Odian al pobre.
Odian al morocho.
Odian a la mucama y al albañil.
Odian al villero y al que vive en los suburbios.
Odian a los bolivianos y a los paraguayos.
Odian a los judíos.
Odian a los homosexuales y las diversidades.
Odian a las mujeres que marchan contra el machismo.
Odian a los marginados y excluidos del sistema que cobran planes sociales.
Odian al laburante que protesta en la calle porque lo dejan sin trabajo.
Odian a las mamás luchonas y sus bendiciones.
Odian a los pibes que estudian en la escuela pública.
Odian al docente que exige un salario digno.
Odian la voz popular cuando se manifiesta en voz alta.
Odian que cualquier otro irrumpa en su burbuja de privilegios, en su torre de marfil reservada para la élite, para los salvados de la patria, para quienes pretenden ser dueños de un país que detestan.
Aunque canten el himno a los gritos y se emocionen, lo detestan, porque detestan a las mayorías.
Aunque griten los goles de la selección, aprovechan el humor racista, xenófobo, de clase, para comunicarse, para sentirse parte de la minoría con el real linaje patriótico.
Vienen muy orgullosos de sus colegios privados de nombre anglosajón y tuitean con brutos errores de ortografía.
Se refugian en sus muy protegidos barrios privados y repiten el discurso de papá y su billetera forrada de timba financiera y evasiones millonarias, delincuentes de traje y corbata y estafas corporativas y muy patrióticas también.
Sueñan con un país uniformado, donde la policía defienda sus posesiones y aniquile a la masa morocha, pobre, excluida, arrojada en la banquina de la pobreza.
No disimulan su odio: están orgullosos de ese odio.
Ese odio los define.
Ese odio los deja dormir tranquilos.
Odian a todos, excepto a la minoría como ellos.
Viven de inocular su veneno y de crecer burlándose del otro, del diferente, del paria que nunca pisará su burbuja de privilegios.
Se creen dueños de un país que detestan.
Las montañas se abren para que entren la ruta y el río juntos al pueblo, uno de los más lindos de la Argentina, al pie de esa piedra impresionante que es el Fitz Roy. Ese pueblo es EL CHALTÉN, en la patagónica Santa Cruz. Esta página permite mirar el lugar en que subo algunas cosas de mi archivo personal. La mayor parte pertenece a otras gentes; las menos, son propias. Algunas están muy arraigadas en mi vida, con mis afectos. A una parte de ellas algunos talentosos le han puesto música. (rt)
martes, 27 de septiembre de 2022
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