tendencias se
enrolaría usted?
Se me ocurre que actualmente en la de la
no violencia. Como dijo Monseñor Devoto:
“Yo no soy violento, pero no sé qué va a ser de mí si las cosas siguen así.”
Pero ojo: pienso que hay muchos que exaltan la no violencia ignorando lo que
es. porque Luther King, uno de sus principales teorizadores, fue asesinado.
Es decir: la no violencia no es quedarse en el molde sino denunciar, poner bien
de manifiesto la existencia de la violencia institucionalizada.
Y para eso también hay que poner el cuero.
Pero que esté claro: si yo ante el desorden establecido enfrento lo que llamo
la contraviolencia, y logro reducir la violencia total, es legítimo que la use.
Pero si sólo exacerbo aún más la violencia del sistema contra el pueblo, no
puedo menos que pensar que es contraproducente que la utilice.
Un cristiano, ¿Tiene derecho a matar?
No lo sé. Lo que sí está claro es que
tiene la obligación de morir por sus hermanos.
Pienso que tenemos mucho miedo a la violencia por una actitud individualista.
De repente nos escandalizamos porque alguien puso una bomba en la casa de un
oligarca, pero no nos escandalizamos de que todos los días en las villas
miserias o en el interior del país mueran niños famélicos porque sus padres
ganan sueldos de archimiseria.
La idea fundamental me parece que es ésta: el cristiano tiene que dar la vida
por sus hermanos de una manera eficaz.
Cada uno verá, de acuerdo con su ideología, de acuerdo con la valoración
particular que haga de la realidad, con la información que tenga, lo que tiene
que hacer.
¿Cuál debe ser la función de un
sacerdote en países desarrollados como Francia, Inglaterra o Italia?
Sin duda la misma que en la Argentina, en
Bolivia o en Paraguay.
También hay explotadores y explotados en Francia (el subproletariado argelino,
el subproletariado español), hay miseria, hay villas de emergencia.
Yo a esos países los llamo subdesarrollantes, porque son países que viven de
los pobres.
¿Qué piensa que deben hacer los
sacerdotes en sociedades socialistas?
Cumplir con su función habitual:
enseñar y amar.
Yo no conozco China, pero tengo entendido que allí hay algo positivo: creo que
ahora hay 700 millones de chinos que tienen pantalones y antes no sabían qué
era usarlos… Lo que me preocupa de China es que puede haber algo así como una
especie de imperialismo cultural.
Es decir, no me gusta que los chinos pretendan exportar su modelo de revolución
a todo el mundo.
Contra eso tendrían que combatir los sacerdotes, contra el dogmatismo político.
Con respecto a los llamados países socialistas de Europa, pienso que son
naciones que se encaminan cada día más rápidamente hacia el capitalismo,
precisamente porque se metieron con corsé en el socialismo.
De todas maneras no me cabe la menor duda de que los pueblos son los verdaderos
artífices de su destino y, aunque yo personalmente crea que el sistema menos
alejado de la moral y del Evangelio es el socialismo, se me ocurre que en la Argentina
tenemos que hacer nuestra revolución, nuestro socialismo, que no necesariamente
debe adaptarse a modelos preestablecidos.
Además, estoy seguro de que ese proceso pasa, aquí, por el peronismo.
¿Cuál debe ser para usted la
injerencia de la Iglesia en cuestiones económicas y políticas? ¿Cómo justificar
el poder económico, las relaciones de la Iglesia con el dinero?
No se trata de justificar sino de
analizar.
El gran escándalo del Concilio Vaticano II fue que se tuviera que hablar allí
de la Iglesia de los Pobres, cuando lo natural es que si la Iglesia viviera de
acuerdo con la orientación clarísima que le dio Jesucristo, de acuerdo a como
fue la Iglesia los primeros siglos, cuando todos poseían sus bienes en común
repartidos según las necesidades de los fieles, no debería haberse mencionado
el asunto.
El cristianismo empieza a degradarse cuando se desarrolla el espíritu de
propiedad, y al reconocerlo Constantino (año 313) como religión oficial del
Imperio, otorgándole a la Iglesia poder político.
Lo natural, insisto, en el Concilio Vaticano, hubiera sido que se levantara un
obispo y dijera:
“Un momento.! ¿Por qué la Iglesia de los Pobres?
La Iglesia también es de los ricos.
¿Por qué? Porque la Iglesia también tiene que evangelizar a los ricos,
entendiendo por evangelizar a los ricos, ayudarlos a dejar de serlo.
Lo cual no significa que tire todo por la ventana sino que ponga todos sus
bienes al servicio de la comunidad.
Es evidente que es un problema, porque si viene un empresario católico y me
dice:
“Yo que me convertí, padre, yo quiero realmente vivir el Evangelio”, no me
queda otro remedio que contestarle que cambie radicalmente el enfoque de su
empresa, dándole participación efectiva en las ganancias a todos sus
trabajadores.
Claro, así la empresa se va a fundir en 15 días porque la competencia la mata.
Entonces la otra respuesta para un empresario que quiera vivir realmente el
Evangelio está en que se plantee seriamente el problema de la revolución.
Eso es lo mismo que dejar de ser empresario.
No necesariamente.
Si Alberto José Armando (empresario y presidente del Club Boca Juniors) viene a
mí y me dice: “yo quiero cambiar”, le contesto que bueno, que le saque todo el
jugo a los capitalistas que lo rodean y que con su fabulosa inventiva le cree
al pueblo situaciones en las que pueda ser realmente protagonista de su
destino.
A usted se lo acusa de pregonar una
filosofía de vida casi rayana en el ascetismo, que no coincide con su manera de
vivir, más acorde, se dice, con hombres de su misma extracción social.
Usted ve donde vivo: es un cuarto en
una terraza de una casa de departamentos bacana, pero un cuarto al fin. Además
es cierto: yo soy de origen oligarca, y eso tiene sus limitaciones.
El hecho de que a mí nunca me haya faltado nada tal vez haya relativizado mi
visión de las cosas.
Pero también es cierto que a la oligarquía la conozco de adentro y sé,
efectiva, concretamente, cuáles son sus corrupciones.
De todas maneras a mí no me falta absolutamente nada, pero trato de que me
sobren cosas.
¿Cuáles son sus carencias afectivas?¿No
se siente frustrado como hombre?
No me siento frustrado en absoluto.
Pienso que desde el momento en que contraje el compromiso de ser célibe ante
Cristo y ante la comunidad, me debo a él.
Por supuesto el celibato presume una lucha cotidiana.
No solamente la lucha en cuanto se refiere al impulso sexual sino en cuanto a
la soledad.
El problema profundo no es el de la ausencia de contacto carnal, sino la
soledad, así, simplemente.
Esa es una tensión que vivo permanentemente y por la cual tengo que estar muy
sobre mí mismo porque fácilmente se puede desvirtuar mi afectividad.
¿Ese es uno de los principales conflictos
que originó el éxodo de sacerdotes de la Iglesia?
Pienso que no, que las raíces de la
crisis sacerdotal está en otro lado.
Pienso que el sacerdote se siente inútil en muchos lugares; es decir: ha
perdido el sentido de su vida.
Para mí el sufrimiento más grande que puede tener un ser humano es sentirse de
más, y eso es lo que le pasa a muchos curas...