De pibes la llamamos: “la vedera”.
Y a ella le gustó que la quisiéramos.
En su torno sufrido dibujamos tantas rayuelas…
Y a ella le gustó que la quisiéramos.
En su torno sufrido dibujamos tantas rayuelas…
Después, ya más compadres, taconeando, dimos vuelta manzana con la barra, silbando fuerte para que la rubia del almacén saliera, con sus lindas trenzas a la ventana.
A mí me tocó un día irme muy lejos, pero no me olvidé de las “vederas”
Aquí o allá, las siento en los tamangos como la fiel caricia de mi tierra.
¡Cuánto andaré por “ái” hasta que pueda volver a verlas...!
A mí me tocó un día irme muy lejos, pero no me olvidé de las “vederas”
Aquí o allá, las siento en los tamangos como la fiel caricia de mi tierra.
¡Cuánto andaré por “ái” hasta que pueda volver a verlas...!
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