sábado, 19 de marzo de 2022

El MOZO QUE SABÍA SERVIR EMOCIONES, de Carlos Barulich - 13/3/2022

Allá por 1975 volví un tiempito a mi pueblo, para después retornar a Buenos Aires.
Trabajé en Radio 2 ( que se llamaba LT2), en LT3 y en Canal 5 de Rosario.
Después del mediodía, solía ir con frecuencia a tomar un cortado al bar de Corrientes y Urquiza.
Y el lugar tenía una particularidad: todas sus viejas paredes estaban cubiertas por tapas de la revista El Gráfico.
Yo en realidad esperaba cada mediodía que todos terminaran de comer para que el mozo pudiera sentarse un rato conmigo a charlar.
Para ser franco, no hablábamos, retiro el plural, porque era él quien hablaba.
Yo sólo le preguntaba de corridas, de goles, de emociones, y él me contaba con su voz de tango…
Y algunos sábados pasaba por su casa y me iba con él a la cancha de Central Córdoba, para disfrutar del “Trinche” Carlovich.

Un mediodía cualquiera, estaba, como siempre, tomando un cortado rodeado de glorias del fútbol que parecían saludarme desde las añejas tapas de esa revista que era una suerte de Biblia para los que amábamos el fútbol.
Pero ese mediodía cualquiera terminó siendo un mediodía especial.
A la mesa de al lado, se sentó un hombre de unos cincuenta y pico con su hijo que calculé que no llegaba a los veinte.
El tipo tenía pinta de viajante y no me equivoqué, lo era.
Llegó mi amigo el mozo a atenderlos y le pidieron dos milanesas con fritas.
Cuando el mozo se alejó , el hombre descubrió todas las tapas que adornaban las paredes y de paso les disimulaban las manchas de humedad. 
“Mirá, se ve que acá no son fanáticos de ningún club, hay de todos los equipos”, dijo sorprendido.
“Este era Mario Boyé, mirá, no sabés cómo le pegaba a la pelota”.
El muchachito no hablaba, pero se lo veía atento. 
“Uy, mirá este, este era mi ídolo, además de los nuestros, de Independiente, este era Vicente de la Mata, no sabés el golazo que hizo una vez en la cancha de River..”
Y le contó al pibe de los goles de Vicente de la Mata.
Y el pibe, que también era hincha del rojo, se interesó más por la historia. 
“Eh papá, estás llorando”
“No hijo no, sólo que recuerdo que mi viejo también admiraba mucho a de la Mata, Capote le decían”.
El hombre trataba de disimular las lágrimas y lo salvó el mozo que llegó con las milanesas y las papas fritas.
Pero cada tanto clavaba su mirada en la foto de Vicente de la Mata, y cuando la humedad, persistente, volvía a sus ojos, se hacía el que limpiaba los anteojos.

Dejé que terminaran de comer, ya quedaba poca gente, y me preparaba para mi charla diaria con el mozo. 
“Disculpe maestro, veo que es hincha de Independiente”, le dije desde mi mesa. 
“Si, no sabés, de pibe mi viejo me llevaba a la cancha, yo vivía a cuatro cuadras”
“Ví que se emocionó con la tapa de Vicente”
“Y qué te parece - respondió -, fue lo más grande que vi”

Después de cinco minutos de charla de mesa a mesa, me invitó a tomar un café.
Era lo que esperaba, y me senté a la mesa del viajante y su hijo. “Dígame maestro, y nunca se sacó una foto con Vicente..?”
- “No - me dijo -, lamentablemente no, pero me hubiera gustado…cómo te llamás vos..?”
“Carlos, me llamo Carlos, pero soy de Boca”. 
“Mozo, tráigame tres cafés”. 
“Para mí cortado, usted ya sabe”, le dije al mozo.

El hombre seguía insistiendo con esa tapa, se notaba que el sólo hecho de decir Vicente de la Mata lo conmovía, vio la tapa y los recuerdos se le escaparon de ese rinconcito del corazón donde uno los tiene escondidos.
Cuando llegó el mozo, le dije: “Ya está, somos los últimos clientes, necesito que me cuente algunas cosas que ayer quedaron colgadas”.

“Pero no conozco a estas personas, a lo mejor les molesta que me siente, lo pueden tomar mal”
“No, de ninguna manera dijo el viajante”, que de todos modos estaba sorprendido.
El mozo se sentó.
Y ahí me sentí feliz, inmensamente feliz, y ya palpitaba lo que vendría y lo disfrutaba por anticipado.
Apoyé mi mano derecha en el hombro del mozo y arranqué con mi monólogo. 
“Mire - dirigiéndome al mozo -, este hombre es fanático de Independiente, y recién se emocionó cuando vio la foto de Vicente de la Mata, porque era su ídolo, y se lo contaba a su hijo, que también es fanático del rojo”.

El hombre y su hijo no entendían por qué le contaba eso al mozo, pero me escuchaban atentamente, seguramente por respeto. “Bueno - continué -, este hombre no vio el nombre de este bar, es que el cartel de la vereda está medio despintado ya…pero igual, aunque hubiera leído “Bar Capote”, quizás tampoco sospecharía que el mozo que los atendió y que ahora está aquí sentado es, precisamente, Vicente de la Mata”.

Juro que me asusté.
Pensé que el viajante se moriría en ese mismo momento, y la culpa empezó a rondarme, amenazante.
El hombre miraba la foto y lo miraba al mozo, de repente lo miró al hijo, quería hablarle pero no podía.
Sus ojos eran dos cataratas constantes.
El hijo trataba de calmarlo y Vicente miraba todo en silencio.
El viajante se paró de repente y el abrazo a Vicente fue el más largo que he visto en mi vida.
Entonces se me fue la culpa, me sentí feliz porque no seria responsable de una muerte pero no podía reírme.
Porque la emoción del viajante se metió en mis ojos.
Sobre todo cuando el hombre me abrazó a mí y sólo me decía “gracias, gracias, gracias..!!”.

“Bueno - le dije -,no sé que vende usted, pero yo puedo recibirme ahora de vendedor de emociones..”.
Y pude desalojar las lágrimas, y logré sonreír y disfrutar de ese pequeño gran momento.

A las cinco y media de la tarde, yo iba por el cortado octavo o noveno, no podría precisar la cifra exacta, y el viajante decidió no visitar clientes por ese día.
Imaginé en ese momento que si en vez de ser viajante hubiese tenido un local de ventas, podría haber colocado un cartelito con la leyenda “Cerrado por emociones”.

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