lunes, 11 de febrero de 2019

POEMA QUE MANUEL J. CASTILLA ESCRIBIÓ TRAS EL ASESINATO DE ALBERTO BURNICHON, EDITOR


Vengan, arrímense, vean lo que han hecho.
Antes que se lo lleven mírenlo de perfil en este charco.
Ya le va ahogando el agua poco a poco el cabello
y la alta frente noble.
Los pastos pequeños afloran entre el agua sangrienta
y le tocan el rostro levemente.
Su corazón sin nadie está aguachento con una bala adentro.
¿Miraron ya?
¿Era de mañana, de tarde, de noche que ustedes lo mataron?
¿Se acuerdan cuándo era?

(Los alquilones sólo miran la hora del dinero.)

No, no se vayan, oigan esto.
El hombre que ustedes han matado amaba la poesía.
Cuando ustedes aún no habían nacido,
los pies de ese señor iban por todos los pueblos de Argentina
dejando en cada uno la voz de los poetas.
Esos versos llevaban
sus ganas de justicia y de mostrar belleza.
Ustedes han cobrado dinero por matarlo
y él jamás cobró nada porque ustedes aprendieran a leer.

Fíjense:
hacía libros de poemas que regalaba a los obreros.
Tenía como ustedes, hijos, mujer y un techo
que también le han derrumbado
y libros de aprender a ser gente.
Todo eso han destruido, 
¿se dan cuenta?
¿Y ahora?

Ustedes, pobres matadores,
perdonados por él, ya reposados,
piensan conmigo: 
¿Qué haremos con el muerto?

Yo lo recobro ahora, húmedo en yuyarales.
Mi mano le despeina como a un nido dormido.
Miro su portafolios abierto
en donde caben todas las sorpresas del mundo,
fotos de sus amigos pintores y escultores,
saliendo entre las pruebas de algún libro de versos.
Lo miro apareciendo en cualquier parte
en cuanto lo han nombrado.
Se iba quedando siempre que se iba.
Por eso estaba con nosotros, ausente.

Nos quería en silencio.

A Wernicke, a Galán, a Lino Spilimbergo y a Alonso.
Luis Víctor Outes, Bustos,
le arrodillaban el corazón
cuando Rolando Valladares triste,
andaba en las vidalas.
Se echaba en la amistad
como un vino en las copas
y había que beberlo
hasta la última luz del alba y la alegría.
Va cielo arriba, en Córdoba, solito.
Nosotros, aquí en Salta, lo pensamos.

Y ahora, matadores alquilados:
¿qué hacemos con el muerto?

Salta, 16 de abril de 1976

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