Ahora que llega el calor
y por toda la ciudad afloran las tetas con su vanguardia prometedora de un
tiempo blando, vale quizá entregarse a esa curiosidad primaria que generan las
tetas en la vida de los hombres.
Primero están las tetas
paradigmáticas, formativas, las tetas alarmantes del cine o la TV. Depende la edad
de cada uno.
Para una generación fueron las
tetas de la Loren en Bocaccio 70, o las de Anita Ekberg en La Dolce Vita. Para
otros habrán sido las tetas de la Cucinotta en Il postino, o las tetas ya más
estilizadas y armónicas de Mónica Bellucci en Malena.
El cine italiano siempre fue
proveedor de grandes tetas mediterráneas.
Las tetas americanas en cambio
siempre quedaron en un tercer plano, detrás de las explosiones y los autos
chocadores. Estados Unidos no fue ni es un buen proveedor de tetas, a excepción
de las tetas de Lynda Carter en La Mujer Maravilla que eran bastante notables,
tetas atléticas, altivas, heroicas, increíblemente controladas por ese corset
con estrellitas.
Wonder Woman provocó en muchos
las primeras inquietudes masculinas, el primer desasosiego, esa terrible
sensación de falta que nos dejaba temblando ante la tele y el Nesquik, sin
entender bien por qué.
Pero en general, las tetas
yankis suelen ser más silicónicas, como las de Pamela Anderson en Bay watch. O,
si son naturales -como en el caso de la morena totémica Tyra Banks- ni tienen
gracia ni son sexies. Tyra es tan poco sexy que en su programa invitó a un
famoso cirujano plástico para probar, en vivo, que sus tetas son naturales. El
cirujano se las palpó y le hizo una mamografía en directo, frente al público
invitado. A Tyra, emocionada, se le entrecortó la voz explicando que hacía eso
porque estaba harta de que dijeran que sus tetas no eran suyas.
A nivel nacional, todavía la
Coca Sarli no ha sido desbancada de su puesto de diva exclusiva del fetichismo
mamario, con una filmografía entera dedicada a sus tetas panorámicas, sus tetas
como auspiciadas por la oficina nacional de turismo, porque asomaban en todos
los lagos, las montañas, las cataratas del país, dándole una categoría
geográfica a esas tetas exhibidas a la par de la exhuberancia del paisaje. Sus
largas flotaciones en la hidrografía argentina no tienen, y quizá, no vuelvan a
tener un parangón.
Después de las tetas virtuales
y mediáticas, aparecen en la vida de uno las tetas reales, quizá todavía no
palpables, pero sí visibles. Aquellas tetas que uno vio por primera vez
desnudas, en persona, no se olvidan nunca más. Cuando estaba en segundo año del
secundario, me llevé a marzo Lengua y literatura, y tuve que tomar clases
particulares de análisis sintáctico con una profesora que venía a casa. Se
llamaba Teresa. Yo tenía quince años y ella no pasaba de los veinticinco. Era
diciembre y hacía calor. Teresa venía a casa con unas musculosas sueltas, sin
corpiño. Un día, sentados juntos, inclinados frente a las oraciones para
analizar, le vi a través del escote las tetas, las puntas de las tetas, los
pezones rosados. Sentí una alteración violenta, como si se me frenara toda la
sangre de golpe, y me empezara a fluir en la dirección opuesta. Ella se dio
cuenta y se acomodó la musculosa sin preocuparse demasiado, dejando que volviera
a pasar lo mismo varias veces. Tomé más clases, estudié mucho y di un muy buen
examen. Nunca me olvidé de las estructuras sintácticas de Teresa. El relámpago
clandestino de sus tetas veinteañeras le dio un erotismo a la materia que ningún
profesor del colegio lograría infundir jamás.
La mirada de los hombres
dobla. Cuando pasa una mujer con lindas tetas la mirada de los hombres se curva,
busca, se inmiscuye a través de los pliegues, a través de los
escotes o los botones mal cerrados, y adivina, sopesa, sentencia. Las mujeres
modelan sus tetas como quieren. La ropa puede levantar las tetas, ocultarlas,
ajustarlas, trasparentarlas, sugerirlas, agrandarlas. Es bueno conocer todos
esos trucos, no tanto para no dejarse engañar, sino más bien para participar y
entregarse al juego. Las tetas de los años cincuentas, por ejemplo, eran
cónicas, eran parte de un torso sólido y apuntaban amenazantes; después, en los
sesentas, las tetas desaparecieron un poco de escena en el hippismo de las
pacifistas anti corpiño; en los ochentas empezó la fiebre de las siliconas; y
ahora las tetas son como globos apretados y empujados hacia arriba por el famoso
wonder bra. Hay que tener en cuenta que el wonder bra da forma, pero también
rigidez. Y es una lástima porque no hay nada como ese temblor hipnótico que va a
un ritmo aparte de los pasos de la mujer, como un contrarritmo, una síncopa
propia de las tetas naturales en acción.
Las tetas tienen vida propia,
eso es sabido; no son como el culo por ejemplo que se mueve dirigido por su
dueño. Las tetas parecen difíciles de controlar. En ocasión de cabalgatas,
escaleras y trotes para alcanzar el colectivo, pueden incluso ser graciosas,
torpes y poco serias. Algunas mujeres sin embargo tienen la habilidad de
dirigirlas. Nuestra deslumbrante Carla Conte, por ejemplo, sabe hacer un mínimo
taconeo entusiasta, un rebote de afirmación, de plena simpatía, de
aquí estoy, que le provoca un temblor hacia arriba que
termina en una especie de vibración de trampolín, a la altura de sus tetas
plenipotenciarias de chica de barrio. Un movimiento que le ganó televidentes y
que detiene el zapping. Dentro de los cambios evolutivos, que van del homo
sapiens al homo mediáticus, la función más importante de las tetas hoy en día,
ya no es la reproducción, sino la capacidad para aumentar el
rating.
Pero
volviendo a las tetas reales de este lado de la pantalla, ¿cómo se accede a
ellas, cómo se alcanzan y develan? Las mujeres tetonas tienen una habilidad
desarrollada durante años para frenar las manos de los
hombres-pulpo. El hombre-pulpo es el que no da abasto, el que
ya tiene las dos manos agarrando cada cachete del culo y va por más, porque
quiere, además, palpar simultáneamente la abundancia de las tetas, y es como si
le nacieran dos brazos suplementarios para alcanzar ese fin.
Pero las mujeres tetonas
tienen mucha destreza, saben interponer el codo, y bloquear todo intento de
avance. Hay que aprender que si una mujer detiene una mano, no hay que insistir,
sino intentar más adelante por otro lado, despacio, sin apurarse. Nunca jamás
debe intentarse tocarle las tetas a una mujer antes de darle un beso, porque
sería un fracaso (hay excepciones, hay abordajes muy acalorados por detrás que
vienen con doble estrujamiento de tetas y beso en el cuello, pero no son muy
frecuentes entre desconocidos). En general las tetas se exploran durante el
beso, en lo más apasionado del beso. Una vez instalados en ese vértigo, se puede
subir una mano por la espalda que explore debajo del elástico del broche del
corpiño, pero sin desabrochar nada todavía, en una caricia que llegue a la nuca,
que disimule un poco pero que a la vez diga ya estoy acá debajo de
esta lycra tirante, y no me voy a detener.
Si la mujer accede tácitamente
(porque nunca hay que preguntar ni pedir permiso) entonces ahí sí, se puede
intentar desbrochar, desmantelar la delicada ingeniería del corpiño, desactivar
esa tensión tan linda, lo elástico, lo tirante de las tetas sujetadas entre
diseños de moños y florcitas. Y entonces llega la verdad, sin íntimos trucos
textiles, la doble realidad pura y palpable. Entonces aparecen, asoman en
estéreo, se despliegan las tetas en todas sus variantes, como ejemplos de la
biodiversidad. Tetas duras, nuevas, tetas derramadas, pesadas, tetas blandas,
inabarcables, tetas sin caída, sin pliegue, como cúpulas altas de pezones
rosados, tetas apenas sobresalientes pero halladas finalmente por las manos,
tetas enormes y llenas, tetas asimétricas, tetas breves pero puntiagudas de
pezones duros, tetas lisas de areolas enormes apenas dibujadas, tetas blancas,
morenas, con marcas de bikini, tetas chiquitas y felices, tetas tímidas,
esquivas, o desafiantes, orgullosas, guerreras. Todas lindas, dispuestas para el
beso, la lengua, el mínimo mordisco, y provocando una sed desesperada cuanto más
grandes, una actitud ridícula del hombre que de repente actúa como un cachorro
ciego, hambriento y desbocado.
Y sin embargo, esa sed
no termina de saciarse. Hay algo misterioso en la atracción por las
tetas. Porque, ¿qué se busca en las tetas?
Las atracciones de la cintura
para abajo tienen un objetivo siempre más claro y complementario, que termina
consumándose sin demasiado equívoco. Pero en las tetas, ¿qué buscan los adultos?
Que todo sea un simulacro de lactancia no cierra bien.
Demasiado edípico y cantado, eso de buscar repetir ese vínculo nutricio con la
madre.
¿Y
además las mujeres qué ofrecen cuando ofrecen sus tetas? Dicen que la existencia
de las tetas tiene un propósito de atractivo sexual (además de su fin
alimentario). Dicen que al estar erguidas las hembras humanas tuvieron que
desarrollar una especie de reduplicación del culo en la parte
de delante de su cuerpo para atraer a los machos. Ése es el fin que cumplirían
esas dos esferas juntas a la altura de las costillas superiores: ser un señuelo
similar a un culo llamativo. La explicación parece bastante ridícula, y quizá
por eso mismo –porque el cuerpo humano es bastante ridículo- sea
cierta.
Las tetas son
insoslayables. Imanes de los ojos. Las tetas invitan a la zambullida
para pasarse un verano entre esos dos hemisferios. Son más fuertes que uno. Hay
una fuerza hormonal y animal que supera todo intento represivo y civilizatorio
por no mirar, por no quedar como un primate bizco de deseo.
Mirar todo el tiempo a los
ojos a una mujer con un buen escote es un difícil ejercicio de autocontrol,
es casi imposible que los ojos no se nos resbalen a esas
curvas, que no caigan y se entreguen con toda la mirada a la gravitación de la
redondez de la tierra. Porque hay tetas que son insostenibles, y provocan
incredulidad. Uno mira una vez, y vuelve a mirar pensando ¿Vi bien?. Y sí, uno
vio bien, y esa visión genera una inquietud, una insatisfacción total de la
vida, uno quiere entrar en ese mundo blando y suave, uno se siente lejos de esas
tetas, desamparado como un soldado en la
trinchera.
El anoréxico gusto de la época
propone un ideal de mujer flaca pero con grandes tetas, algo raro que se da sólo
en casos prodigiosos. Por eso la superabundancia de tetas falsas en los medios,
tetas que quedan estrábicas, desorientadas, y a veces un poco ortopédicas. Se
exigen mujeres escuálidas que terminan poniéndose siliconas porque sin prótesis
presentarían unas tetas apenas protuberantes, tetas de bailarina de ballet; una
belleza sutil y sugerida que la tele parece no poder aceptar.
Una regla extraña pero
frecuente hace que las tetonas sean chatas de culo, y las culonas sean chatas de
arriba. Como si en la repartija hubiera que optar por una u otra
opción.
La
mujer latinoamericana suele ser más dotada de grupas que de globos. La mujer
promedio brasilera, por ejemplo, con su mezcla afro-tupí, suele tener unas
poderosas pompas brunas y ser bastante chata de tetas. En cambio las mujeres
europeas, nórdicas, suelen presentar - como escuché decir una vez en un canal de
cable- un volumen mamario importante. Las alemanas teutonas, las suecas, las
valquirias escandinavas, son mujeres con toda la vida por delante. Avanzan
heroicas con grandes tetas redondas, doradas, divergentes. En Francia se hace
más un culto a las tetas que al culo, y sin embargo las francesas -con
excepciones normandas que cortan el aliento como la impresionante Laetitia
Casta- suelen ser magras, escasas y finas.
Quizá las tetas no
sean indispensables, pero dan alegría..!
Por suerte, las argentinas,
gracias al encuentro de las sangres nativas y la inmigración mediterránea,
suelen tener medidas armónicas, lo que quiere decir que están bien de todos
lados. Y si nos llegara a tocar enamorarnos de una mujer sin tetas, habrá que
apechugar, quererla, y echar de vez en cuando unas pispeadas nomás, disimulando.
Hay que tener cuidado. Un amigo tuvo un lapsus que precipitó su separación. Su
novia, que era muy chata y celosa, se cansó de pescarlo mirando escotes por la
calle, y le vaticinó:
Vos un día me vas a
dejar por una tetona..!
Y él, queriendo arreglarla le
contestó:
Sin vos estaría
perdido, amor, sos mi tabla de salvación…!!!!
Las montañas se abren para que entren la ruta y el río juntos al pueblo, uno de los más lindos de la Argentina, al pie de esa piedra impresionante que es el Fitz Roy. Ese pueblo es EL CHALTÉN, en la patagónica Santa Cruz. Esta página permite mirar el lugar en que subo algunas cosas de mi archivo personal. La mayor parte pertenece a otras gentes; las menos, son propias. Algunas están muy arraigadas en mi vida, con mis afectos. A una parte de ellas algunos talentosos le han puesto música. (rt)
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