Soy
un potro en tu establo. Soy lo que Caín fue para Abel.
·
No traicionarás.
·
No dejarás abandonado
a tu compañero en un hecho.
·
No te encamarás con
su hermana.
·
No descuidarás a su
familia.
·
Será biducha el o los
rati con los que pierda tu compañero.
·
Le pondrás el pecho a
la plata y no te comerás los mocos.
·
Se la darás al que
tiene la astilla y nunca al que le hace falta.
·
No harás ruido.
·
Cuando tengas la
astilla sabrás acobacharte.
·
Y cuando te toque
bailar con la más fea, Guns N' Roses... serás ciego, sordomudo, como canta la
Shakira.
Esos
son los diez mandamientos del gremio.
Primero,
el compañero.
Después,
la familia del compañero.
Por
último, la plata... La astilla.
Los
diez mandamientos del buen chorro me los había enseñado el Crazy Macaya, cuando
me hice volante de la gente del Sordo.
Al
quía le decían así porque apenas había cumplido los treinta y ya tenía los
pelos todos blancos.
Además,
cada vez que salíamos a la cancha, el loco siempre iba de frente porque era
eso: loco.
Eso
creía yo hasta que conocí a Noé. El Pastor era, es y será el más crazy de
todos.
Lo
que no lo hacía derrapar al Macaya, lo que no nos hacía derrapar, eran estos
códigos que se tienen que cumplir para andar bien en el laburo.
Para
que el rolo esté tranquilo, ¿entendés?
El
problema que teníamos con el Pastor Noé era que nosotros no estábamos chapados
a la antigua. No nos daba la edad.
¡Ojo!
Tampoco éramos como estos pendejos que se la pasan todo el día fumando paco
para salir de caño.
Ni
ahí de atrevidos. Ni ahí de cachivaches.
Corte
que quedamos en el medio. Eso nos hacía peor.
De
Noé aprendí que, para ganarse respeto en estos tiempos, hay que ser más Rambo
que delincuente. Hay que pelarla antes que pasar por caballero.
Por
eso tampoco tengo el culo limpio. No alcanza con que vos muestres que sos capaz
de hacer cualquier cosa.
Tenés
que hacer cualquier cosa.
¿Te
gusta lo dulce? Entonces preparate también para bancarte lo amargo.
Así
y todo, algo hay que respetar. Mínimo, los diez mandamientos. Por algo están.
No
traicionarás. No dejarás abandonado a tu compañero en un hecho.
Ya
les conté que estuve en el pabellón de los evangelistas y que me convertí a la
religión para no terminar siendo gato en cualquier otro rancho.
Pisando
el acelerador de la Chevy buscando alcanzar a Noé para cagarlo a corchazos me
reconocí más religioso de lo que creí que era. En mis ganas de vengarme estaba
la base de mi fe.
Una
fe a la que toqué por primera vez en la misma ruta por la que ahora iba quemando
el asfalto de esa parte de Corrientes.
Una
fe en la justicia que me iba a traer la Itaka cuando saliera del piso de mi
asiento.
Justicia
divina que me daba el hecho de tener un arma, para sacar chapa de juez y
verdugo con un movimiento del dedo índice en gancho.
Y
todo porque la justicia huele a pólvora.
Ningún
desodorante puede ocultarlo. Es como la mierda. Por más perfume que te pases si
sos un sorete no vas a oler a rosas.
Yo
lo sabía muy bien.
Primero,
porque soy un sorete, pero también porque fui juez y verdugo. Porque en mi
pasado ya había equilibrado la balanza una vez, apretando el gatillo contra el
primer hijo de puta que me abandonó.
Contra
el primer hijo de remil putas que me traicionó.
«Mira el huesito que te vamos a dar, Perro»,
me ofrecieron esa tarde... Y yo, ¡mierda que me lo devoré!
«No es un laburo: sólo una acción», nos
repetía una y otra vez Manzana mientras nos poníamos con el Pastor los
uniformes.
El
sargento primero Juan Antonio Velásquez. Manzana. El apodo se lo había ganado
para que lo entendiéramos los cabeza de tacho.
El
tipo no transaba ni ahí.
Atenti:
no era que no le gustara tomarse el café con crema. De hecho, lo tomaba sólo
con crema. Era más corrupto que la mierda.
La
cosa pasaba porque él respondía sólo a un patrón. A nadie más. No se vendía.
«Velásquez es como la gravedad», saltó
uno que había hecho el secundario completo: «Ese conchudo termina tirando todo para abajo, sí o sí».
Un
grupo dijimos «ahhh!!!» y el Pastor
preguntó qué carajo era la gravedad.
El
pibe diez contó la historia de Newton, el árbol, el física y química de
Magnetti-Torti, ¡qué se yo! La mar en coche... y Noé al sargento lo empezó a
llamar así: Manzana.
¿Para
qué hacerla más difícil?
Le
pondrás el pecho a la plata y no te comerás los mocos. Se la darás al que tiene
la astilla y nunca al que le hace falta.
Salimos
de la tumba vestidos de rati, en dos camionetas. En la que iba el Pastor,
manejaba un pata negra de apellido Echayre.
En
la otra estaba yo al volante, y Manzana venía conmigo. Teníamos que ir a
ponerle los puntos a una banda que estaba haciendo los deberes para dársela a
un tortugón. Y si iba a cagar fuego un blindado en esa ruta, eso era algo que
no se le podía escapar al jefe de Manzana. Al Zapucay.
A
él le correspondía un peaje por todo lo que pasara en ese asfalto. No se le
escapaba una. Y mucho menos un dato como este.
Porque
para frenar un tortugón hay que hablar con mucha gente. Eso es lo malo de
garcharse un caudales. Mucho puterío, loco. Muchos tipos saben de tus ganas de
culear y —lo que es peor— de cuándo y dónde vas a estar con los pantalones
bajos.
¡Otra
que cagar con campera!
—No es un laburo:
sólo una acció. Manzana
seguía hinchándome las pelotas con el mismo verso.
—Sí, ya sé...
—Sí, vos sabés,
Perro. Y por eso te traje. Tenemos que entrar y salir. Nada más. Y de vos
espero dos cosas: que los pares... y que lo tengas cortito al Pastor.
Me
hizo reír.
—Si no querés
quilombo, Manzana, no lo traigas a Noé.
—Al Pastor lo llevo
por si hay quilombo, Perro. Por si pintan los guantes.
—¿Por eso movés un
equipo para una acción?
—Sí: para estar más
seguro.
«Para estar más seguro.» Lindo concepto
de seguridad tenía el rati: darle una escopeta al Pastor.
La
cosa no había empezado y yo ya sabía cómo iba a terminar.
No
harás ruido. Cuando tengas la astilla sabrás acobacharte. «Cinco tipos en un Renault 19 blanco», era el único dato que me
había tirado Manzana ni bien salimos a la ruta. No necesitaba saber más. Y me
convenía desconocer otros datos para no quedar pegado.
Lo
mismo a Noé, que le venía recitando algo de la Biblia a la escopeta. Que
Martillo Hammer le hablara al chumbo era gracioso. Que el Pastor lo hiciera...
no.
Cuando
llegamos a un cruce le hice seña a Echayre para que se me pusiera al lado.
Quedamos cara a cara con Noé.
—¿Vos? Rescatate.
Ojito, ¿eh?
—Ovejero: ¿se puede
saber qué mierda te pasa?
—Mirá: vos rescatate.
A mí me trajeron para hacer un tapón y para tenerte cortito, ¿estamo'?
El
Pastor se inclinó para ver a Manzana.
—¿Es verdad lo que
dice el Ovejero?
—El Perro no miente,
Noé. Él va a llevar el ritmo. Yo soy el único que va a abrir la jeta y vos, con
Echayre, están de refuerzo, ¿se entiende? No es un laburo, sólo una acción.
El
Pastor arrugó la pera y moviendo la cabeza dijo que sí.
—Al pan, pan. Ovejero
los frena. Vos hacés el verso. Ovejero me tiene cortito. Y con Echayre, si los
vagos no se hacen los pillos, nos pajeamos, ¿no?
Manzana
se quedó en silencio. Con la mirada lo cagó a tiros. El calibre de esos ojos
también lo pude sentir en mi nuca, reclamando para que lo ubicara al Pastor.
—Rescatate, Noé. Eso.
¿Sí?
El
Pastor suspiró hondo y después hizo una mueca con ganas de ser una sonrisa.
—Hermano Ovejero:
confiá en mí. Sé exactamente lo que hago —me juró besándose los dedos en cruz
antes de seguir acariciando la escopeta. Parte del show, ¿no? ¡La puta madre!
No
descuidarás a su familia. No descuidarás a tu familia.
Dicho
y hecho: 19 blanco saliendo de una estación de servicio con cinco monos
adentro. Pisé el acelerador y me adelanté bastante. Casi un kilómetro. Echayre
y el Pastor se quedaron detrás del Renault, conservando la distancia. Ni bien
cruzamos el puente sobre el Arroyo Deseado atravesé la camioneta para
obligarlos a frenar. Así lo hicieron.
Detrás
de ellos se la puso despacito Echayre. Noé hizo aullar la sirena una vez.
Manzana
de una se fue a chamullar al que manejaba. Yo me bajé y desenfundé la
reglamentaria. Me quedé apuntando al parabrisas. Echayre, también con la nueve,
tenía en la mira la luneta. Mientras, el Pastor, con la escopeta sobre los
hombros, se empezó a pasear por el costado de la ruta a espaldas de Manzana.
Era
un nene el hijo de puta y así también se portaba. Quería armar bardo el loco.
Porque Noé era loco y bardo.
Manzana
hizo su número sin mostrar preocupación por el Pastor. Eso sí, yo podía leerle
los ojos a través de los Ray-ban: eran dos carteles luminosos. En uno decía: «Esto no es un laburo, sólo una acción»,
y en el otro: «Tenelo cortito al Pastor».
—Si se van a hacer de
un caudales en este asfalto, el cuarenta del total es para el Zapucay, ¿se
comprende?
El
que estaba detrás del volante largó la carcajada.
—¿Pero mirá vos? ¿Así
que le tenemos que dar casi la mitad del botín? Así no es la cosa...
Noé
no se aguantó más y lo barrió con la zurda a Manzana para plantarse él. Le puso
el caño de la escopeta en la oreja al conductor y cantó truco.
—¿Y cómo son las
cosas, gordo? No me gustan los maleducados. Así no se le habla a un oficial de
policía. Más respeto, loco... Más respeto.
—Con el fierro y la
chapa cualquiera tiene respeto —fue el quiero retruco.
—Sí, pero el que
tiene fierro y chapa soy yo — cantó vale cuatro Noé, golpeándole el pecho
dos veces con el caño de la escopeta
— Así que andá a
lavarte las tetas, gordo. Te conviene no meterte conmigo porque no sabés…
El
Pastor se quedó tildado. No terminó la frase.
«¡Cagamos! Justo ahora le viene a saltar la
térmica», pensé antes de que volviera a gritar.
—¡Salí! ¡Bajate del
auto ya, la concha de tu madre! ¡Vos no! ¡El del medio!
En
un primer momento pensé: «Naaah, no puede
ser... ¡No es! Si se había tomado el palo, por eso nos cagó».
A
Noé, cuando nos conocimos, le conté la historia de cómo me agarraron. Y quién
fue el que nos batió.
El
Pastor me dijo que lo conocía a ese hijo de puta y que nunca le había caído
bien porque Dios una vez le dijo que «quien
reconoce cuánto ha perdido... algo en el fondo huele a podrido», y que ese
sorete era el típico hacé-lo-que-tedigo-no-lo-que-yo-hago.
El
tipo, ni bien salió del 19, recibió en una de las piernas una paralítica del
Pastor que lo hizo arrodillar.
—¡Perro! —me pegó el grito Manzana. Y yo
no podía reaccionar, ¿entendés?
—En esta foto no te peinés, Manzana. Cerrá el
orto un minutito que ya volvemos a lo tuyo —le pidió Noé.
—Che, ¿no era que no se le habla así a un
policía? —saltó el gordo.
—Sí, pero vos hacés lo que te digo y no lo
que yo hago —le dijo el Pastor demostrando que él también era flor de
sorete.
—Mirá el huesito que te vamos a dar, Perro
—me cantó Noé, sirviéndome en bandeja al Crazy Macaya.
Hijo
de puta.
Para
decirle «hola» le di una patada en las costillas.
Después
empecé a batirle lo típico en estos casos: que era un buchón cuando nosotros
fuimos hermanos. Que por él, el Negro Walter estaba muerto y yo en la tumba. Que
yo podría haberme agarrado un viento para irme a la mierda y que no lo hice,
buscándolo para no dejarlo solo. Que cuando me cayó la ficha que había sido él
el que transó me dolió tanto como cuando escuché las rejas cerrarse la primera
vez.
Basta
de boleros para mí. El laburo es así porque así es la vida. Tarde o temprano te
lo hacen a vos o vos se lo hacés a ellos.
Te
cagás en la gente con la que compartiste tanta mierda, tanto dolor, tantas
lágrimas.
Todas
las lluvias, no sólo las de noviembre, se quedan ahí, Guns N' Roses.
—Nosotros éramos familia, loco. ¿Por qué?
¿Por qué me cagaste, man? ¿Y los diez mandamientos?
El
Macaya, siempre arrodillado, le hizo honor a su apodo y ahí se puso loco.
—¡No me vengás con esas pelotudeces! «No te
encamarás con la hermana de tu compañero.»
¡Bien que vos te la
cogías a la Lili! ¿No? ¿Te comiste que no lo sabía, hijo de puta? Ahí se te
acabó la letra, Perro. Si te la morfabas a Liliana ya no me podés ladrar más.
¡A otro con esa canción!
—¡Macaya y la concha de tu hermana! ¡Y no
sabés qué conchita hermosa tiene tu hermana! O tenía. Andá a saber cuántos se
la pasaron ya. Mi canción recién empieza, loco. Escuchá...
Escúchame...
Se
me acaba el argumento
y
la metodología
cada
vez que se aparece
frente
a mí tu anatomía.
Porque
este amor ya no entiende
de
consejos, ni razones.
se
alimenta de pretextos
y
le faltan pantalones.
Este
amor no me permite
estar
en pie,
porque
ya hasta me ha quebrado
los
talones.
Aunque
me levante volveré a caer
si
te acercas nada es útil
para
esta inútil
Una
bala de la nueve, a treinta centímetros de la frente te vuela la tapa de los
sesos…
«Tapa
de los sesos.»
El
cruel policía «Tapa de los sesos.»
El
músico loco «Tapa de los sesos.»
Me
muero de a poco «Tapa de los sesos.»
Se
acaban mis días
Te
vuela la tapa de los sesos una bala de la nueve directo a la frente.
Ahora:
los trece corchazos de la nueve, todos a la misma sabiola, es lo mismo que
tragarse una granada.
Para
cuando la eructas, no queda cabeza.
Obvio
que gatillé trece veces, Guns N' Roses. Le vacié el cargador. Entre el eco de
los disparos y los salpicones de sangre; los pelos... las canas del
buchonazo... y una oreja...
¡Boludo!
¡La oreja! Parecía la plumita de Forrest Gump.
—¡Tenías que ser como canta la Shakira,
Macaya! ¡Ciego sordomudo! —le grité al fiambre, antes de ponerle un gargajo
en el pecho.
Se
hizo un silencio de esos en los que nunca falta un viejo o una vieja para decir
«pasó un ángel».
El
pie exacto para que abriera la jeta el Pastor.
—Manzanaaa... En teoría, no, ¿a quién tenía
que tener cortito Ovejero? Manzana no le contestó. Todavía no dejaba de
apuñalarme con los ojos. Con esos ojos que no paraban de gritarme «no es un
laburo, sólo una acción».
Así
que Noé copó la parada.
—Ya sabés, gordo. Al
pan, pan... y lo que es del Zapucay es...
—El cuarenta del
total.
—El cuarenta. Eso.
Ustedes se van a llevar el cuarenta... y el cuerpo del Crazy Macaya. Que no
aparezca hasta después del choreo. Mejor, que no aparezca nunca.
¿Y qué más, gordo?
Al
tipo en la cara se le dibujó un signo de pregunta.
El
Pastor con el caño de la escopeta le golpeó dos veces el pecho. —¿Que me lave las tetas?
—Sí, gordo. Lavate
bien las tetas. Tómense el palo.
Tragando
saliva, y pese al gaste, se animó a hacer una última pregunta.
—¿Cómo sabemos que
después no somos boleta? Guiñándole un ojo, Noé le pidió que se relajara.
—¡Me estás ofendiendo,
gordo!
Y
me extraña, araña: si somos la policía, papá. Si no confiás en nosotros o en
Aquel que está en los cielos, ¿qué te queda?
Metieron
los restos del Macaya en el baúl del 19 y se fueron a la mierda. Nosotros,
aunque encaramos para el otro lado, también nos fuimos a la mierda.
Otra
vez en la tumba, en el vestuario de los guardias, nos quitamos los uniformes
para volver al pabellón.
Manzana
no decía nada. Y yo tampoco.
El
hijo de puta de Noé, divertido —muy divertido— desabotonándose la camisa celeste,
cantaba.
Bruta,
ciega, sordomuda,
torpe,
traste, testaruda,
es
todo lo que he sido
por
ti me he convertido
En
una cosa que no hace
otra
cosa más que amarte
excepto
día y noche.
Y
no sé cómo olvidarte...!!
Corte
que no puede ser rocanrol todo el tiempo... ¿Y qué?