de gravedad colectiva.
Caídos en cumplimiento
del deber del capital salvaje.
Extirpados de obrajes,
oficinas, campos,
aulas, casas, camas.
Suprimidos incluso de la letra
más flaca del contrato social.
Acurrucados en su espesa condición
de diáspora en desgracia.
Asimilados con sórdida eficacia
a la invisibilidad de los grandes escándalos.
Deglutidos entre la indiferencia y el silencio
los cuerpos de hombres, mujeres y niños.
Abrumadoramente humanos,
se aferran al último tablón tras el naufragio y
tercamente se resisten a dejar de ser mirados.
Y en esa heroica obstinación,
la humanidad admite, atragantada,
la prueba áspera y tenaz
de todas las sórdidas batallas
que ha perdido.
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