miércoles, 18 de junio de 2014

POR SOLEDADES, de Paco Urondo

Un hombre es perseguido, una
familia entera, una organización, un pueblo.
La responsable de esta situación no es la codicia,
sino un comerciante con sus precios,
con la imposición de las reglas del juego.
Los empresarios, la policía con la imposición
de las reglas del juego.
Por eso ese hombre, ese pueblo, esa familia,
esa organización, se siente perseguida.
Es más, comienzan a perseguirse entre ellos,
a delatarse, a difamarse, y juntos, a su vez,
se lanzan a perseguir quimeras,
a olvidarse de las legítimas,
de las costosas pero realizables aspiraciones;
marginan la penosa esperanza.
Entonces toda la familia, todo el pueblo,
entra en el nivel más alto de la persecución:
la paranoia, esa refinada búsqueda de los
perseguidos históricos y culturales.
Y ésta es la triste historia de los pueblos derrotados,
de las familias envilecidas, de las organizaciones inútiles,
de los hombres solitarios, la llama que se consume
sin el viento, los aires que soplan sin amor,
los amores que se marchitan sobre la memoria del amor
o sus fatuas presunciones.

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