martes, 5 de diciembre de 2023

LLUVIA, de Raúl González Tuñón


Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los
cementerios abandonados. Otras veces cae con furia,
y uno piensa en los maremotos que se han tragado
tantas espléndidas islas de extraños nombres.
 
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras
noches y la lectura tranquila corre a su lado por los
canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.

No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros.
De nuestro gran secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos,
la ternura de nuestra fatiga.

Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes
que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos
entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras
de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos
solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en
nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte
única, en nuestra posible resurrección.

Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.

Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas,
las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana,
increíble, pero tan real, numerosa, pero tan mía.

Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida
vida, hacia el destino único.

Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca
pasaremos la línea del otoño.

Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan
poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo
haya muerto, cuando tú y yo seamos dos sombras, y
todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la
callejuela sin fin de una pasión irremediable.

Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.

Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero
distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse
por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas,
las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al
inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra
esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.

La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello
y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la
alegría. Oh, íntima, recóndita alegría.

Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.

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