viernes, 21 de enero de 2022

LOS DICHOS DE LA MINISTRA SOLEDAD ACUÑA, de Juan Pablo Csipka - 21/1/2122

Soledad Acuña perpetúa desde lo discursivo, como prácticamente todo su espacio político, el orden de clase desde una concepción conservadora y privatista.
Si un chico pobre desertó de la escuela por la pandemia, ya debe estar en el pasillo de una villa.
María Eugenia Vidal ya había dicho que los pobres no llegan a la universidad, lo dio como un hecho.
González Fraga criticó que se engatusara a amplios sectores con la ilusión de que podían acceder a determinados bienes de consumo, símbolos de cierto ascenso social.
Y se pueden sumar más ejemplos del macrismo, su sistema de valores, lo que representa.
Sabemos con cuáles bueyes aramos a ese lado del espectro político.

Sabemos, no cabe duda, que esos tipos son nefastos.
Nadie, en su sano juicio, podría aplaudir esos discursos sin un mínimo de vergüenza o sin confesar que carecer de pudor y avala esa concepción que, en el fondo, no es otras cosa, que el Estado como un coto de caza para los negocios de amigos y entenados.
Un clásico de la derecha argentina.

Lamentablemente, esto no convierte en buenos por sí mismo a sus rivales del campo nacional y popular.
Serán, en todo caso, el mal menor, pero su concepción de la política dista de tener un horizonte deseable.
A la prueba más tremenda me remito y es el punto en el que se tocan con lo que expresó Acuña: el manejo del asistencialismo.

Hace añares que este es un país en emergencia permanente y va de suyo que la mano del Estado debe ayudar a los expulsados del sistema.
El punto es que no hay otro plan que apenas garantizar esa vergüenza que eufemísticamente llaman "economía popular": gente que vive de cartonear, con planes sociales, sin ningún atisbo de algo parecido a escuelas de artes y oficios y, más importante aún, inserción en el mercado laboral formal, con empleo en relación de dependencia y aportes, que ayuden no solamente a condiciones dignas de vida, sino además, al círculo virtuoso de recomponer las arcas fiscales y el sistema previsional.

(El uso de "popular" para esa clase de economía, entronca con el eufemismo de la derecha, ya compartido por sectores oficialistas, según el cual las villas son "barrios populares"; algún día debatamos el bastardeo del concepto de "popular", que ya resulta transversal.)

Hay grupos que tercerizan la asistencia social, algo que, hasta donde se sabe, no está escrito en el organigrama del funcionamiento del Estado, pero así funcionan las cosas.
Y, con jerarcas de esos grupos que al mismo tiempo atienden ambos mostradores.
Porque tienen un rol de representación de los más desposeídos (rol que se atribuyeron ellos mismos, por cierto), y al mismo tiempo se acomodaron como funcionarios en Desarrollo Social, o en otras áreas del Estado o, incluso, en listas de diputados.
Es el fenómeno que me gusta definir como chinonavarrismo.
Si el trader Luis Caputo como presidente del Banco Central era un zorro en el gallinero y nadie dudaba cuáles intereses representaba, entonces, ¿a quién representa desde el Estado un tipo cuya actividad es gerenciar planes sociales para grupos específicos sin plantear nada distinto que eso?

Eso también es orden de clase. Y hay que decirlo.
Y no aceptar que changarines que viven en condiciones indignas no tengan otra posibilidad que reclamar un plan social mientras sus ¿líderes? ocupan una secretaría.
Lo más triste es que hablan de Perón y Evita, que si algo representaron fue la posibilidad concreta de ascenso social.

La derecha expresa lo que ya sabemos, pero los otros no entienden la política por fuera de la lógica del manejo de cajas y la repartija entre distintas familias políticas.
No hay vocación transformadora.
Después hablan de la dictadura, de la tragedia del 76, pero omiten que el Proceso reformuló la política argentina y ellos mismos no desafían esa reformulación.
La política es otra cosa, se supone, que un modo de ganarse la vida con un sueldo que, en muchos casos, nuestros representantes no tendrían en el sector privado.

Esta parábola se completa, de algún modo, con la columna de opinión de Victoria Donda publicada en Página/12, a propósito de los dichos de Acuña. 
"Culpabilizar a los sectores vulnerabilizados de su situación estructural nunca es la salida", dice.
¿Cómo no coincidir..?

El punto es que lo dice una señora acusada por una empleada doméstica de haberla tenido en negro durante una década (Donda es una próspera funcionaria pública desde 2007), a lo que ella respondió con recibos de sueldo por cinco mil pesos mensuales, una cifra sin variaciones entre 2016 y 2021, los de la disparada inflacionaria del macrismo.
El progresismo pataleó en su momento, y con razón, por el caso similar de la empleada de Jorge Triaca (h).

A su vez, Donda admitió que su conflicto particular lo quiso resolver dándole un cargo en el Inadi a la empleada, como si el Inadi fuera una empresa de su propiedad.
A los pocos meses, el novio farmacéutico de Donda obtuvo un cargo en la Cancillería.

Hay un agravante, de tipo si se quiere moral: la historia personal de Donda, con padres militantes desaparecidos.
Lo mismo vale, en algún punto, para Juan Cabandié y lo que es la inacción ante los incendios (que antes le criticábamos a Sergio Bergman y su vocación por rezar para que no se quemaran los bosques) y la firma, desde Medio Ambiente, en favor de la explotación petrolera offshore.
No voy a caer en la idea de qué opinarían sus padres sobre este presente.
Solamente digo que la generación de los 70 tenía otra concepción de la política, justamente la que reformateó la dictadura.
Y encima, un gobierno que reivindica esa militancia convive con un personaje como Sergio Berni.

Hoy se pelean oficialistas y opositores por quién tiene la inflación más alta.
Si fuésemos un país escandinavo con inflación anual del 5 por ciento y la disputa fuera por una décima o dos, se entendería.
Pero pelean por dos puntos de diferencia sobre un piso del 50 por ciento.
Vergonzoso es poco decir.

Eladia Blázquez quizás no escribió su canción más famosa pensando en esta concepción de la política, pero le calza justo aquello de "No, permanecer y transcurrir no es perdurar, no es existir, ni honrar la vida".

Pasa por ahí.
El macrismo ya sabemos lo que es, pero eso no habilita a avalar unos cuantos desaguisados del otro lado.

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