martes, 23 de julio de 2019

LOS LADRONES, de Raúl González Tuñón

Ven a verlos por la mañana
con la gorra hasta las orejas.
Han desvalijado a las viejas
del Asilo de las Hermanas.

Dilapidarán sus dineros
con mujeres y malandrinos,
en pocilgas y merenderos,
en milongas y clandestinos.

Oirán un tango de Pracánico,
y en lo del Pena ole con ole,
mientras sueñan con Rocambole
las muchachas en el Botánico.

Del Parque Goal el payador
humedecerá sus mejillas,
cantando sombrías coplillas
de sangre, de muerte y de amor.

A la noche con la mamúa,
irán de pura recalada
a besar la crencha engrasada
que cantó Carlos de la Púa.

Y son humanos, inhumanos,
fatalistas, sentimentales,
inocentes como animales,
y canallas como cristianos.

Ninguna angustia los desgarra.
Cada cual vive como quiere.
Cuando la madre se les muere
le ponen luto a la guitarra.

Los ladrones

Los ladrones usan gorra gris,
bufanda oscura y camiseta a rayas.
Algunos llevan una linterna sorda en el bolsillo.
Por otra parte, se enamoran

de robustas muchachas,
coleccionan tarjetas postales, y a veces
lucen un tatuaje en el brazo izquierdo,
una flor, un barco y un nombre: Rosita.

Todos los ladrones
están enamorados de Rosita
y yo también.

Los ladrones saben silbar,
bajarse de los coches en movimiento
y bailar el vals.

Aman sobre todo a la madre anciana
y cuando ésta se les muere
cantan un tango, lloran desconsoladamente

y de los objetos dejados por la muerta,
a repartirse entre los hermanos,
eligen una virgen de plata y el canario.

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