Entonces, apareció el Alto, experto en traer calmas y también experto en revisar equipos, y dijo, convencido, que el más inigualable fue uno de un barrio del oeste.
Asombroso, extraordinario y, desde luego, inigualable equipo: según lo que le pasara, cambiaba de nombre.
"Cuando lo conocí - rememoró el Alto - se llamaba Deportivo El Alma porque no tenía ni cancha ni arcos ni pelota ni suplentes, o sea sólo alma, y con eso le alcanzaba para existir y soñar".
El Alto contó que una vez el equipo fue renombrado como Deportivo El Disgusto porque los futbolistas se preocuparon más por sus destinos individuales que por la construcción colectiva.
Ganaban más de lo que perdían, pero no gozaban: el bautismo era correcto.
"Deportivo El Deseo fue lo que vino", reveló el Alto, mientras los ojos del Roto y del Gordo regalaban un brillo intenso que contrastaba con el barniz cansado de las mesas del Bar de los Sábados.
"Sucedió - siguió - que el equipo entró en tiempos feos, pero algunos no se rindieron hasta generar una voluntad compartida por resurgir.
Soy testigo: lo lograron".
El Alto repasó que, a través de los años, el equipo se denominó Deportivo El Viento, cuando su gente perdió la brújula y avanzó hacia donde soplaba la realidad; Deportivo El Sabio, cuando el abuelo de un defensor asumió como técnico y explicó por qué valía la pena jugar al fútbol; Deportivo El Tropiezo, cuando se torcieron el wing izquierdo y el wing derecho; y sólo El Deportivo, cuando en la cancha y fuera de ella faltó inspiración.
"Últimamente - dijo el Alto - los muchachos se abrazan y se gritan, sonríen y maldicen, resisten cuando les hace un guiño el desencanto y lagrimean cuando la que los saluda es la gloria".
En el atardecer del Bar de los Sábados, el Gordo y el Roto le preguntaron por el nombre nuevo del equipo.
Y el Alto contestó que ahora se llama Deportivo La Vida.
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