lunes, 11 de febrero de 2019

A GALOPAR, de Rafael Alberti y Paco Ibáñez

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo, al sol y a la luna.
¡A galopar, a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo, caballo de espuma.

¡A galopar, a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

PALABRAS PARA JULIA, de José Agustín Goytisolo y Paco Ibáñez

Tú no puedes volver atrás,
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable,
interminable.

Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido,
no haber nacido.

Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti
como ahora pienso.


La vida es bella ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos.

Un hombre solo, una mujer,
así tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada,
no son nada.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti
como ahora pienso.


Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
que les ayude tu canción
entre sus canciones.

Nunca te entregues ni te apartes,
junto al camino nunca digas
no puedo más, y aquí me quedo,
y aquí me quedo.

La vida es bella ya verás,
como a pesar de los pesares,
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos.

No sé decirte nada más,
pero tú debes comprender
que yo aún estoy en el camino,
en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti
como ahora pienso.

ME LO DECÍA MI ABUELITO, de José Agustín Goytisolo y Paco Ibáñez

Me lo decía mi abuelito,
me lo decía mi papá,
me lo dijeron muchas veces
y lo olvidaba muchas más.


Trabaja niño no te pienses
que sin dinero vivirás.
Junta el esfuerzo y el ahorro
ábrete paso ya verás,
como la vida te depara
buenos momentos. Te alzarás
sobre los pobres y mezquinos
que no han sabido descollar.

Me lo decía mi abuelito,
me lo decía mi papá,
me lo dijeron muchas veces
y lo olvidaba muchas más.

La vida es lucha despiadada
nadie te ayuda, así no más,
y si tú solo no adelantas,
te irán dejando atrás, atrás.
¡Anda muchacho y dale duro!
La tierra toda, el sol y el mar,
son para aquellos que han sabido,
sentarse sobre los demás.

Me lo decía mi abuelito,
me lo decía mi papá,
me lo dijeron muchas veces
y lo he olvidado siempre más.

ÉRASE UNA VEZ o EL LOBITO BUENO, de José Agustín Goytisolo y Paco Ibáñez

Érase una vez
un lobito bueno,
al que maltrataban
todos los corderos.

Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa,
y un pirata honrado.

Todas estas cosas
había una vez,
cuando yo soñaba
un mundo al revés.

A TÍ TE OCURRE ALGO, de José Agustín Goytisolo y Paco Ibáñez

A ti te ocurre algo:
yo entiendo de esas cosas.


Hablas a cada rato
de gente ya olvidada,
de calles lejanísimas,
de huelgas de tranvías.

Cantas horriblemente,
no dejas de beber,
y al poco estás peleando
por cualquier tontería.

Yo que tú ya arrancaba
a que me viera un médico,
pues si no un día de éstos,
en un lugar absurdo,
o entre las frías sábanas
de una cama que odias,
te pondrás a pensar.

Porque sin darte cuenta
te irás sintiendo solo,
igual que un perro viejo,
sin dueño y sin collar.

EL VIAJE, de María Elena Walsh

Sólo quiero tu casa de ternura,
vivir en su calor.
Eres el mar y la orilla segura,
porque el único viaje es el amor.

Reconocer tu alma, qué aventura
de mágico sabor.
Allí tendré profundidad y altura,
porque el único viaje es el amor.

Besos desconocidos como puertos
esperan bajo un cielo de mirada.
Lo demás es dolor.

Hoy vuelvo de países que están muertos,
después de un mar que no me dijo nada,
porque el único viaje es el amor.

LA PENA DE MUERTE, de María Elena Walsh

Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos. 

Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado.

Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio, encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.

Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial.

Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la Justicia.

Fui quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico - protestante.

Fui enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre.

Me fusilaron en medio de la Pampa, a causa de una interna de unitarios.

Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales.

Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.

Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.

Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos.

Me condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común.

A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital.
Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable.
Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar.

Cada vez que se alude a este escarmiento la Humanidad retrocede en cuatro patas.

COMO LA CIGARRA, de María Elena Walsh

Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.

Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro
fui sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo,
pero me olvidé después
que no era la última vez,
y volví cantando.

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás,
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad,
alguien te rescatará
para ir cantando.

Cantando al sol como la cigarra,
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

CANCIÓN DE CUNA PARA GOBERNANTE, de María Elena Walsh

Duerme tranquilamente que viene un sable
a vigilar tu sueño de gobernante.
América te acuna como una madre,
con un brazo de rabia y otro de sangre.

Duerme con aspavientos, duerme y no mandes,
que ya te están velando los estudiantes.
Duerme mientras arriba lloran las aves,
y el lucero trabaja para la cárcel.

Hombres, niños, mujeres, es decir: nadie,
parece que no quieren que tú descanses.
Rozan con penas chicas tu sueño grande.
Cuando no piden casas, pretenden panes.

Gritan junto a tu cuna.
No te levantes aunque su grito diga: «Oíd, mortales».

Duermete oficialmente, sin preocuparte,
que sólo algunas piedras son responsables.
Que ya te están velando los estudiantes
y los lirios del campo no tienen hambre.

Y el lucero trabaja para la cárcel

SERENATA PARA LA TIERRA DE UNO, de María Elena Walsh

Porque me duele si me quedo,
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Por tu decencia de vidala,
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

EVA, de María Elena Walsh

Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre,
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.

Sombríos machos de corbata negra
sufrían rencorosos por decreto,
y el órgano, por Radio del Estado,
hizo durar a Dios un mes o dos.

Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla,
y los que maldecían por si acaso,
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.

Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado,
rajado en serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona
El Líder, Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla "Amémonos".

Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte mas muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas,
visones ofrendados por el pueblo,
sandalias de oro, sedas virreinales,
vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando
venganza en sótanos y con picana.

Y el amor y el dolor que eran de veras,
gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos,
Madrecita de los Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lágrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro,
mientras te maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, Santa.
Hiena de hielo para los gorilas,
pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre
sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron
esta leyenda, ni me la robaron.

Días de julio del 52
¿Qué importa donde estaba yo?

II
No descanses en paz, alza los brazos,
no para el día del renunciamiento,
sino para juntarte a las mujeres
con tu bandera redentora
lavada en pólvora, resucitando.

No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?

Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.

Cuando los buitres te dejen tranquila
y huyas de las estampas y el ultraje,
empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
única reina que tuvimos, loca
que arrebató el poder a los soldados.

Cuando juntas las reas y las monjas,
y las violadas en los teleteatros,
y las que callan pero no consienten,
arrebatemos la liberación,
para no naufragar en espejitos
ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia,
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas como vos tuviste,
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia,
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta,
aunque nos amordacen con cañones.

ENTONCES, de María Elena Walsh

Cuando yo no te amaba todavía
-oh, verdad del amor, quien lo creyera...-
para mi sed no había
ninguna preferencia verdadera.

Ya no recuerdo el tiempo de la espera
con esa niebla en la memoria mía:
¿El mundo cómo era,
cuando yo no te amaba todavía?

Total belleza que el amor inventa,
ahora que es tan pura
su navidad, para que yo la sienta.

Y sé que no era cierta la dulzura,
que nunca amanecía,
cuando yo no te amaba todavía.

ORACIÓN A LA JUSTICIA, de María Elena Walsh

Señora de ojos vendados
que estás en los tribunales,
sin ver a los abogados,
baja de tus pedestales.
Quítate la venda y mira
cuánta mentira.

Actualiza la balanza
y arremete con la espada,
que sin tus buenos oficios
no somos nada.

Lávanos de sangre y tinta,
resucita al inocente,
y haz que los muertos
entierren el expediente.

Espanta a las aves negras,
aniquila a los gusanos,
y que a tus plantas
los hombres se den la mano.

Ilumina al juez dormido,
apacigua toda guerra,
y hazte reina, para siempre,
de nuestra tierra.

Señora de ojos vendados,
con la espada y la balanza,
a los justos humillados
no les robes la esperanza.
Dales la razón y llora
porque ya es hora
.

POEMA QUE MANUEL J. CASTILLA ESCRIBIÓ TRAS EL ASESINATO DE ALBERTO BURNICHON, EDITOR


Vengan, arrímense, vean lo que han hecho.
Antes que se lo lleven mírenlo de perfil en este charco.
Ya le va ahogando el agua poco a poco el cabello
y la alta frente noble.
Los pastos pequeños afloran entre el agua sangrienta
y le tocan el rostro levemente.
Su corazón sin nadie está aguachento con una bala adentro.
¿Miraron ya?
¿Era de mañana, de tarde, de noche que ustedes lo mataron?
¿Se acuerdan cuándo era?

(Los alquilones sólo miran la hora del dinero.)

No, no se vayan, oigan esto.
El hombre que ustedes han matado amaba la poesía.
Cuando ustedes aún no habían nacido,
los pies de ese señor iban por todos los pueblos de Argentina
dejando en cada uno la voz de los poetas.
Esos versos llevaban
sus ganas de justicia y de mostrar belleza.
Ustedes han cobrado dinero por matarlo
y él jamás cobró nada porque ustedes aprendieran a leer.

Fíjense:
hacía libros de poemas que regalaba a los obreros.
Tenía como ustedes, hijos, mujer y un techo
que también le han derrumbado
y libros de aprender a ser gente.
Todo eso han destruido, 
¿se dan cuenta?
¿Y ahora?

Ustedes, pobres matadores,
perdonados por él, ya reposados,
piensan conmigo: 
¿Qué haremos con el muerto?

Yo lo recobro ahora, húmedo en yuyarales.
Mi mano le despeina como a un nido dormido.
Miro su portafolios abierto
en donde caben todas las sorpresas del mundo,
fotos de sus amigos pintores y escultores,
saliendo entre las pruebas de algún libro de versos.
Lo miro apareciendo en cualquier parte
en cuanto lo han nombrado.
Se iba quedando siempre que se iba.
Por eso estaba con nosotros, ausente.

Nos quería en silencio.

A Wernicke, a Galán, a Lino Spilimbergo y a Alonso.
Luis Víctor Outes, Bustos,
le arrodillaban el corazón
cuando Rolando Valladares triste,
andaba en las vidalas.
Se echaba en la amistad
como un vino en las copas
y había que beberlo
hasta la última luz del alba y la alegría.
Va cielo arriba, en Córdoba, solito.
Nosotros, aquí en Salta, lo pensamos.

Y ahora, matadores alquilados:
¿qué hacemos con el muerto?

Salta, 16 de abril de 1976

PASTOR DE NUBES, de Manuel J. Castilla y Fernando Portal


Ese que canta es Barboza,
pastorcito tastileño.
Apenas se lo divisa,
cuando llovizna en el cerro.

Cada cardón de la falda
se le parece por dentro.
Un poco por las espinas,
pero más por el silencio.

La florcita amarilla
de tu sombrero,
pastora, dámela en Pascua,
que es tiempo de andar queriendo.

Mirando pasar las nubes,
encima 'el cerro me quedo,
y de golpe me parece
que soy yo el que se está yendo.

Pastores como Barboza,
puede ser que estén habiendo.
Pero ninguno como él,
que de amor ande muriendo.

LA POMEÑA, de Manuel J. Castilla y Gustavo Cuchi Leguizamón

Eulogia Tapia, en La Poma,
al aire da su ternura.
Si pasa sobre la arena,
y va pisando la luna.

El trigo que va cortando
madura por su cintura.
Mirando flores de alfalfa
sus ojos negros se azulan.

El sauce de tu casa
está llorando.
Porqué te roban Eulogia,
carnavaleando.

La cara se le enharina,
la sombra se le enarena.
Cantando y desencantando,
se le entreverán las penas.

Viene en un caballo blanco,
la caja en sus manos tiembla.
Y cuando se hunde en la noche
es una dalia morena.

BALDERRAMA, de manuel J. Castilla y Gustavo Cuchi Leguizamón

A orillitas del canal,
cuando llega la mañana,
sale cantando la noche
desde lo de Balderrama

Adentro puro temblor,
el bombo con la baguala.
Y se alborota quemando
dele chispear la guitarra

Lucero, solito,
brote del alba.
Dónde iremos a parar
si se apaga Balderrama.

Si uno se pone a cantar,
un cochero lo acompaña,
y en cada vaso de vino
tiembla el lucero del alba.

Zamba del amanecer,
arrullo de Balderrama,
canta por la medianoche,
llora por la madrugada.

GENTE EN LOS SUEÑOS, de Manuel J. Castilla

Los sueños tienen gente.
Y uno, dormido,
es como una casa
que de golpe se llena de personas.

Hay veces que ellas y uno, todos,
caminamos y hablamos
y nos oímos apenas
como si conversáramos desde lejos.

Uno habla con los amigos muertos.
Y cuando se recuerda,
se hunde en un espejo, de espaldas,
las manos llenas de ademanes vacíos.

Y un día brillante queda lejos y solo.

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