sábado, 15 de enero de 2022

REALIZACIÓN, de Néstor Alanie


Lo que solo está en uno, casi siempre uno lo entiende y lo justifica, porque entiende el porqué.

En el Crucero Belgrano tenía como superior a un Cabo Principal que ya no recuerdo su nombre.
Cada vez que me veía en los pasillos me preguntaba “Alanie… ¿Usted se siente realizado..?”
Yo no le respondía nada, porque apenas con diecisiete años no sabía ni lo que quería decir “realizado”;
Sólo me limitaba a sonreír y nada más.
Él, satisfecho con menoscabar mi intelecto, se iba contento y feliz…pero nunca me olvidé de esas palabras.
¿Usted se siente realizado..?

Eran cerca de las nueve de la mañana y todo el personal del destructor Bouchard que no estaba afectado a una guardia, se encontraba en cubierta principal o en la superestructura mirando el horizonte en busca de alguna balsa de los náufragos del crucero Belgrano.
El mar se encontraba un poco más tranquilo que la noche anterior, pero lo mismo continuaba la tormenta.
Nadie pensaba que el submarino Ingles todavía estaba en la zona y que si podía nos iba a hundir, porque era grande la desazón de la tripulación, era más fuerte que todo, hasta del miedo.
Estábamos muy tristes, compungidos, dolidos y en el horizonte solo se veía mar y mar.

Así fueron pasando algunas horas, aguzando la vista, tratando de tener un poco de fe, pensando que quizás aparecería el crucero, que solo tenían rotas las radios y no se podían comunicar…pero lo primero desalentador que vimos fueron manchas de aceite, de petróleo y algunas cosas pequeñas flotando por ahí, lo que lógicamente aumentó nuestra tristeza.

De pronto divisamos un punto anaranjado en la distancia, aparecía y desaparecía siguiendo el movimiento de las olas.
¡Grande fue la alegría de todos..!!
¡Sentíamos que si rescatábamos a uno rescatábamos al crucero mismo..!!
Esa fue la sensación que teníamos todos, están vivos nos decíamos y nos abrazábamos felices.

El comandante puso proa a la balsa y mientras nos acercábamos empezamos a notar que estaba destruida…no había nadie.
El segundo Comandante estaba a mi lado, adiviné que su pesar era igual al mío, quizás en su dolor, desesperación o frustración, pensó que lo mejor era hundir esa balsa, agarró la ametralladora fija y trató de disparar para que se hundiera.

Le dije, "Señor, no está cargada", y él sacó su pistola y la descargó sobre la balsa.
Le pregunté porque lo hacía y me dijo que era para que los ingleses no la encontraran…
El sabía que era imposible hundirla a los balazos, pero lo mismo lo hizo: sé que era su forma de tirarles a los ingleses y que ante cada disparo, buscaba acallar el dolor que lo embargaba.

Al rato vemos otra balsa, la misma ansiedad nos empezó a invadir, pero fue peor que la anterior.
La balsa estaba semidestruida y en ella flotaban dos cuerpos congelados.
Al estar sin techo, hizo agua por todos lados y fallecieron por el frio de la noche.
A las horas, por fin, empezaron a aparecer las balsas con sobrevivientes.
Todos los mirábamos, les gritábamos, los alentábamos.
Recuerdo que se asomaban con las caras ennegrecidas por el petróleo, sin ningún tipo de expresión en sus rostros, como si después de tanto espanto no tuvieran ya capacidad de asombro.

No fue fácil rescatarlos por la tormenta, era terrorífico ver como las balsas se metían debajo del buque por el rolido del Bouchard, pero cuando el rolido era a la inversa parecía que los aplastábamos: la misma cantidad de agua que desplazábamos los sacaba de lugar, era un ir y venir continuo, como en un juego macabro.

Así logramos rescatar varias balsas, pese a que en un momento ya no podíamos parar las maquinas, porque por problemas de una bomba eléctrica de agua que chupó un ancla de tela de las balsas ya no podíamos detener el buque, porque íbamos a quedar al garete.
Lo mismo se siguió intentando, se bajó un bote de goma, se largaron cuerdas, se bajaron buzos, perdimos a uno que gracias a Dios fue rescatado por otro buque, y se terminó de completar el rescate con el destructor Piedrabuena y el aviso Gurruchaga.

Pese a los años transcurridos, todavía recuerdo esos momentos.
Nunca se fueron de mi mente.
Tengo grabadas sus miradas a fuego, aunque con el tiempo aprendí a sobrellevarlas. Al principio no, porque eran pesadillas, pero luego se transformaron de a poco en un hecho más de mi vida.

Si Cabo Principal, me costó, pero ahora puedo decir que si, que me siento realizado.
Al menos en lo que yo considero importante.
Ya no soy teorías: soy práctica, soy vivencias que me marcaron. 

Gracias a eso aprendí a formar una familia, con paciencia y tolerancia.
Aprendí que no soy el centro de nada, a que soy solo una parte del todo y por ende a respetar al prójimo, a comprender que no soy mejor que nadie, a escuchar, a pensar, aprendí a salir de mi encierro, a minimizar mi yo, aprendí a amar, a mirar, a disfrutar, a valorar, a comprender la vida, pero claro, solo me di cuenta cuando vi lo fácil que era perderlo todo.

Lo que solo está en uno, uno lo entiende porque sabe de dónde viene.

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