lunes, 28 de junio de 2021

JUICIO ORAL, CAUSA TRAFICANTE, de Leandro Ipiña - 14/3/2021

D´ALESSIO DESCASCARADO - EPISODIO 1


Bocetos: Federico Geller

Lunes 7 de marzo de 2021.

Empieza el primer juicio al falso abogado Marcelo Sebastián D’Alessio y parte de su banda.
Es por tentativa de extorsión al empresario aduanero Gabriel Traficante, una causa pequeña en comparación con la que le espera en Dolores.
Pero bien vale un botón como muestra.

D’Alessio utilizó en este caso el mismo modus operandi que en otras extorsiones: un llamado amigable, una reunión en dónde se le explica a la víctima que ha sido nombrada en una causa notoria (respaldada con datos personales reales), una advertencia sobre una nota con su nombre próxima a salir en algún medio (generalmente Clarín), para luego ofrecer su ayuda a cambio de dinero para sobornar a jueces y fiscales.

Determinar los hechos concretos y la responsabilidad de cada acusado es el objeto de este juicio, pero en términos generales se repite casi sin variación en todas las demás causas.

Por la pandemia, la modalidad es semi presencial a través de la plataforma Zoom.
La primera imagen que aparece es el estrado vacío, con el ángulo y la distancia de una cámara de seguridad.
De a poco, en otras pantallas, comienzan a aparecer rostros con sus etiquetas.
Son los secretarios, fiscales y abogados.
Intercambian saludos y charlas de pasillo, pero en la virtualidad.

El comentario general es el de causas aceleradas.
La modalidad remota ha hecho que el tiempo se reduzca en un 30%.
Pero la realidad parece otra.
Todo tarda mucho, todo tiene un momento previo que es la lucha personal contra la tecnología.
El sonido o las cámaras no funcionan, voces sin imagen se suman desde algún lugar, y largos silencios incómodos con las cámaras apuntando a la cara.

Son las 9:20 y en 10 minutos comienza el juicio.
El doctor Santiago Finn pregunta si tiene un teléfono para hablar con su defendido.
La doctora Tatiana Terzano dice que en breve llega a su despacho y se conecta.
Algunos se levantan y otros esperan sentados.

En una de las pantallas aparece un cuarto con la leyenda CPF1 SALA 01.
El plano, a diferencia del resto, es amplio y está mal encuadrado.
Al fondo una pared blanca es comida desde los cimientos por una tremenda mancha de humedad.
Un policía a la izquierda y una puerta negra a la derecha, custodian a una persona sentada difícil de distinguir.
No pueden comunicarse bien, entonces el policía se acerca a cámara y manipula algo fuera de cuadro.
El secretario del juzgado pregunta si pueden encuadrar mejor.
Desde el micrófono el hombre dice:
“No se escucha bien, están probando si funcionan los parlantitos”.

El hombre es Marcelo D’Alessio, pero parece otro.
Tiene el pelo crecido, usa anteojos y está más flaco.
Saca y pone cosas de una bolsa color crema.
¿Cuadernos y lapiceras, tal vez?
No se llega a distinguir.


Después de mucho tiempo puedo al fin verlo en vivo y en directo. Desde que salió la primera noticia acá en El Cohete no pude parar de pensar la posibilidad de retratarlo de alguna forma, hacer una película o una serie.
Algo.
Leí todo sobre él.
Me entrevisté con periodistas, abogados, jueces, espías y espiados, tratando de entender por qué hizo lo que hizo, porque no puedo creer ni por un segundo que fue sólo por dinero.
Hay otra cosa ahí, una necesidad, una urgencia.
Un problema serio.

Otras pantallas las ocupan el ex AFI Rolando Barreiro, el otro ex espía Claudio Álvarez, y el fiscal suspendido Juan Ignacio Bidone. Estas cuatro personas son las acusadas como cómplices de la extorsión.
Los letrados que los acompañan lo hacen desde sus despachos, enmarcados en ese fragmento de realidad cotidiana en las ventanitas de Zoom: una biblioteca, una pared manchada, una ventana sin cortinas, un televisor, un aire acondicionado.

Esta sesión es para la lectura de la causa.
El juez Jorge Gorini, presidente del Tribunal Oral Federal Nro 2, les indica a los imputados que “presten especial atención a la lectura”, e indica que van a reducirla a la descripción de los hechos y omitir la enumeración de pruebas.
Ya va a haber tiempo.
Hay sesiones programadas hasta junio.



El resumen es el siguiente.
El mediodía del 2 de noviembre de 2016 Alejandro Morilla recibe un llamado de Marcelo D’Alessio diciendo que su amigo en común, Gabriel Traficante, estaba en problemas.
Le pide que lo contacte para juntarse en su casa del country Saint Thomas, en Canning, porque él podía ayudarlo.

A las 20 Morilla llega en su Amarok junto a Traficante.
Los recibe D’Alessio y le explica que su nombre aparece en una gran causa, la de la mafia de los contenedores.
Dice trabajar en inteligencia, tener contacto en las más altas esferas, y le pide 90.000 dólares para limpiar la evidencia.
Le dice, también, que hay una nota próxima a salir en Clarín que lo nombra, pero que él es amigo íntimo del periodista Daniel Santoro y que puede frenar la publicación.
Desde ese momento la reunión, según Morilla, se pone tensa. Cuando vuelven en la camioneta, Traficante le dice “tu amigo es un ladrón”.

D’Alessio intentó por medio de otros conocidos en común hacerle llegar una oferta que iba subiendo de precio.
El empresario Gabriel Garcés dice en su declaración que cuando D’Alessio lo invitó a conversar se mostró amigable hasta que cambió su personalidad.
Se puso agresivo e intimidante, y le dijo que, de no pagar, Traficante y su esposa iban presos.
El precio pasó de 90.000 a 600.000 dólares.
Garcés dice haberse sorprendido mucho, porque siempre le había parecido “un pelotudo que hablaba de forma amanerada”.

Durante todo un mes D’Alessio le mandó a Traficante mensajes que iban de amables a intimidatorios, con capturas de llamadas de su teléfono, de sociedades y empresas a su nombre.
La información era real, ya que se las brindaba el fiscal suspendido Bidone.
De hecho, en una maniobra de lo más complicada, Bidone y el ex espía Álvarez intentaron meter el nombre de Traficante en la causa del triple crimen de General Rodríguez, acusándolo de tráfico de efedrina.
Bidone supo tener esa causa, pero para la época de la maniobra ya hacía tiempo que no.

Pero, aunque lo llenaron de mensajes intimidatorios y Daniel Santoro publicó dos notas en Clarín donde lo señalaba como jefe de la mafia de la aduana, Gabriel Traficante no pagó.
En cambio, radicó una denuncia por extorsión que durmió durante tres años, hasta que estalló el escándalo en Dolores.

Los acusados escuchan durante casi dos horas la narración de los secretarios.
Bidone está de corbata, con una biblioteca a sus espaldas.
Mira hacia fuera de cuadro permanentemente.
El ex espía Rolando Barreiro no para de gesticular: cierra los ojos, mira fijo, se pone serio, sonríe. Parece mucho más joven de lo que es.
Cada vez que el secretario dice su nombre, el ex AFI Álvarez mira al suelo y niega con la cabeza. Parece no terminar de creer su situación.
D’Alessio parece concentrado, escribe y mira la pantalla que tiene a lo lejos manteniendo la compostura.
Pienso que estar sentado en un cuarto con humedad, escuchando pacientemente como lo nombran y acusan, después de haber estado en la situación de pedir hasta 600.000 dólares, manejar autos de alta gama, entrar y salir de los juzgados, en definitiva, pasar de una total y absoluta impunidad a esos cuartos descascarados, debe ser una verdadera pesadilla.
Incluso en esta causa, que es tentativa de extorsión, con una pena que va de los 2 años en suspenso hasta los 6 años, y que puede quedar en la nada.



Las defensas se pliegan a la estrategia del abogado de oficio de D’Alessio, el doctor Santiago Finn, que pide la suspensión del inicio del debate apelando al principio general de ne bis in ídem, que asegura que una persona no pueda ser juzgada por el mismo hecho más de una vez.
Y es que Finn argumenta que esta causa está englobada en la causa que lleva adelante el doctor Ramos Padilla en Dolores.
Pide su unificación, ya que en el proceso de Dolores la formulación es la de asociación ilícita, un delito muy amplio que abarca otros, y este es en realidad un estadío de aquel.
En términos lingüísticos parecen dos hechos independientes, pero en la realidad tanto el delito, como los acusados y los denunciantes, son los mismos.
E, incluso, varias pruebas de ésta son tomadas de aquella otra.

Y para cerrar su argumento, el doctor Finn dice:
“Cito página 689 de la edición 2004 del Código Penal Procesal comentado, de D’Alessio.
‘Si se trata del mismo acuerdo criminal que se expresa a lo largo del tiempo en diferentes hechos delictivos, el delito que se comete es el mismo por lo que la garantía de ne bis in ídem rige en plenitud’”.

El texto citado es del fallecido juez Andrés D’Alessio, eminencia del derecho procesal argentino, quien fuera Procurador de la Nación, integrante del tribunal en el Juicio a las Juntas, y tío de Marcelo D’Alessio, el falso abogado que espera en el Penal de Ezeiza la resolución del caso.

El Fiscal Federal Diego Luciani pide un cuarto intermedio hasta el próximo lunes para resolver el pedido.


D´ALESSIO: ESPERANDO CONEXIÓN - Episodio 2


La primera audiencia con declaraciones indagatorias está marcada por los problemas técnicos.
Pautada a las 9:30, no empieza hasta las 10:10.
Es que el doctor Charró - representante de Traficante - no puede hacer funcionar el audio.
Los secretarios dan vuelta, lo llaman por teléfono, hablan con algún asistente, se los ve ir y venir con frases sueltas.
Al final puede conectarse por medio del teléfono, así que su imagen se duplica: celular y computadora, dos ángulos de Charró.

El juez Gorini da la palabra al fiscal Luciani, quien rechaza los planteos preliminares de la defensa de D’Alessio por ser extemporáneos, dado que las partes han tenido su oportunidad de hacerlos antes de la audiencia.
Con eso bastaría, dice, pero “dado el esfuerzo argumentativo del doctor Finn”, se extiende.
Con respecto a la competencia, la que lo determina es el territorio y no la materia.
Ningún acto se ha producido en Dolores, y la competencia la fijó Casación Penal.
Nadie en su momento recurrió ese dictamen.
Y con respecto a la doble persecución (ne bis in ídem), el juzgado de Dolores “aceptó tácitamente su falta de competencia en este hecho”, porque debió haber insistido y planteado la controversia a su superior jerárquico.
Por otro lado, este proceso está mucho más avanzado que el otro, por lo que deben tener en cuenta la situación procesal de D’Alessio: debe ser resuelta con urgencia porque sigue con prisión preventiva. Retrotraer etapas implicaría retrasar este proceso, y el ministerio público no puede aceptarlo.
Así que el planteo es rechazado en su totalidad.

Después de un breve cuarto intermedio, el tribunal resuelve rechazar la unificación de las causas. Por lo tanto, el juicio sigue.
Entonces, ahora sí, se llama a declaración indagatoria.

Álvarez y Barreiro, cada uno a su vez, deciden no declarar y hacerlo más adelante.
El juez Gorini cede la palabra a D’Alessio, pero el audio no funciona. Pregunta si puede desmutearse.
D’Alessio lo intenta inútilmente, se levanta y sale.
El silencio es largo. Vuelve a aparecer y se sienta.
Con gestos da a entender que golpea una puerta para que lo asistan, pero no hay nadie.
Está solo, escucha pero no puede hablar.
El juez lo calma diciendo que siguen con Bidone y terminan con él.



Bidone sí declara. Por más de dos horas.
Es, en resumen, una larga exposición de su trabajo como fiscal, de las causas que llevaba, y de los elogios que recibió.
Se describió como un profesional íntegro y, por qué no, obsesivo.

Dice haber conocido a D’Alessio y Álvarez de la mano de Barreiro, a causa del triple crimen de General Rodríguez.
Porque, aunque ya no estaba trabajando en esa causa, él seguía brindando datos y colaborando con el Juzgado Criminal y Correccional Federal Nro1, a cargo de la Jueza Servini de Cubría. Estaba convencido que la información que D’Alessio le brindaba podía conectar a Traficante con el contrabando de efedrina.
Luego pasa a un largo listado de nombres, teléfonos y circunstancias: desde Forza, Ferrón y Bina (las víctimas de General Rodríguez), pasando por los hermanos Lanatta y Víctor Schillaci (los victimarios), seguidos por Ibar Pérez Corradi y su extradición, para concluir que la información que él entrega a D’Alessio (los listados y cruces de llamados de Traficante, las empresas y sociedades) era para que colaborase en el análisis en base a sus conocimientos sobre el narcotráfico.
Porque, como todos saben, D’Alessio se mostraba como un buen analista.
De hecho apareció en numerosos programas de televisión exponiendo sobre el tema.
Dice no pretender una defensa de D’Alessio, que deberá hacerse responsable de su actividad.
Sino aclarar que lo compartió para esos fines.



De todo el trámite de la instrucción no hay un solo dato que lo vincule con Traficante.
Ignoraba que D’Alessio y Traficante se conocían e intercambiaban mensajes.
No sabía de la existencia de la causa que tramitaba en lo penal económico.

En su cierre dice:
“Puedo haber sido desprolijo, desordenado, pero no cometer un delito.
Toda mi vida me dediqué a trabajar, fui reconocido por mi trabajo. Lo llevaba de manera comprometida.
Quizás, demasiado comprometida con la averiguación de la verdad.
¿Debía no seguir continuando formalmente frente al planteo de incompetencia?
Si; probablemente otro fiscal lo hubiera hecho.
Y posiblemente si hubiera hecho eso no me encontraría involucrado hoy en esto.
Me ganó mi deseo de investigar, mi deseo de colaborar, en lo que fue la causa de mi vida, la más importante que me tocó investigar”.

No responde preguntas.

El juez Gorini le da la palabra a D’Alessio, que parece habla desde un tupper.
Le pide si se puede acercar al micrófono, y D’Alessio responde:
“Ya estoy gritando y al lado del micrófono, me parece que es un tema del software, o algo”.
Se levanta y grita a alguien fuera de cámara: 
“¡No me escuchan! Hay que levantar la ganancia del micrófono”. 
Gorini dice que no lo escuchan correctamente y no son las condiciones adecuadas para tomarle declaración.
D’Alessio se agarra la cabeza.
Siempre verborrágico, hoy no puede hacerse oír.

Queda diferida su declaración indagatoria para la próxima sesión.



D´ALESSIO, EL CAZADOR  -  Episodio 3


La experiencia pasada puso en alerta a todos.
El sistema a distancia es caprichoso, depende del elemento tecnológico que escapa del control común de un juzgado.
Por eso, desde muy temprano, prueban conexiones.
Se conecta el doctor Charró y avisa que Traficante está llegando:

- Vive cerca, ya debe estar por ahí -, dice.

La doctora Terzano dice que Barreiro se está conectando.
Preguntan sobre la dinámica de interrogación al testigo:

- ¿Hay que levantar la mano?

El Secretario del Tribunal, Cisneros, responde que la presidencia va a otorgar la palabra.
Y que debe pedirse por chat.
“Y para variar, nos falta solamente Ezeiza”, comenta.

– Ufff….- dice Charró - es D’Alessio.

Terzano: “Es un problema, los complejos.”

Cisneros: “Yo entiendo, hay un problema de disponibilidad de salas, de conexión…
Son a los que más les costó adaptarse.
Pero para nosotros en los juzgados, es un estrés.”

Terzano: “Tal vez no será el caso de D’Alessio, pero muchas veces las indagatorias no se pueden hacer.”

Cisneros: “Hay una emergencia penitenciaria.”

Terzano: “Como la del 2019.”

Cisneros: “Ya vendrán tiempos mejores.
Ya le escribí por whatsapp a la gente de Judiciales.”

El Doctor Finn es el defensor de D´Alessio.
Aparece pidiendo una conexión telefónica directa con su defendido.
Dice que en la primera audiencia pudo, pero luego lo dejaron solo, encerrado con llave.
Por eso no pudo prestar declaración indagatoria.
Cisneros dice que ya mandaron un escrito. 
“Por ahora no hay puntualidad, no voy a cantar victoria”.

Recién a las 9:15 aparece D’Alessio.
Mismo cuarto, casi mismo plano.
De todas formas, se ve mejor que antes.
Se instruye a un guardia que está a su lado a levantar el volumen del micrófono al máximo, y quedarse cerca por cualquier inconveniente. El guardia, con voz marcial, responde que se queda ahí sentado.
Y sale de cuadro.
A pesar de la mala calidad del audio, cuando D’Alessio prueba el sonido se entiende.
De hecho, le dejan el micrófono abierto y nadie le avisa.
Entonces no puede evitar hacer lo que todos dicen que no puede evitar hacer: hablar.
Con la boca tapada con una mano, le señala al guardia fuera de plano a todos los presentes:

- Ese de corbata. Ese de ahí… si, ese es el fiscal que hizo la investigación del Triple crimen. (…)
El que está al lado del barbijo, el otro… Es el de la AFI.
Espía, es Barreiro. (…) El otro es el custodio mío, Álvarez.
Ese con cara de bulldog.

Parece a propósito, pero esperan a que termine de hablar para avisarle que lo van a dejar “desmuteado” toda la sesión, y así evitar inconvenientes técnicos.
El silencio ahora sí es incómodo.
Barreiro no puede evitar sonreír.

El presidente del Tribunal, quien guía hoy la sesión, es el Juez Rodrigo Giménez Uriburu.
Ante las preguntas de rigor (nombre, nombres de los padres, ocupación, etc) hay una respuesta por lo menos interesante:

- ¿Formación y nivel académico? -, pregunta Giménez Uriburu.

- En la Argentina, secundario completo.
La formación profesional está siendo analizada en otro juzgado -, responde D’Alessio.

Según consejo de su abogado, se niega a declarar, por lo que se remite a la declaración previa - del 26 de abril de 2019 -, cuando ya se había negado a declarar.
Por lo tanto, no existe declaración de D’Alessio.

El Juez da inicio a la prueba testimonial.
Entra, desde una puerta del TOF Nro 2, la víctima: Gabriel Traficante. Es la primera aparición pública de un hombre que ha sabido cultivar un muy bajo perfil.
Se sienta, se saca el barbijo, y empieza a responder las preguntas del fiscal.
“Todo comienza el 2 de noviembre de 2016”, dice Traficante, y por más que intente una imagen recia, no puede evitar que le tiemble la voz de tanto en tanto.

Los hechos en general son conocidos: el llamado de su amigo Alejandro Morilla, la reunión en la casa de D’Alessio, y el pedido de dinero para borrar un listado de teléfono.
El enojo, las reuniones posteriores, los llamados y mensajes a él y algunos amigos, las notas en Clarín y la denuncia.
Pero lo interesante acá son algunos detalles cuando empiezan las preguntas de fiscal y abogados.

“Soy un empresario.
Tengo una marca de ropa y zapatos - Satori / Fashion Box -, algunos depósitos de hidrocarburos, e importaba algunas cosas. (…)
A D’Alessio lo conocía de antes, tenía un SPA en Canning: IDOR.
Mi esposa concurría, yo debo haber ido unas dos veces.
Y lo conocía de vecino de Canning, en ese entonces vivía en el (Country) Lauquen.
Después nos mudamos al (Country) Saint Thomas, donde él ya vivía.”



- ¿Y usted sabía a qué se dedicaba D’Alessio? - pregunta el fiscal Luciani.
- No sabía de qué vivía. Nadie sabía.
Era muy elocuente en sus dichos a nivel de los contactos.
Andaba siempre armado.
Decía tener que ver con el gobierno de Formosa.
En aquel momento, cuando abrió el gimnasio, decía que tenía casinos en Paraguay.
Una incógnita, el señor D’Alessio.

- ¿Cómo y por qué se contacta con Morilla, y si estuvo presente en la reunión?
- Alejandro Morilla es compadre mío. Yo soy padrino de su hija, y él es padrino de un hijo mío.
Tenemos 23 años de amistad.
Cómo se comunicó, no lo recuerdo.
Estuvo presente en la reunión un momento, pero después se retiró con la mujer de D’Alessio.

- ¿Y qué relación tenía con D’Alessio?
- El doctor Morilla tiene un geriátrico y, si mal no recuerdo, la suegra de D’Alessio estuvo en su geriátrico.
Y el señor D’Alessio se quería contactar conmigo, pero no tenía mi teléfono (…).
Tenía mucha información en la computadora.
Parecían investigaciones.
De cierta manera le creí lo que me decía.
Ahora que me acuerdo dijo haber sido funcionario de la UIF. Cualquier problema con la AFIP yo te la soluciono, decía.
Todo para demostrar el poder que tenía.
Decía que era el director de observaciones judiciales, y que desde ahí podía hacer lo que quería.
En ese momento me pidió 80.000 dólares para borrar los números de mi teléfono.
Le dije ¿para que? Si no tengo nada que ver.
Esos 80.000 eran para los directores de las telefónicas - se ríe -. Perdón que me ría.
Me fui enojado, asustado y enojado.

Y sigue:

- Después del 3 de noviembre trató de que yo cediera a sus pedidos.
No solamente me escribía a mi o me llamaba a mi. Le escribía a otros amigos para tratar de presionarme.
Con Garcés, yo tenía un restaurante y D’Alessio le mandaba capturas de pantalla de esa sociedad con el membrete de la embajada de EEUU (que después salió en el diario Clarín).
Le decía: mirá, hasta estas cosas mínimas tienen de ustedes. Era una persona muy convincente, D’Alessio.
¡Imagínese que usted reciba los datos de una sociedad suya con el membrete de la embajada!

Y sigue:

- Si bien se equivocaba en ciertas cosas, parecía una persona con mucho poder.
En un momento me manda print de pantalla con unos autos con patentes que estaban vigilando mi domicilio: un Gol y un 207.
Y después los nombres de los Policías de la Metropolitana que estaban ahí… y los sueldos.

Cuando el fiscal Luciani pregunta si efectivamente los vio en algún momento, Traficante responde: 
“Si, los vi. La verdad es que estaban esos autos ahí.
Después me entero que estaban en consigna de una persona en mi edificio. Por protección. En Puerto Madero.”

“El 25 de noviembre estaba de vacaciones con mi mujer en Miami.
Me llama por teléfono Di Pierro (otro amigo) diciendo que D’Alessio lo había contactado para decirle que salía una nota en Clarín.
Una editorial, dijo, de ‘Traficante y sus empresas’.
Eran las 4 am cuando sale la nota.
Todo lo que decía la nota era terrible, era inverosímil: ‘un millonario es la cabeza de la banda del primo de De Vido’.
¡Pero nombraba a mis empresas!
La verdad estuve aterrorizado (…).
Cuando vuelvo de EEUU me comunico con mi abogado.
Me dijo: hacé la denuncia.
Pero tenía terror, teniendo en cuenta que cuando decía algo, después se cumplía.”



“Volví a tener contacto a partir del 25 de noviembre.
Entro a dialogar por chat, y empiezo a grabarlo.
Porque había visos de realidad.
D’Alessio me pone que me habían nombrado en la causa… 529-2016, del Juzgado Federal Penal Económico Nro 6 (a cargo del Juez Marcelo Aguinsky).
Que había un testigo reservado que me iba a involucrar mucho más.
Pero él (D’Alessio) tenía la potestad de borrar las fojas.”

- ¿Usted pudo averiguar si era cierto?

- En ese momento no. Más adelante sí, en diciembre.
Me sorprendió muchísimo.
Con todos los testigos que obligaron a declarar en otras ocasiones, no sería muy loco que hayan obligado a otro más (…).
Una cosa quiero decir - está en la denuncia -: D’Alessio me manda unos mensajes (capturas de pantalla) de un chat con Marcelo Aguinsky.
Yo lo consulto con mi abogado y me dice: ese no es Aguinsky.
O sea, manda un mensaje con un print de pantalla con otra foto, de otro juez.
Uno del Penal Económico.
Pero otro juez.

A pesar de no atenderlo más, D´Alessio lo llama desde un número desconocido. Y Traficante atiende.
Y de eso habla en la audiencia:

- Habla Marcelo -, le dice.
- ¿Qué Marcelo?

- Marcelo D’Alessio.
En ese momento decido grabarlo, porque tenía mucho miedo.
Una grabación de dos horas.
Hacía alarde de cosas que solucionó (…) dice que tenía las entradas y salidas del país mías (…).
Y ahí me pide 600.000 dólares, para el juez y para el fiscal…
Pero hablaba como si el fiscal fuera un hombre, y era una mujer. Me lleva de un lado a otro, y es elocuente en los pedidos.

“En el 2017 surge un nuevo legajo, de Gladys Fernández, en la que me involucran nuevamente en un hecho.
Dos personas: Palomino Zitta y Saturnino Costas me nombran como parte de un ardid para sacar un contenedor.
Estas personas después de un tiempo, en el juzgado Nº 1 de Dolores, declaran en esa causa.
Y dicen que Marcelo D’Alessio los obligó a nombrarme.”

Cuando toca el turno al Doctor Finn, abogado de D’Alessio, intenta que Traficante se contradiga, o por lo menos, quede en evidencia en algún error.
Pero repite, o amplía, lo que ya dijo.
Traficante está nervioso, enojado o dolido ante estas preguntas frías de rigor.

- ¿Llegó a pensar en pagarle? –pregunta Finn.
- Si, lo pensé, doctor. Eran cifras astronómicas.
Muchas veces pensé en pagar, en vez de hacer la denuncia.
Si ves sufrir a tus hijos… todo el tiempo lo pienso, no es algo que haya querido en mi vida y en la de mis hijos.
Muchas veces me pregunto si no hubiese sido lo correcto.
Esto fue un antes y un después en mi vida.
El escarnio, la vergüenza de mi familia, el descrédito comercial. Por ejemplo, quise alquilar una casa, y cuando doy mi nombre y apellido, se niegan a alquilarla (…)
Durante dos años no volví a Canning. Es un pueblo muy chico, nos conocemos todos.
Me pegó de lleno en mi vida social.
Más allá de lo que está pasando hoy, la gente me sigue googleando y siguen apareciendo estas cosas.
Lo peor es la muerte social.

El Juez Giménez Uriburu pregunta si Garcés, Morilla, D’Alessio y él mismo eran vecinos del country.
Si, todos son vecinos del Saint Thomas, en Canning.
Todo es doméstico, cerrado, endogámico.
Todos se conocen, todos comentan sobre todos.
D’Alessio podía elegir en ese espacio reducido a quién buscar para intimidar.
Tenía ese conocimiento vago de sus vecinos, que le permitía crear una fantasía verosímil.
El ambiente del country era propicio para Marcelo D’Alessio, el falso abogado, el cazador de zoo.



D´ALESSIO DE RONDA - Episodio 4


Se sabe que el fútbol es un deporte social, el más popular y difundido.
En la cancha y, sobre todo, en el tercer tiempo, se intercambian anécdotas, intereses, y se tejen amistades.
Traficante y esta ronda de testigos - Morilla, Di Pierro y Garcés - se conocieron jugando al fútbol en las canchas de los diferentes barrios en los que vivían.
Y aunque D’Alessio no jugaba al fútbol con el resto, este mundo cerrado, “un pueblo chico” definirá cada testigo, tiene como punto neurálgico el SPA devenido en gimnasio que D’Alessio inauguró en Canning en 2006.
Con gran despliegue de famosos y fotos en la revista Gente, el IDOR de D’Alessio tuvo el tamaño y la categoría como para atraer a los vecinos de las decenas de barrios exclusivos de los alrededores.

El primer testigo es el médico Alejandro Morilla, la persona que D’Alessio contacta primero.
Se conocieron en el IDOR pero tuvieron más relación porque dirige el geriátrico donde D’Alessio alojó a su suegra, no recuerda bien cuándo.
Pausado, correcto, con tono calmo, describe el llamado, la visita y lo que cree que pasó en la reunión.
Es muy escueto y conciso: sentado junto a Traficante en el comedor, D’Alessio abre su computadora y empieza a mostrar imágenes de operativos antidrogas.
Cuando Traficante le pregunta “¿qué tengo que ver yo con esto?”, Morilla se levanta y se va a la cocina a charlar con la esposa de D’Alessio.
Dice que le pareció correcto darles privacidad para que arreglen “sus asuntos”.
Al rato las voces empiezan a levantarse “como en una discusión”, dice.
Declara no saber lo que hablaron, pero en la camioneta Traficante le dice que le quiso sacar dinero.

Juan Pablo Di Pierro, como Traficante, se dedica al comercio exterior.
Se conocen desde hace 15 años, sus hijos iban al mismo colegio, pero tenían una relación más que nada “futbolística”.
Se mudó al Saint Thomas y jugaban juntos al fútbol, comían asado, y “algún que otro” almuerzo en el ámbito de la Aduana.

A Marcelo D’Alessio lo conoció más o menos por la misma época, por el IDOR.
En la inauguración invitó a toda la gente de la zona.
Nunca tuvo relación por otro lado, salvo “algún que otro” encuentro casual.
Vivía primero en el Lauquen, después en el Saint Thomas Sur y después en el Este, que es donde vive ahora.
En el Este, D’Alessio era presidente del barrio (sic).

“No sabía a qué se dedicaba (D’Alessio).
Siempre supe que estaba bien relacionado…
Sabía que tenía poder, vínculos (…) era lo que decía la gente.
Canning es chico. Todo el mundo sabía quién era él.
Era intimidante (…)
Por su forma de ser, su forma de hablar, cómo manifestaba sus cosas… no sé. Siempre hablaba de gente.
Todo el tiempo… no le puedo decir ni siquiera qué gente”.

“Yo no tenía ni el teléfono de él, pero me manda un mensaje de WhatsApp diciendo que necesitaba hablar conmigo porque quería llegar a Traficante (…) por el tema de la mafia de los contenedores.
Tenían una nota en contra que estaba por salir, y él la podía parar”.

Esto es en noviembre de 2016. 
“Le comenté (a Traficante) lo que me había dicho D’Alessio, y me dijo: ‘Que haga lo que quiera, no tengo nada que esconder’”. Pero “una vez que sale la nota, hablé con él, estaba deprimido, no quería hablar con nadie.
Todo el mundo hablaba de eso… estaba hecho pedazos.
Estaba muy mal (…)
No lo vi personalmente, sólo por teléfono”.

“Intercambié mensajes de WhatsApp con D’Alessio, porque después me quiso hacer lo mismo a mí”.

Para ese entonces, Di Pierro estaba terminando de construir su casa en Saint Thomas Este.
En un par de oportunidades llegó hasta su puerta. 
“Venía a intimidar. Venía en un auto con la baliza prendida… que venía de un procedimiento de la DEA, no sé.
Pero vino a traerme un listado de llamadas mías, y entradas y salidas del país.
‘Tengo todo lo tuyo’.
Y yo le dije: ‘¿qué tiene que ver? No tiene nada de malo’.
El resto de las veces vino sólo a mostrarse, a saludar.
Había una persona que no se bajaba.
Puede ser que sea (Rolando) Barreiro.
Nunca vino solo. Siempre con la misma persona”.

“Ahí fue cuando me citó a su oficina, en las Toscas. (…)
Cuando llegué a la oficina, había una recepcionista, una mesa larga.
La oficina era chica, 50 metros.
Unas armas contra la pared. Armas largas, no sé.
Había tres varones, de 40 a 65 años. Personas normales, pero daban la idea de ser policías o algo así.
Con el único que estuve sentado fue con él, pero estaban aparte.
Supuestamente eran colaboradores de él.
Parecían de la fuerza, pero no sabría decirle.
Por el corte de pelo, por la apariencia. No tenían uniformes ni placas.
D’Alessio a veces decía que era de la AFI, a veces de la DEA… (Dijo) que podría haber otra nota como la de Traficante y que él podía hacer que no salga, y que le recomendaba una colaboración con él para que no salga.
Le dije que no, que no me interesaba… después no hablé más con él (…)
Yo no hice denuncia. Conmigo siempre fue en tono de amigo, cordial. No sentí que me extorsionaba.
Sentí, por un lado, que me estaba como apretando pero no directamente.
Todo esto fue en noviembre o diciembre de 2016, un lapso de tiempo muy corto”.

“Mucho tiempo después de la reunión fui mencionado en una nota por Gladys Fernández, que vive ahí en el country, que declaró quién era, dónde vivía, etc.
Yo lo leí en los diarios, todo lo que dijo eran mentiras. (…)
Creo que tiene relación con lo que dijo D’Alessio”.

Gabriel Adrián Garcés conoció a Traficante de la misma forma: alrededor de 2006, jugando a la pelota en el Lauquen.
A D’Alessio lo conoció en 2007 en su gimnasio IDOR.
Es, también, querellante en la causa de Dolores. 
“Yo, que recuerde, decía que tenía casinos en Paraguay.
No era que me interesaba, tenía un vínculo de gimnasio”.

“El 25 de noviembre de 2016 me suena un teléfono que ya no usaba.
Era un mensaje de D’Alessio:
- Mañana salen todos en Clarín -, dijo.

No le contesto, hasta que me manda una hoja con un membrete de la embajada de Estados Unidos.
- Que querés con esto? Es un restaurante –dije.

- Tienen hasta estas cositas chicas -, me respondió.

Cuando voy (el sábado) a su casa en el barrio Saint Thomas, me muestra una computadora con seguimientos de Gabriel Traficante: su casa, autos y demás.
Todo lo que podía ayudar.
Que todo se lo comunique a Traficante.
Y después me muestra un arma con mira láser”.

En Canning se comentaba que era un tipo pesado, dijo Garcés. 
“Un conocido tuvo un problema y nunca dijo nada.
Una persona a la que no le pagaron, y él apretó.
Que si seguía reclamando plata iba a tener un problema.

El martes siguiente a las 8:30 me acerqué a la oficina suya en Las Toscas. Oficina 320.
Toco el timbre.
Me recibe una persona y me saca el teléfono.
A un costado, como en un hueco, hay otra persona con una ametralladora.
El escritorio estaba lleno de armas.
D’Alessio me dice que es una oficina de la AFI.
Un búnker, le decía.
Me senté en la mesa. A su lado había otra persona. 
Aparte de D’Alessio, había tres personas, masculinos todos.

Me empieza a decir que van a ir presos Traficante y la señora. Que ‘la solución le va a salir más, que en el día tenía que poner 300.000 para el juez y la fiscal’.
Yo a D’Alessio lo tenía como un salame, pero desde el sábado hasta ese martes se me había vuelto más agresivo, como queriendo intimidar.
Acá puedo reconocer a Barreiro en la oficina.
Él estuvo junto a D’Alessio.
Lo presentó como ‘Rolo de la SIDE’.
Él me dice que (Traficante) había ganado plata y la tenía que poner, si no iban a ir presos él y la señora”.

Después de esa mañana, a la tarde, Garcés recibe mensajes de D’Alessio cada 5 minutos, que debía pasarle a Traficante.
Esperaba que su amigo tomara la decisión de pagarle 600.000 dólares, 300.000 en el día.

‘Decile que ya tiene los autos en el departamento, el de Puerto Madero’, me dice.
Y me manda la placa de los autos que estaban haciendo guardia para detenerlo”.

Traficante le pide que lo mantenga en línea, hasta que le dice que corte y le avise que se iba a manejar con sus abogados.

“Después no hablé más con D’Alessio -, explica Garcés.
Hasta el 2017 no habló más.
Un año que no lo veía. Me lo cruzo en un shopping, con Barreiro.
Me dice:

- Nos vamos a tribunales por un problema de los contenedores.
Esto fue un viernes.
El sábado a la noche me escribe que me habían mencionado, que vaya a verlo.
No fui.
El domingo sale la nota en tapa, fue algo muy duro”.

Garcés se refiere a una nota sobre la denominada causa de la mafia de los contenedores publicada en el diario Clarín.
Aparece su nombre en alusión al caso Palomino Zitta y Costas.
Ambos son conocidos en el expediente porque un día fueron a retirar un contenedor de la Aduana, liderados por Gladys González.
Barreiro los esperaba afuera.
Algo pasó ese día, porque los enganchó la policía y después, en el juzgado de Marcelo Aguinsky, D’Alessio les dice que tienen que nombrar a Traficante y Garces como dueños de los contenedores.

Siguió:
“Tiempo más tarde, supe que estas dos personas que me habían mencionado se presentaron en el juzgado de Dolores diciendo que D’Alessio los guionó.
Hace unos años me dio unas filmaciones el dueño de Las Toscas, Walter Pérez.
Vi los horarios de entrada, él entra a las 8 am, yo entro 8:30 am.
Se ve cuando entra él y bajan las dos personas que están con él.
D’Alessio entra con una valijita, algo llamativo, no puedo decir que sean armas, pero era raro”.

Cuando le preguntan si esos videos fueron agregados a la causa, él no recuerda si lo hizo o no lo hizo o si están en el juzgado de Dolores.

Cuando termina la ronda, la doctora Terzano hace uso de la palabra. Insiste en un peritaje.
Precisar la geolocalización de los celulares de Garcés y de su defendido, Rolando Barreiro, el día de la reunión en la oficina de Las Toscas.
Luego pide citar a declarar a Palomino Zitta y Saturnino Costas.
Y con respecto a los videos que fueron entregados, exige que se oficie ante el juzgado de Dolores el pedido.
Y, por último, pide también se cite a declarar a Walter Pérez: ¿por qué dos años después tenía estos videos en su poder?, se pregunta.

El doctor Finn adhiere a todos los pedidos de su colega.



PERDIGONADA AL AIRE  -  Episodio 5



¿Qué se necesita para engañar a alguien?
 
Puede que una buena mentira funcione bien a corto plazo, pero para operaciones a largo plazo se necesita de algo más.
Entonces, ¿qué necesitaba D’Alessio para sus operaciones..?
Lo que repite en varios audios: 
“A mí me importa un porongo si es verdad o no, lo que importa es la sensación de realidad”.

Para lograr esa sensación de realidad Marcelo D’Alessio apostaba a los secretos, desprolijidades o pequeñas trampas que, intuía, todas sus víctimas compartían: alguna sociedad offshore, un cargamento no declarado, una trampa al fisco.
Y para eso necesitaba datos reales, datos que no decían nada por sí solos (ni siquiera para él mismo), pero sí probablemente para las víctimas: cruces de llamadas telefónicas, entradas y salidas del país, una lista de sociedades a su nombre.
Una perdigonada al aire para que los patos comenzaran a volar.

Esta audiencia gira en torno al elemento real de la operación: los datos.
Y el acusado de proveerlos es el fiscal Juan Ignacio Bidone, que tuvo a su cargo la Unidad Fiscal de Delitos Complejos de Mercedes.
La ronda de testigos son trabajadores de la fiscalía, quienes fueran sus colaboradores cercanos.

El doctor Agustín Carpanetto era uno de los cuatro secretarios de la fiscalía.
Las preguntas del fiscal Luciani giran en torno a la mecánica de la fiscalía para la obtención de información de los distintos organismos o empresas telefónicas.

“Hasta 2011 los informes de Migraciones se pedían a través de un oficio convencional. En papel o de manera electrónica.
Y se contestaba en el mismo formato, correo o papel. (…)
Y en un momento, desde Migraciones me informaron que se podía gestionar una clave de acceso para hacer consultas simples del trámite migratorio de una persona: vehículo, dominio, pasajeros y demás.
Esto se lo comenté a Bidone: ‘está la posibilidad de tener esta clave’, dije.
Se lo comenté al Fiscal General Pablo Merola. Dijo que le parecía importante.
Me contacté con Migraciones y pedí la clave. Me dijeron que no había problema, ya lo habían hecho en otras oportunidades.
La firmó Merola solicitando la clave.
Me dijo que como yo la había pedido, que pusiera mi nombre.
Y así fue.”

“En febrero de 2012 nos contestaron con un sobre.
Se lo llevé a Bidone: ‘Acá llegó la clave’, dije.
Ingresamos a la pagina para ver qué se podía ver. (…)
La carta tenía un usuario y una contraseña, que se cambió con el doctor Bidone estando presente.
Y quedó en conocimiento mío, del doctor Bidone y posiblemente de mis compañeros de piso. (…)
Hasta el 10 de julio de 2018 fue la única clave, que incluía (los distritos fiscales de) Moreno y General Rodríguez.
Luego se asignaron dos nuevas claves, a mi compañera Marina y a la UFITEC.
Pero hasta el 2018 todos los pedidos me llegaban a través de un Pandion - una especie de servicio de messenger interno -.
Se debía consignar Número de IPP (Investigación Penal Preparatoria), número de teléfono y pedido.
Últimamente se hacía sólo por mail, siempre consignando el número de IPP, carátula, etc.”

El Fiscal Luciani comparte pantalla.
Le muestran una parte del legajo donde figuran distintos nombres pedidos por la Fiscalía de Mercedes a Migraciones.
Encabeza la lista Pedro Etchebest, el hombre que con su denuncia en el Juzgado de Dolores destapa las operaciones de D’Alessio.

La lista es larga, el Fiscal Luciani la pasa lentamente hasta llegar al nombre y DNI de Gabriel Traficante.
Carpanetto dice no haber visto nunca su nombre en algún legajo, ni haber pedido nunca un informe sobre él para ninguna causa.
Nunca escuchó hablar de él, sólo a través de medios periodísticos.

En su momento, Bidone argumentó que varios de los nombres pedidos, como el de Traficante o incluso Etchebest, constaban en legajos fiscales e investigaciones y por eso no eran anexados a la causa en la que se los investigaba.
El de Traficante, particularmente, estaba en el legajo fiscal de la causa por el triple crimen de General Rodríguez.

El fiscal Luciani pregunta el porqué de la existencia de los legajos fiscales.
“Se formaba cuando había una investigación que no era conveniente que estuviera en la IPP, a la que las partes tienen acceso.
Y si estoy investigando a otra persona, si incorporo un allanamiento, no sería prudente agregarlo a la causa principal porque la persona podría enterarse y hacer caer el allanamiento, por ejemplo. (…)
Luego sí se agrega a la IPP.”

“No existe un legajo fiscal antes de una investigación.
Primero hay que tener la Investigación Penal Preparatoria, y luego hacer un legajo fiscal. (…)
Cada persona que llevaba la causa, llevaba el legajo fiscal.
Pero no se registraba en algún sistema ese legajo.”

El Fiscal Luciani pregunta:

- En la causa de triple crimen, ¿qué pasó cuando Bidone fue apartado de la fiscalía?

- Debe haber ido con toda la IPP.
Pero tengo entendido que (Bidone) tenía fotocopias de la causa, del legajo fiscal…

Cuando le preguntan si trabajaban con servicios de inteligencia, lo niega.
Dice no conocer a los ex AFI Rolando Barreiro y Claudio Álvarez, ni a Marcelo D’Alessio, sino a través de las noticias oídas y leídas en los diarios.
Nunca los vio en la fiscalía.

“Ya a finales del 2018 veíamos que Bidone se comportaba de manera rara - agrega -.
Preocupado… raro. No habitual.
Con algunos compañeros lo hablábamos, hasta llegamos a preguntarle qué le pasaba en más de una oportunidad.
En enero de 2019 tomó licencia.
Y cuando volvió seguía igual, extraño.
Ante la pregunta dijo: ya les voy a contar.
Tengo un problema muy grave.”

“Ese mismo día hubo una reunión general.
26 de febrero de 2019.
Reunió en su despacho a Panessi, (Viviana Fernanda) Etchebehere y a mí.
Nos dijo que había habido un problema: pasó una información que no correspondía.
Había tomado información de Migraciones de Pedro Etchebest y la había pasado vía Whatsapp a D’Alessio.
Nosotros nos mirábamos, no entendíamos la situación.
No sé la cara que habré puesto.
‘Flaco - me dijo -, ya sé lo que estarás pensando, por eso ponés esa cara.’
Juan, no quiero decirte lo que pienso, le dije: no preguntes.”

“Algo dijo sobre D’Alessio.
En ese momento no entendí porque no sabía de qué se trataba. Nos dijo que nos quedemos tranquilos, que había ido a declarar a lo de Ercolini o Merola …
Ya había presentado todo…
Que había sido él. Que estemos tranquilos.”

“Inmediatamente nos juntamos en el despacho de la doctora Etchebehere y decidimos comunicarlo a la fiscalía general. (…)
Dijimos todo.
El Doctor Merola dijo que (Bidone) ya había ido a declarar.
Y le había pedido un escrito porque tenía que elevarlo a la Procuración General debido a la gravedad.”

“Cuando sucedieron estos hechos, me afectó demasiado.
Mi primer sentimiento fue desilusión y bronca, ¿cómo podía usar una clave con mi nombre que no tramitaba una causa en la fiscalía, o que no tenga relación con la fiscalía..?
Yo no tenía una relación de amistad, pero sí una buena relación laboral.
Me produjo una desilusión, me sentí engañado. No lo podía creer.
Ahora no lo considero ni amigo, ni enemigo.
No le tengo amor ni odio.
Pero en ese momento … ¿cómo nos podía involucrar en eso?”

La próxima testigo es la doctora Marina Fernanda Etchebehere, también parte del equipo de Bidone en la UFDC de Mercedes.

Cuando le preguntan si era habitual la colaboración de agentes de inteligencia, dice que no le consta, y que no conoce ni a Alvarez, ni a D’Alessio, ni a Barreiro.

“(A Bidone) lo notamos muy mal.
Un día nos reunió en su despacho. Carpanetto, Panessi y yo.
Dijo que había sido engañado por D’Alessio.
Ninguno de los tres caímos en la cuenta de lo que contaba.
Nos dijo que (D’Alessio) estaba detenido.
Estaba preocupado porque le había pasado informes de teléfono y de Migraciones que había usado para una extorsión.
Dijo que lo había conocido por el triple crimen.
Él decía que era agente AFI, que tenía contactos en la DEA.
Ahí nos dijo que usó la clave de Carpanetto.
En el caso puntual de Etchebest, el listado de Migraciones con la clave de Agustín Carpanetto. (…)
Le dijo, ‘Flaco yo ya sé lo que vos pensás’.
‘No me hagas decirte lo que estoy pensando’, le dijo Carpanetto´.
Le pregunté cuánto le había pasado, si uno, dos o cuántos firmes.
Diez, dijo él.
También explicó que D’Alessio lo había ayudado en algunas investigaciones.
La causa de los Gitanos, que la llevaba yo, y sabía que no había colaborado nadie. D’Alessio no había colaborado.
La de Malondra, que la llevaba Panessi, y no había colaborado.
Y la del triple crimen.
Que a cambio le pedía esta información.
Bidone decía que no sabía para que las pasaba, supuestamente para colaborar. (…)
Después contó que había ido a declarar al juzgado de Ercolini. ‘Adelantar debilidades’, esa palabra uso.”

- Adelantar debilidades. ¿Qué entendió con eso..? –pregunta Luciani.

- No sé qué quería decir - dice ella -.
Estábamos consternados.
Yo me acuerdo de algunas cosas.
Mientras él hablaba me acordaba lo que leía en los medios sobre esa persona.
No podía creer que Bidone estuviera en esto y que hubiera pasado una clave que usaba en la fiscalía para darle información a D’Alessio.
Mientras él hablaba iba relacionando lo que escuchaba y no podía creerlo.
Y bueno, nada…
Esa reunión habrá durado una hora, hora y pico.
No lo podíamos creer.
Hablamos entre nosotros, Agustín, José, quedamos que íbamos a hablar con Merola, dada la gravedad.”

“Cuando comienza a ser Juan (Bidone) el titular de la fiscalía, me encomienda que yo busque un convenio con Veraz y Nosis, así se enriquece la información.
Cuando llegaron, si bien estaban a mi nombre, él estaba conmigo y la usábamos indistintamente.
Él era nuestro jefe…
Nunca pensé que fuera a usarlo por otro lado.”

“El 18 de febrero llegó de vacaciones y me encuentro en mi escritorio algo así como papelitos blancos, chiquitos.
Y le pregunto a Juliana (Marrafeiro), a nuestra empleada, y le digo:
- Mirá Juli, están todos estos papelitos.

Y me dijo:
- Si, mirá, Juan (Bidone) me pidió que haga un legajo (fiscal) acá en tu escritorio, para que José (Panessi) no lo vea.

Al principio no me llamó la atención, porque José no llevaba tantas cosas con teléfono, y pensé que Bidone lo estaba ayudando con la cuestión telefónica, porque él tenía idea. (…)
A pocos días, me entero de esto, y até cabos.
Igual era la primera vez que escuché que Juan hiciera hacer un legajo a espaldas del instructor.
Después nos enteramos que el listado de Etchebest estaba en el legajo fiscal de la causa de Malondra.
Eso es lo que nos dijo Bidone en esa reunión”.

Pregunta el fiscal Luciani cómo impactó todo esto en su carrera.
“Mal. Éramos un grupo de trabajo que veníamos trabajando desde hacía 12 años.
Lo único que hacíamos era trabajar desde la mañana a la tarde.
Y sale todo esto…
Parecíamos la oveja negra del departamento judicial.
Al día de la fecha no tenemos un fiscal, sino que tenemos varios fiscales.”

Por parte de la defensa de Bidone, citan al fiscal de Moreno, Federico Luppi (homónimo del actor), ha coincidido con Bidone en algunas causas porque antiguamente los departamentos judiciales de Moreno y Mercedes estaban unidos.
Cuando le preguntan qué concepto tiene de Bidone, responde: “Como profesional, es un muy buen profesional.
Y muy buena persona… un hombre de familia - numerosa por cierto -.
Siempre lo vi preocupado en ese sentido.”

Y no agrega mucho más.



D’ALESSIO SUPER SHOW - Episodio 6

El falso abogado.


Corre el mes de abril. La última semana.
En la sala virtual es muy fácil discernir quién es abogado de acuerdo a su aspecto formal: traje, corbata, anteojos, barbas cuidadas.
Si no fuera porque está en un penal, Marcelo D’Alessio estaría vestido como ellos; sería uno de ellos.
Hoy es el día de su declaración.
El hombre que ha participado de paneles televisivos como abogado y experto en narcotráfico, el que ha sabido engañar a políticos, periodistas y fiscales (en teoría, tres de los oficios más acostumbrados a lidiar con impostores), hoy se encuentra en el mismo cuarto vacío de las últimas sesiones.
Detrás suyo, la misma pared descascarada, comida desde los cimientos por la humedad.
Del rostro silencioso se recortan sus orejas salientes y alertas, como radares.
Mientras aguarda su momento (que seguramente ha ensayado con gran esmero), escucha el testimonio de Julieta Ciarmiello, su ex secretaria.

Julieta comienza a dar testimonio.
Después de pasar meses y meses abriendo y cerrando las puertas de una oficina vacía, y de hacer los trámites de su jefe, el abogado respetado por su entorno, Julieta se encuentra en un juzgado real dando testimonio de su experiencia.
Conoció a D’Alessio mientras trabajaba como camarera en un restaurante de Plaza Canning, donde su futuro jefe era cliente habitual.
Un día, él le dijo que dejaba su oficina en Puerto Madero para mudarse a una oficina en el primer piso del edificio del restaurante. Como la veía ahí todo el tiempo, muy responsable, le ofreció trabajo como secretaria.

Esto fue en 2014. 
“(Yo) tenía 18 años. La encargada del restaurante me dijo que me quede tranquila, porque Marcelo era una persona muy conocida en Canning, no iba a tener problemas.
Se presentó como abogado.
Incluso cuando atendía el restaurante, todos los clientes - que eran muy fijos - me decían: 
‘te va a ir muy bien, es una persona muy prestigiosa.’ 
No me quedó duda de nada, en cuanto a cómo se presentó conmigo.”

(A esta altura del juicio, después de escuchar varios testimonios, la localidad de Canning parece ser una mezcla entre Springfield de los Simpsons, el Poisonville de Hammett, con un toque de la siniestra placidez de los barrios de las películas de David Lynch.
En Canning todos se conocen; en Canning, todos ocultan algo; en Canning hay negocios turbios y personas respetables, a veces en casas linderas, a veces en la misma propiedad y en la misma persona. Es posible que en Canning vivan vecinos como los de cualquier otro barrio, seguramente en las afueras de los barrios privados y de los countrys).

El trabajo de Julieta en la oficina de D’Alessio no era para nada agitado. 
“A veces venía, a veces no… por seis meses.
No se hacía nada.
Yo quedaba hasta las 6 PM, se hacía muy extenso”.

Con el paso de los días, la fabulosa ubicuidad de D’Alessio comenzó a desplegarse ante sus ojos (o mejor dicho, ante sus oídos): en sus testimonio, Julieta refirió que D’Alessio era socio en un criadero de truchas con Mallo; que corría carreras TC; que parecía estar siempre ocupado con cosas importantes.
“Por ahí me mandaba un mensaje y me decía: ‘estoy en un allanamiento’. Yo lo tomaba como normal.
El último año me remarcaba que trabajaba para la DEA.”

La omnipresencia de D’Alessio parece haber hecho mella en Julieta. El mecanismo con el que se vinculaba en el mundo de los negocios tenía un doble juego, tramposo pero efectivo: si algo ocurre es porque yo lo hice; si algo no ocurre es porque yo lo evité.
Ese mismo mecanismo parece haber hecho un surco en todos aquellos que se cruzaron por su vida.
Julieta se apura en aclarar:
“Si hubiese considerado que yo podría haber estado en riesgo, en mi situación personal, no hubiese trabajado (con él).
Pero la verdad nunca vi nada raro, ni ninguna situación extraña.
Por eso me llamó la atención.”

Sin embargo, unos minutos después, la ex secretaria hace una suerte de conexión entre un robo sufrido durante los días del allanamiento en casa de D’Alessio y la detención de su esposo por un hecho confuso.
La mención provoca un silencio entre los asistentes al juicio.
¿Hay alguna relación entre todos esos hechos..?, le preguntan.
Julieta responde que no, pero que en su momento creyó que sí.

Todo parece estar conectado, con fibras invisibles que parten de D’Alessio o que llegan a él.
Si algo ocurre es porque yo lo hice; si algo no ocurre es porque yo lo evité.

Finalmente, llega el momento tan ansiado por Marcelo D’Alessio. Antes de comenzar prueban el micrófono.
D’Alessio se siente forzado a hablar muy pegado al aparato para ser escuchado.
Dice que no es lo ideal, pero que si tiene que ser así, será así.
El secretario pide que todos suban el volumen de sus computadoras, así pueden escuchar a D’Alessio sin que se esfuerce.
Lo logran.

En su ampliación declaratoria desde el penal de Ezeiza, hace un minucioso, prolijo y ordenado análisis de las pruebas remitidas por Traficante, Garcés y Di Pierro.
Su voz es pausada, intenta no mostrar nerviosismo ni enojo.
El audio funciona bien, la cámara funciona bien.

“Vamos a ordenarlo de forma cronológica, de manera metodológica.
En primer lugar yo no contacté al señor Traficante.
Yo no conocía a Traficante ni lo contacté.
Sí conozco, y le sigo teniendo un gran afecto, al Dr. Alejandro Morilla”.

Así comienza D’Alessio: desmintiendo los testimonios de Traficante y también los de Morilla.
Por eso - se desprende -, la aclaración sobre el médico que cuidó a su suegra en su geriátrico: 
“le sigo teniendo un gran afecto”.

Después de dejarlo en claro, retoma: 
“Fue Morilla quien me dijo que un amigo de él estaba con un problema, y me dijo si me podía venir a ver.
No es habitual que yo invite a alguien en la hora de la cena.
Mi mujer es alemana.
En casa se come a las 20 horas.
Seremos a la antigua: los chicos con las manos limpias a la mesa, no se usan celulares…
Es por eso y por el afecto que le tengo a Alejandro que le dije ‘mirá, venite ahora’.”

“Y a la hora y media llegó Alejandro con su camioneta, que la conoce todo Canning, con esta persona que inicialmente no la conocí.
Por la forma de la entrada, veo que baja primero esta persona y me acuerdo que me dijo así: ‘¿qué haces cabeza?’ o cabezón… me pareció muy poco respetuoso.
Y ahí Morilla cuando ve que no sabía el nombre me dice: ‘te presento a Gabriel Traficante’. 
Alejandro empieza a decir elípticamente que necesitaba un asesoramiento integral”.

Luego de quedar a solas con Traficante, D’Alessio narra que nunca hablaron de dinero, y que él acostumbra a enviar sus presupuestos por impreso, como prueba de que jamás podría haberle “tirado” una cifra sobre la mesa.

Mientras lleva adelante su testimonio en el cuarto derruido del penal de Ezeiza, D’Alessio pone especial cuidado en la elección de las palabras, en la mesura de su hablar y en la adjetivación.
Llega a decir que no adjetivará el accionar de Traficante porque su abogado se lo pidió, y él respeta mucho su palabra.
Pero donde mayor énfasis pone D’Alessio es en la pronunciación de los términos en inglés: pen drive, internet, whatsapp se convierten, hasta el final de la declaración, en momentos exquisitos de su relato.
“Me gustaría pasar a la prueba: lo único que sé hacer bien, como dijo el Dr. Bidone, es analizar”.

En los días previos a esta octava jornada de audiencias, Marcelo D’Alessio debe haber ensayado varias veces en su cabeza, esta presentación de sí mismo y de su don: el poder del análisis.
Como un Petrocelli luchando por su libertad, D’Alessio expone.
Como un mago, solicita a la audiencia olvidar por un instante otras cuestiones (¿el testimonio de Morilla..?) para prestar atención a las capturas de WhatsApp que, entre otras pruebas, lo incriminan.

“En 2019 no pude realizar la prueba porque fui encerrado en un régimen de tortura (…).
Hoy sí tengo estabilidad, y he recuperado la estabilidad emocional después de un año de estar en esta circunstancia inaudita desde el advenimiento de la democracia.
Con capacidad de analizar la prueba”.

D’Alessio pide que pongan en pantalla completa un mensaje de WhatsApp y, con criterio, analiza cada una de las imágenes, de las menciones, de los errores en la foto.
Expone.
“Esto no necesita un peritaje.
Hasta un adolescente se da cuenta que esto es una composición.
Primero, la foto de perfil es redonda. No cuadrada.
Fijensé que está rotada hacia la derecha, cuadrada.
A la derecha debería aparecer: una filmadora, un ícono de un teléfono y 3 puntos verticales.
Después aparece un fondo verde flúo.
Se equivocaron. No pueden convivir los dos fondos de pantalla. Otro error que van a ver son estos puntos que se ven sobre la izquierda.
No existe en la aplicación WhatsApp este tipo de puntuación.
Otro error grave es que tiene la fecha.
Yo entiendo que querían guionar la fecha y todo, pero los WhatsApp no tienen la fecha, sino que tienen la hora”.

El análisis es vertiginoso y profundo.
Muestra luego una comparación con un WhatsApp fake armado por él.
“Hay decenas de programas que usan adolescentes para simular que hablan con artistas, reggaetoneros… está el fake chat maker, el fake chat conversation”, dice, con su ostentoso acento inglés.

“Respecto de los audios, si bien me llama la atención que hayan peritado un audio contra un programa de TV estando yo vivo, pero no importa… están editados.
No merecen siquiera un peritaje.
Es un insulto a vuestra inteligencia.
En el audio opus 5, en el segundo 4 hay un copy paste, hay un silencio, hay un corte, está pegado y continúa 9 segundos con otro audio de fondo, con otra tonalidad.
En el mismo audio de 14 segundos, señor Presidente”.

Durante la hora que dura su exposición, las acusaciones de asociación ilícita por extorsión, su vinculación con los servicios de inteligencia quedan flotando en el aire, en suspensión.
O escondidas bajo la manga, mientras una captura de WhatsApp acapara la atención.
El falso abogado habla y se mueve como un abogado real.
No necesita ni el traje ni la corbata para simular que es uno de ellos.
Por una hora, es un abogado más en la sala virtual.
Su exposición es efectiva, y abre la puerta a lo que será la estrategia de D’Alessio: tratar de demostrar que las capturas de pantalla son defectuosas, que tal vez la voz peritada no es la suya, que es posible que hayan adulterado las pericias de audio.

“Aquí termina mi declaración, gracias a todos por vuestra atención”, cierra, con la elegancia de un maestro de ceremonias, Marcelo D’Alessio.

La presentación es pirotécnica y efectista, y deja clara la intención de la defensa de D’Alessio: desestimar cada captura de pantalla, cada mensaje de audio, cada elemento incriminatorio.
La defensa de Bidone se suma al pedido y cuestiona la legitimidad de las capturas de pantalla.

Una semana después, en la audiencia del 3 de mayo de 2021 (luego de una larga serie de testimonios de peritos informáticos, reparadores de PC y personal de inteligencia en la que se intenta corroborar en qué medida los cinco imputados se comunicaban entre sí), el fiscal Luciani toma la palabra para referirse a las capturas de pantalla que D’Alessio ha intentado refutar días atrás: 
“Lo que hace el señor D’Alessio es un análisis tendencioso. (…)
El señor D’Alessio, en su análisis, estableció notables diferencias que no conocemos con el teléfono de Garcés: fondo de pantalla, foto de perfil, mal encuadrada, color verde, fecha y hora, formato de chat.
Esto lo llevaba a pensar que estos chats eran falsos. (…)
Las imágenes aportadas por Garcés no son capturas de pantalla sino fotografías de un teléfono.
Garcés estaba utilizando un teléfono Blackberry.
¿Qué tiene que ver esto?
Dos sistemas operativos diferentes. (…)
No se puede comparar dos sistemas diferentes”.

Sobre el final de esa misma audiencia, el fiscal Luciani cuenta algo que no tiene ningún tipo de relevancia en el juicio y, sin embargo, para este cronista, se convierte en una deliciosa nota de color: el número telefónico desde el que D’Alessio se comunicaba con el mundo (y desde el que tejía sus redes de contactos con los servicios de inteligencia, periodistas, ministros y abogados) le pertenece, desde hace pocos meses, a un inocente niñito.



EL DIARIO DEL LUNES  -  Episodio 7.

Bidone parece haber elegido vestuario especial. Habla de Bullrich, un llamado y D'Alessio.


Bidone vestido de audiencia.

El doctor Bidone viste un saco marrón clarito, camisa celeste y corbata roja.
Al igual que Claudio Álvarez - que desde hace unas tres semanas lleva una prolija polera color negro -, parece haber elegido un vestuario especial para enfrentar las audiencias.
Detrás del doctor se percibe una pared blanca con una moldura decorativa de yeso a media altura; un gran cuadro y el respaldo de una silla de oficina.

La “audiencia por Zoom”, como la presenta el secretario, consta de la ya clásica grilla con una veintena de cuadraditos en la que se encuentran los mismos de siempre.
Al igual que las cámaras abiertas en los hogares, la exposición de estos datos en el Zoom, a pantalla, abre una brecha hacia la vida cotidiana de sus participantes.
Mientras el presidente habla, se escuchan ladridos de un perro y voces familiares.
El señor presidente da pie a la ampliación de declaración indagatoria del doctor Bidone.
La fórmula con la que le cede la palabra dejará huella en el futuro para saber en qué año estamos: 
“Puede desmutearse y comenzar su declaración”.

Bidone muestra una gran predisposición para hablar.
Tiene un tono cansino pero amable.
Durante la primera parte de su declaración, muestra planillas con llamados telefónicos de su celular y de Marcelo D’Alessio para demostrar que durante todo el mes de noviembre de 2016, mes de los encuentros entre D’Alessio y Traficante, no se cruzó o no estuvo con Marcelo D’Alessio.
“Ni mucho menos con Traficante, ni con Garcés ni con Morilla ni con Di Pierro, que (…) no me conocen ni nunca me vieron ni jamás escucharon nunca de mí”.

La exposición es sólida y detallada; Bidone se toma el tiempo necesario para explicar a quién corresponda cada uno de los números que aparecen en su listado (muchas llamadas de su madre, un amigo, un médico, un ministro de Seguridad) y hacer hincapié en el lugar geográfico de la antena para probar la no correlación con la ubicación de D’Alessio en igual día y hora.

Luego hace un repaso por los archivos y carpetas de su computadora laboral, que forman parte del expediente.
(Es tentador asomarse a los nombres de algunas carpetas con nombres menos ortodoxos, como “SIN MANOSEAR”, “maquina ultra secret”, “los sospechosos de siempre”, “Para buscar a Max”, y sentirse representado e interpelado:
¿tendré carpetas de mi PC con nombres excéntricos..?
Seguramente sí.)

Bidone remarca su obsesión con el caso del Triple Crimen, caso que parece haber sido su Moby Dick.
Pero lo que más le interesa remarcar es que el nombre de Gabriel Traficante era apenas uno más en su línea de investigación. 
“De los 7.700 listados telefónicos (que tengo), Traficante es uno más (…).
Imagínese, doctor, que yo no voy a estar guardando todos estos documentos en mi computadora si conozco que estoy participando de una maniobra extorsiva o estoy participando en una negociación o vínculo o sea lo que sea que tuviera D’Alessio con Traficante (…).
Esos documentos (sobre Traficante) los escribí yo con posterioridad al informe que me trajo (Claudio) Álvarez.
Y pasado algún tiempo se lo envío a D’Alessio, lo cual, la conclusión a la que arriba el juzgado federal de Dolores, donde había sido D’Alessio el que preparó ese documento para que luego me lo arrimara Álvarez, es totalmente incierta y falsa. Estos documentos son anteriores”.

El informe de Claudio Álvarez al que refiere Bidone es la escena digna de Fellini que Álvarez describió en su declaración, un par de semanas atrás. 
“D’Alessio abusó y utilizó (ese informe) para fines totalmente distintos”.

En lo que parece una nota de color, Bidone hace una pausa para mostrar la transcripción de un audio que Claudio Álvarez le enviara a otra persona cuando detuvieron a D’Alessio.
El doctor Bidone lee en voz alta y clara el mensaje de Álvarez: 
“Si se engañó al boludo ese del fiscal, yo pensé que este tarado estaba en la misma.
Aparte, ¿sabes qué?, los contactos que tiene con la Carrió… con el otro con el otro”.

Bidone intenta demostrar que están todos del mismo lado; que todos han sido usados y abusados por D’Alessio.

Bidone llega al final de su declaración.
Sabe que en breve llegará el turno de las preguntas.
Ensaya una síntesis: 
“Yo pertenezco al Poder Judicial.
No pertenezco ni nunca pertenecí a ningún servicio de inteligencia, no entiendo por qué se me quiere poner en pie de igualdad cuando pertenecemos a órbitas completamente diferentes (…).
Yo no sabía lo que él (D’Alessio) estaba haciendo.
Yo entendí - no que ‘creí’ -, yo entendí que (él) estaba investigando.
Gabriel Traficante no es la línea número 1 en la investigación, era una línea más como un montón de personas más que pudieron estar siendo objeto de investigación (…).
No tenía conocimientos de que el señor Traficante estaba siendo extorsionado”.


Una TV en el centro del mundo

Con las preguntas del fiscal Luciani, Bidone narra que conoció a Barreiro, el ex agente de la AFI, en un restaurant en Puerto Madero. Barreiro se presentó espontáneamente a través de un conocido en común.
“Después, con el diario del lunes, me doy cuenta de que su principal intervención tenía que ver con presentarme a D’Alessio, quien tenía más conocimiento sobre el Triple Crimen del que él mismo tenía”.

¿Por qué a Bidone no le llamó la atención esa presentación..? 
“Esta colaboración (la de Barreiro), yo entendí que derivaba de una reunión que antes tuve con Majdalani y con Arribas en la sede de la AFI.
Con posterioridad a la nota en la que yo le pido formalmente a la AFI (…) colaboración (para encontrar a Pérez Corradi).
El gran comentario o el ruido mediático en ese momento era que a partir de los dichos de Martín Lanatta en un programa televisivo era que a Pérez Corradi no se lo estaba buscando, por el riesgo de lo que podía venir a decir justamente de determinado funcionario político”.

Todo nace de un programa televisivo.
La televisión, a estas alturas de las audiencias, parece ser el eje central de la causa, mucho más que el tráfico de efedrina.
La televisión aparece como un orden superior, que ordena las investigaciones y mueve los hilos judiciales.

“A fines de enero (2016) además de una reunión con la doctora Bullrich, con motivo de la reaparición de los prófugos y de la búsqueda de Pérez Corradi (…) después voy a la reunión en la AFI.
La AFI envió a dos personas que no tuvieron la utilidad que yo había esperado.
Barreiro se acercó a la fiscalía en mayo o junio de 2016.
Nunca me dijo que había dejado de pertenecer a la AFI (…).
D’Alessio nunca fue integrante de la AFI pero yo lo conocí y le di bola por la relación que decía tener con personal de la AFI: creo que después de todo este derrotero, de 2019 a esta parte, no quedan muchas dudas de que D’Alessio era lo que se conoce como un inorgánico de la SIDE”.

- ¿Cómo le consta..? -, pregunta Luciani.
- Por la cantidad de personas que conocía y por la información que manejaba -, dice Bidone.

“D’Alessio dijo que era una persona vinculada a la embajada de USA, a la DEA; que había hecho informes con causas vinculadas al narcotráfico (…), él se presentaba como el doctor D’Alessio; por supuesto, nunca le pregunté dónde había estudiado (…).
Como dije desde el principio de esta causa, debí tomar los recaudos formales para corroborar (las credenciales de D’Alessio).
Las personas que él decía conocer me daban esa solvencia, pero formalmente nunca lo corroboré”.

Le preguntan a qué personas “él decía conocer”.
El doctor Bidone hace una pausa dramática.
Toma un sorbo de agua.
Retoma su testimonio desde donde lo había dejado:
“Las personas que él decía conocer, y que efectivamente conocía, como fue el caso de Patricia Bullrich, donde él me decía que tenía reuniones periódicas y ahora vemos que sí, que efectivamente las tenía y él mismo fue en una ocasión donde yo tenía que hablar con Patricia Bullrich, y recuerdo haberle hecho el comentario de que no tenía el celular de ella y él me dijo ‘yo te lo paso’, y efectivamente me lo pasó y hablé con la doctora Bullrich”.

“Con D’Alessio me (reunía) en una zona intermedia o en la fiscalía de Mercedes.
Creo que él tiene algunas fotografías - yo no sabía que él las tenía - desde mi despacho hacia la vereda.
Él, propio más de su personalidad, en más de una ocasión me decía que le sorprendía. (…)
Él, como herramienta de seducción, me decía que era su amigo”.

- En octubre 2018 le preguntan si estaba imputado D’Alessio en su investigación.
¿Por qué no le hizo saber que D’Alessio colaboraba con usted en la investigación..?
- Yo lo confronte a D’Alessio, él me respondió que era una guerra entre espías.
Que le habían hecho una denuncia injustificada.

- Después de esta denuncia, ¿siguió pidiendo la colaboración al señor D’Alessio..?
- En una o dos ocasiones, llegando a fin de año.
En el marco de esta relación de confianza no consideré que él podía estar vinculado a algún delito.

- ¿Por qué nunca formalizó sus encuentros con agentes de la AFI?
- Ignoraba la disposición de la ley de inteligencia; (sé que) no puedo excusarme, como abogado, pero la ignoraba.
Ignoraba que yo tenía que pedirla formalmente.
Que era más propia de la AFI que mía -, responde Bidone.

Bidone responde con cierta vergüenza, se lee, entrelíneas, la melodía del tango lo que más bronca me da es haber sido tan gil

Hacia el final, agotado tras casi cinco horas de exposición, y respondiendo a las preguntas de los abogados, Bidone cuenta que hizo algunas visitas a la embajada de Estados Unidos, que se reunió con Patricia Bullrich solo una vez cuando ocurrió lo de la Triple Fuga (la segunda vez la llamó por teléfono gracias al contacto que le pasó D’Alessio), y que visitó al senador Espínola en el Congreso para exponer sobre narcotráfico, invitado por D’Alessio.
“Nunca había ido al Congreso. Soy una persona de campo”. 

Parece explicar, entre líneas, el impulso que lo llevó a cometer algunos errores o desprolijidades.
Algo que resonó en muchas de sus respuestas: la idea de un hombre, como él dice, “confianzudo, venido de La Pampa”, que ha volado, como Ícaro, muy cerca del sol.

“Él quería demostrar sus vínculos con personas de importancia”, dice Bidone refiriéndose a D’Alessio y también, sin proponérselo del todo, un poco a sí mismo.



EL DIARIO DEL LUNES  -  Episodio 8.


“Quiero pasar un poco a cómo lo conozco yo al señor D’Alessio”.

Así comienza la declaración pública de Rolando Barreiro.
Cómo conocí a D’Alessio parece ser el principio elegido por todos los testimonios; el ¿cómo lo conocí? encierra esa otra gran pregunta, para muchos sin respuesta: ¿Cómo fue que me dejé llevar?

En una primera e irresponsable lectura, se podría decir que D’Alessio tiene un don, un talento que lo ayuda a mesmerizar a sus interlocutores; en una segunda - y no menos irresponsable lectura -, se puede afirmar que todos y todas las personas que hablaron con D’Alessio relataron una experiencia similar.

“Mis hijas iban al mismo colegio que los hijos (de D’Alessio).
La relación empieza por las nenas, buen vínculo entre ellas (…).
En esa relación de cercanía, un día D’Alessio me dice que él sabía dónde yo trabajaba (en la AFI), pero que me quedara tranquilo, que él trabajaba en algo parecido.”

Así comienza la declaración de Rolando Barreiro.
Es un hombre joven; acusa 39 años de edad, es delgado; en su declaración explica que ha perdido casi diez kilos de peso durante los dieciocho meses que pasó en prisión.
A pesar de su hablar pausado y calmo, se lo escucha enojado.
La esfera de lo humano también se filtra en su discurso: detrás de cada acusado hay hijas, hijos, padres, madres, parejas.

El desarrollo del vínculo entre D’Alessio y Barreiro y las consecuencias sobre sus respectivas hijas, amigas entre sí, bien podría ser el argumento de una película.
Pero no lo es.
“Después de todo lo que pasó, se cortó, como se cortó mi vida, las relaciones mías con el mundo, con mis ex compañeros y amigos, pasaron a desaparecer”.

Barreiro cuenta que un día D’Alessio lo vio, “de manera fortuita”, reunido con otros agentes de la AFI.
En ese momento, le ofreció trabajar para él. 
“Yo no tenía un trato muy fluido, pero era una persona muy entradora, siempre alegre (…).
Vos preguntabas en Canning quién era D’Alessio y todos hablaban maravillas.
Con vínculos importantes, con una familia con nombre (…).
Había elecciones, él había trabajado en Enarsa y me ofrece trabajo porque me dice que él iba a volver a Enarsa con un cargo como el que tenía o más alto, quería formar un grupo de trabajo para terminar con la corrupción.
Yo estaba trabajando en la AFI, no estaba cómodo con lo que estaba haciendo, pero para hacer algo así tenía que renunciar”. “Lo que me dice pasa después. Fue director en Enarsa.
Para mí era darle mucha más credibilidad a todo lo que me había dicho.
No cualquiera te lo dice dos meses antes y se concreta.
Al mes, me dice, tuve que renunciar”.


“’Me peleé con el ministro de Energía (Aranguren), pero quedate tranquilo que algo vamos a hacer juntos, yo estoy relacionado con el gobierno»’, dice Barreiro que le contó D’Alessio en su momento, pero como él tenía trabajo, no le dio demasiada importancia.

Sin embargo, en 2016, Barreiro se va de la AFI.
Y D’Alessio vuelve a convocarlo. 
“’Tengo que charlar con vos, yo estoy haciendo algunas cosas para el ministerio de Seguridad’”, dice D’Alessio, según Barreiro. “Y me hace referencia concreta a su relación con Patricia Bullrich, me dice que estaba armando una presentación sobre el narcotráfico, la hidrovía…
Y me pide una opinión (…).
Todo lo que él me decía, iba pasando.
En la tele sale junto a la ministra (Bullrich) en la cuestión de Marcelo Mallo.
Quiero dejar en claro que (…) lo que él decía era tal cual.
No era un charlatán.
Hoy me cuesta entender qué es D’Alessio, no sé si es abogado, si no… es una nube de confusión”.

A pesar de la nube de confusión y del extraño vínculo que se fue desarrollando con D’Alessio, Rolo Barreiro no parece enojado con él. Lo narra con distancia, como si se hubiera tomado tiempo para reflexionar cómo fue el devenir de esa relación.

Sin embargo, comienza a hablar del doctor Bidone, y su tono se modifica.
“Con Bidone tuve una relación totalmente informal.
Me lo presentaron en un restaurante.
Yo no me presenté en ningún momento en la fiscalía diciendo: ‘Soy agente de la AFI’ .(…)
A él alguien le dijo que yo era ex agente (…).
Me dio el pie para hablar del caso emblema de él.
Opiniones al aire en un restaurante.
Nada de querer introducirme en la investigación del Triple Crimen, que él ya no la tenía, la investigación estaba en el juzgado de Servini de Cubría, él me lo comentó”.

Dos meses después de conocerlo, Barreiro le comenta a Bidone que conoce a un abogado que dice saber sobre cuestiones relacionadas al Triple Crimen; que dice tener conexiones y datos importantes.
Ese alguien es Marcelo D’Alessio.
“Le comenté a los dos (a D’Alessio, a Bidone), los dos estuvieron de acuerdo en que los presente… y contentos.
Lo que ahora sí me cierra es que ellos tenían sus contactos mutuos.
(Antes de conocerme), Bidone tenía relación con la señora Patricia Bullrich, ministra de Seguridad en su momento.
A principios de 2016, se reúne con Patricia Bullrich y con la cúpula de la AFI, él lo declara en su momento”.

Barreiro hace una pausa para hablar de su paso por la cárcel. Muestra un informe sobre el estado de la prisión en la que estuvo detenido.
“Un año y medio en Marcos Paz (…).
Quiero exponer las condiciones de detención a las que fui sometido por dichos… Por dichos de personas”.

Cuenta que estuvo en un pabellón de castigos, donde van los presos del penal por mala conducta.
“Muy complicado el lugar. Me compadezco de lo que está pasando D’Alessio. Situaciones que no se las deseo a nadie.
No me quedo con el rencor.”

En el cuadradito del zoom, dentro de la misma sala corroída por la humedad, D’Alessio escucha.
Mientras el padre de la mejor amiga de su hija se compadece con tono sincero de su estado actual, D’Alessio tamborilea sus dedos en la mesa, como si estuviera escribiendo algo en un teclado invisible.

Rápidamente, Barreiro vuelve a Bidone, quien, de a poco, se va convirtiendo en el centro de su declaración. 
“A Traficante no lo conozco.
El fiscal Bidone sabía de esta investigación o de la denuncia que había hecho el señor Traficante (a D’Alessio, por extorsión), sin embargo (…) él le aportaba información no sé para qué y sabiendo esto siguió aportándole información al señor D’Alessio.
¿En calidad de qué? Solamente él lo sabrá.
En (el juzgado de) Dolores, por el hecho de que se lo detiene a D’Alessio, el supuestamente productor agropecuario (Etchebest).
Por ese hecho yo no tengo nada que ver.
Con D’Alessio no tenía relación, más de la que tenía mi hija (con la hija de él)”.

“No sé qué hago en este juicio.
Hay dichos de personas que me ubican en ciertas reuniones que no existieron o en las que no estuve.
Los dichos de estas personas, acusados como acusadores, se entremezclan con la causa de Dolores.
Mucha gente (de la Aduana) quiso sumarse a la causa del juzgado de Dolores para mejorar su situación procesal en sus causas.
Lo mismo que hace el fiscal Bidone intentando (decir) que a mí me mandó la AFI a infiltrar.
Es su estrategia de defensa y la respeto.
Pero no voy a respetar que se mienta sobre mi persona”.

Finalmente, Rolando Barreiro vuelve a D’Alessio, a resumir las tareas y el trabajo que hizo cuando fue convocado por él.
“Si hay algo que le tengo que agradecer es que me haya dado trabajo.
Trabajé en el country donde él era director del directorio.
Me hice cargo de la seguridad.
No estando él, trajeron a otras personas, me sentí desplazado y renuncié (…).
Cuando D’Alessio se va toma otro camino: empieza a salir en la tele, a exponerse públicamente, lo cual mucho yo no compartía o no me gustaba.
Tampoco veía que D’Alessio tuviera una dirección concreta, yo decidí dedicarme a mi familia”.

“D’Alessio utilizó mi nombre diciéndole a Traficante: ‘Quedate tranquilo que quien maneja la cuestión de observaciones judiciales es un tal Rolo Barreiro. (…)
Y me llama la atención la respuesta de Traficante: ‘¿Y a este Rolo Barreiro cómo lo pagás..?’
¿Quién le dijo quién era Rolo Barreiro?
Yo no se lo dije.
¿Por qué el temor a Rolo Barreiro si ni siquiera me conocía?
Traficante declaró no conocerme ni haber hablado nunca conmigo. Pero la elevación a juicio dice que yo presté ayuda al reforzar el temor que D’Alessio sembró en los socios o amigos de Traficante en una supuesta reunión.
Y acá empiezan las contradicciones”.

Un poco agotado y con el fastidio colmando su voz, Barreiro hace un repaso sobre los testigos que lo sitúan en algunas de esas reuniones. “Garcés dice que yo le dije que Gabriel Traficante iba a ir preso, en una reunión que no existe”.

La declaración de Barreiro llega a su fin.
Mientras los abogados agendan las fechas de los alegatos - que tendrán inicio el lunes 28 de junio -, los participantes sueltan las tensiones contenidas.
Algunos bostezan, otros chequean celulares, se mete el audio de los ladridos de un perro, la voz de un niño que necesita la computadora para un Zoom.
D’Alessio recoge su carpeta con apuntes, la guarda y se dispone a regresar a su celda.



D’ALESSIO DUBITABLE  -  Episodio 9.

D´Alessio agita su celular. Busca a su abogado.
Tiene un mensaje.


El tema central de la jornada número 11 de las audiencias del juicio es el de los peritajes.
La defensa de D’Alessio llama a testimoniar al perito Rubén Martín.
Martín se presenta como perito en documentología, balística, calígrafo y como perito en causas.
Es un hombre robusto, de barba; su hablar es pausado, seguro y algo displicente.
Un breve repaso por el buscador de imágenes de Google devuelve una andanada de apariciones televisivas y capturas de pantallas de sus apariciones en TV: Martín con trajes estridentes y corbatas de colores; Martín opinando en diversos programas; Martín oficiando de experto en todas las causas televisivas, desde el caso Chocobar, Santiago Maldonado y, sobre todo, el caso Nisman.

“Fui el perito de parte (de D’Alessio) en el expediente. Presenté una impugnación”, dice Martín, y explica los motivos:
“El indubitable no cumplía los protocolos”.

El indubitable es la fuente que no presenta dudas de su origen (la voz del imputado) y se usa para saber si el dubitable (el audio de un mensaje de WhatsApp, en este caso) pertenece a la misma persona. Lo ocurrido es que, para probar que la voz de los audios de WhatsApp pertenecía a D’Alessio, se utilizó el audio de una de sus apariciones públicas en televisión.
“Al usted utilizar un material que está en la red (en YouTube), que bien puede estar adulterado… no es lo que exige el protocolo.
Hay una falsedad estructural”.

Luego le llega el turno al software utilizado para hacer el peritaje:
“Se trataba de un software de origen ruso”.

El gentilicio queda flotando en el aire.
Si es necesario instalar la sensación de adulteración, que mejor que asistir a la nacionalidad rusa.
(Otra breve escapada a Wikipedia arroja que Speech Technology Center «es una empresa rusa de tecnología de reconocimiento de voz, que surgió de los programas de la KGB».
Por supuesto que la información de Wikipedia también es un dubitable).

“Dicho en otras palabras, si usted me pregunta qué me parece el software: me parece una barbaridad (de bueno), pero en el informe pericial no está la certificación con un holograma (…) respaldado por el FBI o por el Estado nacional”, se ve obligado a completar el perito.


Martin, perito estrella

Lentamente, el testimonio se asemeja a una presentación televisiva. Cuando lo invitan a analizar las imágenes de WhatsApp, el fiscal Luciani pide la palabra: 
“Pedirle a un perito que vino a declarar por una circunstancia diferente (que intente) hacer un peritaje es improcedente, sobre todo porque ya han tenido oportunidad de pedir pruebas”

Mientras el fiscal Luciani expone su posición, en su pequeño cuadradito virtual, el doctor Finn, defensor de Marcelo D’Alessio, sonríe.
- ¿Cuántos peritajes de voz realizó como perito de parte..? -, dice Luciani.
- Como perito de parte es la primera vez que yo intervengo -, responde Martín.

- ¿Cómo lo conoció al señor D’Alessio?
- Lo conocí en oportunidad que el señor D’Alessio, como es público y notorio, iba frecuentemente a un canal en particular como es en América TV, y me fue presentado como otras tantas personas a las que he conocido.

(Otro de los resultados de la búsqueda de Google muestra a Martín portando un arma: es el arma que D’Alessio le mostraba a sus invitados en su casa con el orgullo de quien muestra una Ferrari.
La foto viene acompañada de un texto en el que el perito cuenta que se encuentra en el polígono probando la 12/75 de Kel-Tec de Marcelo D’Alessio.
“Un arma salida de Star Wars!!!!”, agrega en el final.
Debajo de su comentario, D’Alessio le responde, en mayúsculas: ‘Agradecido por tu compañía y experiencia!!! Un privilegio!!’”.
No está de más aclarar que la imagen puede ser un dubitable).

A continuación, llega el turno de Jorge Tacacho, un oficial de Gendarmería de la división acústica forense, también citado por la defensa de D’Alessio.
Tacacho tuvo a su cargo el análisis de los audios con el software… ruso.
Respondiendo a una pregunta del doctor Finn (y sin saberlo, a lo que acaba de testimoniar Rubén Martín), Tacacho cuenta que, en el caso de ser personas públicas y por pedido del tribunal, se puede tomar un audio de YouTube como un indubitable.

- ¿Cómo identificó que (la persona que hablaba en el video de YouTube) era la cara de D’Alessio? -, pregunta el doctor Finn.
- Era una persona conocida, era la cara de él -, responde, a esta altura, confundido, el oficial Tacacho.

Luego, explica que el software ruso sí está homologado en Rusia, que lo utilizan desde 2015, que lo han usado para hacer más de doscientos cotejos y que nunca fue impugnado. 
“Localmente lo maneja la policía federal y la Gendarmería y tiene certificados internacionales”.

Cada tanto, en uno de los cuadraditos del Zoom virtual de la audiencia, se puede ver a D’Alessio mostrando y agitando su celular frente a la cámara.
Es una señal hacia su abogado, se intuye, para que chequee los mensajes que le está enviando.
Nadie parece responderle.
No se sabe si no alcanzan a leerlo o si lo leen y le clavan el visto.

Una semana después, el Servicio Penitenciario informa que D’Alessio se niega a ser trasladado a la sala de videoconferencias. En esa jornada, Claudio Álvarez, uno de los imputados en la causa, hace su declaración.
Es un hombre corpulento que ha asistido a todas las audiencias y parece prestar atención a cada uno de los testimonios.
Tiene el pelo corto, anteojos, y suele vestir buzos verdes camuflados.
En esta oportunidad lleva un buzo negro y austero.
Su forma de hablar es pausada y su voz suena cargada de dolor.

“Tengo seis hijos, cuatro nietos, estoy a cargo de mi mamá.
Trabajé desde 2001 a 2015 en Inteligencia”.

Así comienza, y explica a grandes rasgos su paso por la AFI. “Nosotros llevábamos la info cruda y había gente especializada que se dedicaba a desmenuzar la información.
Yo siempre estuve en la calle, hasta 2015 que cambió el gobierno.
No me subordiné a ciertas cosas, había cosas que no me gustaban y había cambios que no nos cerraban.
Nunca me degradaron pero sí nos empezaron a mandar a lugares que para nosotros eran vergonzosos (…).
Yo siempre fui una persona de trabajo, tengo media casa, no fui ni a Uruguay ni a Brasil, vacaciones eran con mucho sacrificio a Santa Teresita. (…)
Mi papá murió triste el año pasado por lo que me está pasando.
(…)
Cuando empezó esta causa desnudaron mi vida”.


Alvarez.

Narra que conoció a D’Alessio a través de una persona de la AFI. “D’Alessio prometía ser un gran informante y después con el tiempo salió siendo lo que es: no daba nada, las cosas que pudo dar eran estúpidas y peligrosas, pero era un mentiroso para mí. Pero como decíamos nosotros: cuando nos infiltrábamos en una operación o tomábamos contacto con esta gente, este tipo de gente, nosotros decíamos que eran como los corticoides: no los podes dejar de un día para el otro”.

El semblante que articula sobre D’Alessio se hace eco con otras declaraciones similares sobre el falso abogado:
“Para mí era una persona un tanto a tener cuidado, por lo que él hablaba… si bien no nos daba nada porque los relatos eran bastante inverosímiles también hablaba de las relaciones que tenía y era un tipo que estaba relacionado”.

“A Bidone lo vi dos veces en mi vida.
Una vez cuando me lo presentan y voy a verlo allá a su despacho a Mercedes, le cuento una historia que figura en mi declaración que era de Fellini y yo pensé que trabajar con un tipo como Bidone - que me lo presentó el amigo Barreiro - yo creí que me estaban dando una mano, de verdad le digo, porque trabajar con una persona con la trayectoria de Bidone era…”. Álvarez deja la frase inconclusa.
No parece hacerlo adrede.

La situación digna de Fellini a la que alude figura en su anterior declaración: en ella, Álvarez cuenta que fue a almorzar a una parrilla con un compañero de trabajo y en el local había un grupo de policías - a quienes conocía de vista - comiendo.
En otra de las mesas, una banda de «desaforados que comían y tomaban cervezas”, hablaban y, sin tener conciencia de que estaban junto a un grupo de policías, se echaban culpas, a viva voz, sobre la responsabilidad del Triple Crimen.
Según contó Álvarez en aquella oportunidad, los policías se miraban y se reían por la situación.
Luego, los policías le comentaron que aquellos eran de una banda vinculada a temas aduaneros, sin recordar referencias a nombres puntuales.

Álvarez continúa su declaración: cuenta que, en su afán por dejar la AFI se ilusiona con la posibilidad de trabajar con Bidone.
Se ilusiona, también, con blanquear en la AFI la situación para que lo autoricen a trabajar con él.
“Era común que un juez (te) sacara en comisión y vos fueras a trabajar a otro lado”.

Álvarez viaja a Mercedes y le cuenta a Bidone la situación digna de Fellini.
“Después pregunté: ¿va a traer problema esto? 
‘Quedate tranquilo que yo trabajo con la Bullrich y esto lo blanqueamos y se va a arreglar’”.
No queda claro a quién le preguntó ni quién le respondió.

“Después no me contestaron más el teléfono y yo pensé: 
‘Acá me usaron, estos me están boludeando’.
Hasta que aparece de nuevo (Bidone) diciendo que la nota semánticamente estaba mal.
Y yo estaba en un lugar de mucha seguridad, me contactó, cruzó rápido a la estación de servicio, le firmo en confianza, ni leo lo que firmo, no tenía los lentes, ni leo… confío.
¿Cómo no voy a confiar en un fiscal como Bidone..?
Yo pensé que me salvaba, que iba a poder trabajar de nuevo, e iba a poder ser alguien ‘servible’ de nuevo.
Entonces cuando me llaman para declarar veo lo que había firmado: una nota sin fecha, que es dudosa, pero yo la firmé”.

Álvarez termina su declaración al borde de las lágrimas.
“Acá estoy ahora. Estoy de este lado. Yo nunca delinquí. (…)
Recién ahora se están enterando mis hijos de los trabajos que hice”.

La audiencia entra en cuarto intermedio.
El próximo lunes 28 comienzan los alegatos.
El concepto de las personas como corticoides, a las que no podes dejar de un día para el otro, es la metáfora del día: una figura expuesta con sabiduría y oficio por un hombre que pasó varios años de su vida analizando y sintetizando la vida de los otros.

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