sábado, 21 de julio de 2018

LOS ESPAÑOLES DEL LAGO ILMEN, de Arturo Pérez Reverte - 2/7/18

 Hay cosas de las que no se habla mucho. Historias incómodas que, sin embargo, están ahí y forman parte de nuestra memoria.
 Comentaba eso el otro día con un amigo cuyo abuelo, ex soldado republicano, se alistó en la División Azul para ayudar a su padre encarcelado tras la Guerra Civil.
 Ése fue el caso de muchos de los voluntarios para Rusia, en cuyas filas, junto a falangistas y anticomunistas, hubo otros que fueron por necesidad, hambre o deseo de aventura.
 El caso es que, sin distinción de motivos, y aunque su causa fuese una causa equivocada, todos ellos, compatriotas nuestros, combatieron allí con mucho valor y mucho sufrimiento.
 Por eso, para recordarlos, voy a contar hoy la historia de los españoles del lago Ilmen.
 10 de enero de 1942.
 Imaginen el paisaje: nieve hasta la cintura, un lago helado, grietas y bloques que cortan el paso, temperatura nocturna de 53º bajo cero.
 En una orilla, medio millar de soldados alemanes cercados y a punto de aniquilación por una gigantesca ofensiva rusa.
 En la orilla opuesta, a 30 kilómetros, la compañía de esquiadores del capitán José Ordás: 206 extremeños, catalanes, andaluces, gallegos, vascos…
 La orden, cruzar el lago y socorrer a los alemanes cercados en un lugar llamado Vsvad.
 La respuesta, muy nuestra: «Se hará lo que se pueda y más de lo que se pueda».
 El historiador Stanley Payne definió aquella acción en tres escuetas palabras: «Una misión suicida».
 Y lo fue.
 «Nosotros, los españoles, sabemos morir», escribe un joven teniente a su familia en vísperas de la partida. Apenas se internan en el lago empiezan a cumplirse esas palabras.
 Arrastrando entre la ventisca los trineos con las ametralladoras - que pronto se llenan de bajas -, la columna de hombres vestidos de blanco avanza por el infierno helado.
 Veinticuatro horas después, la mitad está fuera de combate: 102 muertos o afectados por congelación. El resto, tras superar seis grandes barreras de hielo y grietas con el agua hasta la cintura, con casi todas las radios y brújulas averiadas, alcanza la otra orilla.
 Allí, uniéndose a 40 letones de la Wehrmacht, los 104 españoles bordean el Ilmen hacia la guarnición cercada, peleando.
 El 12 de enero, los españoles toman la aldea de Sadneje y la defienden de los contraataques soviéticos. A esas alturas sólo quedan 76 hombres en condiciones de luchar.
 El 17 de enero, 37 de ellos toman varias aldeas necesarias para proteger su avance: Maloye Utschino, Bolchoye Utschino y, atacando a la bayoneta, Shiloy.
 El contraataque ruso es feroz, y de los 37 sólo sobreviven 14.
 Dos días más tarde, en Maloye Utschino, otra sección de 23 españoles y 19 letones encaja el contraataque de una masa de blindados, artillería, aviación e infantes soviéticos, y sólo logran replegarse, tras defender tenazmente sus posiciones, cinco españoles y un letón (mensaje del capitán Ordás al cuartel general: «La guarnición no capituló. Murieron con las armas en la mano»).
 Veinticuatro horas después, otro violento avance de blindados rusos es detenido con cócteles molotov (mensaje de Ordás: «Punta de penetración enemiga frenada. Los rusos se retiran. Dios existe»).
 Amaneciendo el 21 de enero, los divisionarios siguen avanzando hacia Vsvad y se encuentran con una tropa que al principio creen enemiga, pero que a la luz de bengalas reconocen como la guarnición alemana a la que han ido a socorrer.
 Abrazos y lágrimas que se hielan en la cara (mensaje al mando: «En la madrugada de hoy, restos de la compañía española y la guarnición alemana de Vsvad se han abrazado»). Misión cumplida.
 O, al menos, ésa.
 El 24 de enero, retirándose ya todos hacia el lago para regresar a sus líneas, los rusos les cortan el paso en Maloye Utschino.
 Quedan 34 españoles vivos, la mitad heridos.
 Los que pueden combatir se presentan voluntarios para recuperar la aldea y los cadáveres de sus compañeros muertos cinco días atrás. Apoyados por un blindado alemán, 16 españoles atacan y la toman de nuevo.
 El termómetro marca 58º bajo cero y el frío hiela los cerrojos de los fusiles.
 Por fin, tras desandar camino por el lago acompañando a los alemanes rescatados, los españoles regresan a su punto de partida.
 De los 206 hombres que salieron dos semanas atrás, sólo hay 32 supervivientes entre ilesos y heridos.
 Todos recibirán la Cruz de Hierro alemana, la Medalla Militar colectiva, y el capitán Ordás, la individual.
 El más exacto resumen de su epopeya lo hace el último intercambio de comunicaciones entre Ordás y el cuartel general: «Dime cuántos valientes quedáis en pie»… «Quedamos doce»

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