viernes, 6 de diciembre de 2024

TEORÍA DEL ODIO, de Hamlet Lima Quintana

Mi tía, que se lavaba los cabellos con el agua llovida,
decía, conmovida por las novelas con caballeros de aire,
que del odio al amor sólo hay un paso.
He recapacitado mucho sobre esto.

Sobre todo después que la experiencia me dejó cicatrices
que están abiertas como una antología,
mejor como una enciclopedia de condición humana,
de gente que transita impunemente trágica.

Es el desprecio que está clasificado
en toda la psiquiatría marcando una premura
por ocupar un lugar que no le corresponde.

Habría que estudiar, analizar primero
toda la esquizofrenia que tiene el asesino,
el que pasa entre todos como un pobre víctima,

avaro de rencores, juez de primera instancia,
un ombligo del mundo que tergiversa historias,
la mano de la muerte con su cara de idiota.

El odio, digo ahora, no es el amor reconcentrado.
El amor cuenta cosas, inventa el universo.
El odio las destruye, las conduce a la nada.

El amor tiene tiempo para perder cantando
y el odio lo amenaza, lo compulsa, se ríe
de esas cosas tan tontas que están en la caricia,

el diálogo, lo simple que tiene el gesto repetido
de estrechar una mano, servir un vaso de agua,
entrechocar las copas, amarse los defectos.

El odio es un anónimo singular y preciso,
el odio es el que escucha, como cómplice nuevo,
la calumnia que roe, que corroe y que crece

desatando la muerte como un cáncer perfecto
en diagonales puestas a destruir las células
generando los monstruos de propias soledades.

Mi tía, que se lavaba los cabellos con el agua llovida,
a pesar de toda su inocencia de medio siglo rosa,
supo que el odio es una bomba, una amenaza,
un triste asesinato de la gente con ganas,
con ganas de vivir, sobrevivir y darse al vuelo.

Supo que el odio estaba cabalgando en asesinos,
en resentidos de lógicas medidas y perfiles de mansos,
en analistas puestos al servicio del crimen,

en aparentes tímidos
en los jóvenes viejos que giraban los fondos
de las grandes empresas y las genuflexiones.

Supo que todo estaba dispuesto desde antiguo,
el corazón del pobre y el pobre en corazones,
la señora y la puta, esa mala palabra acostumbrada
que las confunde en una misma estafa.

Supo que el odio es una simple voz colgada del teléfono,
colgada del papel, compuesto en una cara,
en un rostro sin rostro, acaso alguna máscara

y le tuvo piedad. Dejó que la mataran.
pero resucitó después en oficio de amor
y al odio lo dejó pensando en el sol de la mañana.

Mi tía, que es una cosa bárbara amasando la ternura,
me enseñó a caminar entre estas cosas
y me dijo entre el viento de la tarde:
Se siembra la verdad con hechos y palabras.

Y desde entonces, de cada odio que me ha circundado
están creciendo rosas y malvones, geranios y glicinas,
hijos enteros, vecinos oferentes, amigos armoniosos
floridos y seguros destinatarios de mi vida.

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