martes, 5 de julio de 2022


El nene, unos ocho añitos, estaba ahí parado al lado del gigantesco negro de levitón con botones dorados, moño y galera con el nombre del local, bajo la congelada noche.
El nene, de todas las maneras e ingenios posibles, trataba de convencerlo para que lo dejara entrar aunque sea un ratito, a ver los espectáculos que se desarrollaban ahí adentro, sobre el escenario de ese mítico cabaret...

Paraná 440, el cabaret de los sueños porteños: El Chantecler.

El mocoso, pelo rubión y peinado a la gomina, parecía no tener frio. Simpático y entrador, vestía una polera de hilo azul grueso, pullover escote en V encima, una bufanda de lana marrón medio agujereada por todos lados, pantalón corto marrón a la rodilla, medias 3 / 4 blancas y mugrientas de tanto jugar al fútbol por las tardes, lamparones de barro seco en las rodillas que le habían dejado los rebotes de la "Pulpo" y unos rotos y agujereados tamanguitos obreros (que hoy los pitucos llamarían "canadienses"), también amarronados, aunque por la mugre del potrero.
Tamanguitos sin cordones, que los había perdido hacía ya meses, andá a saber donde.

Nieves, su mamá, no podía retenerlo ni por las noches, ese cabaret con sus luces lo perdía.
En esa casa de humildes laburantes de Barracas, Beto (así le decían) hacía lo que quería, luego de la escuela.
Y quería mucho.
El mocoso era de esos que no paraban.

Noche por medio, de Barracas se iba caminando hasta el Centro.
Llegaba muerto de hambre, un poco por el ejercicio, otro poco porque en casa no sobraba el morfi, con papá trabajando en un galpón de mala muerte del Ferrocarril Belgrano, y con mamá de costurera cuando había algo de trabajo.

Pero pasaba por Guerrín, una pizzería que recién se había abierto en ese año.
Unas morisquetas al jefe de salón, un guiño a los mozos, se paraba el Beto a sus ocho años en la puerta del local, y en medio de la vereda y del frio desangelado, empezaba a vociferar:

-“Que Guerrín Guerrín, señoras y señores, donde se come del principio al finnnnnn”- .

O la más simpática: 

-“Lindo es amar y ser amado, pero más lindo es una Guerrín que un asssssado”.

Todo a los gritos, con voz de pito, y una desfachatez llamativa.
Los transeúntes se reían con ganas, y más de uno entraba al local a saborear una pizza.
No pasaban cinco minutos que el jefe de salón le hacía un gesto al mozo, que iba a buscar dos porciones de muzzarela y un vaso de Bidú, una especie de bebida cola de la época, pero nacional.

El mocoso, con la precocidad que solo brinda el hambre, ya sabía de antemano que esa “promoción al paso” daba resultados, y se iba a llenar un poco el estómago, que ya le hacía ruidos de motor...
Y ahí se iba, tipo 9 de la noche, hasta las puertas de ese lugar al que soñaba ingresar, a convencer a todo el mundo de que lo dejaran pisar ahí adentro, a un costadito, sin llamar la atención.

Pero no había caso. Ramón, el morochazo de la puerta, era una frontera impasable.
Después de dos o tres semanas de insistirle, lo único que había podido lograr fue que le regalara un par de guantes pitucos, que algún habitué había dejado olvidado.
Ramón sabía lo que era el frio y el muchachito le caía bien, aunque nunca se lo iba a reconocer…

Entre las 9 y las 10 de la noche…QUÉ no hacía el muchachito: le hablaba, le hacía chistes (algunos picaros), saltaba, hacia payasadas, promocionaba el cabaret en la vereda como hacía con la pizzería, le cantaba….de todo.
Mientras desplegaba todo este bagaje de “actividades”, iban llegando los clientes, que se reían de él e incluso le daban siempre algunas monedas. Iban llegando los empleados, que lo palmeaban en la espalda o le desacomodaban el jopo, felicitándolo.

O llegaban una tras otras las “francesas”, que le traían algunos caramelos de leche o un pedazo de torta.
Todas las francesas, pero todas, no se perdían la oportunidad de abrazarlo y darle un par de besos en la frente o la mejilla mientras le pellizcaban el cachete o le hacían cosquillas.
Algunas de esas francesas y criollas, serían legendarias.

Pero con Ramón, no había caso.
Así que llegaban las 10 y (pese a que su mamá le había enrollado en la muñeca un pequeño rosario de piedritas, como eficaz protección para evitar todos los males nocturnos), se regresaba “pateando” a su casa antes de que la noche profunda lo alcanzara, o peor aún, los “amigos de lo ajeno”.

Pero una noche, la del 23 de Julio de 1940, estaba el Betito haciendo su tradicional paso de morisquetas a los ojos de Ramón y (mientras le cantaba un tango al mismo tiempo que masticaba una fugazetta y se tomaba un vaso de naranja), baja de un portentoso y larguísimo auto negro un tal Angel Sanchez Carreño.
Al Betito se le cayó la mandíbula apenas lo vio: no lo conocía hasta ese momento por su nombre, pero sabía perfectamente su sobrenombre: “El Príncipe Cubano”.

Sanchez Carreño fue el perfecto cabaretier, quien tuvo a su cargo las relaciones públicas del local, el manejo del personal y la presentación de todos los espectáculos del mítico Chantecler.
Era el que chequeaba que los mozos estuviesen impecables, con zapatos acharolados lustrados cada dos horas y un peinado decente, con raya a la izquierda.

También tanto las “francesas” como las “criollas”, debían mostrarle sus uñas, limpieza y peinado de su cabello, así como el vestido a utilizar cada noche.
No permitía que ninguna saliera del Chantecler hasta que la función finalizara e imponía (muchas veces con rudeza) a sus novios (en realidad “cafishios” o amantes), que debían esperar a sus mujeres hasta tres cuadras a la redonda del cabaret, sin acercarse a buscarlas jamás a la puerta.

El Príncipe Cubano, ya para 1940 era una leyenda.
Pero el Príncipe (duro, frio, autoritario, inapelable), pasó al lado del mocoso, se rió, y dijo:
-“Vení pibe, sacáte las ganas, vení a ver lo que es un tangazo de hombres pero ojo, ahí a un costadito y sin chistar, te afanás algo de alguien y yo no llamo a la taquera, te rompo una mano.
Te chupás un vino o un champán sin permiso y te arranco la lengua.
Te quedás chito ahí, ya te alcanzan un café con leche y pórtate bien, que la noche no es para chambones ...”-

De golpe Betito, arrastrado hacia adentro del Chantecler como un huracán, casi en el aire y tomado de la nuca, no tuvo ni tiempo para protestar, ya que (primero) QUÉ le iba justo a protestar al Príncipe Cubano..?
A los mayores no se les contestaba, y mucho menos a uno al que se le asomaba la culata de un “Seisluces” del bolsillo interno del deslumbrante saco blanco.

Estaba ahí, en el lugar de sus sueños, apabullado por los palcos, el escenario, las luces imponentes, las orquestas típicas y las de jazz que se sucedían una tras otra en el escenario giratorio.
Las “francesas”, las “criollas”, las “milongas” y absolutamente todas las mujeres que trabajaban en el lugar, se acercaron casi corriendo hacia él apenas lo vieron.

Salió gordo esa noche: las señoritas de la noche, todas vestidas de largo y satén hacían su número y antes de ir al camarín le ordenaban a los mozos diversas masitas, sanguchitos, canapés, licuados y vasos de naranja, mandarina o pomelo a raudal, todo para el personaje de pantalones cortos.
No faltaron las cosquillas y los pellizcones.

Desde esa noche mágica, el mocoso no faltó ningún jueves ni viernes ni sábado ni domingo por las noches (negociado con Nieves, su mamá, que fue a hablar con los dueños del lugar, el tano Amadeo Garesio y su pareja, la legendaria Reina de la Noche Lucia Teresa Comba, a la que a veces llamaban Giovanna Ritana, pero que durante las madrugadas era conocida como “Madame Jeannete” y hablaba con acento francés).

La pareja le aseguró que lo iban a cuidar y mandar a hacer algunos encargos a cambio de un plato de mondongo, bebida y una sopa bien caliente.
Y que lo iban a llevar a la casa.
Nieves, la mamá, se quedó tranquila, era mejor que el Beto (inquieto como era) se quedara fijo, calentito y bajo techo, en ese lugar, que se hiciera un atorrante….
Entonces Beto, el mocoso inquieto, entró de cabeza a sus ocho años en ese lugar mítico, nocturno y peligroso, donde se juntaban todos los pesados de la burguesía, del ambiente artístico y también del bajo fondo.

Barría, limpiaba mesas, cortaba papas, pelaba gallinas, llevaba tragos….y a veces, cuando el presentador de orquestas (Jorge Loguarro) no llegaba a tiempo, tomaba la posta y las presentaba él mismo, con una desenvoltura y seguridad impactante a sus recién cumplidos 12 años que ya hubiera querido otro presentador, siempre ante la sorpresa de los habitués, los suspiros de las “criollas” y, claro, las orgullosas sonrisas de las “francesas”.

Presentaba ocasionalmente en el Chantecler a sus jóvenes 12 años a pesos pesados como Juan D’ Arienzo (quien era algo así como su papá adoptivo), y se iba a sentar al fondo del local, en un banquito junto a la cuidadora del baño de mujeres (quien oficiaba para el Beto ya como una mamá postiza de la noche, digamos) que se llamaba Josefa Calautti pero a la que todos conocían como Pepita Avellaneda, quien lo aconsejaba sobre los pasos seguros a pisar en las sombras de la noche.
Tenía 14 años cuando se despidió de ese Cabaret: había que juntar plata en serio, para mantener a la familia.
Y desapareció de la noche, por años….

Una tarde, Jorge Loguarro, el presentador oficial del Chantecler, se sintió agotado: quería dedicarse a la actuación y le había salido un bolo, cuyo horario coincidía con las noches de Chantecler.
Habló con Garesio, y lo convenció de ir a buscar al Beto a su casa, y ver si se animaba a ser el presentador suplente, con posibilidades de ser el estable.
Al dueño le pareció bien, apreciaba a ese muchachito, y envió a Ramón a buscarlo.

Esa misma noche, luego de aceptar la propuesta, ahí estaba el Beto (con jóvenes 17 años pero ya conocido ampliamente por todo el staff y los habitués) presentando a las típicas y al jazz, y a todos los números de varieté de la noche, puntual, certera y profesionalmente, como si hubiera nacido para ello.
Los artistas todos, lo miraban pasmados.
No fue una prueba, fue (simplemente) una confirmación.

Apenas corrió la bolilla en los camarines del "regreso" del mocoso pródigo, todas las “francesas”, las “criollas”, las “milongas” y absolutamente todas las mujeres que trabajaban en el lugar, se acercaron corriendo hasta el borde del escenario.
No para ver a los artistas consagrados, para nada: sino a “él”.

Esa noche Beto, podemos decir, nació otra vez.
A partir de allí, inventó todo lo que vino después.
Y, con el tiempo, se hizo leyenda.
El más famoso. El más admirado.
El protegido de Carrizo.
El padre del corazón de Fernando Bravo.
El ÚNICO al que el gran Héctor Larrea se refiere a él, aún hoy, como “Maestro”.
Eso sí, el Beto se puso otro sobrenombre, total, ya que había nacido de nuevo…

Y fue el Cacho de las sentencias, de la sabiduría de la noche y el mostrador.
El Cacho tanguero, vestido de smoking y moñito entre el dorado champagne y las rubias del Chantecler.
Cacho “Con Seguridad..!”.
Sonrisa gardeliana, quien sino él iba a tener los dientes tan perfectos como propaganda de dentífrico.
El presentador del Nobel para Leloir, el que transmitió las emociones que nos daba un chueco Nicolino Locche directo desde Japón, o a Sandro en directo, triunfando en el Madison.
El de Odol Pregunta, Teleshow y los ratings imposibles.
El de los 14 Martin Fierro y tantos premios más…

Hoy, por suerte, lo seguimos conociendo como Cacho Fontana.

Pd1: Es para que se comprenda el porqué, al presente, se lo admira (y se lo admirará toda la Eternidad) incondicionalmente.

Pd2: Ojo, al presentador oficial, Jorge Loguarro, también le fue bien como actor: lo conocimos como Carlos Carella.

CHAU BETITO, CHAU CACHO...!!!

HASTA QUE EL PRÓXIMO SHOW (O PROGRAMA) NOS VUELVA A JUNTAR, QUIEN SABE DONDE.
DESPUÉS DE TODO, QUE ES LA VIDA SINO UN CAPÍTULO MÁS..!!

HASTA LUEGO CACHO FONTANA..!!
HASTA SIEMPRE LEYENDA..!!!

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