domingo, 29 de marzo de 2020

EL EQUILIBRISTA, de Horacio Verbitzky - 29/3/20

 

Con la llegada del otoño y el cumplimiento de los 100 días desde que asumió la presidencia, marzo ha sido el mes más intenso del gobierno de Alberto Fernández.

Las medidas adoptadas para contener la expansión del virus gozan de un extendido consenso.
Es difícil precisar si la imagen del Presidente flanqueado por el líder de la oposición y alcalde porteño y por el gobernador kirchnerista de la provincia de Buenos Aires es la causa o el efecto de esa aprobación colectiva. 
Ustedes ya saben cómo pensamos, pero todos los días bendecimos que en esta crisis el Presidente sea Alberto Fernández”, escribió una conocida vecina de San Isidro en un WhatsApp comunitario.

Hay también mediciones menos impresionistas del mismo fenómeno: 7 de cada 10 votantes de Maurizio Macrì están de acuerdo o muy de acuerdo con la forma en que se está manejando el gobierno nacional.
Fernández está haciendo equilibrio sobre una cuerda floja y por ahora se desplaza con un garbo y una calma que sorprendió a muchos y satisfizo a casi todos.

También es difícil medir si este porcentaje, que excede del 90% en el total de la población, refleja una coincidencia razonada con las medidas que el gobierno adoptó o la tranquilidad de ver a alguien al mando en el momento de mayor incertidumbre que se recuerde, y no solo en escala nacional. Varios medios de Europa y Estados Unidos han puesto al Presidente argentino como ejemplo por su respuesta a la crisis.
Por último, es inevitable preguntarse si ese apoyo se mantendrá en el tiempo y si se extenderá a todos los aspectos de la gestión oficial.


Entre la economía y la vida


La comparación con otros países es ilustrativa.
Mientras el Presidente argentino reitera que, entre la vida y la economía, elige la vida, su colega de Estados Unidos plantea que la cuarentena no puede durar más de dos semanas ni el país seguir parado por más tiempo, porque el remedio sería peor que la enfermedad.
No obstante, sus índices de aprobación, si bien no llegan al quasi unanimismo argento, son los más altos de todo su mandato y tornan verosímil que obtenga su renovación, siempre y cuando no se produzca un pico italiano de muertes, la inevitable recesión sea transitoria y las elecciones de noviembre tengan lugar como está programado, ya que hasta eso está en duda.
Los pronósticos sobre el desplome económico en el segundo trimestre del año no tienen precedentes, como se aprecia en este cuadro con las estimaciones de distintos bancos y consultoras.



Las previsiones de la Unidad de Inteligencia de The Economist son que el PIB global se contraerá un 2,1% en 2020 y el de la región un 4,8%.
El peor desempeño que prevé será el de la Argentina, con un retroceso del 6,7%. Antes de la emergencia sanitaria, The Economist estimaba para la Argentina una caída del 1,4%.
Por supuesto, el estudio asume que esos cálculos tienen un alto grado de incertidumbre y parte del supuesto de que la economía global se recuperará vigorosamente a partir del segundo semestre.
Semejante retracción no puede pasar sin consecuencias sobre ninguna sociedad. 
Este es uno de los temas sobre los que Alberto debe hacer equilibrios.
Su decisión de priorizar la vida implica dejar de lado las restricciones a la monetización del déficit fiscal, de modo de disponer de todos los recursos imprescindibles para socorrer a los más necesitados, ya no con medidas desde el lado de la oferta sino con transferencias directas de dinero.
Esto no formó parte de la primera oleada de medidas, pero se fue definiendo con el paso de los días, en especial a partir del regreso de Cuba de la Vicepresidenta CFK, quien ya en la crisis de 2008 puso en práctica muchas de las medidas que ahora profundiza Alberto Fernández, en un contexto que el propio FMI considera mucho peor que aquel.
La relación cultivada por Alberto con la directora - gerenta del FMI dejó al país en las mejores condiciones, en un momento en que el default argentino pasa a ser un asunto menor en comparación con el cataclismo mundial y los incumplimientos corporativos.
La Argentina también ha dejado de estar sola entre las naciones en dificultades.

Una fuerte luz de alarma la encendió la decisión del holding ítalo - luxemburgués Techint, de despedir a 1.500 trabajadores de la construcción.
Si el gobierno permitiera que los grandes ganadores de la economía de las últimas décadas descargaran la crisis sobre los frágiles hombros de los trabajadores, el consenso que hoy lo aúpa se desvanecería.
Por ahora el gobierno argentino figura en lo más alto de la evaluación sobre el manejo de la crisis realizada por la Confederación Sindical Internacional, la mayor organización laboral del mundo surgida de la fusión de las preexistentes CIOSL y Confederación Mundial del Trabajo.
Esta fue su evaluación:



Los deseos imaginarios

La prensa comercial no está a la altura de la actitud general. Mientras gobierno y oposición colaboran, los medios más poderosos insisten en señalar una contradicción entre el Presidente y su Vice.
Celebran que se haya cerrado una grieta e intentan cavar otra.
No importan los nombres de los autores, porque no se trata de armar un conventillo sino de analizar tendencias profundas:
  • Un columnista de Infobae escribió que “de no ser por el drama que atraviesa al mundo, que la coloca en un lejano segundo plano, la conducta de la Vicepresidenta en estos días merecería un debate muy serio sobre sus privilegios, su insensibilidad y sus obsesiones. Fernández, por ahora, gana por contraste: parece una persona normal, que está preocupada más por el destino de los habitantes de su país que por el suyo propio”.
  • Un colega suyo sostuvo en La Nación que “nadie habla ya de Cristina, Nadie se ocupa de averiguar qué piensa, en qué coincide, en qué disiente”. Salvo él, claro.
  • Un columnista de Clarín sostuvo que “Alberto parece haber contado durante la irrupción de la megacrisis con un toque de fortuna. Que le permitió liberar la escena del poder. Donde ahora se desenvuelve sin incomodidades. Cesa el debate sobre el liderazgo. Aquel toque de fortuna tendría un par de explicaciones. El silencio de Cristina Fernández…”.
  • Otro comentarista del mismo diario opinó que «con la cercanía a la oposición de esta semana, puede tentarse a superar el demonio de la intolerancia que todo lo arruina por acá, y que encarna el peronismo que lo arrincona desde el Instituto Patria”.
Lo que todos ellos tienen en común es la fantasía de revertir las alianzas que hicieron posible el desplazamiento de los cambiemitas del gobierno, desunir una vez más al peronismo y prepararlo para una nueva derrota el año próximo.

Muy lejos de estos deseos que toman por hechos, Cristina contribuye en forma muy cauta a la afirmación de la personalidad pública de Alberto, cuyos méritos conoce mejor que nadie, y en el diálogo habitual entre ambos sugiere medidas y enfoques que mejoran el planteo inicial del gobierno, tanto en cuanto a las transferencias directas de dinero a distintos sectores de la población, como en la relación con las empresas prestadoras de servicios públicos. 
El Presidente también consulta con Máximo Kirchner, quien le transmitió la preocupación de quienes realizan trabajo territorial por la situación en los barrios populares. Fernández le pidió que organizara los encuentros en Olivos con los curas villeros, especializados en asistencia social, y con los sacerdotes en opción por los pobres, que ponen el acento en la organización popular.
Luego del encuentro, el sacerdote Eduardo de la Serna narró que la reunión fue concertada por la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, a instancias de Máximo.
«Lo que más nos alegró fue entender que había sintonía. Nosotros no pretendimos ni pedir nada, ni ofrecer nada, simplemente contar cómo vemos que están las cosas en los barrios y entre los pobres. Y es bueno decir que salvando algunas cosas puntuales en todo lo charlado encontramos recepción, sintonía y la sensación que ‘estamos trabajando en eso’.
Señalaría solo cuatro cosas que quizás hayamos aportado: la posibilidad de liberar los teléfonos en las cárceles (ya que los presos no pueden recibir visitas); frenar la fumigación sistemática en campos, por ejemplo, en Santiago del Estero; los comedores que reciben cheques que no pueden cobrar y - por tanto, no reciben dinero - para los alimentos y la ayuda a los presos políticos, como es el caso de Jujuy.
El tema quizás central fue el tema del aislamiento. ¿Cómo puede hacerlo una familia que vive en una casilla de 3×4 y tiene 4 hijos? No están en la escuela, no pueden ir a jugar a la pelota. Se habló de la posibilidad de que el aislamiento no sea necesariamente domiciliario sino también barrial.
Lo que aseguró Alberto fue que ‘no van a faltar alimentos’, lo cual nos dejó tranquilos, ciertamente. Un tema que quedó pendiente es, ante las próximas lluvias, la posibilidad de inundaciones. Ciertamente sería un agravante».


El Presidente con los Curas en Opción por los Pobres.

Lo que se elogia hoy de Alberto es lo que Cristina hizo hace doce años. Sólo pueden ignorarlo quienes han construido un personaje diabólico a la medida de sus odios y sus miedos, que les impide ver la realidad.


El cumplimiento de la cuarentena requiere perfeccionar la coordinación de agencias y agendas, para que no ocurran aglomeraciones como la que se produjo en La Matanza alrededor de una sucursal del Banco Nación, representativa de las dificultades para implementar la medida en el áspero Conurbano.


Alberto, Trump y Bolsonaro

El discurso de Trump es muy distinto al de Alberto.
Mientras el Presidente argentino se somete a las indagaciones obtusas de periodistas militantes del liberalismo, cuyas pantallas frecuenta con paciencia franciscana, Trump maltrata a los cronistas que le formulan preguntas de mero sentido común.
A diferencia de su colega argentino, el mandatario estadounidense no pierde ocasión para fustigar al opositor Partido Demócrata y sus principales figuras, ya sean legislativas o de las gobernaciones provinciales.
Y no lo hace sólo desde sus tuits a repetición, sino también en la página oficial de la Casa Blanca, que pasa por todos los filtros de la burocracia. Trump ha sido desmentido incluso por Anthony Fauci, “el principal experto en enfermedades infecciosas”, según la calificación del diario opositor The New York Times, y que encabeza el equipo oficial de respuesta a la pandemia.
Fauci asesoró a todos los Presidentes del último medio siglo.
Ya circulan graciosos comentarios sobre esta contradicción entre el líder y su asesor.
Por ejemplo, este montaje sobre “Una máscara que puede salvar millones de vidas”.


En la misma línea, la sofisticada revista The New Yorker ofrece suscripciones con un aviso que se burla del Presidente. Allí, la lucha entre el Poder Ejecutivo y los medios de comunicación tiene una asombrosa acritud, desde que Trump los eligió como antagonistas.


Trump ni siquiera se preocupa por la coherencia interna de su discurso, que muta a la misma velocidad con que el virus se expande, sin jamás disculparse o formular una autocrítica. Si hoy dice verde, se autoproclama un estadista visionario. Cuando mañana diga rojo, explicará que nadie se aproxima siquiera a su percepción profunda de las cosas.


Lo único que tiene en común con su colega argentino es la presencia constante en la televisión y las redes sociales y en conferencias de prensa diarias en las que hace gala de un aplomo sin otro sustento que su hiperbólica personalidad. Aquí se lo ha comparado con el ex Presidente Macrì, porque ambos son hombres de negocios dudosos que crecieron en relación con la mafia. Pero no se tiene en cuenta su carácter de famoso de la televisión, donde durante años condujo un programa tinellino, una especie de Gran Hermano para empresarios.
De ahí deriva la impavidez con que dice cualquier disparate ante cámaras y micrófonos, con las que se siente como pez en el agua.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, también zamarrea a la prensa y minimiza la gravedad de la encrucijada.
La confusión de su mensaje es tal, que se pone un barbijo para sostener que la Covid-19 no es peor que una gripecita o un resfrío. Pero se lo pone en los ojos, haciendo real el chiste sobre Trump.
Tal como el Presidente de Estados Unidos, también el de Brasil fue desmentido en vivo y en directo por su Ministro de Salud. Lo mismo que Trump, se refiere al “virus chino”.
Pero Trump no tiene inconveniente en sostener luego una amable conversación telefónica con Xi Ji Ping, y así como viajó a Corea del Norte nadie se sorprendería si apareciera sonriente en Wuhan.



En Brasil, Bolsonaro parece esforzarse por serruchar la rama sobre la que está sentado.
Casi como el lelo porteño que lamió un inodoro, el Presidente brasileño dice que su pueblo resiste porque está acostumbrado a chapotear en las alcantarillas. En un episodio sin precedentes en el mundo, 25 de los 27 gobernadores provinciales realizaron una videoconferencia en la que acordaron ignorar las propuestas de Bolsonaro de regreso a la actividad normal y guiarse en cambio por las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Varios de ellos solicitaron ayuda a China en forma directa, sin pasar por Itamaraty, y hasta el Vicepresidente hizo público su disenso con Bolsonaro.
Un dato no menor es que quien ocupa ese cargo es un general del Ejército, Hamilton Mourão.
Incluso los ex Presidentes Fernando Henrique y Lula conversaron sobre qué hacer con el Incapaz en Jefe, cuya destitución parece posible.
Pero Bolsonaro, quien convocó a una movilización para cerrar el Congreso, consiguió sumar al reclamo de finalización de la cuarentena a los camioneros (y a sus máquinas imponentes).


De México a Israel y el Reino Unido


Desde el otro extremo ideológico, también el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se burla de la pandemia, invita a que todos realicen su vida normal y recomienda una terapia de abrazos. Cuando le preguntaron cómo se protegía, mostró dos estampitas del corazón de Jesús.
Las últimas encuestas registran una caída sostenida de sus índices de aprobación, que por primera vez no llegan al 50% de la población proyectada.
Tal vez eso lo indujo a retractarse y si bien no decretó una cuarentena obligatoria, pasó a recomendar el aislamiento voluntario.


En Israel, un país cuya población es cinco veces menor que la argentina pero que ya tiene el doble de infectados, el primer ministro Beniamin Netanyahu pactó un gobierno de unidad nacional con su rival en las últimas tres elecciones, el general del Ejército retirado Benny Gantz.
Ninguno llegaba a la mayoría de 61 votos en el Parlamento para formar gobierno, y para evitar una cuarta elección en poco más de un año, Gantz aceptó prorrogar por un año el mandato de Netanyahu como primer ministro, mientras él aguarda como presidente de la Legislatura su turno para relevarlo, al estilo de la coalición argentina FIT.
Para el periodista israelí-estadounidense Gershon Gorenberg, con el pretexto de la enfermedad Netanyahu dio un golpe palaciego.
En Gran Bretaña, el primer ministro Boris Johnson modificó el rumbo sobre la marcha.
Su primera decisión fue mantener el funcionamiento normal de la sociedad, con la apuesta de que al progresar el contagio también lo haría la inmunización, que de este modo pondría a salvo al rebaño, aunque hubiera que lamentar víctimas individuales.
Pero un estudio del Imperial College que cifró esa tasa en medio millón de personas (que luego corrigió a 250.000), indujo al gobierno a adoptar medidas de separación social. Entre quienes se anunció que habían contraído la enfermedad están el propio Johnson y el príncipe heredero Carlos, quien desde hace décadas esperaba otra corona. Pero esta semana, otro estudio del laboratorio de Ecología Evolutiva de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Oxford contradijo al anterior: la mitad de la población ya se habría infectado pero con síntomas muy leves o incluso sin síntomas y que requirieron un bajísimo número de internaciones y de víctimas fatales.
Hasta el lunes 23, sólo habían muerto 87 personas.

Sólo el tiempo, y lo que el tiempo traiga sobre el desarrollo y las consecuencias de la Covid-19, permitirá apreciar la valoración de largo plazo de los respectivos liderazgos por cada pueblo.


Una larga incubación


Así como en las calles desiertas de Buenos Aires se destacan los chicos en moto o en bicicleta con las mochilas rojas o amarillas del reparto, en esta crisis restalla con la luz de la evidencia que la crisis tuvo una larga incubación, tanto en cuestiones sanitarias como políticas y económicas.
Los lectores del Cohete tienen constancia de ello, sobre todo a través de los artículos de Mónica Peralta Ramos.
La irresuelta crisis de 2008 y la multiplicación de deuda contraída mediante ingeniosos derivados financieros que triplican el valor de la economía real conforman una burbuja que en algún momento debía estallar.
Los ejemplos habituales hablaban de mariposas o cisnes negros, pero lo mismo sirve un organismo microscópico.

Dos artículos de esta edición, el de Roberto Bissio y el de Medardo Ávila Vázquez, se refieren al documento Un mundo en peligro, publicado en septiembre de 2019 por la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación ante Crisis Sanitarias, que anunciaba la inminencia de una pandemia para la que el mundo no estaba preparado, que en forma inminente podía cobrarse 50 millones de vida en todo el mundo.
Esta es una pesadilla recurrente de la humanidad desde la mal llamada gripe española de 1918, cuyos efectos Mónica Müller rastreó en la literatura y la plástica, en su apasionante libro Pandemia.
A estas dos paralelas destinadas a cortarse se sumó la abrupta caída de los precios del petróleo, que también podían prever nuestros lectores.
Mis notas y las de Marcos Rebasa y Félix Herrero vienen advirtiendo sobre la inviabilidad de emprendimientos como el de Vaca Muerta, tema sobre el que también se pronunció el Presidente Fernández en el reportaje que publicamos cuando su gobierno cumplió un mes.

Se repite que esta es una crisis de la globalización, que ya nada será igual. Pero no es una paradoja menor que al mismo tiempo sea la primera crisis global, que se desenvuelve en forma simultánea en todo el mundo. Sabemos, y nos interesa, lo que ocurre en lugares remotos, con un alto grado de detalle, porque ha quedado más claro que nunca lo que el presidente argentino le dijo a sus colegas del G-20, que nadie puede salvarse solo y les propuso crear un fondo mundial de emergencia humanitaria.


Palabra de almirantes


Si se atiende a las incoherencias que profiere Trump desde el atril presidencial, podría creerse que el simultáneo estallido de estas tres calamidades tomó a Estados Unidos por sorpresa.
Pero hay otros indicios que apuntan en la dirección contraria.

Tan temprano como el 10 de febrero el almirante James Stavridis (el más articulado de los ex jefes del Comando Sur, autor de varios best sellers y decano de una facultad de derecho y relaciones internacionales) escribió que “enfrentar una pandemia es una tarea para las Fuerzas Armadas».


Almirante Stavridis, sin pelos.

Stavridis recuerda su intervención como jefe del Comando Sur en respuesta a los brotes de cólera en Haití que siguieron al terremoto de 2010, y señala que los militares de su país y sus aliados de Brasil y Chile fueron decisivos para detener la diseminación de la enfermedad, purificar el agua, generar electricidad y establecer cierto orden, cosa que “ninguna organización civil hubiera podido hacer dada la escala de la emergencia”.
También destacó el despliegue de quirófanos y hospitales y el puente aéreo para transportar elementos vitales en África durante el brote de ébola.
Los ejércitos, dice Stavridis, tienen enormes capacidades para enfrentar pandemias, porque se entrenan en un mundo de armas biológicas y poseen el equipamiento pesado y de protección necesario en un medio infectado, y pueden investigar sobre vacunas y drogas curativas.
En 2008, cuando Estados Unidos anunció que recrearía la disuelta IV Flota, enfocada sobre América Latina y el Caribe, Stavridis fue el encargado de explicar en Buenos Aires que hubo un error comunicacional (sic) y que la Cuarta Flota se limitaría a cooperar en caso de desastres naturales, necesidades humanitarias, operaciones médicas, lucha contra el narcotráfico y defensa del medio ambiente, la ciencia y la tecnología.
Luego de la evaporación de la URSS, estos fueron algunos de los justificativos para mantener el dispositivo de control social montado durante la Guerra Fría.

El actual jefe del Comando Sur, el también almirante Craig Faller, anunció hace hoy dos semanas ante la Comisión de Fuerzas Armadas de la Cámara de Diputados de su país, que Estados Unidos incrementaría su presencia militar en América Latina.
Explicó que esto incluiría “una mayor presencia de barcos, aviones y fuerzas de seguridad para tranquilizar a nuestros socios y contrarrestar una serie de amenazas que incluyen al narcoterrorismo”.
Y no dio más detalles, porque como él mismo explicó al asumir, "los militares nunca decimos lo que estamos haciendo".


Almirante Craig Faller.

Escenarios de desastre


En su edición del 18 de marzo, el semanario Newsweek publicó un artículo de William Arkin titulado “El Plan ultrasecreto de las Fuerzas Armadas si el coronavirus deja fuera de juego al gobierno”, que en caso de que Trump, un número considerable de miembros del Congreso y la Corte Suprema se contagiaran aplicarían un plan de “continuidad del gobierno”, que incluiría la evacuación de Washington y la transferencia de la conducción a funcionarios de segunda línea, en lugares remotos y bajo cuarentena.
También contempla “escenarios de desastre, incluyendo la posibilidad de extendida violencia doméstica como resultado de la escasez de alimentos”, que se resolvería con el dictado de la ley marcial.
Los planes se denominan Octagon, Freejack (es decir corsario) y Zodíaco, comprenden leyes secretas para asegurar la continuidad del gobierno bajo la conducción de comandantes militares.
Desde la presidencia de Eisenhower, la autoridad militar de emergencia se pensó para el caso de un ataque nuclear contra Estados Unidos.
Pero ahora los planificadores están pensando en la respuesta militar a la violencia urbana si la población busca protegerse y pelea por la comida”, escribe Arkin.

Pero no fue en Estados Unidos ni en otros países occidentales donde la pandemia dio lugar a episodios de violencia urbana, sino en China.
Y no durante el pico de las infecciones, sino una vez que hubo pasado.
Cuando los residentes de la provincia de Hubei intentaron cruzar a la vecina provincia de Jiangxi, donde muchos de ellos trabajan, la policía de Jiangxi les cerró el pasó.
Los indignados trabajadores atacaron a paraguazos a los policías, les arrebataron algunos de sus escudos que usaron como armas contra ellos y volcaron un par de vehículos.

Tan temprano como en 2009, el profesor australiano de relaciones internacionales Christian Enemark, quien investiga en la universidad inglesa de Southampton acerca de la ética de la guerra y políticas globales de salud, advirtió sobre el riesgo de tratar una pandemia como un asunto de seguridad, dirección hacia la que ya se estaban moviendo Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia.
Enemark comprendía la posibilidad de que este enfoque pudiera reunir apoyo político para mejorar y movilizar recursos de salud pública.
Pero también veía el riesgo de respuestas de emergencia ineficaces, contraproducentes o injustas, “que probablemente tendrían poco efecto en controlar la enfermedad pero podrían socavar los derechos humanos y exacerbar las pérdidas económicas”.

El portal Politico reveló que el ministerio de Justicia a cargo de William Barr solicitó al Congreso la suspensión de ciertos derechos constitucionales durante la emergencia del coronavirus, como la detención de personas por tiempo indeterminado sin juicio y la suspensión del hábeas corpus.


Ministro de Justicia William Barr.


Estos antecedentes definen otro de los difíciles equilibrios que debe hacer Alberto.
Aprovechar todas las capacidades del Estado, lo cual incluye a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, pero dentro del marco de la democracia.
Por eso se ha negado a la declaración del Estado de Sitio, que reclamaban algunos gobernadores como Gustavo Sáenz y Gerardo Morales, y no muestra ningún entusiasmo por la deriva punitivista que le reclaman algunos de sus neosimpatizantes.
El Ejército participa con su logística en la distribución de alimentos, pero no interviene en el control del cumplimiento de la cuarentena u otras funciones de seguridad (como sí lo hace en otros países, como Bolivia, Chile, El Salvador, México y Ecuador), porque las leyes de defensa nacional y de seguridad interior le vedan cumplir tareas policiales.

No es menos difícil el tránsito presidencial entre la firmeza para exigir el cumplimiento de la cuarentena y la vigilancia para que las fuerzas de seguridad no confundan coronavirus con Chocovirus, y abusen de quienes deben cuidar, como ha ocurrido en varios casos documentados por vecinos.
La persuasión es fundamental, porque la faz represiva es de compleja práctica: ¿dónde recluir a quienes escapan a la norma sin que eso propague la enfermedad, cuántas grúas serían necesarias para acarrear todos los vehículos secuestrados, dónde se estacionarían?
El equilibrista no se detiene ni siquiera para agradecer los aplausos, porque tiene clara conciencia del riesgo y hará todo lo posible para no dar un paso en falso.

miércoles, 25 de marzo de 2020

CREER EN LA SOLIDARIDAD, del Grupo de Curas en Opción por los Pobres - 22/3/20

Es hora de hacer cumplir las leyes a los egoístas e irresponsables que sólo piensan en sí mismos.

Antonio Berni, la familia de Juanito Laguna

«Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo». (Gálatas 6,2.)

Vivimos horas difíciles en la Argentina y el mundo.
La crisis de salud por el coronavirus, que además ocasiona una crisis económica de alcance mundial, pero que afecta a cada país de manera diferente, nos obliga a repensar muchas cosas a nivel personal y también como sociedad.

Las instituciones y autoridades sanitarias de todos los niveles han urgido a tomar medidas de «aislamiento social» como lo más efectivo para desacelerar el avance de la enfermedad y poder tratar más efectivamente a los que son más vulnerables al contagio y a la acción del virus.
En nuestro país, como en muchos otros, se ha decretado una cuarentena por lo menos hasta el fin de mes.

Estar aislados en nuestros hogares las 24 horas del día es algo a lo que no estamos acostumbrados. 
Son, al menos, ocho horas más de convivencia obligada a las que cada familia deberá darle uso y sentido.
Puede ser una oportunidad para estrechar los lazos familiares, y esa es la mejor manera de manejarlo.
Pero también puede ser la ocasión de ahondar otra pandemia que es la violencia familiar y de género: hay que estar atentos.
Hay muchos habitantes de nuestra patria que no podrán cumplir con este aislamiento.
Para empezar: el personal sanitario, los proveedores de bienes y servicios indispensables para la vida cotidiana, autoridades, etc.
Pero muchos más son los que, por las condiciones precarias de su vida cotidiana, no tienen la posibilidad de cumplir efectivamente con las medidas decretadas.

Es una situación en la que la presencia o ausencia del Estado, que debe velar por el bien común, aparecen en todas sus consecuencias.
El empobrecimiento y el empeoramiento en estos últimos años de las condiciones habitacionales de la población más vulnerable y el deterioro de la salud pública, hace a los más pobres todavía más vulnerables.
Hay que confiar que las autoridades sabrán atender estos «puntos débiles» de la cuarentena.

Las medidas adoptadas por el gobierno nacional, acompañado por los Estados provinciales (y con el consenso de la oposición) parecen ser las apropiadas y deben ser acompañadas por nosotros con responsabilidad y solidaridad con los demás.
Nos hablan también de la importancia de la presencia del Estado, en particular de la Salud Pública, tan castigada en los últimos años.

No es hora, aunque habrá que hacerlo en algún momento, de llamar a los culpables a asumir su cuota de culpa.
Es hora de unirnos para actuar proactiva y positivamente para disminuir los riesgos, para hacernos responsables unos de otros y para crecer en la solidaridad, cumpliendo con las medidas implementadas.

Es también hora de hacer cumplir las leyes a los egoístas e irresponsables que sólo piensan en sí mismos: es muy triste ver cómo, quienes tienen posibilidades económicas o sociales, no se hacen cargo de la situación que atraviesa nuestra sociedad y ponen en peligro a todos.
No hay que ser alarmistas ni, mucho menos, apocalípticos. No hay que hacerse eco de falsas noticias y hay que recurrir a la información oficial.
Las redes sociales están infectadas de estas fake news y de oraciones apocalípticas que generan una paranoia colectiva. No les hagan caso.
Hay que rezar, sí, pero no pidiendo o invocando milagros caídos del cielo.
Hay que rezar por los enfermos y los que los cuidan, por los profesionales que los atienden, por los investigadores que buscan una cura, por las autoridades que deben guiarnos en este momento, para que usen todas sus capacidades ordenadas al bien de todos.

Como curas nos ponemos a disposición de ustedes para acompañar a nuestro pueblo desde lo que podemos y lo que nos permiten las circunstancias.
Que el Buen Dios nos bendiga a todos y nos ilumine para hacer frente a este momento con solidaridad, caridad y justicia.

LOS PRÓXIMOS TRES MESES, de Ricardo Aroskind - 22/3/20

La parafernalia heterodoxa que se está desplegando en los países centrales sorprende y estimula


Irrumpió el peligro de muerte y cambió el orden de prioridades en el mundo. La velocidad de expansión de la pandemia está dando vuelta las percepciones, las agendas, las reacciones y las relaciones de poder.
Si algo hoy se sabe es que las proyecciones de la pandemia son pavorosas, salvo que se actúe con suma resolución.
El actual gobierno se encontraba remando en una economía debilitada y endeudada, mientras sufría el asedio de acreedores externos con gran apoyo local. En ese contexto explotaron dos bombas en cuestión de semanas: la expansión mundial del Covid-19 y el estallido de la última burbuja financiera que había comenzado a inflarse luego del estallido de la anterior, en 2008.

La estrategia principal de confrontación con el virus, que se viene adoptando a nivel internacional, es “aplanar la curva”.

La acción del Estado apunta a administrar la cantidad de contagiados para que se adapte, más o menos, a las capacidades de tratamiento del sistema hospitalario local.
Eso no es lo mismo que liquidar la pandemia, lo que sólo se logrará finalmente con una vacuna, sino estirar el impacto para que quede la menor gente posible en el camino, por la imposibilidad de darle el tratamiento adecuado.

Aprendiendo de la catástrofe italiana y del mal pronóstico español, el gobierno nacional viene tomando rápidamente medidas en una doble dirección: ralentizar el desarrollo local de la pandemia minimizando las oportunidades de contagio masivo y fortalecer al máximo nuestro golpeado sistema sanitario, para poder hacer frente en mejores condiciones el pico de la enfermedad.

Por eso la rápida evolución de las medidas hacia una paralización de numerosas actividades sociales, cuyo objetivo es debilitar el proceso de contagio.
En esa estrategia, que fue probada en China y está siendo probada en otros países con mucho éxito, se acepta bajar el nivel de actividad económica a niveles mínimos, para “aplanar la curva”.

El éxito de las medidas dependerá de una serie de factores, que incluyen el comportamiento y la disciplina de la sociedad frente a la amenaza.
Ya se pueden ver las dos tendencias sociales divergentes en acción, y cómo la parte más individualista de lxs argentinxs, en buena medida importadora del virus, no logra comprender que vive en sociedad, y que tiene que asumir alguna responsabilidad en ese sentido.


Hay otras lógicas


Aunque no sea muy confesable, hay dos formas de pararse frente a la pandemia, no una.

La mayoría de la gente común tiende a pensar que hay que priorizar la vida, aunque ello implique severos trastornos económicos. Pero no ha sido esa la visión de varios líderes neoliberales, como Trump, Boris Johnson o Bolsonaro.
El líder conservador inglés deslizó en una entrevista que había quienes opinaban que frente a la pandemia, lo mejor era dejarla fluir y que pase de una vez.

¿Cómo se puede pensar así?

Primero, con completa falta de empatía con el prójimo, sensibilidad en la cual nos entrena el neoliberalismo global. 
Segundo, calculando que la pandemia afecta especialmente a la gente mayor, a enfermos de otros males y a personas con organismos debilitados por diversas razones, entre las cuales la pobreza o malnutrición suelen jugar un papel importante.

Desde hace tiempo sabemos que en la globalización vienen molestando los viejos, porque tardan demasiado en morirse y sobrecargan los sistemas jubilatorios, así como los enfermos, que sobrecargan los sistemas sanitarios - que no están parar curar, sino para cobrar - y que vienen sobrando pobres por todas partes, porque no se está creando empleo debido a la atonía del sistema.

La pandemia, en ese sentido, puede ser vista como una bienvenida “limpieza” de costos innecesarios y superfluos en el proceso de acumulación mundial.
Y al mismo tiempo, dejarla fluir sin interrumpir el funcionamiento económico, traería menos costos que dejar morir a unos cientos de miles de “descartables”.
Varios lo han dicho: causará más muertes la recesión que el virus.

Esa es la única forma de entender el comportamiento inicialmente displicente e irresponsable de los tres mandatarios mencionados, hasta que los líderes del norte comprendieron la magnitud de la catástrofe - política - a la que se arriesgaban y empezaron a actuar.
El único que persiste en una negación criminal es el Presidente de Brasil, poniendo a la población de su país en un peligro difícil de exagerar.

Mientras tanto estalló la burbuja bursátil prolijamente alimentada durante la última década por la Reserva Federal y el Banco Central Europeo.
Las pérdidas son descomunales en el mundo financiero (se ha perdido más del 33% del valor de las empresas cotizantes en Nueva York, a pesar de los sucesivos paquetes gigantes de socorro que lanza Trump), y empezaremos a ver en las próximas semanas el tendal de empresas y entidades financieras en quiebra o clamando por rescate.

Se suman a otro tendal conformado por todos los sectores impactados por la pandemia, desde los industriales afectados por la disrupción de la producción china, hasta líneas aéreas, turismo y sectores de servicios vinculados.
Y se agregan al listado las compañías petroleras, especialmente las norteamericanas volcadas a la explotación de petróleo shale, viable antes del choque entre Rusia y Arabia Saudita, que hundió el precio del barril.
El parate económico inducido en varios países para frenar la pandemia afecta también a la industria automotriz y otras vinculadas a la dinámica de los mercados internos.
Es una situación completamente excepcional.

Tan excepcional que el Ministro de Economía conservador del Reino Unido, Rishi Sunak, afirmó en una conferencia de prensa que “no es tiempo de ideologías ni de ortodoxias” y que «no hay límite de financiación disponible» para sostener el empleo y los salarios de los trabajadores ingleses.

La parafernalia heterodoxa que se está desplegando en los países centrales sorprende y estimula: congelamiento o exenciones en el pago de servicios públicos y alquileres, cheques directos a todos los ciudadanos, evaluación de la posibilidad de efectuar nacionalizaciones, créditos ilimitados para que las empresas pasen el pésimo momento.
Voló por el aire cualquier restricción monetaria, crediticia o fiscal.

Es razonable que sea así: la pandemia está en pleno desarrollo y todavía no se expresó con toda su potencia en Estados Unidos, que está tratando de tapar el enorme boquete financiero generado por el derrumbe bursátil y evitar que su tan admirado mercado laboral flexible le entregue en pocas semanas millones de desempleados, cuyos ahorros jubilatorios se licuaron al ritmo de las acciones de la Bolsa.


¿Y por casa, cómo andamos?


Es claro que el gobierno argentino adoptó un enfoque humanista de la pandemia, priorizando claramente la protección de la vida de la gente, lo que implicará duras restricciones a la actividad económica en sectores que ocupan mucha población.
Aplanar la curva no será una cuestión de semanas y se jugará en los próximos meses.
Abril y mayo, de acuerdo a la progresión de contagios y de medidas para frenarlos.
Estamos hablando de larguísimas semanas de contracción de la actividad y del movimiento de las personas para minimizar muertes.
Pero el impacto económico es ineludible, y la sabiduría estará en reducir los daños para los sectores más vulnerables.

Se debe entender que la situación es completamente novedosa, ya que tiene el efecto de privar a cientos de miles de trabajadores informales de ingresos elementales a partir de una decisión meditada y racional para preservar centenares de miles de vidas.

El paquete lanzado esta semana por los ministros Guzmán y Kulfas, totalmente positivo desde el punto de vista de la intención expansiva y multiplicadora que muestra, parece diseñado para una situación recesiva normal, que probablemente será muy útil para después de los próximos 3 meses.
Pero la obligación de la mayoría de permanecer inmovilizados en sus domicilios impedirá que muchos actores a los cuales apuntan estas medidas puedan aprovecharlas en este momento.

El cuadro hoy es otro, de literal desaparición de ingresos y ventas para miles de trabajadores y pequeños empresarios producto del aislamiento forzado y el torniquete sobre todo tipo de actividades que impliquen sociabilidad.
Requerirá, seguramente, de un tratamiento más contundente y osado, acorde a la excepcionalidad de la situación.
Sólo con ver las “locuras” que están haciendo en el capitalismo central, hay para inspirarse y concebir nuestras propias heterodoxias.
En el mismo clima de completa novedad ideológica, el FMI salió a promover el incremento del gasto público y de las transferencias directas a la población para evitar catástrofes sociales.
El propio hundimiento de las finanzas globales pone en otra perspectiva la negociación de la deuda externa argentina.
La oferta que estaba haciendo nuestro país hace unas semanas, sea cual sea, es cada día más atractiva en términos del castigo que todas las inversiones financieras están recibiendo.
Los financistas están rogando para que no continúe el derrumbe. Pero las “expansiones cuantitativas” y los recortes de impuestos parecen hoy soluciones arcaicas que no entusiasman a nadie ni generan ninguna recuperación.


Lo que se viene


La crisis formalmente asociada al Covid-19 ha puesto inesperadamente en el centro de la escena a la bestia negra de la globalización neoliberal: el Estado.

De un día para el otro se quemaron todos los manuales de neoliberalismo para nerds, y los gobiernos salieron al salvataje desprejuiciado de sus economías.
Nadie osa levantar un dedo contra medidas masivas que se sabe sirven para evitar el hundimiento completo del sistema, porque los mercados no están para liderar salvatajes. Cuando empiecen las reactivaciones promovidas a costa de gigantescos gastos por los Estados, volverán a aparecer.

La experiencia del aislamiento en la Argentina será una dura prueba para la sociedad, para las familias, para cada uno limitado severamente en sus rutinas.
Y en el terreno público será un experimento novedoso, que pondrá en tensión las capacidades políticas y de gestión del Estado, que es hoy el único instrumento con el que contamos para sobrevivir y salir a flote.
Ningún empresario, ni siquiera el más chanta o ideologizado, pretende hoy disputarle ese lugar fundamental.
Hoy sólo se dedican a reclamar subsidios.

La situación del país no es sencilla por la combinación de problemas internos y externos, pero paradójicamente es una situación de inesperada libertad: se han aflojado los durísimos correajes de la ideología dominante en los últimos 40 años.
Hoy hay que dar de comer, proteger, sostener y promover a la sociedad, al mismo tiempo que se evita la muerte masiva de ciudadanxs.

En los próximos tres meses, el gobierno nacional deberá abandonar toda inhibición para actuar en defensa del bien común.
Se requerirá una combinación de racionalidad y firmeza, que no siempre goza del apoyo de sectores sociales acomodados.
Se necesitará hacer respetar el abastecimiento de productos, los precios máximos, la no circulación innecesaria por el espacio público, y se deberán atender todo tipo de nuevas necesidades que surjan a partir de un período absolutamente especial.

Hasta el Fondo Monetario comprende que no pueden haber restricciones presupuestarias cuando se trata de rescatar a los ciudadanos de la desesperación.
La situación es transitoria, muy dura y finalmente será superada. Pero todos deben entender que en los próximos meses nadie debe quedar atrás ni afuera.

Hoy el Estado ha sido puesto en el centro de la escena, y el gobierno está reaccionando en forma inteligente y oportuna, a pesar de que nuestro aparato estatal y sanitario adolece de muchos problemas, agudizados durante cada gestión neoliberal.

Ese neoliberalismo también impregna los comportamientos antisociales de un sector que pretende sostener prácticas individualistas que hoy rozan la criminalidad al contribuir a propagar la pandemia.
La tradicional anomia menefreguista se debería encontrar con un Estado capaz de sancionar creíblemente la irresponsabilidad ciudadana.

Ningún otro actor social que el Estado puede aportar orden, certeza, protección y alivio en este momento.
Pero el Estado no es tal si no está en condiciones de hacer cumplir las leyes, aún más en esta situación de grave emergencia.
Si el gobierno se saca de encima el corsé ideológico introducido por los sectores dominantes desde la dictadura cívico - militar, y se anima a gobernar con firmeza y a pensar sin inhibiciones - como están haciendo hoy en los países soberanos -, el país, a pesar del momento muy difícil, volverá a tener futuro.

lunes, 23 de marzo de 2020

MIEDO AL OTRO, de Manuel Vicent -- 8/3/20


 Varios maniquíes con mascarillas en una tienda en Gaza.

Varios maniquíes con mascarillas en una tienda en Gaza.

Las verdaderas pandemias mortales de este planeta son el hambre, la violencia, las guerras, la emigración masiva, la fosa del Mediterráneo y las enfermedades confinadas al Tercer Mundo, pero estos males endémicos no causan miedo ni pánico porque no se transmiten a través del aliento y la saliva de los otros.
En la historia de este planeta ha habido sucesivas extinciones de especies a causa de meteoritos gigantes, de volcanes y terremotos devastadores, pero la humanidad sigue bailando sobre las deslizantes placas tectónicas porque acepta que son fuerzas telúricas fuera de su alcance.

Las epidemias bíblicas como la lepra y la peste bubónica se atribuían a un castigo de Dios, y para aplacar su ira se montaban procesiones de disciplinantes y se quemaba en la hoguera a brujas y herejes.
En el Apocalipsis se dice que al abrirse el Séptimo Sello se hará un silencio en el cielo y siete ángeles tocarán sus trompetas de plata para anunciar el fin del mundo.
No se necesita un lujo semejante.
Hoy se sabe que la vida es un episodio contingente, una aventura bioquímica sin sentido en la historia de este planeta, que anteayer no existía y pasado mañana, cuando desaparezca, en la Tierra se instalará un silencio de piedra pómez y no habrá sido necesario que ningún ángel tocara la trompeta, bastó con un virus en forma de muñeco diabólico que la humanidad se fue pasando de unos a otros hasta quedar por completo exterminada.
El infierno son los otros, dijo Jean Paul Sartre.
Se refería a la mirada de los demás que nos penetra y nos delata.
En este caso, la mirada será un virus y el terror vendrá porque quien te mate será quien más te quiera, quien te bese, quien te abrace, quien te dé la mano, quien te ceda el asiento en el metro, quien te ayude a cruzar la calle.

El miedo al otro, en eso consiste el infierno que se acaba de instalar como un avance entre nosotros.

viernes, 20 de marzo de 2020

QUÉ HAY DE LO MÍO...??, de Arturo Pérez Reverte - 9/3/20

Gruñones, malhumorados, protestones, viejunos, rancios…

Desde hace tiempo, algunos veteranos escritores, periodistas y políticos españoles que por su biografía, ideas y trabajo podríamos situar, simplificando mucho, en la izquierda (Javier Marías, Iñaki Gabilondo, Alfonso Guerra, Raúl del Pozo, entre otros), están siendo adjetivados con aquellos términos.
Hasta algún facha o fascista les cae de vez en cuando, según el grado de ignorancia o estupidez del emisor.
Y eso va a más.

El parasitismo que algunas televisiones, prensa en papel y digital, y por supuesto las redes sociales, practican comentando declaraciones o artículos ajenos, incluye a menudo esos ataques.
Que no vienen de lo que - también simplificando mucho - podríamos llamar derecha, sino de la izquierda.
O de lo que en esta España desmemoriada y ágrafa algunos creen que es, o debería ser, la izquierda.
Llevo tiempo dándole vueltas, y no me gusta.
Puedo estar equivocado, pero el paisaje no es alentador.

Según los cánones que se consolidan no sólo en España sino en lo que antes llamábamos Occidente, ser de izquierdas no exige ya un posicionamiento ideológico definido, como fue en el pasado.
Ahora, para ser de izquierdas o que te consideren como tal, basta con un par de circunstancias o actitudes que a veces ni siquiera dependen de uno mismo: respeto a los emigrantes, ser feminista, antihomófobo, proabortista, antitaurino, cobrar poco, estar en paro, no tener futuro o preocuparte por la salud del planeta; mientras que no se acepta bajo ningún concepto - complicaría la simpleza del esquema -, que alguien de derechas pueda compartir alguna de esas ideas o circunstancias.

Según datos frescos, 32 de cada 100 españoles nunca leen libros.
Por otra parte, sean de izquierdas o derechas, la mayoría recibe información a través de redes sociales o no la recibe en absoluto.

Y tal vez está ahí la clave: no existe inquietud intelectual. Ni lecturas, ni análisis.
El mundo se simplifica de modo equivocado y peligroso en buenos y malos, ricos y pobres.
En rencor del que no tiene hacia el que tiene, y en miedo del que tiene a perderlo.
Y se extiende peligrosamente la falsa creencia de que quien reivindica, protesta, pelea, siempre es de izquierdas.

Como a principios del siglo XX, igual que la derecha española es otra vez analfabeta, vuelve a haber una izquierda que también lo es, manejada por los pocos que sí han leído - aunque sus lecturas sean a veces limitadas - y conocen los mecanismos.
No se siente ya la necesidad de leer.

Hace medio siglo, el acto podía ser arriesgado: se buscaban libros para saber, para comprender, y a veces poseerlos implicaba multas y cárcel.
La izquierda era culta, o quería serlo.
Sabía que no bastaba con querer cambiar el sistema, porque un sistema se cambia si lo estudias, contextualizas y conoces.
Cuando en pleno franquismo Javier Marías era opositor clandestino y el director de cine Agustín Díaz - Yanes jefe de célula comunista, arriesgando ambos ir a prisión, lo eran porque al mirar alrededor no les gustaba lo que veían; porque tenían conciencia de la injusticia, aunque ellos particularmente estuviesen bien.
Así que leían, discutían, actuaban.
Querían comprender el mundo para hacerlo mejor.
Era el suyo un impulso generoso, arriesgado y solidario.
Ahora, sin embargo, buena parte de quienes los llaman rancios y gruñones se reivindican ellos mismos, y ni siquiera a todos.
El todos suele ser una excusa que se desvanece en cuanto el interés particular queda a salvo.

Era entonces muy distinto ser de izquierdas, como digo.
Había una conciencia intelectual que hoy usurpan lugares comunes, emociones e intereses particulares, con reivindicaciones que se atemperan según le va a cada cual. En su mayor parte, la gente sale a la calle a gritar qué hay de lo mío, y antes no era así.

La izquierda que yo conocí pretendía cambiar el mundo con independencia de su posición social o privilegios.
Era solidaria y miraba lejos, quizás porque aún no conocía los miedos de ahora; conseguir trabajo era más fácil, y lo que buscaba era una mejora colectiva.
Por eso leía en busca de una solvencia intelectual que hiciese de palanca.

Hoy no es así: el aparato que maneja la autodenominada izquierda única es simple y desolador: tuiteos de algún iletrado, tertulias de la tele, monólogo de un humorista. Cualquier indocumentado, cualquier ingenuo, pueden apuntarse a eso.
Por ello no es extraño que los veteranos izquierdistas, que lo fueron a su verdad y riesgo, se choteen de tanto asaltador de cielos de vía estrecha.

O de tanto oportunista analfabeto sentado en las Cortes, cuyo único riesgo es que el maître del restaurante o el taxista que los lleva de copas no acepten la tarjeta Visa del Parlamento.

LA CHICA DEL PASILLO, de Arturo Pérez Reverte - 2/3/20

Sucedió hace veintiún años, en marzo de 1999, pero no lo he olvidado. Y la verdad es que no sé por qué, pues nada tiene esta historia de especial.
Pero así son las cosas de la memoria.

Lo que no recuerdo es el nombre del hotel. Quizá en ese viaje fuera el Algonquin, pero no figura en mis notas y no puedo asegurarlo.
Estaba en Nueva York para presentar la traducción al inglés de mi entonces última novela, que era La piel del tambor.

La ciudad no me gustaba demasiado, y aún tardaría muchos años y viajes en cogerle el punto.
Solía acostarme temprano, pero aquella noche volví tarde de cenar: Howard Morhaim, mi agente literario norteamericano - que sigue siéndolo -, me había llevado a un restaurante japonés y luego habíamos estado bebiendo y fumando por los bares de Manhattan - yo todavía fumaba entonces, sobre todo cuando en un aeropuerto encontraba Players sin filtro - mientras Howard hablaba de su divorcio, de su hija a la que adoraba, y de que sólo era capaz de enamorarse de mujeres que lo hacían sufrir.

Era cerca de la una de la madrugada.
Estaba en mangas de camisa, a punto de tomar una ducha antes de meterme en la cama, cuando oí llanto en el pasillo. Era largo y quejumbroso, con hondos hipidos. No parecía dolor, sino tristeza.
Alguien tiene problemas, pensé. O motivos para estar desolado.
El llanto no cesaba, y me pareció que era una mujer.
Al cabo de un rato, como seguía oyéndolo, me asomé al pasillo. Nueva York no es lugar para que un español busque problemas, recuerdo que pensé.
Pero tampoco podía quedarme como si tal cosa.

Había una joven sentada en el suelo, apoyada la espalda en la pared. Era rubia, muy anglosajona de aspecto.
Recuerdo su ropa como si la hubiera visto ayer: jersey gris de cuello holgado y falda negra, arrugada, que le cubría hasta la mitad de los muslos.
Tenía las piernas extendidas sobre la moqueta y los pies desnudos.
El rostro estaba cubierto de lágrimas; y los ojos, rojos como dos tomates, hinchados de llorar.
No era guapa ni fea; aunque, con ese aspecto, aunque hubiera sido guapa no se le habría notado.
No salía nadie a mirar ni a buscarla: estábamos solos en el pasillo.
Me miró desde abajo entre hipidos, como ausente, mientras yo le preguntaba en mi atroz inglés - siempre lo hablé casi como los indios de las películas de John Ford - si tenía algún problema serio y si podía ayudarla en algo.
Se me quedó mirando sin responder mientras sollozaba a intervalos, y al cabo de un minuto de estar así, ella llorando y yo de pie sin saber qué hacer ni decir, decidí sentarme a su lado. No sé por qué, pero fue lo que hice, quizá porque con el llanto y los pies descalzos parecía vulnerable y muy sola.

El caso es que me senté junto a ella, manteniendo una distancia adecuada para que no hubiese malas interpretaciones. Y me quedé allí sin despegar los labios mientras la joven seguía llorando.
Esto valdría para comienzo de una novela, pensé. Tal vez algún día lo escriba.
Pero yo sabía de sobra que la vida no es una novela.

No sé cuánto tiempo estuvimos sentados y quietos. Cinco o diez minutos.
De pronto alargó una mano y cogió la mía; o más que cogerla, lo que hizo fue aferrarse a ella como si estuviera a punto de caer por un precipicio, una ventana o algo parecido.
Agarró mi mano y se mantuvo así un buen rato, sin mirarme, mientras los sollozos que la hacían temblar se calmaban despacio.
Ninguno dijo una palabra. Yo, porque estaba acojonado con la situación. Ella, seguramente, porque en realidad no había nada que decir.
Al fin se volvió hacia mí. Lo hizo unos pocos segundos, sin que su rostro mojado de lágrimas cambiase de expresión.
Después hizo un ademán inconcluso, cual si se llevara mi mano a los labios para besarla, pero lo detuvo a medio camino.
Liberó mi mano, se puso en pie, dobló la esquina del pasillo y desapareció de mi vista.
Y yo volví a mi habitación, fumé un cigarrillo apoyado en la ventana, me di la ducha y me fui a dormir.

La vi bajar al desayuno a la mañana siguiente.
La acompañaba un fulano flaco de pómulos hundidos y cara sin afeitar.
Pasaron por mi lado camino de su mesa, y vi cómo la mirada de la joven se fijaba un instante en mí y luego resbalaba desde mi rostro al vacío, como si no me hubiera visto nunca.
Quizá, concluí, porque realmente no me había visto nunca.
Luego, ya sentados, él se inclinó a decirle algo y ella sonrió sin hacerle mucho caso, pensativa, mirando su taza de café.

Las mujeres son animales extraños, pensé.
Y observé de nuevo al fulano: realmente no tenía ni media hostia.
Por un momento sentí deseos de ponerme en pie, ir hasta él y romperle una botella en la cabeza.
Pero no lo hice, claro. Estaba en Nueva York y aquélla no era mi guerra.
O tal vez sí lo era.

TEMPORAL EN EL PUERTO, de Arturo Pérez Reverte - 27/1/20

He venido con él detrás, rascándome la popa, y a la altura de las Columbretes creí que me trincaba, pero bien.
Eran las tres de la madrugada y las nubes, o más bien el cielo negro como la tinta, se desgarraron un momento iluminando las piedras por el través de babor, con las luces del faro grande - destellos cada 22 segundos - diciéndome mantente lejos, chaval, ni se te ocurra acercarte con este viento y a estas horas; y la milla de mar que mediaba entre ellas y el velero era un hervidero de olas de color negro y plata, precioso para verlo en una película y en fotos pero inquietante con picos de 37 nudos de viento en el anemómetro, trinqueta y dos rizos en la mayor, el mistral aullando en la jarcia y un frío de cojones.

No llegó a alcanzarme, o no del todo, y le gané por cuatro palmos la carrera de 250 millas, aunque por pasarme de listo con las isobaras a punto estuve de que me agarrara por el pescuezo.

Y esta noche, que ya lo tengo encima por fin, me pilla abrigado, sonriente - primera sonrisa en dos días - y en puerto, leyendo en la camareta mientras lo oigo aullar en todo lo suyo, las drizas en los palos de los veleros cercanos campanillean enloquecidas, el barco escora como si todavía estuviese en el mar y las amarras chirrían y crujen como almas en pena.
De vez en cuando levanto la vista y miro el anemómetro, que, aunque se trata de un puerto abrigado, llega a superar los 50 nudos, lo que significa temporal duro de fuerza 10.
Y cada vez que lo hago siento una enorme congoja, una punzada solidaria de hermano de la costa, por quienes a estas horas, no por placer sino por oficio, se encuentran mar adentro, comiéndose sin pelar esta castaña.
Bregando por sus barcos y por sus vidas.

Y eso, me digo, que los tiempos han cambiado mucho. Que ahora hay tecnología formidable, ropa térmica, equipos de comunicación y salvamento y cosas así.

Que hoy un marino navega, salvo los imprevistos naturales del asunto, con una seguridad impensable hace sólo medio siglo, por no decir la de mucho antes.
Pero cuando la mar pega fuerte, cuando el viento - que es realmente el malo de la historia - la convierte en una trampa mortal donde no puedes decir paren esto que me bajo, navegar se convierte de nuevo en lo que siempre fue: una prueba continua de coraje, de tenacidad, de pericia marinera, de suerte.

Reflexiono sobre eso recordando las viejas fotografías, los relatos de mi tío Antonio y los capitanes amigos de mi padre, las historias leídas sobre temporales y naufragios.
Sobre aquellos hombres, marinos de antaño que subían a los palos entre el viento que intentaba arrancarlos de los andariveles y el infierno rugiendo a sus pies, que gritaban su miedo y su coraje aferrando velas con dedos entumecidos de frío, peleando hasta la extenuación.
Esos barcos que llegaban a puerto, cuando podían llegar, maltrechos por los golpes de mar, rifadas las velas, cubiertos de sal, con tripulantes exhaustos y capitanes roncos de gritar órdenes y miedo.
Esos pescadores que todavía hoy levantan las redes o los palangres mirando encima del hombro hacia el través, por si se aproxima la muerte.

Una nueva racha, más fuerte que las otras.

Hasta 52 nudos marca ahora el anemómetro.
Y qué bien se está, pienso, en esta camareta cálida, leyendo mientras esa furia irracional y ciega golpea afuera aunque pasa de largo, sin encogerte el corazón ni obligarte a luchar para seguir vivo.
Qué bien se está aquí, por Dios, con una taza de leche caliente y unas gotas de coñac, con un libro que he cogido de la pequeña biblioteca - desde hace 26 años sólo llevo a bordo libros sobre el mar - en busca de una cita concreta que conozco de memoria, pero que ahora necesito leer en las páginas ligeramente moteadas por manchas de humedad después de los muchos años que llevan aquí:

"El huracán que enloquece las olas, hace naufragar los barcos y arranca los árboles, que derriba murallas y arroja a los pájaros contra el suelo, había encontrado en su camino a este hombre taciturno, y su mayor violencia no había conseguido arrancarle más que unas pocas palabras."

Y de ese modo, con un estremecimiento de respeto hacia los que fueron y son marinos de verdad, no como los ilusos que hoy pretendemos serlo, cierro Tifón y lo devuelvo a su estantería junto a los demás libros de Joseph Conrad. Situándolo en su hueco entre Melville, London, Paternain, Forester, Justin Scott, Alexander Kent, O’Brian y los otros. 

Los que dieron sentido a mi amor por el mar y por los hombres que lo navegan.

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