lunes, 23 de febrero de 2015

CHAMAMÉ, de Leonardo Oyola

Soy un potro en tu establo. Soy lo que Caín fue para Abel.
·        No traicionarás.
·        No dejarás abandonado a tu compañero en un hecho.
·        No te encamarás con su hermana.
·        No descuidarás a su familia.
·        Será biducha el o los rati con los que pierda tu compañero.
·        Le pondrás el pecho a la plata y no te comerás los mocos.
·        Se la darás al que tiene la astilla y nunca al que le hace falta.
·        No harás ruido.
·        Cuando tengas la astilla sabrás acobacharte.
·        Y cuando te toque bailar con la más fea, Guns N' Roses... serás ciego, sordomudo, como canta la Shakira.

Esos son los diez mandamientos del gremio.
Primero, el compañero.
Después, la familia del compañero.
Por último, la plata... La astilla.

Los diez mandamientos del buen chorro me los había enseñado el Crazy Macaya, cuando me hice volante de la gente del Sordo.
Al quía le decían así porque apenas había cumplido los treinta y ya tenía los pelos todos blancos.
Además, cada vez que salíamos a la cancha, el loco siempre iba de frente porque era eso: loco.

Eso creía yo hasta que conocí a Noé. El Pastor era, es y será el más crazy de todos.
Lo que no lo hacía derrapar al Macaya, lo que no nos hacía derrapar, eran estos códigos que se tienen que cumplir para andar bien en el laburo.
Para que el rolo esté tranquilo, ¿entendés?
El problema que teníamos con el Pastor Noé era que nosotros no estábamos chapados a la antigua. No nos daba la edad.
¡Ojo! Tampoco éramos como estos pendejos que se la pasan todo el día fumando paco para salir de caño.
Ni ahí de atrevidos. Ni ahí de cachivaches.
Corte que quedamos en el medio. Eso nos hacía peor.
De Noé aprendí que, para ganarse respeto en estos tiempos, hay que ser más Rambo que delincuente. Hay que pelarla antes que pasar por caballero.
Por eso tampoco tengo el culo limpio. No alcanza con que vos muestres que sos capaz de hacer cualquier cosa.
Tenés que hacer cualquier cosa.
¿Te gusta lo dulce? Entonces preparate también para bancarte lo amargo.
Así y todo, algo hay que respetar. Mínimo, los diez mandamientos. Por algo están.

No traicionarás. No dejarás abandonado a tu compañero en un hecho.
Ya les conté que estuve en el pabellón de los evangelistas y que me convertí a la religión para no terminar siendo gato en cualquier otro rancho.
Pisando el acelerador de la Chevy buscando alcanzar a Noé para cagarlo a corchazos me reconocí más religioso de lo que creí que era. En mis ganas de vengarme estaba la base de mi fe.
Una fe a la que toqué por primera vez en la misma ruta por la que ahora iba quemando el asfalto de esa parte de Corrientes.
Una fe en la justicia que me iba a traer la Itaka cuando saliera del piso de mi asiento.
Justicia divina que me daba el hecho de tener un arma, para sacar chapa de juez y verdugo con un movimiento del dedo índice en gancho.
Y todo porque la justicia huele a pólvora.
Ningún desodorante puede ocultarlo. Es como la mierda. Por más perfume que te pases si sos un sorete no vas a oler a rosas.
Yo lo sabía muy bien.
Primero, porque soy un sorete, pero también porque fui juez y verdugo. Porque en mi pasado ya había equilibrado la balanza una vez, apretando el gatillo contra el primer hijo de puta que me abandonó.
Contra el primer hijo de remil putas que me traicionó.

«Mira el huesito que te vamos a dar, Perro», me ofrecieron esa tarde... Y yo, ¡mierda que me lo devoré!
«No es un laburo: sólo una acción», nos repetía una y otra vez Manzana mientras nos poníamos con el Pastor los uniformes.
El sargento primero Juan Antonio Velásquez. Manzana. El apodo se lo había ganado para que lo entendiéramos los cabeza de tacho.
El tipo no transaba ni ahí.
Atenti: no era que no le gustara tomarse el café con crema. De hecho, lo tomaba sólo con crema. Era más corrupto que la mierda.
La cosa pasaba porque él respondía sólo a un patrón. A nadie más. No se vendía.

«Velásquez es como la gravedad», saltó uno que había hecho el secundario completo: «Ese conchudo termina tirando todo para abajo, sí o sí».
Un grupo dijimos «ahhh!!!» y el Pastor preguntó qué carajo era la gravedad.
El pibe diez contó la historia de Newton, el árbol, el física y química de Magnetti-Torti, ¡qué se yo! La mar en coche... y Noé al sargento lo empezó a llamar así: Manzana.
¿Para qué hacerla más difícil?

Le pondrás el pecho a la plata y no te comerás los mocos. Se la darás al que tiene la astilla y nunca al que le hace falta.
Salimos de la tumba vestidos de rati, en dos camionetas. En la que iba el Pastor, manejaba un pata negra de apellido Echayre.
En la otra estaba yo al volante, y Manzana venía conmigo. Teníamos que ir a ponerle los puntos a una banda que estaba haciendo los deberes para dársela a un tortugón. Y si iba a cagar fuego un blindado en esa ruta, eso era algo que no se le podía escapar al jefe de Manzana. Al Zapucay.
A él le correspondía un peaje por todo lo que pasara en ese asfalto. No se le escapaba una. Y mucho menos un dato como este.
Porque para frenar un tortugón hay que hablar con mucha gente. Eso es lo malo de garcharse un caudales. Mucho puterío, loco. Muchos tipos saben de tus ganas de culear y —lo que es peor— de cuándo y dónde vas a estar con los pantalones bajos.
¡Otra que cagar con campera!
—No es un laburo: sólo una acció. Manzana seguía hinchándome las pelotas con el mismo verso.
—Sí, ya sé...
—Sí, vos sabés, Perro. Y por eso te traje. Tenemos que entrar y salir. Nada más. Y de vos espero dos cosas: que los pares... y que lo tengas cortito al Pastor.
Me hizo reír.
—Si no querés quilombo, Manzana, no lo traigas a Noé.
—Al Pastor lo llevo por si hay quilombo, Perro. Por si pintan los guantes.
—¿Por eso movés un equipo para una acción?
—Sí: para estar más seguro.
«Para estar más seguro.» Lindo concepto de seguridad tenía el rati: darle una escopeta al Pastor.

La cosa no había empezado y yo ya sabía cómo iba a terminar.
No harás ruido. Cuando tengas la astilla sabrás acobacharte. «Cinco tipos en un Renault 19 blanco», era el único dato que me había tirado Manzana ni bien salimos a la ruta. No necesitaba saber más. Y me convenía desconocer otros datos para no quedar pegado.
Lo mismo a Noé, que le venía recitando algo de la Biblia a la escopeta. Que Martillo Hammer le hablara al chumbo era gracioso. Que el Pastor lo hiciera... no.

Cuando llegamos a un cruce le hice seña a Echayre para que se me pusiera al lado. Quedamos cara a cara con Noé.
—¿Vos? Rescatate. Ojito, ¿eh?
—Ovejero: ¿se puede saber qué mierda te pasa?
—Mirá: vos rescatate. A mí me trajeron para hacer un tapón y para tenerte cortito, ¿estamo'?
El Pastor se inclinó para ver a Manzana.
—¿Es verdad lo que dice el Ovejero?
—El Perro no miente, Noé. Él va a llevar el ritmo. Yo soy el único que va a abrir la jeta y vos, con Echayre, están de refuerzo, ¿se entiende? No es un laburo, sólo una acción.
El Pastor arrugó la pera y moviendo la cabeza dijo que sí.
—Al pan, pan. Ovejero los frena. Vos hacés el verso. Ovejero me tiene cortito. Y con Echayre, si los vagos no se hacen los pillos, nos pajeamos, ¿no?
Manzana se quedó en silencio. Con la mirada lo cagó a tiros. El calibre de esos ojos también lo pude sentir en mi nuca, reclamando para que lo ubicara al Pastor.
—Rescatate, Noé. Eso. ¿Sí?
El Pastor suspiró hondo y después hizo una mueca con ganas de ser una sonrisa.
—Hermano Ovejero: confiá en mí. Sé exactamente lo que hago —me juró besándose los dedos en cruz antes de seguir acariciando la escopeta. Parte del show, ¿no? ¡La puta madre!

No descuidarás a su familia. No descuidarás a tu familia.
Dicho y hecho: 19 blanco saliendo de una estación de servicio con cinco monos adentro. Pisé el acelerador y me adelanté bastante. Casi un kilómetro. Echayre y el Pastor se quedaron detrás del Renault, conservando la distancia. Ni bien cruzamos el puente sobre el Arroyo Deseado atravesé la camioneta para obligarlos a frenar. Así lo hicieron.
Detrás de ellos se la puso despacito Echayre. Noé hizo aullar la sirena una vez.
Manzana de una se fue a chamullar al que manejaba. Yo me bajé y desenfundé la reglamentaria. Me quedé apuntando al parabrisas. Echayre, también con la nueve, tenía en la mira la luneta. Mientras, el Pastor, con la escopeta sobre los hombros, se empezó a pasear por el costado de la ruta a espaldas de Manzana.
Era un nene el hijo de puta y así también se portaba. Quería armar bardo el loco. Porque Noé era loco y bardo.

Manzana hizo su número sin mostrar preocupación por el Pastor. Eso sí, yo podía leerle los ojos a través de los Ray-ban: eran dos carteles luminosos. En uno decía: «Esto no es un laburo, sólo una acción», y en el otro: «Tenelo cortito al Pastor».
—Si se van a hacer de un caudales en este asfalto, el cuarenta del total es para el Zapucay, ¿se comprende?
El que estaba detrás del volante largó la carcajada.
—¿Pero mirá vos? ¿Así que le tenemos que dar casi la mitad del botín? Así no es la cosa...
Noé no se aguantó más y lo barrió con la zurda a Manzana para plantarse él. Le puso el caño de la escopeta en la oreja al conductor y cantó truco.
—¿Y cómo son las cosas, gordo? No me gustan los maleducados. Así no se le habla a un oficial de policía. Más respeto, loco... Más respeto.
—Con el fierro y la chapa cualquiera tiene respeto —fue el quiero retruco.
—Sí, pero el que tiene fierro y chapa soy yo — cantó vale cuatro Noé, golpeándole el pecho dos veces con el caño de la escopeta
— Así que andá a lavarte las tetas, gordo. Te conviene no meterte conmigo porque no sabés…
El Pastor se quedó tildado. No terminó la frase.
«¡Cagamos! Justo ahora le viene a saltar la térmica», pensé antes de que volviera a gritar.
—¡Salí! ¡Bajate del auto ya, la concha de tu madre! ¡Vos no! ¡El del medio!
En un primer momento pensé: «Naaah, no puede ser... ¡No es! Si se había tomado el palo, por eso nos cagó».
A Noé, cuando nos conocimos, le conté la historia de cómo me agarraron. Y quién fue el que nos batió.
El Pastor me dijo que lo conocía a ese hijo de puta y que nunca le había caído bien porque Dios una vez le dijo que «quien reconoce cuánto ha perdido... algo en el fondo huele a podrido», y que ese sorete era el típico hacé-lo-que-tedigo-no-lo-que-yo-hago.

El tipo, ni bien salió del 19, recibió en una de las piernas una paralítica del Pastor que lo hizo arrodillar.
¡Perro! —me pegó el grito Manzana. Y yo no podía reaccionar, ¿entendés?
En esta foto no te peinés, Manzana. Cerrá el orto un minutito que ya volvemos a lo tuyo —le pidió Noé.
Che, ¿no era que no se le habla así a un policía? —saltó el gordo.
Sí, pero vos hacés lo que te digo y no lo que yo hago —le dijo el Pastor demostrando que él también era flor de sorete.
Mirá el huesito que te vamos a dar, Perro —me cantó Noé, sirviéndome en bandeja al Crazy Macaya.
Hijo de puta.
Para decirle «hola» le di una patada en las costillas.
Después empecé a batirle lo típico en estos casos: que era un buchón cuando nosotros fuimos hermanos. Que por él, el Negro Walter estaba muerto y yo en la tumba. Que yo podría haberme agarrado un viento para irme a la mierda y que no lo hice, buscándolo para no dejarlo solo. Que cuando me cayó la ficha que había sido él el que transó me dolió tanto como cuando escuché las rejas cerrarse la primera vez.

Basta de boleros para mí. El laburo es así porque así es la vida. Tarde o temprano te lo hacen a vos o vos se lo hacés a ellos.
Te cagás en la gente con la que compartiste tanta mierda, tanto dolor, tantas lágrimas.
Todas las lluvias, no sólo las de noviembre, se quedan ahí, Guns N' Roses.
Nosotros éramos familia, loco. ¿Por qué? ¿Por qué me cagaste, man? ¿Y los diez mandamientos?
El Macaya, siempre arrodillado, le hizo honor a su apodo y ahí se puso loco.
¡No me vengás con esas pelotudeces! «No te encamarás con la hermana de tu compañero.»
¡Bien que vos te la cogías a la Lili! ¿No? ¿Te comiste que no lo sabía, hijo de puta? Ahí se te acabó la letra, Perro. Si te la morfabas a Liliana ya no me podés ladrar más. ¡A otro con esa canción!
¡Macaya y la concha de tu hermana! ¡Y no sabés qué conchita hermosa tiene tu hermana! O tenía. Andá a saber cuántos se la pasaron ya. Mi canción recién empieza, loco. Escuchá...
Escúchame...

Se me acaba el argumento
y la metodología
cada vez que se aparece
frente a mí tu anatomía.

Porque este amor ya no entiende
de consejos, ni razones.
se alimenta de pretextos
y le faltan pantalones.

Este amor no me permite
estar en pie,
porque ya hasta me ha quebrado
los talones.

Aunque me levante volveré a caer
si te acercas nada es útil
para esta inútil

Una bala de la nueve, a treinta centímetros de la frente te vuela la tapa de los sesos…
«Tapa de los sesos.»
El cruel policía «Tapa de los sesos.»
El músico loco «Tapa de los sesos.»
Me muero de a poco «Tapa de los sesos.»
Se acaban mis días
Te vuela la tapa de los sesos una bala de la nueve directo a la frente.

Ahora: los trece corchazos de la nueve, todos a la misma sabiola, es lo mismo que tragarse una granada.
Para cuando la eructas, no queda cabeza.
Obvio que gatillé trece veces, Guns N' Roses. Le vacié el cargador. Entre el eco de los disparos y los salpicones de sangre; los pelos... las canas del buchonazo... y una oreja...
¡Boludo! ¡La oreja! Parecía la plumita de Forrest Gump.
¡Tenías que ser como canta la Shakira, Macaya! ¡Ciego sordomudo! —le grité al fiambre, antes de ponerle un gargajo en el pecho.
Se hizo un silencio de esos en los que nunca falta un viejo o una vieja para decir «pasó un ángel».
El pie exacto para que abriera la jeta el Pastor.
Manzanaaa... En teoría, no, ¿a quién tenía que tener cortito Ovejero? Manzana no le contestó. Todavía no dejaba de apuñalarme con los ojos. Con esos ojos que no paraban de gritarme «no es un laburo, sólo una acción».

Así que Noé copó la parada.
—Ya sabés, gordo. Al pan, pan... y lo que es del Zapucay es...
—El cuarenta del total.
—El cuarenta. Eso. Ustedes se van a llevar el cuarenta... y el cuerpo del Crazy Macaya. Que no aparezca hasta después del choreo. Mejor, que no aparezca nunca.
¿Y qué más, gordo?

Al tipo en la cara se le dibujó un signo de pregunta.
El Pastor con el caño de la escopeta le golpeó dos veces el pecho. —¿Que me lave las tetas?
—Sí, gordo. Lavate bien las tetas. Tómense el palo.
Tragando saliva, y pese al gaste, se animó a hacer una última pregunta.
—¿Cómo sabemos que después no somos boleta? Guiñándole un ojo, Noé le pidió que se relajara.
—¡Me estás ofendiendo, gordo!
Y me extraña, araña: si somos la policía, papá. Si no confiás en nosotros o en Aquel que está en los cielos, ¿qué te queda?

Metieron los restos del Macaya en el baúl del 19 y se fueron a la mierda. Nosotros, aunque encaramos para el otro lado, también nos fuimos a la mierda.
Otra vez en la tumba, en el vestuario de los guardias, nos quitamos los uniformes para volver al pabellón.
Manzana no decía nada. Y yo tampoco.
El hijo de puta de Noé, divertido —muy divertido— desabotonándose la camisa celeste, cantaba.

Bruta, ciega, sordomuda,
torpe, traste, testaruda,
es todo lo que he sido
por ti me he convertido

En una cosa que no hace
otra cosa más que amarte
excepto día y noche.
Y no sé cómo olvidarte...!!


Corte que no puede ser rocanrol todo el tiempo... ¿Y qué?

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