Hay que aceptarlos con
esa condición, hay que criarlos con esa idea, hay que asumir esa
realidad.
No
es que se van... es que la vida se los lleva.
Ya no eres su
centro.
Ya no
eres propietario, eres consejero.
No diriges, aceptas. No
mandas, acompañas. No proyectas,
respetas.
Ya
necesitan otro amor, otro nido y otras perspectivas.
Ya les crecieron alas
y quieren volar.
Ya les crecieron las raíces y
maduraron por dentro.
Ya les pasaron las borrascas
de la adolescencia y tomaron el timón.
Ya miraron de frente la vida y
sintieron el llamado, para vivirla por su cuenta.
Ya saben que son capaces de
las mayores aventuras, y de la más completa realización.
Ya buscarán un amor que los
respete, que quiera compartir sin temores ni angustias las altas y las bajas en
el camino que les endulce el recorrido, y los ayude en el fin que quieren
conseguir.
Y
si esa primera experiencia fue equivocada, tendrán la sabiduría y las fuerzas
para soltarlas, y así, otro amor les llegará para compartir sus vidas en
armonía.
Ya no les caben las
raíces en tu maceta, ni les basta tu abono para nutrirse, ni tu agua para
saciarse, ni tu protección para vivir. Quieren crecer en otra
dimensión, desarrollar su personalidad, enfrentarse al viento de la vida, al
sombro del amor y al rendimiento de sus facultades.
Tienen un camino y quieren
explorarlo.
Lo importante es que sepan
desandarlo: tienen alas y quieren abrirlas. Lo importante también es el corazón
sensible, la libertad asumida y la pasión a flor de piel.
Que la rienda sea con
responsabilidad, y la formación, llena de luz.
Tú quedas adentro. En
el cimiento de su edificio, en la raíz de su árbol, en la corteza de su
estructura, en lo profundo de su corazón.
Tú quedas
atrás.
En la estela luminosa que deja
el barco al partir.
En el beso que les
mandas.
En el
pañuelo que los despide.
En la oración que los
sigue.
¡ En la
lágrima que los acompaña !
Tú quedas siempre en
su interior, aunque cambies de lugar.
Las montañas se abren para que entren la ruta y el río juntos al pueblo, uno de los más lindos de la Argentina, al pie de esa piedra impresionante que es el Fitz Roy. Ese pueblo es EL CHALTÉN, en la patagónica Santa Cruz. Esta página permite mirar el lugar en que subo algunas cosas de mi archivo personal. La mayor parte pertenece a otras gentes; las menos, son propias. Algunas están muy arraigadas en mi vida, con mis afectos. A una parte de ellas algunos talentosos le han puesto música. (rt)
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