martes, 31 de julio de 2012

LOS DÍAS DE LA MUERTE, de Martín Caparrós


Kirchner muerto es un actor de primer orden en la política argentina.
Aquí, hay muertos que viven más que muchos vivos.
En la Argentina no hay político más poderoso que la muerte –y vuelve y vuelve y no nos suelta. Desde 1983 no hubo movimiento social que funcionara sin el respaldo de sus muertos: el reclamo por las víctimas, el peso de los mártires, es un sustrato ineludible.
El gobierno de los Kirchner lo hizo como pocos: basó su mito y su legitimación en el recuerdo de los muertos a manos de los dictadores asesinos, y pretendió que su obra era la concreción de aquellos ideales –aunque no tuviese, en general, mucho que ver con ellos.
Pero ahora a esos muertos pasados –y un poco incontrolables– viene a agregarse el Gran Muerto presente: él mismo, el jefe que empieza a ser un mito.
Estamos en plena construcción, y los primeros rasgos ya se esbozan. Néstor Kirchner fue “un apasionado de la política”, que “murió en su ley” –como los héroes– porque no quiso dejarla ni siquiera cuando su cuerpo ya no le respondía.
Sería, en ese sentido, un mártir de su propia causa, aún cuando la política que le quitaba la salud consistiera en arreglos con intendentes cuasimafiosos, con empresarios cuasiprebendarios, con viejos matones sindicales devenidos en líderes cuasirrevolucionarios por el imperio del discurso.
El mito en construcción también supone que Kirchner “devolvió a la política su lugar en nuestra sociedad”, y consiguió que los “jóvenes volvieran a la militancia”.
Es cierto que los jóvenes jefes militantes suelen ser altos funcionarios del gobierno, o sus empresas –que lo aprovechan para fletar un avión para ir a ver un partido de fútbol–, pero eso no quita que, en principio, es mejor que haya más jóvenes que se interesen por lo que pasa en el país.
Pero –saludos, señor Gullo– la militancia no es buena o mala en sí: depende de para qué, con qué objetivo se milita.
Lo mismo que le pasa a la política.

Yo creo –seguramente me equivoco– que el mérito principal de la gestión de Kirchner está en haber dejado atrás el neoliberalismo más brutal –hundido tras la crisis de 2001– y empezado a reconstruir el Estado deshecho, para devolverle su lugar de mediador en los conflictos sociales.
Y que sin duda la política ha vuelto, pero la suya nunca fue muy clara: consiste, a menudo, en discursos lanzados contra ”el monopolio”, mientras se autorizan monopolios tan estrepitosos como el de Telefónica, discursos que exaltan la economía nacional, mientras las grandes empresas multinacionales mineras y petroleras se la siguen llevando con pala mecánica, discursos sobre la libertad mediática mientras usan los medios públicos para agredir y calumniar, discursos contra el FMI mientras le pagan miles de millones, discursos que reivindican los derechos humanos de los setentas mientras siguen cayendo pibes a balazos policiales y parapoliciales que quedan impunes.
Más en general: discursos que hablan de la redistribución de la riqueza en un país, casi tan desigual, como lo era hace cinco o seis años, tan injusto como lo era entonces, que edificó un superávit generoso a base de no gastar en remedios para sus hospitales.
Confieso mi perplejidad: a menudo me pregunto para qué les sirve decir cosas tan alejadas de su práctica como inversores privados, como gestores públicos.
Y no termino de entenderlo.
Pero sí creo saber que el Gran Muerto va a ser un refuerzo inestimable –ya empieza a serlo– para ese discurso.
El mito, en estos días, lo quiere equiparar con otros mitos clásicos: Duarte, Perón, Guevara. Figuras que se pueden usar para fines tan variados; es, al fin y al cabo, nuestra especialidad. Los argentinos no somos demasiado buenos produciendo casi nada, salvo dibujos para la camiseta universal.
Hay países mucho más cultos, mucho más decisivos, que no pusieron ni una sola cara en los pechos del mundo.
Y la Argentina, tan poquita y lejana, ha contribuido con Duarte, Guevara, Maradona.
Néstor Kirchner no va a llegar a esas alturas pero será, a partir de ya mismo, un bien utilizado y disputado.
Ya lo hemos visto, estos días en que vivimos en la muerte. Su viuda, con todo derecho, se apoyará en su sombra, surgirán kirchneristas auténticos que dirán que los otros kirchneristas traicionan su memoria, su cara será una bandera, su nombre una consigna o un torneo de fútbol, su historia se irá limpiando de las pequeñas impurezas: nada lava más limpio que la muerte y Néstor Kirchner alcanzará, por fin, la inmaculez que lo eludió en su vida.
Y se volverá un instrumento político central –o quizás no: ésa es su próxima batalla, y de su resultado dependen muchas cosas, formas de nuestras vidas, este país que está volviendo de su muerte

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