jueves, 16 de abril de 2020

ABUELA, de Julio Leandro Fernández Froy

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Grandmother” te dicen los ingleses, y los yankis. Porque sos grande y sos madre.
Bobe” los judíos, para pronunciarte fácil, desde pequeños, cuando tus mimos son cercanía, educación, y sobre todo, memoria.
Nonna” te dicen los tanos, y aquellos que sin serlo casi ya, heredaron de la Italia forjadora la invitación al canto que es la tarantela exorcizante de un Domingo de Ñoquis y remembranzas.
Me confía Google que en Suajili te dicen “Bibi”, en Yoruba “Silá”, en Igbo “Nne Nne”.
Y mirá cómo se me hace que siempre te llaman de forma que salga de la lengua más torpe con gentil dulzura.
No es distinto el niño africano, el hindú, el parsi, o el latinoamericano.
No es más torpe el Zulu que te dice “ugogo”, que el Cebuano de la Oceanía que te llama “Lola”, a este pobre niño argentino que siempre te ha dicho Abu.

Y es que madre de mi madre, dulce compañía de la infancia de mi padre, yo hace tiempo que no te tengo, te fuiste volando cuando mamá era con sus quince años la más grande de cinco niños que anhelaban tus abrazos, y se retorcían de dolor con tus sofoques… y no contaba once años cuando en el portentoso porte de esa jarýi guaraní de a poco te apagaste, olvidando todo, menos el amor que diste y que te dieron.
Pero para mí tuviste muchos otros rostros.
Distintos, silenciosos unas veces, otros bulliciosos.
Siempre amorosos.

Fuiste la educación en la empatía de Doña Peti, aunque para mi la nona, la gentil kiosquera de la otra cuadra, que en mi infancia me regalaba caramelos en cada mandado, y que me dejaba jugar en el fondo de su casa para a veces esconderme del momentáneo enojo que mis travesuras causaran a mis viejos.
Y que aún apagada muchas veces de sueños, siempre consentiste los míos, desde aquella vez que, con la sabiduría de todo niño, te enseñé que una fantasía que te mantenga ilusionado vale más que una verdad que en nada te enaltece.

Fuiste la cultura de cuidado de esa genial hamburguesera Mauri, que al día de hoy sostengo, frente a Dios y la humanidad toda, es la que mejores hamburguesas hace bajo todos los cielos de la tierra. Ese poco pan y carne que tanto me sabe a infancia.
Que al recibirme en tu casa me escuchabas recitar de memoria el último libro que hubiera leído, o contar mis mentiras, esa pequeña y primigenia forma de literatura que conocemos los soñadores y poetas.
Que alguna vez lloraste más que yo cuando me dejé un lunar de nacimiento donde en mi brazo cayó el queso derretido y sabrosísimo de una pizza que esperaban los comensales, y que expectante me hacia salivar entonces y aun ahora mismo.
Que hace poco cuando llevé a mi hija a conocerte la tomaste de la mano y como si fuera yo mismo a tu casa, detrás de la cocina la llevaste para llenarla de perfumes y cremas, de caricias, de cariño y de memoria.

Fuiste mi más temprano entendimiento de la valía del aprendizaje por su valor en sí mismo de Doña Velia Ines de Quijano, la que me compró mi inaugural planta la primera vez que me animé a la calle, por la insolente obsesión de ganarme lo que esperaba merecerme.
Y que cada día me esperaba con pan viejo tostado en una olla y un café con leche, para hablar de plantas y poemas.
De tus aventuras juveniles con tu buena amiga, doña Blasia quien también era mi abuela.
Para llevarme a pasear en tu jardín, para enseñarme lo poco o mucho que a la vida le robaste.
Y para decirme lo notablemente parecido que era a mis ancestros, en lo tozudo y bien dispuesto.

Fuiste muchas enseñanzas.
El valor del esfuerzo compartido que me dio esa mujer, la suegra de mi niñera Mary, esa otra madre que la vida me regaló, Ña Carmen Vallejos de Acosta, quien me enseñó que quien quiere torta frita, bueno es que acarree la leña.
Y que en el hogar más pobre y en el más rico han muerto hijos, y se extrañan abuelos.
Y que la solución para casi cualquier dolor es la compañía adecuada con un cocido quemado y un poco de masa frita en una olla que de tanto dar de comer se ha hecho negra como la noche, y aun así parece un brillante faro de esperanza.
De domingo en familia, de Iglesia privada, donde las risas de los niños son las campanadas y la abuela alegre el sacerdote en su esplendor de vestido floreado y perfume frutal.

Y fuiste también la abuela de una de mis fans, Natalia, quien hace poco te perdió, pero que te tiene tan presente en su sonrisa, en su mirada cálida, en su gentil presencia de Jazmín silvestre, que sospecho que un día te verá nacer en el espejo cuando una nieta terrible le saque una sonrisa.
Y sos, desgraciadamente, lo que está pandemia maldita quiere robarnos.
Sos quien siempre ha cuidado de nosotros, y que hoy, en un giro raro y poético, debe ser cuidado. Sos una herencia maravillosa para los más chicos que solo de vos podrían aprender como se conjugan los verbos de amar y poder.

Así que, abuela, bobe, nonna, sos todas estas cosas en mi memoria.
Y tantas otras en la remembranza de aquellos que al leerme lloren por vos que te fuiste o que te estás yendo. Y aún otras que no puedo decir en palabras, pues sólo pueden ser dichas en abrazos que, si entre todos nos cuidamos, aún podrán darse.

Por vos abuela, nonna, bobe, ugogo, bibi, Abu.
Por vos hoy todos nos quedamos en casa.
Por que esos locos bajitos que corren en la casa las necesitan.
Porque son amor, y son memoria.
Y este mundo perdería mucho de su color sin su mirada.

#PorLaNonnaTodosEnCasa

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