Hace
sol, es primavera y la cuesta Moyano está espléndida.
Transcurre
uno de esos días azules y luminosos de Madrid, que son paisaje perfecto para
las casetas con sus tenderetes afuera, los compradores que curiosean, los
montones de libros viejos y de segunda mano esperando que alguien los rescate
del olvido, para devolverles la libertad y la vida.
Camino
despacio, con ojos atentos y cautela de cazador. Pese a que miro más que toco,
tengo ya los dedos polvorientos de muchos libros, las gafas para leer de cerca
siempre a mano, a fin de comprobar un autor, un título, una fecha de edición.
De
mi hombro izquierdo cuelga la mochila donde llevo el botín de la jornada: una
primera edición de las Memorias de César González Ruano, el Epistolario de
Luisa de Carvajal y Mendoza, un libro sobre Gracián y la novela de David
Divine, publicada en la antigua colección policíaca de la editorial Plaza, en
que se basó la película homónima “La sirena y el delfín”; aquella buena
historia de arqueólogos buceadores en Grecia, con Alan Ladd y Clifton Webb, que
a todos los niños varones de mi generación dejó estupefactos al ver salir del
agua, en las primeras secuencias, a
Sophia Loren con la blusa gloriosamente mojada.
Lo
de la estupefacción incluye, por cierto, a Javier Marías; que en materia de
señoras de cine, e incluso sin cine de por medio, suele ser muy poco británico.
Contemplo con melancolía una de mis novelas, puesta allí a la venta. Es una
quinta edición de “La carta esférica”, ajada por el uso; y verla me hace
pensar, de nuevo, que una librería de viejo es, entre otras cosas interesantes,
una buena cura de humildad para cualquiera.
A
alguien no le gustó tu libro, o una vez leído lo regaló a quien no llegó a
apreciarlo como él; o tal vez las vueltas y revueltas de la vida, traslados,
necesidades, fallecimientos, dieron con ese ejemplar, entre otros restos de
naufragios, en el lugar donde ahora está.
El
precio es lo que más llama tu atención: seis euros, la tercera o cuarta parte
de lo que cuesta en librerías.
Junto
a él hay otros - eso alivia un poco tu amor propio lastimado - todavía más
baratos: tres euros, con oferta de dos por cinco euros.
Y
no son malos títulos.
Con
un vistazo rápido localizas cosas de John le Carré, una Regenta, el Gran Hotel
de Vicky Baum, El Gatopardo y la estupenda novela náutico-aventurera “El
cazador de barcos”. Echando cuentas, compruebas que por lo que cuestan un par
de desayunos en una cafetería de Madrid, puedes irte de aquí con tres o cuatro
buenos libros en el zurrón.
O
con más.
Para
que luego diga la peña que no lee porque los libros son caros. Que por eso
prefiere babear ante la tele, pendiente del bañador de Falete.
Sin
embargo, pese al día magnífico y los precios razonables, pocos frecuentan este
lugar privilegiado.
Por
eso alegra la mañana que unos profesores de primaria - dos mujeres y un hombre,
maestros que lo reconcilian a uno con la profesión más hermosa y útil del mundo
- pastoreen por el lugar a una veintena de críos de seis o siete años.
Van
en doble fila, niños y niñas, cogidos de la mano.
Supongo
que vienen del Prado o del Reina Sofía, y que el autobús de vuelta al colegio
aguarda junto a la verja del Retiro. Pero, en vez de pasar de largo calle
arriba, los maestros se detienen a explicar a los niños qué lugar es éste, qué
son libros de viejo, y cómo allí se pueden comprar obras muy baratas.
Historias
interesantes, apunta una maestra.
Cosas
que seguramente no encontraréis en casa ni en la tele.
Me
quedo en las inmediaciones, atento a lo que dicen.
La
mayor parte de los pequeños cabroncetes miran distraídos a todos lados, se
impacientan.
Otros
atienden muy serios.
Acabada
la explicación, los profesores conducen al grupo calle arriba, vigilando que no
haya rezagados.
La
última caseta está especializada en historietas y cómics, y tiene expuestos
álbumes de Tintín, de Astérix, de Mortadelo y Filemón.
El
grupo de niños se aleja con sus profes, pero dos de ellos se quedan atrás,
atraídos por ese último puesto.
Uno
es rubio y otro mulato, o magrebí.
Me
paro junto a ellos, observándolos.
Miran
lo expuesto sin atreverse a tocarlo, pese a la sonrisa benévola del librero.
En
ese momento, al ver que se han quedado atrás, el maestro viene hacia ellos.
Creo
que va a reprenderlos, pero me equivoco.
Se
queda a poca distancia, paciente, sin meterles prisa.
Tras
un instante su mirada se encuentra con la mía y la del librero, y sonreímos los
tres como intercambiando un signo masónico de solidaridad y esperanza.
Y en ese momento,
como si acabara de intuir lo que ocurre entre los tres adultos, el niño rubio
pasa el brazo, en ademán de camaradería, sobre los hombros de su compañero.
Las montañas se abren para que entren la ruta y el río juntos al pueblo, uno de los más lindos de la Argentina, al pie de esa piedra impresionante que es el Fitz Roy. Ese pueblo es EL CHALTÉN, en la patagónica Santa Cruz. Esta página permite mirar el lugar en que subo algunas cosas de mi archivo personal. La mayor parte pertenece a otras gentes; las menos, son propias. Algunas están muy arraigadas en mi vida, con mis afectos. A una parte de ellas algunos talentosos le han puesto música. (rt)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
FORMULARIO DE CONTACTO
BUSCAR EN ESTE BLOG
SEGUIDORES
CARPE DIEM, de Walt Witman
No dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber alimentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento....
-
Del atentado y el escandaloso encubrimiento al presente argentino El lunes 18 de julio de 1994 a las 9.53 de la mañana estalló una bomba en ...
-
Yo no canto por cantar ni por tener buena voz. Canto porque la guitarra tiene sentido y razón. Tiene corazón de tierra y alas de palomita, E...
-
A mi mamá le gustaba mucho el trago . No puedo decir que tomaba una barbaridad, pero, a veces, cuando a la noche se acercaba a darme un beso...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.