miércoles, 27 de septiembre de 2023

LOS RECUERDOS SON SIEMPRE RECORTES INTERESADOS, de Mauricio Kartún

 


Guardás en la memoria una historia vieja porque cumple su función inteligente.
Vía parábola se ha vuelto mito personal y trabaja de eso.
Inteligencia en soporte cuentito.
Eso son, al fin y al cabo, los relatos que atesoramos: mitología portátil.

Con el negro Carella tan en la cabeza estos días, recordé hoy una historieta de esas tan de él, que nos contó un día y que yo adopté al instante.
O que me adoptó ella a mí, vaya a saber; con las historias nunca se sabe, no te descuides...

Hablábamos de los artistas y sus miedos.
Y con el vozarrón ese y aquellas risotadas, lo contó.

-Yo me acuerdo perfectamente cuándo fue el día que empecé actuar bien en televisión, dijo. El día y la hora.

Hacían Cosa juzgada en el 11 con el grupete este de la foto.
El Grupo Gente de Teatro.

A David Stivel, su director, le decían El rey del centímetro.
Gran obsesivo por la puesta, hacía marcaciones milimétricas.
Complicadas coreografías. llenas de desplazamientos, con los que conseguía milagrosamente que las dos cámaras que usaban para grabar parecieran muchas más.
Un genio de la imagen.
Al que - como además de genio era señor de carácter - se lo obedecía en silencio.

-Yo trabajaba atado, nos dijo
-Matambre. Cada tanto embocaba alguna, pero de casualidad.

Una de esas jornadas en que todo se apura para entregar el piso, y la tensión se redobla, finalmente sucedió.
Ya terminando una escena complicada, muy larga y con varios actores girando, sintió que lo que había hecho ahí era horrible, que estaba obedeciendo, sí, pero que en el miedo ese a equivocarse lo que le salía era frío y pobre.
Que había arrancado mal, en otro tono, y que en la vorágine ahora de hacer fluir la escena no encontraba cómo rehacerse.

Entonces tomó aire y, mirando a cabina, tiró el bocinazo:
- ¿Podemos parar, señor..? No me está saliendo bien...
El silencio, según contó, fue polar.
Interminable.

Todos en el piso, actores y técnicos, cerraban los ojos esperando el ataque de furia de David.
Desde el parlante llegó finalmente la voz latosa:
- Está bien, Carlos. Vamos de nuevo.

- Cuando me di cuenta de que el mundo no se venía abajo si decía lo que pensaba y pedía lo que necesitaba, perdí automáticamente el miedo y listo, nos dijo.
- Ese día empecé a actuar bien.

Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato, así que tengo claro porqué aquella fabulita me pegó y donde.
Y cuándo, cuántas veces y por cuáles razones la he desenfundado.

Lo cierto es que en todos estos años, más de cuarenta desde que escuché la historia, la decisión cada tanto de dar el bocinazo, me sigue salvando las papas.
Hago públicas las gracias al Esopo de la fábula.

Vos fijate. Probate. Quién te dice te va de talle.
"Podemos parar señor" aplica a lo artístico, a lo laboral, a lo afectivo y vaya a saber a cuántas cosas más.

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