sábado, 27 de junio de 2020

PARIENDO VASCOS. Leyenda popular de Euskadi.

Cuentan las antiguas voces de Euskal Herria, que en el principio de los tiempos, las emakumeak, parían de pié, porque solo de pié se puede engendrar algo digno.

Durante nueve lunas, las panzas crecen, las caderas se ensanchan, y la vida, resultante del amor, se hace presente de arriba hacia abajo, como acercándose a besar la tierra que es la madre de todos los vascos.
Así lo había enseñado Amalur.

Los hijos se paren con cierto dolor, pero es un dolor que no importa que duela, porque es consecuencia de un acto de amor, y preludio de una gran felicidad, porque se logra la continuidad de la vida.

La vasca, mujer simple, fuerte, generadora de gizonak de bien, y emakumeak laboriosas, mientras pare, le va contando a la sorguina que oficia de partera, todas las ilusiones que guarda en su corazón para ese txiki que trae al mundo que Amalur creó para él.

La sorguina va diciendo los conjuros del amor para que se cumplan los deseos de la amatxo, y de vez en cuando sacude una bolsa que contiene unos pequeños guijarros para que el niño conozca su pequeñez en el universo y no lo afecte la soberbia.

También a su alrededor deben colocarse cosas que deben ser las primeras en sentirse, para que comience de inmediato su aprendizaje: plumas de halcón peregrino, para que su espíritu se eleve imitándolo, porque usa el viento en contra, para ascender y puede planear hacia arriba.

A un lado se pone un rulo de lana, para que sepa que nunca le faltará el abrigo de su familia, al otro se colocan algunas semillas, para que sepa que el pan se obtiene luego de morir el grano para crear el trigo vivo que crecerá y traerá mucha cosecha.

Un lauburu para que lo proteja siempre y un nudito hecho con los cabellos del aita y la ama, como sello de la promesa de amor que se han hecho.

A veces se ponía una pequeña eguzki lore, para que nunca le falte la luz del sol, protectora contra los males del mundo, y un poco de tierra, para que al tiempo de nacer, tenga ese lazo indestructible con la sangre y el sudor de los ancestros que la regaron generosamente.

En una cáscara de nuez se colocaba miel, para que la amargura no llegue nunca a su corazón.

Cuando el niño nacía, no se lo palmeaba, sino que se lo agitaba hasta que el llanto avisaba a la sorguina que era tiempo de reconocer a su madre, que luego de parir se recostaba, entonces se colocaba al recién nacido sobre su pecho, para que nunca mas olvidara el olor y el calor de su ama.

Cuando se expulsaba la placenta, ésta era enterrada en los campos de sembradíos para hacerlos mas fecundos.

Cuando este bebé, ya hombre hubiera cumplido su ciclo y su cuerpo muriera, también se lo cremaría y sus cenizas serían arrojadas al viento para que Amalur lo llevase donde la tierra necesita ser mas fértil, porque de la Madre Tierra venimos y a ella algún día volveremos.

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