martes, 9 de agosto de 2022

LA PLACITA DEL POSTE.

Peligro de Spoiler: el siguiente relato es largo.
Insoportablemente extenso.
Si fuese yo un hombre de bien, les recomendaría que no lo abordaran, so pena de aburrirse intensamente.
Si fuese sincero, les aseguraría que al final van a lamentarse de haber perdido el tiempo de esta inútil manera.
Pero, como ya lo habrán intuido, no soy una persona de bien.

Así que ahí va:

El presidente de un muy conocido club de fútbol de Parque Chas (barrio misterioso en el que paso mis días) tenía siempre en exhibición una serie de fotografías, una más llamativa que la otra en función de los lugares y personajes que en ellas podían observarse:
Un anciano sentado en un banco de plaza (la plaza justo frente al club), custodiado por dos policías, también sentados ellos, uno a cada lado.
Tuve la oportunidad de consultarlo sobre la procedencia de una de las imágenes en cuestión y me respondió que cierta vez había sido testigo involuntario de la siguiente situación.

La plaza era la muy escondida "Éxodo Jujeño", un lugar lleno de historias asombrosas encastrado entre las laberínticas calles de Parque Chas (aquel barrio donde todos los taxistas saben que de ingresar, no salen nunca más).
"Esta es la plaza del poste", - dijo muy divertido el policía, a un novel y muy joven agente, que se estrenaba ese día en aquello de las guardias adicionales -.
"En algunas plazas se coloca un monumento, un busto, o alguna placa: acá plantaron un palo! Jajajaaa!.."
.
El cadete, todavía algo tímido, también sonrió con ganas.
Más por tonta complicidad que por convencimiento.

Ese 1° de noviembre de 2009, todo podría haber seguido su curso, así como sin más...
Pero resulta que un viejito estaba sentado en uno de los típicos y verdes bancos de plaza, tomando plácido sol.
Y la cosa no siguió su curso natural, ya que justo ese viejito había escuchado al fanfarrón agente.
Se levantó como pudo, con su bastón a cuestas.
Se acercó lentamente hasta los oficiales de la ley, y munido de una sonrisa plena, los invitó a sentarse con él en el mismo banco para "contarles una breve historia..."

Los oficiales se sorprendieron pero se sonrieron y asintieron y así fue que se sentaron al lado de él, uno a cada lado para ser más precisos.

Y así les contó el muy ajado pero paciente viejito la historia de marras:(Trataré de ser lo más textual que pueda)

"Allá por 1901 un científico sueco llamado Otto Nordenskjöld, organizó un equipo de 21 camaradas para realizar estudios específicos en la Antártida.
Llegaron al continente blanco, y decidieron que solo Nordenskjöld como jefe y otros cinco hombres se quedarían durante un año en la isla Snow Hill. Entre esos cinco hombres se encontraba un argentino: el Alférez Sobral, perfecto baqueano de la zona.

La idea era que el barco que los había llevado (El Antartic, al mando del mítico Capitán Carl Larsen, aquel de la "Barrera de hielo de Larsen") se alejara unos kilómetros y fondeara en las Islas Malvinas a la espera de regresar a buscarlos, casi un año después.
Esto fue así y para 1902 el barco y su mítico capitán regresaron a recuperar a los seis hombres.
Con esa tripulación, nada podía resultar mal...

Por desgracia los hielos atraparon al barco, lo comprimieron y lo partieron en miles de pedazos, ante la mirada atónita de Larsen.
Toda la expedición quedó malamente varada y pudieron sobrevivir gracias a que todos sabían nadar y pudieron llegar de esa manera hasta una isla cercana, la Paulet.
Claro, una isla de hielo.

Mojados, fríos, casi congelados y al límite de sus fuerzas juntaron unas pocas piedras. Y cómo pudieron armaron un refugio.
Entre los restos del naufragio pudieron rescatar unas pieles y unas lonas qué utilizaron como techo y cobertores.
Durante el año que prosiguió al desastre, una vez consumidos los pocos víveres que pudieron salvar, cazaron focas y pingüinos para sobrevivir, de los que extrajeron aceite para el fuego y bendita carne para alimentarse.
Casi un año tardó el mundo en enterarse de la malograda expedición y de los hombres que quedaron a la deriva.
Un mundo sin comunicaciones ni globalización.
Ni un miserable whatsapp, vea.

Las armadas del mundo conocido, se impusieron un único objetivo como meta: "Hay que salvar a los suecos de la Antártida"
Claro, poco importaba que en la misma participaran también noruegos y argentinos.
Después de todo por aquellas épocas un argentino era algo extravagante.
Un poco como ahora, por supuesto.

Portentosos barcos, grandes veleros, valientes y aguerridas tripulaciones decidieron ir a por ellos.
Sesenta y seis expediciones se armaron.
Cincuenta y tres de ellas llegaron (efectivamente) a hacerse a la mar: ingleses, alemanes, suecos, italianos, holandeses, belgas y hasta una australiana desearon fervientemente obtener la medalla que los catapultara como los "salvadores antárticos" y disfrutar así por toda la eternidad del prestigio obtenido.
Ninguna de las cincuenta y tres llegó a destino.

A algunas las frenaron los atemorizantes vientos, a otras las apabullantes olas, a la mayoría los sólidos hielos.
Y no faltaron varias que dieron la vuelta a mitad de camino, alegando "cuestiones técnicas insalvables", aunque todos sabemos la verdad de lo que eso significaba...

Para octubre de 1903, todos se habían olvidado un poco de los suecos.
Las infalibles armadas europeas (qué tanto autobombo habían hecho de sus infladas virtudes) ocupaban parte de su tiempo en otros festejos históricos y el resto como mirando un poco hacia el costado, despreocupadamente.
De los suecos? ni noticias, che...

Un ignoto y jovencito capitán pasó por esas fechas caminando por el centro de mando de la Armada.
Y ante una conversación escuchada como al pasar entre dos oficiales mayores, se propuso temerariamente para encabezar la bendita expedición que rescatara a los suecos.
Era lo que la Armada necesitaba: un loco intrépido, desconocido y sin mucho antecedente. 
Alguien fácilmente olvidable.
Como para cumplir, y que el prestigio profesional argentino quedara internacionalmente a salvo...

Casi nada de tiempo pasó hasta que le ofrecieron la más importante de las tripulaciones y a su disposición los más imponentes barcos (algunos de guerra) de la Armada Argentina.
Pero el loco dijo que no: deseaba una pequeña pero selecta tripulación y la más pequeña de las embarcaciones, que ofreciera poca resistencia (o ninguna) al azote del viento.
"No se preocupen, porque no va a ser el hierro de la proa el que parta el hielo continental, sino la pura dureza de nuestra voluntad argentina"

A partir de allí, seleccionó a ocho oficiales y a diecinueve subalternos que fueron entrenados y lanzados amorosa y primorosamente todos los días (después de desayunar, eso sí) a las límpidas aunque congeladas aguas del Riachuelo, seis horas continuas por jornada - con ropa de fajina sin borcegos - para acondicionar no solo sus físicos sino primordialmente sus almas: la travesía requería no solo experiencia naval, sino también resistencia a climas muy fríos y el temple necesario para aventurarse en regiones inhóspitas. 
Luego de doce días de agua, no era esa ya una tripulación argentina, sino más bien atlante.
El mismo Poseidón los hubiese conchabado sin dudar.

Le dieron (se nota que le tenían una confianza bárbara, vio) una cáscara de nuez (para ese momento un cascajo de madera y palos, que como único mérito previo fue que había sido capitaneada por el hoy muy nombrado Comodoro Py) que obviamente hubo que reacondicionar, agregándole un poco de metal por acá, una proa como la gente por allá y dos velas que le faltaban...porque se las habían comido las lauchas.
Y sí, se hicieron nomás a la mar.
Y el viaje fue placentero (eso sí), de una tranquilidad tal que hasta un bebé a bordo podría haberse mecido plácidamente entre suaves arrullos del viento...
Y llegaron a la isla Paulet.
Y los suecos, noruegos y el argentino Sobral se asombraron primero y se pusieron a llorar después, cómo niños sorprendidos ante la aparición por el horizonte del más magnánimo de los dioses...ya se soñaron todos sanos y salvos.
Así emprendieron el camino hacia la resurrección y la vida.Atrás quedaron las pieles y las lonas y las piedras (y hasta algunos huesos) pero que en años posteriores fueron recuperados y que hoy engalanan varios museos suecos y noruegos...

Pero claro, ese camino a la salvación no iba a ser gratis: todas las agresiones del mar que les habían sido vedadas en el viaje de ida, les fueron aplicadas al regreso.
El viento soplaba constantemente, hicieron frente a un vendaval que destrozó gran parte de las instalaciones de cubierta y provocó rolidos de hasta 40 grados, poniendo al buque en serio peligro (para que se comprenda: la punta del extremo superior del palo mayor, casi recostada sobre el mar, a solo tres metros de tocarlo).
Y fue allí donde el loco (pero valiente y corajudo) capitán tomo el mando del timón.
Sus oficiales, a posteriori, escribieron: "la vista azul dura y fija, las piernas en perfecto compás de ataque, los puños prensados, los nudillos blancos del vigor y esos diez dedos acerados y sangrantes clavados por sobre la rueda de dirección nos dieron ante la sola vista de ese señor la íntima seguridad de que nada malo nos iba a pasar".

Un fuerte ruido precedió a la caída del mismo palo mayor (que rebotó a escasos centímetros del capitán y que luego se perdió) y del trinquete, que pese a que debió ser hachado y arrojado al mar, quedó enganchado y fue arrastrado por la cáscara de nuez durante toda la travesía.
Nada de esto alteró la determinación del "loco" capitán, que hasta la gorra había perdido.

De repente, y tal vez agotado de ver tanto valor concentrado, Dios mismo mandó un haz de luz solar que atravesó el firmamento para cortar y destrozar definitivamente la tormenta.
Arrastrando penosamente el trinquete, surfeando las olas, pero las últimas cinco millas ya entre nubecitas y cálidas resolanas, arribaron triunfalmente al anonadado puerto de Santa Cruz, desde donde telegrafiaron la buena nueva a Buenos Aires, en noticia que se disparó hacia el resto del mundo en menos de una semana.

La abandonada Uruguay, a partir de ese arribo, fue durante muchas décadas posteriores la muy mimada niña de la Armada Argentina.
Y afrontó una serie de arreglos y restauraciones, que abarcan hasta hoy.
Entre ellas, el reemplazo de sus combativos palos, por unos nuevos (había que afrontar las próximas y triunfales travesías por los mares del mundo). Ese trinquete flotador, gracias a Dios, lo mantenemos protegido y resguardado aquí, en esta placita ...

Queridos muchachos: entienden ahora..?
Espero que la próxima vez pueda escuchar de sus bocas no que esta es la plaza del poste, sino la que resguarda uno de los gloriosos restos de la Corbeta Uruguay, la heroína de la Antártida..."
Los agentes, uno a cada lado, avergonzados y con los ojos un poco húmedos, asentían obedientes...

Aquel capitán, de jóvenes 34 años, se llamó Julián Irizar.
Desde el rescate, el mítico Capitán Carl Larsen (aquel de la "Barrera de hielo de Larsen") lo consideró no solo su superior, sino también su salvador y amigo.
Su carrera posterior fue tan impresionante que se saltó hasta el grado máximo de Almirante y le otorgaron directamente el de Prefecto Marítimo Nacional (único caso en el mundo).
En su honor, el orgulloso rompehielos nacional, es llamado “Almirante Irizar”.

El trinquete completo de la Uruguay (que no posee ni una chapita que lo recuerde, como es triste costumbre) es el de la foto que acompaño, por siempre altivo, orgulloso y vigilante, en la plaza Éxodo Jujeño de Parque Chas.


El viejito era Félix Luna, que falleció plácidamente solo cuatro días después de este evento que les relato: genio, figura y maestro hasta el final.

De los agentes no pude recabar ni sus nombres, y sus datos (sin pena y mucho menos gloria) se perdieron en el tiempo. Ojalá hayan aprendido algo.

Esa nave argentina, durante los 30 años posteriores a la legendaria travesía fue recibida en todos los puertos europeos (ciudades que se colocaron en lista de espera de hasta por lo menos cuatro años) con todos los honores presidenciales existentes, salvas, cañonazos y condecoraciones de por medio.
Para la muy vikinga Armada de Suecia (la Flottan Svenska Marinen) la humilde Corbeta Uruguay es considerada "nave madre emérita" de su tecnológica flota de superficie.

Esa cascara de nuez de leyenda, puede hoy ser orgullosamente visitada en el dique 4 de Puerto Madero (donde se encuentra fondeada), para que de paso nos olvidemos de la grieta, y nos recuerde también un poco de qué se trataba aquello de ser argentinos...

    

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