miércoles, 25 de octubre de 2017

LOS MUERTOS HABLAN, de Santiago Trinchero - 20/10/17

“Los muertos hablan”, dicen los médicos forenses y los especialistas invitados a los paneles de la televisión para recubrir de seriedad el circo mediático.
“Los muertos hablan”, repiten, porque la ciencia médica permite seguir los rastros de la vida arrebatada, las formas en que ese cuerpo dejó de respirar.
“Los muertos hablan”, insisten los funcionarios judiciales confiados en que la verdad está escondida en una prueba de ADN o en un peritaje de balística.
“Los muertos hablan”, murmura la casta política, porque la autopsia se revela como el final del suplicio de los focus group, de los pedidos de disculpas fingidos, de toda esa parsimonia hipócrita que dice estar acongojada cuando en realidad siente un profundo alivio.

Un tuit más y mañana a votar.

Pero tienen razón, los muertos hablan.
No lo hacen solamente en el lenguaje de la ciencia. No.
Los muertos hablan porque son vitrinas del horror cotidiano y a cuenta gotas.
León Trotsky dice en "El gran sueño" que las tragedias, las individuales y colectivas, siempre ponen al desnudo las verdaderas pasiones e impulsos de una persona.
Los muertos hablan un lenguaje sensible.
El grito del “Ni una menos” no salió de la boca de millones de mujeres por los avances recientes en la criminalística.
Fue porque esas muertas arañaron con sus ecos las fibras sensibles de un tejido social.


Santiago Maldonado, Luciano Arruga, Mariano Ferreyra, hablan. Todavía hablan.

¿Qué te corre por la sangre si no sos capaz de parar un segundo y escuchar lo que tienen para decir?
Ellos sintetizan en sus voces las lecciones que no aprenderías ni leyendo todos los libros que se han escrito sobre la desigualdad social y sobre la lucha de clases.
Santiago nos habla del problema de la tierra en un país tan extenso que es un insulto que unas pocas miles de familias acaparen el fruto de esa riqueza; y que eso de que “los argentinos venimos de los barcos”, fue un cuentito que nos contaron en el colegio para que no miremos cuando miramos la indignante miseria endémica y la más repulsiva impunidad con la que conviven cotidianamente nuestros pueblos originarios.

Hay una Argentina india y la viven cagando a balazos.

Luciano lleva en su cuerpo las marcas de una mafia que hizo temblar a la Cosa Nostra siciliana.
Las fuerzas de seguridad son carteles criminales que lucran con el pequeño y gran delito.
Si te negás a colaborar con su perverso ciclo podés terminar muerto en un calabozo o al costado de una autopista.
Hay una Argentina pobre y villera, que vive cotidianamente con sus barrios plagados de policías, prefectos y gendarmes que se comportan como ejércitos de ocupación.

Hay una Argentina del apartheid, donde los pases de circulación se reemplazaron por la portación de cara.

Mariano Ferreyra nos habla de la repugnante convivencia del poder político con bandas que retoman las más abyectas tradiciones de la Triple A.
Que el cuentito de que los sindicatos son de Perón es una verdad garantizada a los tiros y culatazos por jaurías de perros sin corazón, dirigidas por burócratas que en su mal lograda vida laburaron, pero son sendos secretarios generales, en la medida de que mantengan el valor de la fuerza de trabajo en los niveles aceptables.
Entendiendo por niveles aceptables que más o menos no nos caguemos de hambre y que el empresariado se siga enriqueciendo como jeques arábes que, en vez de petróleo, nos extraen a nosotros la sangre.

Hay una Argentina obrera, que vive en niveles de precarización tan elevados que harían que Martinez de Hoz aplaudiera de pie a todos los gabinetes de ministros de esta democracia que lo sucedió.

Yo no quiero terminar muerto al costado de una vía, de un río, en una morgue con una etiqueta en el dedo gordo que diga NN.
No quiero eso para mis seres queridos.
Yo no vine a este mundo roto a decir “uy, qué cagada lo de este pobre pibe, esta pobre piba”.

Entre el mundo que tenemos y el mundo que queremos dejar a nuestras espaldas cuando partamos, hay una pequeñísima clase de parásitos y mercenarios dispuestos a matarnos para seguir viviendo de nosotros.

Los muertos hablan, nos dicen de qué lado tenemos que estar.

jueves, 19 de octubre de 2017

EN TIEMPOS OSCUROS, de Eduardo Galeano

"En tiempos oscuros, tengamos el talento suficiente para aprender a volar en la noche... como murciélagos...
En tiempos oscuros, seamos lo suficientemente sanos, como para vomitar las mentiras que nos obligan a tragar... cada día...
En tiempos oscuros, seamos lo suficientemente valientes como para tener el coraje de estar solos... y lo suficientemente valientes, como para arriesgarnos a estar juntos...
En tiempos oscuros, seamos lo suficientemente maduros, como para saber que podemos ser compatriotas y contemporáneos, de todos los que tienen una voluntad de belleza y una voluntad de justicia, sin importar, dónde nacieron ni dónde se encuentran... porque no creemos en las fronteras de los mapas del tiempo...
En tiempos oscuros, seamos lo suficientemente tercos, como para seguir creyendo, contra toda evidencia... que la condición humana vale la pena...
En tiempos oscuros, seamos lo suficientemente locos, como para ser llamados locos... seamos lo suficientemente inteligentes, como para ser desobedientes, cuando recibimos órdenes contradictorias a nuestra conciencia... o contra el sentido común".

miércoles, 18 de octubre de 2017

OJALÁ, por Raquel Robles - 18/10/17

¿Alguien en el mundo puede entender que un cuerpo roto pueda significar algo parecido a un alivio?
¿En qué mundo de inmundicia vivimos en el que preferimos un huesito, una cadena de adn, un pedacito de pelo, a la incertidumbre?
¿Y puede alguien entender que al mismo tiempo no queramos encontrar nunca nada para poder seguir en el limbo de la ilusión cruel de que tal vez, quizás, de algún modo mágico, pueda volver el ser amado que no hay modo de no saber que está muerto?
¿Cómo lograron hacernos esto?
¿Cómo lograron que la incertidumbre fuera la condena y el nudo que no queremos deshacer a esa imagen en la que ellos siempre vuelven?

Hay un cuerpo rescatado del agua.
Y siempre el agua, siempre los ríos, siempre los peces acunando a nuestros seres queridos.
¿Será Santiago?
En definitiva, es alguien que ha muerto y ha quedado a merced del agua. Y eso ya es un dolor suficiente.
Pero en este país nunca es suficiente.
Porque secuestraron en las narices de todos a treinta mil personas, las torturaron las asesinaron y ocultaron sus cuerpos – porque eso es lo que el eufemismo “desaparecido” quiere decir - y no es suficiente.
Miguel Bru, tampoco alcanzó.
Julio López todavía no llenó el vaso.
Y probablemente Santiago sea otra perla amarga en el collar que llevamos en nuestros propios cuerpos doloridos.

En este país se puede “estar harto del tema de los desaparecidos” y la vida sigue.
Se puede tardar once años para preparar un juicio contra torturadores y decir que es verdad que ocho o nueve personas son responsables de la gestión de un centro clandestino de detención en el que fueron machucados los cuerpos de cientos.
Se puede hacer un chiste también.
El cuerpo encontrado en río tal vez conserve algo para que los forenses puedan investigar por las bajas temperaturas del agua “como Walt Disney”.
Y la vida sigue.

Es tan violento que la vida siga cuando el dolor es un estilete que te va cortando en tiritas. 
Y sin embargo, si no siguiera, cómo podríamos batir al enemigo.
Aunque sea así, como inventó la historia que dijo el Sargento Cabral.
La esperanza es nuestra condena y nuestra victoria.
Hayao Miyazaki, ese que nos salvó la vida de niños con las series Heidi y Marco, el que hizo El castillo vagabundo y el Viaje de Chihiro, en su última película nos dio la clave: el viento se levanta, hay que intentar vivir.
Pero cómo..?

Vivir, respirar, no ahogarse con el cuerpo que los perros encontraron a cuatro días de las elecciones, podría ser ya bastante heroico.
Sin embargo para nosotros tampoco es suficiente.
Estar mirando en la televisión, en las redes sociales, pegados a las pantallas de los teléfonos hasta que alguien nos diga si es o no es Santiago, si Santiago sigue siendo un desaparecido o es un asesinado, en esta categoría loca que hemos inventado los argentinos, como si desaparecido no significara también asesinado, no parece suficiente.
Estar pensando en las elecciones, en la anécdota importante o fútil, según para quién, de las elecciones frente a la brutalidad de este jueguito morboso al que nos someten (¿es o no es? ¿reconocés la ropa en este cuerpo sin cara? ¿podremos saber qué le hicieron después de dos meses de río?) también parece insuficiente.
Violento inclusive.

Nada, ninguna cosa que podamos hacer, nos devolverá la vida de Santiago, ni la de Julio, ni la de Miguel, ni la de Silvia, asesinada por testimoniar en un juicio por delitos de lesa humanidad.
Tampoco a las miles de personas que destrozó la dictadura.
Ni los años que millones vivieron en el exilio o en el horror de las cárceles argentinas.
Pero no hacer nada es sin dudas lo más desacertado que podemos hacer.
Y mirar la tele, decir qué barbaridad, esperar que nuestro mundo cambie votando así o asá es bastante parecido a hacer nada.

El gran Kurt Vonnegut en su "Matadero Cinco" propuso una explicación más racional al delirio del genocidio nazi: la abducción de los cuerpos por extraterrestres.
Convengamos que es menos loco pensar en un plato volador que te saca del tiempo y del espacio a que el ser humano sea capaz de masacrar a seis millones de personas.
En su libro, el protagonista, Billy Pillgram es llevado a su planeta por los tralfamadorianos:
Lo más importante que he aprendido en Tralfamadore es que cuando una persona muere, sólo muere aparentemente.
Continúa muy viva en el pasado, y por lo tanto es muy estúpido que la gente llore en su funeral.
Todos los momentos, el pasado, el presente y el futuro, siempre han existido y siempre existirán.
Los tralfamadorianos pueden contemplar todos los momentos de la misma forma que usted, por ejemplo, puede observar cualquier trecho de las Montañas Rocosas.
Se dan cuenta de la permanencia de todos los momentos, y pueden contemplar cualquiera de ellos que les interese.
Aquí en la Tierra creemos que un momento sigue al otro, como los guisantes dentro de la vaina, y que cuando un momento pasa ya ha pasado para siempre, pero no es más que una ilusión.”
No podemos saber si el paso del tiempo es una ilusión o no.
Lo que quizás podamos afirmar es que todo vuelve a repetirse sin repetirse jamás.

Este año fui a la casa de donde se llevaron a mis padres. Hacía mucho tiempo que no iba. Estaba alquilada.
Los inquilinos querían entregármela porque se iban.
Me di cuenta de que nunca la había visto así, despojada, sin nada, sólo las paredes y el verde del fondo y ese lugar donde estaba la conejera con mis queridos conejos, donde aún hoy se niega a crecer el pasto.
Me puse a llorar. Como una loca.
No sabía que iba a llorar, pero sucedió.
El inquilino que se iba me recogió del piso, me alzó porque yo era una masa informe que sólo sabía llorar y me dijo “no te preocupes flaca, no van a volver”.
Él me hablaba de los militares, y tal vez sea un poco inocente creer que no van a volver cuando pasan cosas como la desaparición de Santiago y la vida, como vimos, sigue.
Pero lo más increíble, lo más terrible es que yo me preocupé. Me anoticié.
Yo no pensé en los militares. Yo pensé en mi papá y en mi mamá. No van a volver.
Una mujer de 46 años llorando como una nena de 4 porque alguien le dice que “no van a volver”.

La muerte es la muerte. Es lo real, lo irreductible.
Pero la muerte encarnada en un cuerpo es la certeza de un duelo que comienza.
La muerte encarnada en el aire es que pasen los años, las décadas y cada vez volver a entender que la magia es una posibilidad demasiado remota.
Ojalá que el cuerpo que encontraron en el río sea Santiago.
Ojalá que el cuerpo que encontraron en el río no sea Santiago.

jueves, 12 de octubre de 2017

EN COMPAÑÍA DE TONTOS, de Arturo Pérez Reverte - 9/10/17

Puestos a ser justos, no sólo es España.
Gracias a Dios.
Las habas de la estupidez y la mala fe se cuecen en todas partes; y si eso no consuela demasiado, al menos lo hace más llevadero.
Saber, por ejemplo, que la estatua de Colón en Barcelona no es la única que tiene la piqueta de demolición en el cogote, consuela un poco.
Nada hay más tranquilizador que la estupidez compartida, global, en un mundo donde, ya desde la más remota antigüedad – y ahí seguimos –, juntas a un fanático o un malvado con 1.000 tontos y, matemáticamente, obtienes 1.001 hijos de la gran puta.
La tendencia actual de borrar la parte oscura del pasado y reinventar éste con la parte buena, o la que cada uno considera como tal, está sumiendo el mundo en un caos cultural ajeno a los hechos y razones que lo definen. Ignoramos que la historia no es buena ni mala, sino sólo historia, y borrándola creemos corregirla o librarnos de ella, cuando el resultado es justo lo contrario.
Sin memoria, sin las claves que nos explican, somos monigotes en manos de oportunistas y sinvergüenzas, o rehenes de los estúpidos apóstoles de lo políticamente correcto.

Y más cuando éstos se empeñan en que miremos el pasado, tan diferente en espíritu y maneras, con ojos del presente. Exigiéndole, por ejemplo, a una banda de aventureros hambrientos, duros, ambiciosos y desesperados que se comportaran en el siglo XV con los criterios morales de una oenegé del siglo XXI.
Así nunca pueden salir las cuentas.

Todos tuvimos bisabuelos que lucharon en guerras, invasiones, conquistas y reconquistas.
Que mataron y murieron por un plato de comida, por una ambición, por una mala suerte, por una idea.
Ocultarlos es amputarnos a nosotros mismos.
Olvidar que somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos.

Al pobre Colón, como digo, lleva tiempo cayéndole la del pulpo.
Él sólo quería descubrir un mundo nuevo al otro lado del Atlántico, y se jugó el tipo para conseguirlo, gracias al apoyo que le dieron los reyes de España – ese país ahora de pronto inexistente – allá por el año 1492.
Pero ya ven. Ha acabado comiéndose un marrón genocida como el sombrero de un picador: Cristina Kirchner le demolió la estatua en Buenos Aires, Ada Colau y la CUP quieren demolérsela en Barcelona, e innumerables cantamañanas de toda condición y pelaje andan buscándole las vueltas a don Cristóbal. 
Jugándole la del chino.

La última que yo sepa, se la han montado en Los Ángeles, California, ciudad hispana por excelencia empezando por el nombre (Nuestra Señora Reina de los Ángeles) y por quienes la fundaron.
Pues bueno.
Allí, con el silencio cuando no el aplauso de la abrumadoramente mayoritaria comunidad hispana, o sea, gente que se apellida Sánchez y Martínez, han suprimido el Columbus Day o Día de Colón – con el único voto en contra de un concejal de origen italiano, para más guasa –, y colocado en su lugar el Día de los Pueblos Indígenas.
Lo cual estaría muy bien en muchos sitios, sobre todo de México para abajo; pero en Estados Unidos suena a sarcasmo guarro, porque allí precisamente, en la pulcra América anglosajona, y a diferencia de la sucia y grasienta América hispana, los pueblos indígenas fueron sistemáticamente exterminados, y los escasos supervivientes confinados en infames reservas.
Y así, el gran John Ford pudo decirle a Peter Bogdanovich en una entrevista: 
«Los indios son un pueblo digno incluso en la derrota, pero eso no está bien visto en los Estados Unidos.
Al público le gusta ver cómo matan a los indios.
No los consideran seres humanos».

Así que, en fin. Qué quieren que les diga.
Estos días va a estrenarse una película dirigida por Agustín Díaz Yanes, Oro, basada en un relato del arriba firmante, donde se cuenta mi manera de ver lo que fue la conquista de América: una sucesión de episodios fascinantes, terribles, épicos a veces y, desde luego, crueles y poco simpáticos. Pero asumiendo cuanto de terrible haya que asumir de la Historia, del horror y de la vida, que en el caso de la Conquista es mucho, el hecho cierto es que los indios de la América hispana siguen ahí, vivitos y coleando, compartiendo una lengua formidable entre quinientos millones de personas.
Y muchos, por simple justicia histórica, han venido a vivir a España; mientras en los Estados Unidos ni están ni se les espera, entre otras cosas porque allí, con la Biblia y la cochina supremacía blanca por delante, se los cargaron a todos.

Así que, por mí, como hispano que soy, como español que asume sin complejos su pasado en lo bueno y lo malo, la municipalidad de Los Ángeles puede irse a hacer puñetas.
A excepción del concejal de origen italiano, claro.
Ese tío cachondo.

jueves, 5 de octubre de 2017

EL DESPRECIO, de Osvaldo Soriano - 12 / 1994

De todos los racismos el peor es el cotidiano, el chiquito que no culpabiliza.
El que piensa, como le escuché decir una madrugada a un conductor de radio: “Yo no soy racista, sólo digo primero nosotros, después ellos”.
Ellos no votan, no tiene voz ni ley que los ampare.
Pobres primero, negros después.
Ahí están como esclavos en fábricas de barrios y suburbios. Bolivianos, peruanos, cabecitas.
La Asamblea del Año XIII ya pasó y ellos ni siquiera saben que alguna vez los esclavos fueron liberados también en Buenos Aires.

Afuera se dice cualquier cosa de los argentinos, menos que seamos cordiales o democráticos.
Para no desentonar, a veces nos comportamos como fieras.
Nada de trasladar al barrio gente que viene de las villas.
Que se vuelvan al Norte. Que se jodan si son pobres.
No tienen tarjeta de crédito. Y encima admiran a quienes los desprecian.
Vienen a robarnos, a quitarnos el trabajo, a violar a nuestras mujeres. A inquietar nuestra conciencia de pequeños propietarios, taxistas, quiosqueros, honestos comerciantes. Alguien podría pensar que somos grandes cabrones que descargan su impotencia en el más infeliz.

De ningún modo.
Un general de Pinochet dijo una vez a la televisión francesa que no era cierto que la raza blanca se preservara en Chile y la Argentina.
“Sólo en Chile”, adujo, porque los argentinos son “casi todos hijos de italianos”.
Frases al azar: “Contra los bolitas no tengo nada pero que se vuelvan a su casa”.
“Yo tengo un amigo judío”.
“Qué racista, si yo escucho a Guerrero Marhineitz”.
“Los uruguayos son buena gente, lástima que nos manden sólo a los ladrones”.
Naturalmente, los peruanos son estafadores, los chilenos punguistas, los bolivianos coqueros y analfabetos.
Ah, ¡qué suerte ser argentino!
¡Qué bueno ser rubio y de ojos celestes!
Igualitos a Menem. Igualitos a Dios.

Dios me perdone, cito a Sartre:
“Hay una repugnancia hacia el judío como hay una repugnancia hacia el chino o el negro en ciertas colectividades.
Y esa repulsión no nace del cuerpo, ya que muy bien puede uno amar a una judía si ignora su raza: se comunica al cuerpo por el espíritu.
Es un compromiso del alma, pero tan profundo y total que se extiende a lo fisiológico, como en el caso de la histeria”.

¿Qué reclama un racista?
Casi nada: que exista otro más débil que él.
Le pueden quitar todo a un valiente argentino, menos la nacionalidad.
Y si el único orgullo imperdible es ése, ¿por qué no esgrimirlo como un mérito, como una amenaza?
Fatalidad o bendición, la condición nacional conoce una sola manera de alzarse por sobre su pequeñez: ser propietario.
Y eso es lo que no pueden lograr los indocumentados, los colados que trabajan por cincuenta pesos y el plato de sopa. Esa gente, que no es gente para el que la explota, sirve de ejemplo: cuanto peor le va, más consuela a los desdichados que tienen derecho a votar.

Sobre la clase alta, y como reflejo sobre la clase media, opera el miedo al otro, el que es diferente a sus sueños.
La ilusión de casi todo argentino de a pie, si es que todavía le quedan ilusiones, es salir en la tele y figurar en la revista Caras.
No hay negros ahí, a no ser Pelé o Ricky Maravilla.
Está Palito, claro, pero cuánto hace que Palito es un triunfador blanco como la leche.
El ansia del pequeño propietario de llegar a las páginas de Caras es proporcional al miedo de terminar en una villa.
Ese miedo, que resume tantos otros, enciende una súbita pasión por la ecología en los barrios que temen el arribo de los villeros expulsados por la modernidad menemista.

La histeria racista es más vieja que las naciones.
Cuentos de gallegos y chistes de judíos son la medida expresable de nuestra xenofobia.
A veces hay sorpresas: la moda de detestar a los peruanos parece irreconciliable con el espíritu chauvinista si tenemos en cuenta que Perú debe ser el único país del continente donde no se detesta a los argentinos.
Más aún: les debemos misiles, pertrechos y una inquebrantable solidaridad durante la guerra.
Pero, claro, unos tipos se roban unas líneas de teléfonos, alguna cartera, uno que otro televisor y nosotros, que nunca robamos nada, decidimos que todos los peruanos, menos Mario Vargas Llosa que se hizo español, son unos canallas.

Ahora son los bolivianos.
En una de ésas ni hablan castellano.
Trabajan de sol a sol y más.
Llega la policía y ¿a quién se lleva? A ellos.
Los que siempre violan la ley son los negros.
De golpe, Germinal de Zola vuelve a adecuarse a una época que no es la de esa novela.
En los alrededores de canchas, estaciones y colegios hay pintadas que injurian a uruguayos, coreanos, paraguayos, bolivianos y peruanos.
Muchos boliches a los que van los chicos rechazan a los de piel oscura.
Debe ser una emocionante manera de sentirse superior, argentino hasta la muerte.

lunes, 2 de octubre de 2017

EL COSTE DE LA DESMEMORIA HISTÓRICA, de Vicenc Navarro - 28/9/17

La escasa recuperación de la Memoria Histórica en los círculos políticos, mediáticos e incluso académicos españoles explica que no se haya corregido la tergiversada historia de este país, tergiversación que continúa dominando el relato del pasado y del presente.
No hay plena conciencia ni hay pleno reconocimiento, por ejemplo, de que la Guerra Civil fue un golpe militar contra un sistema democrático gobernado por unas fuerzas políticas promotoras de reformas urgentes y necesarias, que estaban afectando los intereses de las clases privilegiadas y dominantes que, siendo una minoría de la población, necesitaron de una enorme y cruel represión frente a la mayoría de la población, que eran las clases populares.
De no ser por la enorme resistencia popular en la mayor parte de los territorios españoles, aquel golpe militar se hubiera impuesto en cuestión de dos o tres meses.
Pero a pesar de la ayuda de las tropas nazis alemanas y fascistas italianas, y de la escasa ayuda militar que el gobierno republicano recibió de los supuestamente democráticos gobiernos occidentales (temerosos estos de que las reformas altamente populares del Frente Popular contaminaran a sus propias clases populares), no pudieron conseguir someter a la mayoría de la población hasta tres años más tarde, estableciendo uno de los regímenes más represivos, crueles y terroristas (es decir, que el terror era una política del Estado) que hayan existido en Europa durante el siglo XX.
Nunca hay que olvidar que por cada asesinato que cometió Mussolini, el régimen de Franco cometió diez mil.

La Guerra Civil fue una lucha de clases. Pero también fue una lucha de dos visiones de lo que es España


No hay duda de que la Guerra Civil fue una lucha de clases, de las oligarquías y de las burguesías en contra de la clase trabajadora de los distintos pueblos y naciones de España.
Los vencedores de aquella lucha de clases establecieron el Estado dictatorial, y, cuarenta años más tarde, fueron las fuerzas dominantes en la transición de la dictadura a la democracia, definida erróneamente como modélica.
Y digo erróneamente porque el desequilibrio de fuerzas en aquel proceso fue tan grande a favor de los vencedores de la Guerra Civil y en contra de los vencidos (las izquierdas que lideraban las fuerzas democráticas) que era imposible que el resultado de aquella transición fuera modélico.
Su producto, la democracia española, era y continúa siendo enormemente limitada y el Estado del Bienestar fue y continúa siendo muy insuficiente.
Los datos que avalan tal observación están ahí para el que quiera verlos.
Los muestro en mis libros (ver Bienestar insuficiente, democracia incompleta. De lo que no se habla en nuestro país.Anagrama, 2002; y El subdesarrollo social de España: causas y consecuencias. Anagrama, 2006).

Ahora bien, hay otra parte de la desmemoria histórica que está incluso más ocultada.
Es poco conocido hoy en España que además de la lucha de clases que apareció en la mayoría de los pueblos y naciones de España, hubo otra lucha que se sintió con especial énfasis en las naciones “periféricas”, como Catalunya y el País Vasco (y también en Galicia).
La represión en contra de la cultura e identidad nacional en Catalunya fue una característica de aquel golpe militar y del régimen que estableció.
Puedo dar constancia de ello, como catalán que soy.
No soy muy dado a referirme a experiencias personales, pero me permito hacer una excepción en este artículo en mi intento de explicar una dimensión poco conocida del pasado de nuestro país a mis amigos al sur del Ebro, a quien está dirigido predominantemente este artículo.
Cuando yo era un niño, alrededor de los 10-11 años, un gris (la policía franquista) en Barcelona se molestó por dirigirme a él, en la calle, en catalán – mi lengua materna - diciéndome “no hables como un perro, habla como un cristiano”.
Recuerdo bien la frase, a la que respondí escupiéndole en la cara.
Además de la paliza y el bofetón que me dio, me llevó al cuartelillo de la policía, desde donde llamaron a mis padres, maestros republicanos que fueron brutalmente represaliados por su apoyo a las reformas educativas de la República y a la Generalitat de Catalunya (ver Una breve historia personal de nuestro país. biografía de Vicenç Navarro, en www.vnavarro.org).
Mi padre me acarició la cabeza, y hablando para sí mismo dijo “Tan jove, ja” (tan joven, ya), y mi madre, delante de los grises, me dio uno de los besos más grandes y más políticos que una madre haya dado a su hijo en Catalunya, mostrando lo enormemente orgullosa que estaba de mí.

En muchas partes de España parece no conocerse que siempre ha habido en Catalunya un sentimiento de identidad que no tiene por qué ser excluyente o insolidario.
Es cierto que este sentimiento puede lamentablemente traducirse en un nacionalismo excluyente.
Así pasó con Jordi Pujol, el mayor punto de referencia político del nacionalismo catalanista conservador, cuando escribía que los “inmigrantes” murcianos y andaluces que venía a trabajar a Catalunya (a los que la burguesía catalana y los nacionalistas pujolianos llamaban “charnegos”) tenían una capacidad intelectual inferior a la de los catalanes.
Ahora bien, siempre hubo otro sentimiento identitario solidario característico de las izquierdas catalanas, opuesto al anterior.
En el mismo periodo que Jordi Pujol promovía aquel nacionalismo, yo escogí ser médico de los “charnegos” en el barrio más pobre de Barcelona, el Somorrostro.
La resistencia antifascista que se había infiltrado en el sindicato fascista, el SEU, fundó el SUT (el Servicio Universitario del Trabajo), que había establecido el único centro sanitario en aquel barrio y cuyos habitantes representaban la clase trabajadora venida de otras parte de España que estaba construyendo el país y luchando, muchos de ellos, en la resistencia antifascista.
Las izquierdas catalanas siempre vimos que la lucha social y la lucha por la recuperación de la identidad catalana estaban unidas, pues la causa de su opresión era la misma: el Estado fascista. Y esta diversidad de identidades regionales y nacionales era la riqueza del país.
Nuestro deseo era que tal diversidad quedara reflejada en la configuración del Estado cuando se estableciera la democracia.

La España plurinacional fue siempre la visión preferente dentro de las izquierdas catalanas y españolas

La tergiversada historia de España, heredada de la dictadura, ha ocultado que siempre ha habido dos versiones de España.
Una, la uninacional, de las derechas españolas, cuya máxima expresión se dio durante el fascismo. Esta visión de España es la visión de los vencedores de la Guerra Civil.
Pero la de los vencidos era la visión plurinacional y pluri-identitaria, característica de las izquierdas.
No se conoce en España que tanto el PSOE como el PCE, durante la resistencia antifascista, tenían en su programa el reconocimiento de dicha plurinacionalidad, garantizada por el derecho de decisión o autodeterminación, que aseguraba que la deseada unión de España estuviera basada en la voluntad de las distintas regiones y naciones de España, en lugar de estar unidas por la fuerza, tal como exige la actual Constitución Española, que asigna nada menos que al Ejercito la función de asegurar tal unión (cláusula impuesta por el Monarca y el Ejército en el redactado de la Constitución).
En esta última versión, la uninacional, se consideraba a la visión plurinacional como la anti - España, siendo brutalmente reprimida por el régimen dictatorial, y todavía ocultada o discriminada durante el régimen del 78 iniciado en la inmodélica transición, como resultado de la pervivencia de la cultura franquista, todavía muy extendida en los aparatos del Estado español, incluyendo su judicatura y sus órganos de seguridad.

La represión fascista contra los que la dictadura definió como rojos y separatistas

La mayor represión fruto del golpe militar fascista y del régimen que le siguió fue dirigida a los que fueron definidos como rojos y separatistas, categorías que incluían en Catalunya a aquellas personas que habían luchado por una España justa, libre y democrática (a las que definían como rojos), y a aquellas personas que luchaban por una España plurinacional (a las que definían como separatistas).
Y lo peor de esta represión era que a uno se le definiera como rojo y separatista, como lo fue gran parte de mi familia, incluyendo mi padre, al que se le supuso separatista por haber sido secretario de la Asociación en Defensa de la República Catalana en la Federación Española.
Mi padre era federalista, no secesionista. Y amaba profundamente a España y a Catalunya.
Era valenciano de origen y maestro ilusionado, junto con mi madre, también maestra ilusionada, con las reformas docentes realizadas por la Generalitat de Catalunya y por la II República.
Que los considerasen a ellos, mis padres (y mis tíos y tías que tuvieron que dejar España y más tarde luchar contra el nazismo en la Francia ocupada) como anti-España, es absurdo y ofensivo en extremo, pues lucharon y dieron lo mejor de su vida por otra España diferente a la España monárquica borbónica, centrada en la capital del Reino, Madrid (que no tenía nada que ver con el Madrid popular), radial, jerárquica, corrupta e injusta.
Su España era republicana, democrática, justa y plurinacional.
Pero para los “nacionales” (así se definían a sí mismas las fuerzas fascistas), los que apoyaban la otra visión de España eran antiespañoles. Para ellos, separatistas eran todos aquellos que no compartían su visión uninacional.
El president Companys (al que los fascistas fusilaron), que había sido director de una revista titulada Nueva España, y que fue Ministro del gobierno español republicano, era un federalista, no un secesionista.
Y sorprenderá también a muchos lectores saber que los mártires y héroes cuya vida y muerte se homenajea el día nacional de Catalunya, el 11 de septiembre, por defender los derechos de Catalunya frente a Felipe V, de la realeza borbónica, también luchaban por el bien de España, dato que las derechas nacionalistas españolistas y los independentistas siempre ocultan en su historia tergiversada de España.
Cito textualmente las palabras del General Villarroel, que dirigió a los luchadores que se enfrentaron a las fuerzas borbónicas que los derrotaron, eliminando los derechos de la nación catalana:
Señores, hijos y hermanos: hoy es el día en que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en todos tiempos ha ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. ¡Por nosotros y POR LA NACIÓN ESPAÑOLA PELEAMOS! Hoy es el día de morir o vencer” (el original no está en mayúsculas, las añado para que se pueda leer bien).
Queda claro que los héroes masacrados por las tropas borbónicas luchaban por otra visión de España, claramente plurinacional, cuya memoria es recordada el 11 de septiembre, la Fiesta Nacional de Catalunya.
El Día Nacional en la primera versión de España – la uninacional borbónica - es el día de la Raza (tal como se llamaba) en el que se celebra la victoria y conquista de un nuevo continente.
En Catalunya, sin embargo, el Día Nacional es un homenaje a los derrotados defendiendo otra visión de Catalunya y de España.

El renacer del plurinacionalismo


Esta visión plurinacional ha continuado viva en las izquierdas catalanas durante la época democrática.
Fue precisamente un gobierno de izquierdas - el gobierno tripartito del socialista Pasqual Maragall - el que preparó el Estatut de Catalunya que fue vetado, después de ser aprobado por el Parlament de Catalunya, por las Cortes Españolas y refrendado por la población en Catalunya, por el Tribunal Constitucional (TC), controlado por el PP.
Tal veto (de partes esenciales de aquel Estatut, como considerar a Catalunya como una nación) y la pasividad del PSOE han creado la situación actual.
La derecha española en general, y el PP en particular, han sido una fábrica de independentistas.
El nacionalismo españolista y su versión y expresión uninacional son la mayor causa del crecimiento del independentismo.
Dicho esto, me niego a creer que el gobierno Rajoy esté aplicando claras políticas represivas que están incrementando el independentismo como resultado de su incompetencia, como algunas voces de izquierdas están indicando.
El Sr. Rajoy encaja perfectamente en el molde extremista del nacionalismo uninacional heredado del franquismo.
Cree, como también creen muchas personas de derechas, e incluso de izquierdas, que los partidos independentistas son los responsables de haber creado este enorme movimiento en Catalunya, sin querer darse cuenta de que la realidad es precisamente lo contrario.
Ha sido el hecho de ver desoídas las justas demandas de redefinición de España lo que ha convertido el deseo de reconocimiento en un deseo de separación.
Y el hecho de que la visión uninacional sea todavía la dominante en España, en parte debido a la renuncia por parte de las izquierdas tradicionales de su visión plurinacional, explica el comportamiento electoralista de Rajoy, totalmente comprensible desde el punto de vista electoral, pues lo beneficia a nivel de votos.

La demanda por un referéndum


En Catalunya, según las encuestas, la mayoría favorece una consulta o un referéndum sobre si Catalunya debería separarse o no de España.
Tal apoyo va (según la encuesta) de un 70 a un 80%.
Sin embargo, la mayoría no es favorable a la independencia.
La prohibición del “referéndum” por parte del Estado y del gobierno Rajoy, consecuente con su historia de falta de sensibilidad hacia las peticiones provenientes de Catalunya, ha generado una gran protesta, claramente instrumentalizada por los partidos independentistas que gobiernan Catalunya, que han utilizado a su vez métodos sectarios y antidemocráticos en su instrumentalización del referéndum, el cual se ha transformado más en un plebiscito de apoyo a la independencia que en un auténtico proceso de debate democrático sobre los méritos o deméritos de tal opción, libremente expresados en los medios públicos de la Generalitat.
En realidad, tales medios han sido meros instrumentos independentistas.

Esto ha dado pie a desarrollar una enorme represión contra las instituciones de la Generalitat de Catalunya que está siendo llevada a cabo por los aparatos del Estado uninacional (el judicial y el policial) bajo el gobierno Rajoy, represión que están afectando los derechos políticos y civiles de toda la población mediante medidas que, como han indicado varios juristas y constitucionalistas de conocido prestigio (como el Sr. José Antonio Martín Pallín, fiscal y magistrado emérito del Tribunal Supremo, el Sr. Baltasar Garzón o el profesor Javier Pérez Royo), son ilegales.

Crítica a algunas respuestas de sectores de izquierdas


Ante esta situación es sorprendente el silencio de la intelectualidad española.
Me parece bien que unas personas de izquierdas publicaran en El País (hoy uno de los diarios más hostiles a la transformación social y nacional de España) una carta indicando que el referéndum no es un referéndum.
Debo ser una de las personas en Catalunya que ha sido más crítica con Junts Pel Sí y su mal llamado referéndum.
Ahora bien, me parece muy mal que no critiquen la continua y agresiva intervención del Estado, tanto por parte del gobierno como por parte de los aparatos del Estado, dirigidos por un coronel de la Guardia Civil, procedente de una familia de Fuerza Nueva y hermano de un ex miembro del TC, hecho ampliamente conocido en Catalunya.
El sistema judicial y constitucional español dista mucho de ser el sistema democrático que el país tendría si hubiera habido una ruptura con el Estado anterior.
Y lo mismo ocurre con las fuerzas de seguridad. Es preocupante que miembros de la Guardia Civil saludaran a miembros de la ultraderecha que los vitoreaban cuando estaban reprimiendo manifestaciones totalmente pacíficas y no violentas.
Hemos visto estos días la llegada a Barcelona de grupos civiles fascistas que están intentando agredir a la población, que se está manifestando pacíficamente.
Estos mismos grupos fascistas rodearon el centro de Zaragoza, donde fuerzas democráticas estaban reunidas para realizar un acto político que pudiera contribuir a resolver uno de los mayores problemas que hoy existen en España.
No ha habido ninguna detención de miembros de dichos grupos.
Y los políticos que acudieron al acto tuvieron que encerrarse en el lugar donde éste se realizaba.

La llamada a la movilización democrática


Cualquier persona democrática, sea o no catalana, consciente de la historia real y no tergiversada del país, necesita movilizarse y decir NO a esta ocupación de Catalunya por los aparatos del Estado central, dirigidos por un gobierno corrupto que utiliza el Estado y sus aparatos de represión para fines partidistas y personales.
Escribir ahora diciendo que el referéndum propuesto por la Generalitat de Catalunya no es legal me parece insuficiente.
Lo que estamos viendo hoy es la movilización de las fuerzas herederas del fascismo, los súper patriotas de siempre, que están, como también hicieron en el 36, recurriendo a una represión que (por desgracia y como resultado de la insuficiente recuperación de la memoria histórica está contando con la simpatía de amplios sectores de la población española), reforzando así su dominio sobre España y su Estado.
La victoria de Rajoy en su enfrentamiento con la Generalitat de Catalunya (conseguida, una vez más, con la pasividad del PSOE) debilitará enormemente a las fuerzas democráticas en España.
De ahí la importancia de las fuerzas españolas que se reunieron en Zaragoza representando esa otra España, la plurinacional, sin la cual será también imposible resolver el gran problema social creado a su vez por el mismo Estado uninacional (también con la pasividad del PSOE).
La democracia en España está en peligro y el máximo responsable de ello es la persistencia de la cultura franquista en el Estado español.

El movimiento democrático iniciado en Catalunya que debería extenderse al resto de España

La represión ha movilizado a la mayoría de las asociaciones progresistas de la sociedad civil, desde los sindicatos mayoritarios CCOO y UGT, hasta los movimientos vecinales, asociaciones de pequeños empresarios, clubs de fútbol, etc. que se están organizando para oponerse a tanta represión.
La gran mayoría de dichas asociaciones no son independentistas, pero se sienten ofendidas por la brutal represión que está hoy teniendo lugar en Catalunya.
Y un elemento muy importante es que se ha diluido el protagonismo que los partidos independentistas y los movimientos afines como la ANC y OMNIUM CULTURAL han tenido hasta ahora, dirigiendo las movilizaciones.
Los sindicatos son las asociaciones civiles más grandes de Catalunya, y junto con la clase trabajadora, que no es independentista y no se movilizó en las campañas independentistas, se están ahora movilizando para defender las instituciones catalanas y la democracia.
Es significativo que los trabajadores del puerto no estén abasteciendo a los barcos que han utilizado las tropas enviadas a Catalunya para ocuparla.
El movimiento pro - independentista grande, pero no mayoritario, se está ampliando en un movimiento más grande a favor de la democracia, de las instituciones catalanas y de la plurinacionalidad de España.
Hoy, significativamente reunidos en el Museo de Historia de Catalunya, han aprobado un manifiesto en el que se convoca a la sociedad civil catalana a defender la democracia en Catalunya, violada ahora por el intervencionismo judicial y político del Estado español.
Por el bien de Catalunya y de España es importante que se haga esta movilización de todas las fuerzas democráticas en contra de las políticas antidemocráticas y represoras que están siguiendo los herederos de la dictadura que oprimió tanto a las clases populares de los distintos pueblos y naciones de España.

LA PATRIA, de Julio Cortázar

Esta tierra sobre los ojos,
este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,
esta noche continua, esta distancia.
Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,
pobre sombra de país, lleno de vientos,
de monumentos y espamentos,
de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos.

Escupido curdela inofensivo puteando
y sacudiendo banderitas,
repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando
de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.

Pobres negros.

Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,
dónde el que come los asados y te tira los huesos.
Malandras, cajetillas, señores y cafishos, 
diputados, tilingas de apellido compuesto,
gordas tejiendo en los zaguanes,
maestras normales, curas, escribanos,
Centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,
coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,
bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,
secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,
contraflor al resto.
Y qué carajo, si la casita era su sueño,
si lo mataron en pelea,
si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía.
Te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña
envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,
mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate
con su verde consuelo, lotería del pobre.
Y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos 
para algún otro que nació para escucharlos
y pelarse las manos.
Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,
pobres blancos que viven un carnaval de negros,
Qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,
en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,
en los ranchos que paran la mugre de la pampa,
en las casas blanqueadas del silencio del norte,
en las chapas de zinc donde el frío se frota,
en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte
trajeada de Mentira.
Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,
vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,
tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,
tango, coraje, puños, viveza y elegancia.
Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado
en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo 
saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,
no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.
La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,
ser argentino es estar triste,
ser argentino es estar lejos.
Y no decir: mañana, 
porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome la cara
(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)
me acuerdo de una estrella en pleno campo,
me acuerdo de un amanecer de puna,
de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,
de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos
quemando un horizonte de bañados.
Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles
cubiertas de carteles peronistas, te quiero
sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,
nada más que de lejos, y amargado, y de noche.

COLECCIONAR FELICIDAD, de Arturo Pérez Reverte - 2/10/17

Acabo de conseguir otro sable de caballería.
Se trata de una herramienta soberbia y peligrosa, de combate. Da miedo verla.
Como hago siempre, he pasado muchos días redactando su ficha, estudiando sus cuños y marcas, reconstruyendo su historia.
Y la de este sable es, como siempre, fascinante: hoja inglesa del modelo 1796, llegada a España como parte de la ayuda militar británica en la guerra contra Napoleón, montada en 1815 en Toledo con empuñadura fabricada en Éibar, viajada a América para actuar allí en las guerras de independencia, posiblemente llevada a Texas – El Álamo – por las tropas de Santa Anna, para acabar en manos de un anticuario norteamericano y, al fin, en las mías. Y a las que llegue después.
Porque un sable no es sólo un objeto antiguo, o de colección. Nada que se coleccione lo es.
Y no hablo de huevos de Fabergé o cuadros carísimos, sino de cosas a menudo sencillas. Incluso humildes.
Un sable, una pistola, un sello, una vitola de habano, una chapa de refresco, una moneda, una colección de cajas de cerillas, insectos, folletos de cine, fósiles, uniformes, estilográficas o ceniceros antiguos, de lo que sea, además de ser motivos de placer personal son puertas para aprender.
Para mirar atrás en la historia, en la ciencia, en la vida propia o ajena. En la memoria.
Si hablo de felicidad de cazador, de instinto predatorio, de ese hormigueo que recorre la punta de los dedos ante la pieza codiciada, todo coleccionista auténtico sabrá a qué me refiero: a esa pulsión casi infantil, o sin casi, de posesión, de querer hacerte a toda costa con el objeto anhelado.
De conseguirlo al fin y ponerlo junto a otros similares para saborear la contemplación, el orgullo íntimo, la felicidad que sólo quien ama algo de forma tan especial puede experimentar.

Mientras escribo esto, caigo en la cuenta de que el de coleccionista es un instinto más frecuente en hombres que en mujeres. 
Sin que esto, naturalmente, las excluya a ellas.
Quizá tenga que ver con el lado lúdico, infantil, que los varones solemos conservar por más tiempo; mientras que ellas, con su abrumador instinto práctico, con su realismo lúcido, dedican aficiones y energías a aspectos más funcionales.
Quizá una excepción notable a eso, entre mujeres, sean los libros.
Si consideramos, con todo rigor, coleccionismo a la pasión de lectores compulsivos obsesionados por acumular libros leídos o – lo más frecuente – por leer, sin duda hay más mujeres coleccionistas de libros que hombres. Lo que, con lectura de por medio, no deja de tener su lógica.
Ellas leen más, creo, porque miran la vida cara a cara. Porque necesitan interpretar mejor.
Su naturaleza les exige descifrar códigos que los hombres, en nuestra simpleza congénita, ignoramos o nos son indiferentes.

En cualquier caso, los coleccionistas son seres afortunados. Poseen una gracia friki casi divina.
En algunos casos la afición se atenúa con el paso del tiempo; pero en otros, los vocacionales, lo que hace es intensificarse.
Pasa igual con quienes, coleccionistas o no, tienen aficiones que los apasionan; los que construyen maquetas de barcos – yo hice eso durante muchos años –, los que aman la música, el cine, alistarse en recreaciones históricas o en una legión de la Guerra de las Galaxias; los que construyen torres Eiffel con mondadientes, adiestran palomas o crían hormigas para estudiar cómo viven. Lo que sea.
Todos ellos conocen una clase de goce particular negado a otra clase de gente.
Su afán de coleccionistas, sus intensas aficiones, su fascinante pasión, los elevan por encima de muchas cosas, a veces incluso más allá de la mediocridad y la grisura de sus – o nuestras, de ustedes y mía – propias vidas.
Les permiten refugiarse en el ámbito maravilloso de un mundo singular, controlable, de reglas y límites definidos, donde son posibles la felicidad y el respeto hacia sí mismos.
La propia estima.
Los hacen, o nos hacen, seres especiales en algo, al fin.

Y así es como sucede un hermoso milagro.
Cuando alguien consigue evadirse de las trampas que la vida nos tiende cada día, y dispone de tiempo para, en vez de atornillarse frente al televisor o el dispositivo electrónico, mirar sellos con una lupa, pintar soldaditos de plomo, pasar revista a una colección de dedales de coser, de tebeos antiguos, de ex libris conseguidos en librerías de viejo…
Cuando ocurre algo de eso, el territorio hostil que nos rodea se difumina por un rato, o adquiere contornos soportables.
Y el ser humano vuelve, en ese momento de íntima felicidad, a lo que nunca debe dejar de ser: la materia maravillosa donde germinan los sueños.

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